Yo, la delincuente (novela acabada)

(decimocuarta página)

En panorámica

Pero no se rendía. El correveidile de Valentín volvió a la carga insistiendo en denunciar al capataz. Ahora con una nómina. ¿La madre de todas las patrias? ¿Por qué no lo hablaba directamente con él? El capataz se ocupaba del papeleo de cualquier documentación de la cuadrilla. Qué le íbamos hacer. ¿Dónde manda capitán no manda marinero? Que nos había dicho, en nuestro grupo, con una nómina suya en las manos, lo poco que le descontaban de sueldo con las veces que faltaba a trabajar, insistía Valentín. ¿Qué lo puso en boca de nosotros? Vaya, las que se me escapaban a mí, digo a Valentín. Algo que ni sabía ni tenía interés. Por lo visto desconocía que el capataz no hablaba de las cosas de los hombres conmigo delante, que solo berreaba, una lástima. Si fuera así debería estar contento, ¿o no? Que lo pusiera en conocimiento de la subcontrata si era de su gusto, ¿qué podía hacer yo? Que eso no se hace y menos un responsable, fue mi respuesta. Ah, claro, que su amigo Tuco se lo desaconsejó, ¿y?

La negación de Valentín en trabajar, bajo su interés, pasó por creerse, entre los bulos a los que se prestaba el uniforme, que las faltas de asistencia las regalaban. Que recibiría el sueldo íntegro acudiera o no a trabajar. Hasta que con orquesta incluida le cantó la nómina. Ya no se lo tomó tan en broma, no. Las faltas de asistencia las reguló, vaya si las reguló. Justificándose con que no tenía por qué estar allí, según sus palabras. ¿A qué esperaba? Yo, desde luego, hubiera salido a escape. ¿No era dueño de sí? A qué tantos partos sin dolor. Había que estar atenta a los tormentos y templanzas de los demás. ¿Qué iba a escuchar a Valentín? En cualquier caso oír. Si cuando él iba yo estaba de recogida. Qué importancia tenía quién acudía y quién no a trabajar. Al margen de las obligaciones, había que hacerse la distraída con lo que me echaran los compañeros y con lo que no también. ¡Qué aguante! Para al final, sin quedarle otra recurrió en denunciar al capataz con el encargado. La biblia. ¿Qué lo denunciara con el encargado? Con él de testigo, por supuesto. Qué solucionaba yo con eso, ¿qué me cambiaran de cuadrilla? ¿Lo que querían ellos? Como para soportar al licenciado. ¡A cuál más pecado! ¿Incluidos los capitales? Lo que no hacían mis compañeros de grupo, desde luego. ¿No tenía algo mejor que hacer? Como que yo estaba allí para cuidar niños. Que para niña ya me tenía yo. ¿No lo sabía él? Qué facilidad de hacerse al paño. Ya ni se acordaba cuando me pedía cigarrillos. Al principio, allí en aquel punto de encuentro, porque estaba dejando de fumar, me decía Valentín. ¿Dejando de fumar? ¡Porque se los fumaba Tuco! Por eso cada tarde venía sin tabaco, el muy tonto. ¿Y ahora? Los dejaba sí, por fuera de la expendedora. No subía al camión sin cigarrillos, de rigurosa necesidad, ya que Tuco no podía estar sin fumar. ¿A quién se la iba a dar? ¿Necesitaba de alguien que no fuera de él? ¿Por qué no se lo hacía mirar?

Benjamín y yo éramos los comodines del capataz. El resto de los compañeros eran intercambiables. Quienes en sus bajas, remplazábamos a la gente del segundo grupo. El segundo grupo era intocable. Cada uno tenía su lugar asignado, que aunque duran lo que duran lo hacen fijo, ¿los de toda la vida? O para toda la vida, a cuál más impostura. Como para perderme. ¿No trabajaba con ellos también? Sus ausencias y bajas eran continúas. Siendo como eran; entes con almas, cada uno acarreaba con el puesto que se asignaba así mismo. Sedentarios. Vamos, como que Tuco levantaba un solo dedo para pedirme cigarrillos, los que al igual que yo acabaron por darle dolor de cabeza. Y gracias.

¡Qué lujo! ¿De cuándo a dónde? En carreteras, por falta de transportes hacían dos viajes para el traslado del personal; tardes que fueron un suplicio y mi voz la ofensa. ¿Y ahora trabajaba con dos unidades de transporte un solo grupo? ¿Por qué la llegada de la camioneta? Por qué los hombres se habían enzarzado en una gresca. Absurdo e irrisorio. Para extrañarse oír lo contrario. Gracias que no estuve presente, dado que los pleitos me asquean. Tarde en la que substituía a Reina en el segundo grupo y aunque tardé días en enterarme, se inició en la carrocería del camión; con Ángel y su caja. ¿En sus veinticinco años de experiencia? Vaya con la caja…, de alucine. Claro que, sin comerlo ni beberlo, a la única que le afectó la guerra de los hombres fue a mí. No podía ser menos. ¿Por mujer?

Jarana que promovieron el combinado de Ángel y Cándido. En lo habitual. Sin embargo el capataz solo se enfrentó a Cándido, en tanto Ángel se ocultó detrás de su protector. A salvo. En la libertad que le concedió. Era más de lo mismo, las bestialidades propias de sus caprichos. Discusión que prolongaron dentro del camión entre el capataz y Cándido. En el cual, siendo competencia de Próspero, se vio en la obligación de intervenir. A quien el capataz, hasta donde podía, procuraba mantener a distancia. Oportunidad que aprovechó Cándido de no cejar ante las amenazas del capataz. Según decían; señalándole que era el único que debía callar por las libertades que se tomaba; aparte de ser el menos indicado para darle órdenes de lo que debía decir o hacer, por su proceder con la cuadrilla. Entre otras cosillas y lindezas. Manera en que evitó que el malababa del capataz diera parte de él, de la desobediencia con la que lo amenazó.

Y todo para acabar yo pegada al capataz. No fue una ni dos ni tres veces en las que pensé en el uniforme de presidiaria. ¿Lo que me pasó la factura? Cayó por su peso ―¿No crees?―. Sin negar que sus abanderados colores también se prestaban a ello. Estos últimos, en sus pasiones, guerra a la que se daban los hombres. ¡Muy hombres! ¿Se esperaba algo de sus conflictos? En los que la mujer no deja de ser un mero paisaje. ¿Cómo iban a tener un mínimo de sensibilidad para enfrentarse a la violencia soterrada? ¿El sistema no lo fundamentaron ellos? ¡Para qué más! Me aburría, en verdad, hasta los asuntos de violencia los utilizan para disputas, no para sanearlos, ¿la lógica del pensamiento? Es lo habitual, lo cotidiano del día a día. ¡En todos sus órdenes! En cualquier sentido y en toda regla, ¿violentar no es violar? Simple. En el hecho de vida, con la que se nace y nos hacemos, y no con el sentimentalismo propio de las moralinas, ¿para nuestras rencillas?

Incluso en aquel hueco, el malababa del capataz se empeñó en que me sentara en la parte delantera de la camioneta. Sin otra que hacer el esfuerzo de ocupar el asiento. Que por muy chata y ancha que la viera, al subir él, ya no supe si tenía los pies en la cabeza o la cabeza me quedaba por los pies. Aparte de quedar encajada entre Próspero y el capataz. Tarde que no capté el silencio que se vivía dentro de ella. En la que con Próspero solo llegó Sócrates de copiloto. Más tarde escuché que Cándido se había ido en una segunda unidad, en uno de los camiones con los que trabajamos en el solar. En respuesta a que el capataz había preguntado por él. Dando a valer la importancia de firmar en el parte de asistencia antes de iniciar el trabajo. Cambio que por lo visto descolocó también al capataz por ser obra de Próspero, quien sí había dado parte de los hechos. ¿Pensaron que el capataz se conformaría? No tardó en poner impedimentos.

La ira del capataz pasó por que Cándido debía llegar al punto de encuentro como había hecho hasta ese momento. A primera hora de la jornada, al igual que el resto de la cuadrilla y firmar en el control de asistencia. No ir directamente con el camión adonde nos llegaríamos más tarde el resto del personal para hacer la labor de recogidas. El capataz no estaba dispuesto a volver a la carpeta del personal solo para que Cándido garabatera su firma. Era mucho pedir. Recado que no tardó en dar dentro de la camioneta, haciéndonos partícipes al grupo y, en particular, a Próspero. La guerra que mantenía el capataz apuntaba en varias direcciones. Sin hacer mella en ellos, la tarde siguiente pensando que con el capataz no le pondría impedimento alguno, tomó el relevo Sócrates. Lo hicieron a la inversa; Próspero recogía a Cándido en la camioneta y, desde la cochera, Sócrates se iba con el chófer Facundo en el camión. Ni con esas. El capataz tampoco estuvo por la labor de atender el intercambio. No tardó en dar su disconformidad, hacer ver a Sócrates que el deber de ambos era de estar en el punto de encuentro, como el resto de la cuadrilla. De no hacerse responsable si tuvieran algún percance por el camino. Que el parte de asistencia tenía que estar firmado por todos los peones antes de empezar la jornada laboral. Insistiendo en la obligación de estar a primera hora en el punto de encuentro; que el medio que utilizaran no era su problema, como si cogían el transporte público, al igual que el resto del personal.

Los hombres estaban en guerra. Al igual que antes, de razón pensar que una mujer estaba de más. ¿Fue lo que capté con la encerrona de Sócrates? La misma de todos los hombres; calladita estás más guapa ―¿a que sí?―. Obligada a medir las palabras a tener cuidado con lo que dijera. ¿Por lo sensible del asunto o por la flora?, me pregunté, pues recién despertábamos a la primavera. Mientras, en la creencia de ser mi carcelero, por muy difícil que me lo ponía el capataz no me achicaba, porque siempre hay quien no se deja cortar las alas.


Olvidé la lección a la vuelta de un coma profundo
Nunca pude cantar de un tirón

La canción de las babas del mar, del relámpago en pena
De las lágrimas para llorar cuando valga la pena
De la página encinta en el vientre de un Bloc Trotamundos
De la gota de tinta en el himno de los iracundos

(decimoquinta página)

En panorámica

Esta vez, por orden del capataz, irme con la unidad del segundo grupo pasó por que Tuco se hiciera el nuevo conmigo. Ni lavada con agua celestial, me dije. Como si no les hubiese suplido a ellos en alguna que otra jornada. Aunque ahora no sabía cuánto podía durar la baja de Berta. A quien remplazaba. ¿Qué me iba a decir en cuanto a su forma de trabajo? En su disposición de darme un pequeña clase en modo y forma. Que ellos tenían otro ritmo, me dice Tuco. ¿Lo tenían? ―ritmo, te pregunto―. Un mes atrás, aproximadamente, supliendo a Valentín, nos vimos en la tesitura de esperar que aquel hombre, grande como un Goliat, se colocara a los pies del camión, apoyara el brazo izquierdo en la base del camión para comenzar la labor. Lugar del que no se movió. Para luego darnos la orden; a las tres mujeres, de entregarle las bolsas plásticas en mano. Bolsas que con la misma él entregaba a Narco. Quien permanecía en la cima de la carrocería del camión. Cómo dioses. ¿La cultura del pensamiento? Y del amor también. ¿Acaso hay más? ¿Hay algún hombre que no se lo crea? Pobre de nosotras si le dábamos dos bolsas a la vez, como hacíamos Reina y yo cuando la bolsa apenas contenía peso. ¡Solo una!, gritaba reprendiéndonos. ¿A qué ojos se les pierde que el espacio es nuestro? De las mujeres, por supuesto. En aquel momento y lugar; de Berta, Reina, y mío, las únicas que nos manteníamos en movimiento. ¿Cómo dueñas del mismo? Ellos, sin embargo, en cámara lenta no alteraban sus charlas. En tanto que nosotras como borregas hacíamos cola para entregarle las bolsas a Tuco. ¿Lo mejor de la casa? Como el darse en gusto de enojarse cuando el saco de plástico pesaba más de la cuenta, ya que teníamos que avisar al caballero. ¿No veía nuestro esfuerzo? ¡Qué iba a ver! Nada más allá de obligarse a soltar el codo izquierdo de la base del camión. Escultural que era el hombre. Pésimo.

Quizás Tuco me vio de estreno por la imposibilidad de criticar al capataz y su grupo dentro del camión. Incluida yo, por supuesto. Según Valentín, Tuco le decía que a él le ponía nervioso oír hablar del capataz ¿tanto cómo recordar su falso accidente? ―vete tú a saber―. Que aún lloraba, claro. Si bien, se interesaba en preguntarme por los compañeros del grupo del capataz cosas que no le incumbían, sin molestarse en hacerlo bajo sus nombres, por supuesto. Ni yo a sus ojos lo tenía. Favor que me hacía, ¿o no? Más allá de la labor, a mí no me dirigía, desde luego. Por muy difícil que me lo pusiera en cuanto al poder que no poseía pero ejercía. En mí se terminaba. De qué. ¿Por dónde? De todos modos de ir trincada e inmovilizada con en la camioneta esto era azúcar. El capataz pasó a ser el fantasma que era. Solo me limitaba a firmarle el control de asistencia al inicio de la jornada, ya que hacíamos conjuntamente la entrada y la salida.

Antes de que Rubén ubicara el camión sopesaban a desgana la carga que tenían delante. En sus quejas. ¡Y tanto! Que si primero las bolsas, luego los trastos, o las hojas de palmas, que si las podas. ¡Un sin vivir! Pobres. Vamos que, siendo dos las manos, para verse entre ellas se pedían permiso. La pachorra era inaguantable, de desquiciar a cualquiera. Con Narco en la caja, hablando entre ellos, ya que Tuco y él se habían criado en el mismo barrio. Como si tuvieran algo que decirse. ¿Después de treinta y tantos años?

Por supuesto que no hay nada de anormal adaptarse al ritmo de los demás. Las cosas como son. Pero estos desconocían el sentido del oído. Si para ellos no había más, para mí tampoco. Además del espacio en sí, me daban en tiempo de volar y estar de regreso antes de acabar con las recogidas de cada punto. No había basura que no pasara por las manos de Tuco, porque el hombre no cambiaba de postura, y de él a Narco. Todo un ritual. Sin mover los pies del camión. De galeras. Como para sorprenderme el día que Cándido me dijo cerca del famoso solar, trabajando en carreteras, que lo vio cortando la hierba de las aceras dándole a la fucha con una sola mano. En tanto que la izquierda la mantenía apoyaba en el muro que cubría el jardín de un palacete. ¿Podría ser?

En la novedad de mi continuidad, conmigo delante, la actitud de Tuco hacia Reina era bochornosa. Y más. En cuanto se daba un claro se quejaba de ella; que si llevaba la casa a cuestas, de pasar mucho tiempo al móvil o el hecho de ser extranjera. ¿Qué mal había en ello? ¿Se cubría de él? ¿Qué otra cosa se podía hacer en el camión? Ellos degustaban que Narco se inflara con el título de seductor de féminas. Con penosas historietas del año de la reconquista. Que a en él ya le quedaban lejos. Batallas típicas del don juan de utilizar a las mujeres en beneficio propio. Incluyendo a la hija de un famoso como estrella de la casa, digo del camión. Lo que hablaban durante las recogidas, y después retransmitían a dúo dentro de camión, que se les viera y oyera de protagonistas. Imberbes. ¿Por qué Narco intentaba camelarse a Reina? No más allá del que la puede meter dentro no la deja fuera. ¿Lo de todos?, y de los demás también. ¿Se puede estar todo el día con la picha entre las manos? Sí, ya sé que solo es de boquilla, ¿por eso lo dejo de mencionar yo? ¿De qué ¿Por dónde?

¿A quién molestaba Reina? Si allí no había nadie con su saber estar. Que le daba dolor de cabeza, decía Tuco. ¿Igual que mis cigarrillos o los nervios de Valentín? Entre otros complejos. Tuco no salía de ella, sin exponerla, claro. ¿Había algo en aquel hombre que no le diera dolor? ¿Para qué estaban los calmantes? Porque Reina encima de mujer, era extranjera, no más. ¿A quién perjudicaba que hablara en su idioma por el móvil? ¿Y? ¿No lo hacíamos nosotros? Como si el mundo no lo formáramos entre todos. Igual hablaba él, ¿o era mudo? Y tanto, como que criticaba su extranjería con el resto de los hombres, incluido el chófer Rubén. Según ellos, por el hecho que tener más beneficios sociales que ellos. Inaudito. ¿Qué le importaban sus cosas? El hecho de tener el tema de Reina más que gasto entre ellos, Tuco lo intentaba conmigo. ¿Creyó que podría interferir en mí? De memoria iba a la par que los gusanos. La bestia de Ángel no retenía nada en la cabeza, pero este se hacía el olvidadizo. Claro que, menos la inocencia, el resto es presunción. De qué. ¿Por dónde? A quien no presté la menor atención, que ya fue, por supuesto. Ahora se deshacía en hacerme señas con los ojos y la boca del enojo que sentía por ella. ¿Más de lo mismo? Cansino. Si pensó por un solo por un instante que iba a ponerme a su favor, solo quedó en su pensamiento. Si le valía para algo, que lo dudaba. ¿Tenía que estar con él o en su contra? Pues ya sabía el resultado. No solo por el hecho de ser mujer, que no, eso se lo dejé más que claro, sino como persona. ¿Qué daño les hacía? Vergonzoso.

Reina era Reina.

Entre verdes y maduras un viernes noche el capataz me llama por el móvil. ¿A cuento de qué?, me pregunté. Sin responder, desde luego. Hecho que repitió el sábado al mediodía. Vamos, hombre, lo que me faltaba. Si se creía con derecho a hablar conmigo fuera de la jornada laboral estaba de atar. De qué. ¿Por Dónde? No quedó que, el lunes siguiente, se plantara delante, en el parque, donde esperábamos por los transportes. Frente al punto de encuentro. Molesto por no haber contestado a sus llamadas el fin de semana. Al que me encaré respondiéndole que mi tiempo era exclusivamente mío ―como lo oyes―, que podía hacer con él lo que me diera en gana. Como que me dio la oportunidad de enfrentarme a él. ¿La iba a desaprovechar? Aunque no conforme me responde que no era para hablar de trabajo. De mayores veras para no atender a sus llamadas, le reproché. Que no tenía por qué llamarme bajo ningún concepto. Nunca. Esperando que no se volviera a repetir, que se deshiciera de mi número de móvil. Que allí no nos hacía falta. ¿No estábamos? Y menos a la hora en que lo hizo el viernes. ¿Quién creía ser? Porque ellos, los hombres se creen, pero no se saben. De los del ave maría, por lo visto. ¿Con su santísima purísima? ¿No era para hablar de trabajo? No sabía que para ejercer un oficio había que hablar de algo ¿Asunto de qué? De mayores veras.

Que fue para ofrecerme el día libre en el próximo puente, me insiste. ¿No era cosa de trabajo? ¿En razón de qué? ¿Se lo pedí yo? Además, si lo hubiera hecho, estaba en mi derecho. ¡A qué la privacidad! Ni lo había pedido ni tenía intención de hacerlo. Forma en que corté cualquier otro tipo de comunicación con él, que ya no tenía, por supuesto. A excepción de los asuntos de su cargo, que era nada. Él tampoco volvió a acercarse más a nosotros en el punto de encuentro. Excepto el día de la amenaza. Más tarde me dijeron que le desagradó que le plantara cara delante de los compañeros. ¿A quién sí? ¿Lo podía hacer él? Hecho que envalentonó a Valentín en los próximos días.

El capataz era de un ejemplo encomiable. Un mes antes del puente de Semana Santa dejó claro que era exclusivamente suyo. Sin dar oportunidad a ningún otro peón. Pues no podían faltar dos operarios a la vez respecto a los asuntos propios. Falso por su parte. Pero no, puente que solo disfrutó él. Porque ya tenía el billete de viaje para ir de pesca con unos amigos. Reiterándolo cuantas veces le vino en gana y las que no también. Y todo porque la semana anterior Valentín la había pedido delante de nosotros, allí, en el parque, un día de asuntos propios para final del mes en curso, el que recién iniciábamos después de Semana Santa. Un lunes, para ser más exactos, ya que el martes, como festivo, tenía opción de su deseado puente. A quien el capataz se lo niega, respondiendo que ya lo tenían Ángel y él. Queriéndole hacer la misma jugada. Pero Valentín le insistió, que él también tenía derecho si solo eran dos personas, pues podían acceder más operarios, siempre y cuando no faltara más de la mitad de la cuadrilla, según su información. Reprochándole el puente de Semana Santa, poniendo como ejemplo a la cuadrilla del licenciado.

El capataz tenía los números de nuestros móviles desde el primer día de trabajo. Con bolígrafo y folio en mano nos pidió que pusiéramos nuestros nombres y números. Con algún reacio que otro que a la vez lo hizo por privado. No fue de mi interés ni el uso que no hice. Para cosas propias del trabajo, con el grupo que formó de WhatsApp, según él. Del que se servía para dejar tonteras de vídeos sociales y subir fotos personales de copas con amiguetes los fines de semana. Solo hombres, puntualizaba. O sea, para estupideces, tirando por lo bajo. Aunque por prudencia lo mantuve escasamente un mes, pero en vista del éxito lo había eliminado. Simple.

Por gusto y no, Sócrates comenzó a llegar al punto de encuentro en el autobús de largo recorrido. Cosa que podía seguir haciendo con Próspero y Cándido, pero llegar en la camioneta le era imposible hablar con nosotros. Cuando esperábamos en el parque, los que fuéramos, y a la hora de subir a los camiones estábamos los que estábamos. Nos quería pedir al segundo grupo que a primera hora, en el parte de asistencia, solo firmásemos la entrada. Y la salida, al final de la jornada. Para que el capataz se viera en la obligación de estar de vuelta a última hora en el punto de encuentro; igual al comportamiento del capataz hacia Cándido y él, es decir, tomarse la revancha. Donde yo estaba de acuerdo, considerando que si solo firmaban ellos, el grupo del capataz, se quedaban en las mismas. No habría cambio alguno. Por eso no me negué, al igual que Valentín. Y según éste último, los únicos que lo haríamos del segundo grupo. Dado que Tuco se negaba a que los demás firmaran como pedía Sócrates. Pero sin llegar a un acuerdo posible. Porque ni Cándido ni Sócrates en el momento de firmar lo hacían solo en la casilla de entrada. Vamos, ¿quién le ponía el cascabel al gato? Quedándonos igual o en lo mismo, porque yo no iba a ser la primera en ceder, desde luego. ¿Entre delincuentes? Según los hechos, no lo hacía ni por mí.

Momentos en los que el capataz estaba en su salsa. El trabajo escaseaba. Con alguna excepción que le montaba la cuadrilla del licenciado, donde a veces les hacía acudir a retirar podas a última hora. Pues mantenía con el capataz su propio desquite. La situación era inmejorable para él. No nos íbamos más temprano porque se suponía que aquello era un trabajo al uso. Si bien patrullábamos la ciudad para hacer algo más de tiempo, pero cada grupo en su unidad y por su lado, desde luego. En los que el capataz aprovechaba para que Próspero le dejase en el punto limpio que estaba cerca de su domicilio. Así que en cuanto se acababa la labor de la jornada, en vez de hacer tiempo recorriendo las calles, el capataz mandaba meter algún trasto que hubiera fuera de los contenedores urbanos en la parte de atrás de la camioneta. Y tras hacerle una foto y mandarla al encargado. Quedando mejor que bien. Forzaba a Próspero a llevarle al punto limpio que él quería. Mandándose a mudar. De otra manera, al igual que el resto de la cuadrilla, lo dejaba en el punto de encuentro.

Días en los que Sócrates aprovechó para decirme que no pensó que me fuera a doler su intervención en el tema de Ángel, y el haber callado el tema de la camioneta. ¿Doler? ¿Por Ángel o por ellos?, me pregunté. ¿Qué no sabían cómo era el capataz? ¿Ahora? Vamos, que la reyerta entre ellos fue lo de menos, que lo acordaron para no echar más leña al fuego, o sea, que me ardieron. ¿Y? En cuanto a Ángel, pues no, no iba con él solo fue un simple recadero. ¿Cosas de hombres? ¡Muy hombres! Como si no estuviera en mí dejar que no se me suban más de dos veces a la grupa, y fueron unas cuantas, le dije. No es fácil encontrar las palabras adecuadas con las mujeres, siendo tan distintas, apunta. Al igual que ustedes. ¿De qué nos vale? Eso a ustedes les da igual, ya que nos tratan a todas iguales, o sea, para lo mismo… Como si no supiera que es una disculpa vaga, el decirnos que somos distintas, claro, para ellos cuantas más, mejor, ¿o no? ¿No somos meros patrones o formulismos? Recuerdo que en el cuartel, en el pabellón de los soldados, ya dentro de las literas, al primer resuello o jadeo de un recluta, acabábamos masturbándonos. Todos. Eso somos los hombres, concluyó Sócrates. ¿El segundo hombre que me lo confesaba? Cómo para caérseme los ojos al suelo.

Dando clases en una academia de cantos de cisne
Con Simón de Cirene hice un tour por el monte Calvario
¿Qué harías tú si Adelita se fuera con un comisario?

Frente al Cabo de Poca Esperanza arrié mi bandera
Si me pierdo de vista, esperadme en la lista de espera

(decimosexta página)

-Quinta parte-

La masa

Incluso sin acabar de hablar Sócrates, Valentín salió a escape a la cafetería de la izquierda del parque. Tanto fue el cántaro, digo Sócrates, al parque que al final Valentín se rompió. Tarde en la que Valentín no se lo pensó dos veces, sin dejar pasar su oportunidad se fue directamente a por el capataz. De profeta. Sabiendo que tomaba el primer café de la tarde con Tuco. Tuvo claro que era su momento y no lo desaprovechó. Encima, según él, llevaba unos días desilusionado con Tuco. Como si allí o en parte alguna tengamos que esperar algo de los demás. ¿Y por su parte? Tanto como de nosotros, desde luego.

Motivo que llevó a Valentín a enfrentarse al capataz. Quien le puso a la empresa por medio, a la cual había tenido que ir por su mala cabeza, acusándole de su pésimo control con la documentación del personal. Donde le dijeron que el parte de asistencia se firmaba en arreglo al horario, que para eso estaba y no para que hiciera él lo que le viniera en gana. Sacándole a relucir el resto de asuntillos pendientes, despachándose a gusto. De un solo golpe. Tarde en la que el capataz nos mandó firmar en el parte de asistencia solo la entrada. Al final de la jornada firmaríamos la salida. Última hora en que nos trató de malos modos, no solo por el hecho de encontrarse a esa hora aún por el punto de encuentro, también porque un accidente de circulación nos retrasó. Hecho que no se produjo la jornada siguiente, donde nos vimos igual o en las mismas, como hacíamos desde un principio. Esa misma noche, Tuco medió con Valentín a favor del capataz a través del móvil. Inconveniente que dejaron solucionado para el día siguiente.

No quedó que a los pocos días el capataz nos hace entrega de una nómina. Momento que aproveché para reclamarle una copia de un documento que le firmé una quincena atrás. En relación a los asuntos propios y el periodo vacacional. Eso no es asunto mío, son cosas de la oficina, chavala, me responde despectivo. Hasta ahí sabía yo, pero el documento se lo firmé a usted, le insistí. Además que se ahorrara lo de chavala que yo no le había dado confianza para que me llamara como a él le viniera en gana. Pues no me hubiese molestado en preguntarle si no supiese que era él quien debía devolverme una copia del documento. Pero lo volvió a repetir con regodeo, claro que yo tampoco me quedé con las ganas y le dije machista (con el perdón de los animales). Asimismo, que lo que pensase o dejase de pensar sobre mí, que se lo reservase para sí, que era asunto suyo y de nadie más. No acabó de repartir las nóminas cuando mencionó a Valentín, ya que no acudió a trabajar, mientras guardaba su nómina en la carpeta. Mira éste, después se queja si digo cuanto le descuentan de la nómina con lo que viene a trabajar. Sin miramientos sin dar la menor importancia a los que estábamos delante. Que no teníamos, por supuesto.

Con la incorporación de Berta al trabajo, me sabía de vuelta en el grupo del capataz. Debido que ese día no faltaba ningún operario en la cuadrilla. Sin pronunciar palabra con el capataz o con los compañeros, directamente me senté en el asiento trasero de la camioneta. Sin que hubiera objeción alguna. Aunque si me hubiese mandado sentar junto a él no lo hubiese hecho, ya no, desde luego. En modo alguno. Tarde incómoda en la que solo se oía el vozarrón de Ángel. Su voz sonaba más atronadora o ya la había dejado atrás. En su rutina de repetir lo que decían los demás, sobre todo de Próspero y el capataz. Hasta la hora ―para que te hagas una idea―. Sin embargo, su relación con las alturas había mermado. Había dejado de ser el amo de la carrocería. De la caja. ¿Se guardó a buen recaudo? Tampoco el chófer Facundo le reía sus gracias. No podía negar, que a pesar de nuestras diferencias y dejando al margen a Ángel, con Benjamín, Cándido y Sócrates en los momentos de recogidas éramos una piña. No había quien se echara a atrás. Rebajábamos la tensión o lo que fuera con un poco de humor o alguna que otra broma. Sin perder la armonía de estar en lo que estábamos. El segundo grupo era inexplicable la necesidad que tenían de ser tan inútiles. Madre mía. La lentitud era inaguantable, les costaba en cuerpo y mente. Sedentarios hasta decir basta. Por no mencionar que era un grupo de ásperos y secos a rabiar. Qué le íbamos hacer.

La tarde siguiente nos llevamos la sorpresa de ver llegar la unidad con la que iniciamos el contrato. No así la camioneta. Un día con otro no eran más que cambios. Los hechos sucedían deprisa. El camión lo conducía Facundo, con Próspero de copiloto. Unidad que, por cierto, ya habíamos visto en carretera con otros chóferes. Camión que ya nos había dicho Próspero que el encargado no le dejaba conducir. Quien mandó al capataz con el segundo grupo, diciéndole que él ocuparía su lugar. ¿Mandar Próspero al capataz? Por orden del encargado, le dijo. Algo que al capataz le desagradó bastante, por supuesto. Para quien todo se le hacían peros, aunque Próspero se cuidó muy mucho en decirle que no había cambio posible, ya que pretendió que Próspero se fuera con la unidad de Rubén. Que ejerciera de capataz con el segundo grupo. Segunda y última vez que el capataz se fue con el segundo grupo, forzoso desde luego.

Jornada que hicimos la faena de los dos grupos. La salida de Rubén, desde el mismo punto de encuentro, fue para ir directamente a la mutua. Como lo oyes ―¿Sabes lo que pasó?―. Efectivamente, el tercer hombre del segundo grupo. El accidente de Narco. ¿Qué otra cosa podría ser? Antes de entrar en el camión se le enganchó un pie entre los dos peldaños de la puerta trasera. ¿Tan accidental como la idea misma? A este no se le hizo tarde para que corrieran con él, no. ¿A la tercera fue la vencida? Como para pensar en utilizar otro medio, cuando nosotros viajábamos con las putas incluidas. Y él desconocía cualquier otra conexión con las mujeres. Por lo tanto, una más en su biografía, ¿qué importancia tenía? Desde luego. Quizá lo digo porque como putas solo sé de las escaleras. Incluso con dos peldaños.

Más temprano que tarde, en vista del éxito que tuvo conmigo el tema de Reina, Tuco lo retomó con Berta. En la gran ausente. Su regreso fue sin anunciarse y sin auriculares. De vuelta, después de pasar apenas dos jornadas en el grupo del capataz. Teniendo en cuenta que a Tuco, Rubén no le llegaba y Valentín se pasaba. Con la baja de Narco, el hombre quedó algo desprotegido. Pobre. No fue de extrañar que encontrara en Berta su salvavidas. O quizá le puso la mosca detrás de la oreja para resaltar sus virtudes, que las tenía. ¿Se echaron de menos o se ocultaba de sí? A saber. Nunca tuve interés por las alucinaciones ajenas. ¡De qué! ¿Por dónde?

Ahora, Berta era la que tenía en boca a Reina y su móvil. A ella no solo le provocaba dolor de cabeza, ella iba aún más lejos: le producía jaqueca. ¿Y antes no? Por la falta de los auriculares sería. Además, padecía de migraña. ¡Jesús! Es verdad, Tuco, decía de continuo, echándose manos a la cabeza. Comunicándose entre muecas el desagrado que le producían oírla al móvil. ¡Válgame Dios! ―Entre nosotras―. Nada peor que una mujer que imita a un hombre, de seguirle en sus absurdas tramas y enredos. La única que le seguía la jerga, comprándole todas las papeletas. ¿Después de haber pasado unos meses juntas? Cuando el capataz no las separaba ni en carreteras. Y al primer guiño de Tuco, ¿se hace la nueva? Inaudito.

Pero, Berta se definía como una mujer buena, según sus palabras, y quería lo mejor para Reina. No, no son palabras mías, por supuesto. ¿Cómo podría decir yo que una mujer es buena? Tendría que ser muy corta ―¿no crees?―. Berta tenía planes para Reina. Se daba en tiempo de hacer de casamentera, en tanto que Narco estuviera de baja médica. Puro contagio. ¿Cosas de familia?, o de dobles parejas, según se mire. El caso era que cuando volviera Narco no acaparara de nuevo a Tuco. En su misión de aduladora decía bien poco de ella. ¿En representación de sin pecado concebida? Qué de aberraciones ha cometido el hombre con la mujer. ¿Por no vernos? Ni siquiera mirarnos. Lo más cruel es que todavía lo sigan haciendo. ¿Por falta de confianza? Por sobrealimentarse, supongo, en sus aburrimientos no dejan de ser deprimentes. ¿Nuestra universal historia?

Estos más que de calle padecían de sofá; eran de reality. Como de esperar, con los días Valentín los ofició pareja; a Tuco y a Berta, por supuesto. Los consagró en el santo matrimonio. ¿Lo que hace la distancia lo destroza la cercanía? Para que después digan que no es bonito el amor. El de puertas adentro. Como si no estuviera en correlación con la Santa Moralidad. El de todos. «Y a ella el hombre la otorgó de pensamiento neto: un sucedáneo de lo masculino». ¿La alianza? Y Dios vio que era bueno… Prácticas, no más. De las que se pasan más tiempo haciendo y deshaciendo la cama que de disfrutarla. ¿Cómo en las mejores familias?, estaría bueno. Por hacerle el gusto a su hombre Berta desbarataba hasta la conciencia y la volvía a restaurar a conveniencia, desde luego. Según el anhelo. ¿Del amor y sus principios? Tantas patologías juntas eran de abrumar. ¿Además las mías? ―ya me dirás… ―. Aunque estos no me asfixiaban el movimiento ni la expresión verbal, por supuesto. Que lo intentaban. Con ellos decir una palabra más alta que otra era motivo de castigo, pero no me iban a limitar como el malababa del capataz y no porque no lo ansiaran en cada hueco. Sus guiños ahora corrían sobre mi persona. Aunque los viera, siendo ajena a ellos no les prestaba la menor atención, por supuesto. Al igual que Reina, no tenía el mínimo interés por el color de sus rosarios. Así que pronto pasé a ser en exclusiva la fuente de inspiración de aquellas bestias.

(decimoséptima página)

La masa

Con el alta de Narco, el clima se volvió más quejumbroso. En el regreso del hijo pródigo. Lo que fue echarse de menos estos también, mis niños. Fuera de casa, Tuco se había encontrado desolado, solo deseaba estar con Reina. Lo que es sentirse nadie. Aunque el matrimonio lo tomó en adopción. ¿Sin pecado concebida? Como para entretenerme en algo más que no fuera cuidar de mí, que ya era. Jornada en la que de nuevo tenía que irme con el grupo del capataz, pero me fue imposible. No estaba en mí volver atrás. Sin esperar las órdenes del capataz, que no llego, después de firmar en el parte de asistencia, me fui derecha al camión de Rubén. Invisible. A salvo de sus improperios o de volver a ser su presa ni de aguantar al bestia de Ángel, por supuesto. Aunque no dejaron de traerme el recado Tuco y Berta, quienes al interesarse por mi futuro más inmediato, me trajeron de obsequio que el capataz no quería verme ni en pintura. Pobres.

Tarde que con el grupo al completo se consolidaron; Berta, se sentó en la parte delantera del camión, entre Rubén y Tuco. Después de haberlo hecho yo cuando se incorporó Narco. A quien de entrada, imitándoles le hice ver a Berta que ese era mi asiento, en razón de la tarde anterior. Asiento que ocupé yo. Estrategia que no falló, agarrándose al asiento con más fuerza. Sin desprenderse del lado de Tuco. ¿Un pequeño chance? Mi salvación. La tarde antes la había pasado más tiesa que un regalo al recordar los días entre Próspero y el capataz. Por ser la última del grupo no tenía un lugar asignado y menos después de hacerlo por cuenta propia. Y dado que estábamos al completo, aun sabiendo que a Tuco le gustaba ir a pierna suelta, como decía Valentín, de gastar los galones que carecía a sus anchas. Forma en que pasé a ser tan extrajera o más que Reina. Volví a ocupar el mismo lugar que en la unidad del capataz, pegada a la puerta de la derecha, con Valentín a mi izquierda. Única puerta del asiento trasero del copiloto del camión. ¿El espacio de la perdición? Seguro.

El capataz tampoco se implicaba en ellos. ¿Motivo por el cual me sabía a salvo? Porque estos no iban a mangonearme que para eso ya me tenía yo, y era muy ducha en hacerlo. Como para ponerme frenos estaban ellos, y como para no saber yo cómo se las gastaban. ¡De qué! ¿Por dónde? Más cuando se sustentaron como familia con la intención de hacerme el vacío que calzaban ellos. Así somos de infames, digo las familias. ¿Tenía que lidiar con ellos? ¿Les decía algo yo? Como que me iban a silenciar, aun sin pronunciar palabra. Igual me daba por cantar mentalmente, que también lo hacía, ¿y? ¿No es la soledad propietaria de aquellos que se creen acompañados? Y ahora menos, no estaba allí para seguirle la corriente a nadie. ¿Y lo iba hacer con un hombre que solo se medía por lo grande? Menudos ejemplares, a cual más estereotipado; planos como el corte de un melón, desabridos como la gloria en la que se culminaban. Y éste, por no saber, no sabía ni hacerse el tonto que se sabía que era.

Después de cargar el camión de un segundo viaje en un pueblo al sur de la ciudad, y sin más labor por hacer, Rubén nos comunica que acabaríamos la jornada con la cuadrilla. Nos reuniríamos con el grupo del capataz para retirar podas en un barrio cercano del vertedero. Podas de la faena de la otra cuadrilla de la tarde, de las voluminosas, de las reyertas sordas que le preparaba el licenciado al capataz. Lugar al que nos dirigíamos, sin vaciar la escasa carga del camión. Barrio que cuando llegamos los compañeros estaban concluyendo el primer punto de recogida. De los tres por hacer. Situándose en paralelo al camión en el qué Próspero estaba al volante. El que normalmente conducía Facundo. Poniéndose ambos de acuerdo para distribuirse las cargas. Quien dijo a Rubén que recogiésemos el punto que estaba en dirección contraria a la carretera donde estábamos parados. Que él se iba a vaciar al vertedero, que a su regreso haríamos la parte alta toda la cuadrilla. Por ser la carga de mayor envergadura se transportaría en el camión que circulaba él. En tanto que Rubén descargaba la suya en el vertedero.

Al instante de irse Próspero, se nos para delante la camioneta con un chófer que desconocíamos, el capataz y tres compañeros. Al alcance de nuestra vista y oído. Dándole la orden a Rubén de subirnos al tercer punto de recogida cuando acabásemos de hacer el trabajo que estábamos haciendo. Diciéndole que ellos daban la jornada por acabada. No sin antes advertirle de que no nos dejásemos nada por hacer. A lo que Rubén le responde que eso no fue lo que acordó con Próspero. El cual solo había ido a vaciar al vertedero. Sin embargo el capataz le insiste, que ya lo había hablado con él, que estaba todo solucionado, despidiéndose socarrón.

Al igual que en Rubén, el descontento entre nosotros fue evidente. Donde no me corté a la hora de decir que si el capataz dio por finalizado el trabajo, nosotros deberíamos hacer lo propio. Situación que no era nueva con respecto al capataz. Ya en varias ocasiones nos había dejado tirado al primer grupo. Por eso me di la confianza en decir lo que dije, vamos, hasta por esos días, según los compañeros, que se mandase a mudar antes que ellos era un hecho. ¿Pero con la cuadrilla al completo? Era un golfo de cuidado. Rubén optó por ponerse en contacto con el encargado. Palabras que luego me recriminó Tuco. Hombre, claro, con los brazos cruzados en posición de capataz con Rubén también lo sabía hacer yo. Más que verlo venir lo veía llegar. No fue ninguna sorpresa ni de marcarle distancia, desde luego. No me cortaba a la hora de hablar ni de moverme por mucho que intentara otra cosa, no me podía. Con capacidad de expandir mi atmósfera, de alejarlo aun estando pegado a mí. Por más que se empeñase o despeñase en hacer de mandatario solo era otro más. Que por muy puesto que se viera o se creyera el único que podía hablar con Rubén, no dejaba de lucir el mismo uniforme de mamarracho que yo. Que si era por poder, al igual que él, lo teníamos el resto de los peones. O sea, ninguno. Faltaría más.

En la espera por el encargado lanzaba las palmas al camión de una en una. Lo equivalente al grupo y, a media voz, decía lo que me venía en boca. No necesitaba de nadie más ni me dejaba nada dentro. ¿Era para que me mandaran callar? ¿Por qué no lo hacía él?, callarse, por supuesto. Anda, después a Berta no se le ocurre otra que decir que ella aún no había dicho nada, que si dijera lo que pensaba…, en defensa de Tuco. No haría arder Troya, le dije, si lo hizo alguna vez, desde luego. ¿Importaba? Estos creen que la sal es solo para las comidas, por lo visto. Pues dilo, chica, la censuré. Vamos, como si cada uno no pudiese expresarse como quiere o le dejan, en este caso. ¿Hay más realidad que el momento dado? No me callaba, al contrario, me daban más fuerzas para seguir. Que el capataz se pusiera delante de nosotros una hora y media antes de acabar, de despedirse dejándonos en plena faena, ¿me iba a callar? Como si la vida no me regalase mejores momentos para callarme. ¿Y a ellos?

Menos aún en su ataque, que si a él no le parecía un abuso, a mí sí, le solté a Tuco. Desde luego. ¿No estaba a la vista? ¿Por qué callar donde no debo hacerlo? Que si no le gustaba que tapase sus oídos, fue mi última respuesta, yo también me hacía la sorda con sus impertinencias en el camión. ¿No las aguantaba? Que ahora hiciera él lo propio, que con hacerse el ciego tenía, ¿o no? Para después soltarme que allí no solo estaba yo que había más personas y que se ponían nerviosas. Sí, para lo que les concierne. ¿Se ponen nerviosos por mí o por ti? Son los mismos que oigo yo, donde tampoco me gusta lo que dicen, ¿Me has oído mandar a callar a alguien? ¿No sería por su apatía? Pero bueno, ¿quién se creía allí? ¿Qué se ponen nerviosos? Que yo sepa aquí no hay niños, le increpé, que si los hubiera tampoco estaría de más saber lo que hay, ¿o no? ¿A qué la protección? Para ti todo son nervios, concluí. Valentín también trinaba, pero temía a Tuco, y solo me lo expresaba con miradas. Vamos, como si tuvieran lazos de sangre, ¿la de los dioses? Para al final hacerse el chulo y ponerlos sobre aviso de lo que le iba a decir el próximo lunes; ya verán lo que le voy a decir el lunes al capataz, ya verán, se jactaba. Y tanto, en su frustración, de gracioso, le pidió un cigarrillo.

Era insoportable el comportamiento hostil en el que se vertían, ¿no iban a necesitar de la confianza? En quienes menos hay que confiar, sin que la confianza tenga mucha validez cuando se es, ¿o no? ¿Importa la susodicha? Cuando lo natural es fluir. Normal que no tuvieran nada propio, de su pertenencia. En las familias lo que se lleva la palma son las creencias. ¿Por dejar para mañana lo que se puede hacer hoy? En sus quejas se confiesan. Al margen de la idioteces mundanas vivir hay que vivir, y estos solo eran un subproducto de las insidiosas moralinas. ¿La unión familiar genera impersonalidad? Eran unos incapaces, ¿qué iban a saber nada? Eran de toma pan y moja, ¿su alimento primordial? Menuda panda de ingratos. En sus desidias, más que ganas de comer tenían hambre. Lo bueno, si se puede decir así, es que no llegaban a la hambruna. El comportamiento de Berta era tan bajo como el de las halagadoras, el de las mujeres que acampan a la sombra de los hombres. Porque nosotras tenemos nuestras prácticas, por supuesto, ¿por qué no las íbamos a tener? Sin duda. Ni tenemos porque faltar a ellas, por supuesto. ¿No las arrastramos todos? Como para negarlo. Vamos, como que entre nosotras, a la inversa que el hombre, somos más dañinas si cabe el serlo, y lo somos. ¿Producida por las moralinas? ¿Profesando por buenas para dejar por malas a otras? De qué. ¿Por dónde? ¿Secuela de las escuelas?

(decimoctava página)

La masa

Antes de llegar el encargado de zona, Próspero ya estaba de vuelta del vertedero con Sócrates de copiloto; único superviviente del grupo del capataz. Quienes tropezándose con el marrón desmintieron al capataz. Al que Próspero puso patas arriba por haberlo utilizado para tal fin. Él, mejor que ninguno sabía cómo se las gastaba el capataz, aunque por no ser de su competencia no intervenía. Sin dejar de insinuar que su actitud no era ajena en la empresa. El indeseable ya se daba el volteo no más acabar las faenas, antes de llegar hasta el punto de encuentro, ya que no se le dejaba donde él deseaba. Apenas terminaban con las recogidas, sin dar explicaciones se mandaba a mudar, dejando a Próspero y al personal bajo su cargo sin responsable.

Después de hablar con el capataz Malababa a través del móvil. El encargado escuchó a los chóferes Próspero y Rubén. Sin dejar de decirnos unas palabras a los peones. Quien reconoció que un capataz no debía abandonar su responsabilidad antes que los subordinados, pero en esos momentos no se podía hacer nada. Aparte de reconocer la labor quedó con que saldríamos una hora antes del horario la próxima jornada. Que por ser viernes, sería el lunes, pensé. Claro que el capataz, por aquella fecha lo hacía todos los días. Era lo que decían los compañeros, pues yo ya no trabajaba con ellos y, hacía nada, Próspero lo había confirmado. A mí no me fue suficiente, desde luego, estaba contrariada, faltaría más. Al final el encargado no hizo más que política, y sabiendo que sus formas son el fondo ya no sabía quiénes eran los delincuentes; los que daban las órdenes o nosotros. Pues el lunes siguiente, en el parte de asistencia, al comienzo de la jornada solo le firmaría la entrada, que se viera en la obligación de esperar para firmarle al final de la jornada. Hasta donde pudiera el capataz no me hacía una más. De qué. ¿Por Dónde?

La falta de responsabilidad del capataz era un hecho, pero el abuso de poder era insostenible. La primera vez que se marchó antes que nosotros fue el miércoles, la víspera del puente de Semana Santa. Tarde que Facundo sustituyó a Próspero. Nuestra labor consistía en recoger el volumen de residuos que recopilaban las cuadrillas del turno de la mañana, más la cuadrilla del licenciado. Tarde en la que el capataz se rebajó ante Facundo poniendo dentro del camión en entredicho a Próspero. Todo porque le diera el gusto de vaciar los residuos en el punto limpio, y no en el vertedero como decía Facundo. Lugar donde al fin y al cabo acababan todos los residuos. Antes de desprendernos de la carga desapareció de los alrededores, según nos dijo más tarde Sócrates. Cuando acabamos de descargar; que le había recogido un amigo en su vehículo, donde le esperaba, en la misma puerta del punto limpio. ¿Se podía ser tan miserable? Al único que puso sobre aviso de su marcha, después de añadirle que cuando acabásemos hiciéramos algo más de tiempo por la zona, ya que los turnos de la mañana, por ser la fecha que era, trabajaron bajo mínimos ese día. Dejando a Facundo al margen, a quien debió de informar, que cuando se enteró de que el capataz se había ido nos mandó subir al camión. De inmediato. Arrancando sobre la marcha hacia el punto de encuentro. Dando la jornada por acabada. Con la explicación de que si el patrón como responsable del personal había desaparecido, nosotros estábamos de más.

El lunes siguiente el capataz ya sabía que solo firmaríamos el inicio de la jornada en el parte de asistencia. La salida, al final de la tarde, por supuesto. En mí era un hecho, por propia cuenta y riesgo. No pensaba ceder, dijeran lo que me dijeran, pues hablaba con voz propia. Motivo que llevó al capataz a dejarse ver por el parque ese lunes, y aunque no dijo una palabra a los que ya estábamos allí, llamó aparte a Narco. Trasmitiéndonos después a Benjamín y a mí la amenaza del capataz. Sin llegar más allá de hacer cambios del personal entre los grupos. Valiente idiota, como que yo era exenta de cambios. La que más. Si él sabía lo que se hacía, yo también, pensé. Después de todo yo no encontraba los cambios desagradables, al contrario. ¿Llegaba a algo más? Aun sabiendo que nos va la vida en ello, porque es así. Como si los propios cambios no fueran dueños de sí. ¿Según el clima? Estaría bueno. ¿De qué la diversidad? ¿El mercadeo del mundo no es el sedentarismo?

Narco no tardó en correr hacia la cafetería en busca de Tuco, ya que el capataz se lo dijo de regreso de la misma. No todos los días recibía él un cuento de aquel calibre, el imbécil. Aunque solo regresó con Berta, pues Tuco no había llegado. Ahora sabe que lo dije yo, se queja el hombre, porque Benjamín y yo lo comentábamos con Valentín. Dejando caer que me fui de la lengua, vaya, como si tú no supieras callarte lo que te interesa. Y todos, me dije. Como si se le pasase por alto que el capataz lo cogió de recadero. Hombre, pues claro, te utilizó para que nos lo transmitieras, para que le firmásemos. ¿Por qué otra cosa se acercó a nosotros? Además, ¿de cuándo a dónde hablábamos? Será tonto. ¿No fue él quien corrió la voz? ¿Dónde estaban las pertenencias allí? ¿De qué éramos dueños? Ah, no, fue porque le quitamos la exclusiva, ¿por qué seré tan boba? Aparte de las vanas culpas, ¿qué tipo de existencia tienen los grupos? Claro, había que esperar por el juicio de Tuco. Los temerosos de los cambios, en sus creencias de que el tiempo existe. Imberbes. El iluso se pone cabizbajo. Entre tantos, otro payaso más, ¿el diagnóstico de los serviles?

Menos la familia compuesta por Tuco, Berta y Narco, Reina y Ángel, el resto le firmamos solo la entrada en el parte de asistencia. Tuco, quien les reiteró cuanto le iba a decir, como que no sabía que quedaría en aguas gruesas. Llegó en el último momento junto a Berta y Narco, quienes se retrasaron para firmar juntos en el parte de asistencia. Le pide un cigarrillo al capataz mientras le firmaba, ¿por no verse en ninguna situación?, estaría bueno. Él llevaba el grupo con mucho recato. El diplomático. Gracias que mis cigarrillos le dan dolor de cabeza, le soplé a Valentín. Por una vez el capataz hizo un cambio que no fuésemos Benjamín o yo, sin excluirme a mí, por supuesto. Con la firma de la jornada asegurada. Mandó a Ángel con el segundo grupo, a subirse en el camión de Rubén. A Valentín y a mí nos mandó subir en la camioneta con el resto del personal que no le había firmado el final de la jornada. Para no volver al punto de encuentro. Sin embargo, Valentín se negó en rotundo a cambiar de grupo, a subir en la camioneta, pues según él estaba haciendo lo correcto. A quien bajo amenaza, el capataz se pone en contacto con el encargado sin movernos del punto de encuentro por un largo rato. Sin que Valentín cediera. Al final, por estar ya Ángel dentro del camión de Rubén, por falta de otra plaza en el mismo, me vi obligada a subir en la camioneta.

El martes le tocó el turno a Tuco. Fue el que acercó al parque, dejando caer que se tropezó con el encargado, diciendo que teníamos tres tardes más de salir antes del horario establecido. Insinuándonos indirectamente que cediéramos con el capataz. ¿Se podía ser tan necio? Como si me mandara quedar en casa, con el sueldo incluido. Que por pedir no fuera, desde luego. No esperaba menos. Incluso así se repitieron las mismas firmas que el lunes. Vamos, más de lo mismo. Cada cual por su lado, por supuesto.

La tarde anterior el capataz lo sobrellevó como pudo, ya nos lo había hecho él una vez a nosotros. ¿Pensó que íbamos a hacer la misma gracia? Que no pasaríamos de ahí. Pobre. Acabadas las firmas no sabía qué decir. Aunque antes de que llegaran los transportes se lamenta, y pregunta si pensábamos continuar en la misma postura. Cuando Benjamín, Sócrates y Cándido le habían escuchado decir, en su habitual socarronería, del motín que padecía con ellos. Que la cuadrilla se le había sublevado. Porque usted solo vela por sus intereses, resuelve Sócrates. Benjamín era Benjamín. Entonces nos hace el reproche, al segundo grupo, de haber llegado tarde al punto de recogida el pasado viernes. ¿Por eso nos dejó tirados? me hice la ofendida, y no. ¿Por estar trabajando? ¿No tiene usted el cuadrante de las recogidas? ¿Qué hacemos aquí? ¿No llegamos a la misma hora? ¿No firmamos en el parte de asistencia por igual? Si firmásemos como se debe no pasarían esas cosas. ¿No lo hacemos ahora? Los interrogantes me salían a tropezones, sentía asco por aquel individuo. Imposible pronunciarse sin que el desprecio saliera a flote. Sinvergüenza.

Con los transportes, como alma que lleva el diablo Ángel se metió en la camioneta. Con la misma, aprovechando el claro, me fui directamente a la unidad de Rubén. Estábamos por salir cuando el capataz se acercó al camión de Rubén y me mandó bajar solo a mí. Sin negarme le pedí por favor a Rubén que esperase, ya que no pensaba subirme en la camioneta ni tenía la necesidad de hacer ningún número donde no debía. Cosa que hice. Después de acercarme a la ventanilla de la camioneta, y decirle con la misma que no me volvería a violentar más ni a trabajar con un acosador laboral, aludiendo a Ángel. Me di media vuelta. ¡Qué coño hablas!, tronó detrás de mí. Que sepas que tienes un parte, hora mismo doy parte de ti, entre otras gracias, vociferaba como un energúmeno, siguiendo mis pasos. Mientras me subía al camión. Salida que volvió a retener.

En el momento que Rubén puso la unidad en marcha le volví a pedir ponerse en contacto con el encargado por la emisora del camión. El cual se personó en el primer punto de recogida. Al que le conté el inconveniente que acaba de suceder; de negarme a firmar la salida de la jornada en el parte de asistencia, al comienzo de la misma. Respondiéndome era mi deber, que había hecho lo correcto. Contándole por arriba los hechos pasados, y el motivo por el que me encontraba en la unidad de Rubén. Él no solo no se extrañó, además, hizo medio chiste por haber ido incrustada entre Próspero y el capataz en la camioneta; entre dos cuerpos pesados, se sonrió. Me preguntó si quería denunciar los hechos, cosa que negué. Interesándose de cómo me iba con el segundo grupo, e insistió en que si quería denunciar los hechos. Ante mi negativa me mandó con los compañeros, a continuar con la labor en espera del capataz. Al llegar el capataz me volvió a sacar de la faena. Ahora hablaba con el capataz delante. Donde repetí lo dicho anteriormente, en espera de que el capataz expusiera su queja sobre mí. Su cara era de neón, los colores le iban y venían sin abrir la boca en ningún momento. El encargado reiteró el asunto de la denuncia, y que continuaría en el puesto que ocupaba en ese momento. Dando por zanjado el tema. La tarde siguiente el capataz no acudió a trabajar. Ni ninguna otra. Con él también se dio de baja la camioneta de las herramientas.

(decimonovena página)

-Sexta parte-

A la sombra

No hay que no se reduzca en interés de lo que está en curso. Con la marcha del capataz se inició mi desalojo. Aunque no tenía capacidad ni para un ave maría, Tuco se volvió imprescindible, pues no se movía un dedo sin consultarle. ¿El qué?, me preguntaba. Después de todo, en cualquier época los delincuentes encuentran secuaces para sus fines, o sea, sandeces. Los miembros de la familia se sujetaban en razón de sus acomodos. ¿No tenían bastante con sus tretas?, suyas eran. Como para intimidarme en lo más mínimo. Aquí ninguno se permitía el lujo de ser sobre otro o en mí no, por supuesto. No estaba yo para sus antojos, iban listos. Si Tuco les prometió la renovación inexistente del contrato, lo mismo que mandarme de regreso al grupo que capitaneó el capataz. Solo quedó en su honorable cabeza. ¿Se enorgullecía de lo pésimo que era? ¿Cosas de hombres? ¡Muy Hombres! La que en sus fines se forma de modo piramidal. Como dioses o la propia palabra. ¿A título de qué? ¿Por dónde? Como si el lenguaje no tuviera la capacidad de darles la vuelta. Si cuando las ideas adquieren la cualidad de sistema, ciencia, disciplina o escuela dejan de ser, caen en decadencia. ¿Qué me iban a contar? Ni tan siquiera decir.

Los chóferes se hicieron cargo de cada grupo de trabajo. De hacer valer los servicios. Próspero lo hizo de la documentación, quién ahora conducía un camión cerrado. Durante las firmas del inicio de la jornada, no se le ocurre otra que escogerme como mano inocente para que le dijera un número del uno al diez. Dado que con Sócrates en su día libre, al quedarse con solo tres operarios, para nivelar las manos, tenía que escoger a alguien más del segundo grupo. De añadir a su unidad un peón más, dado que el resto se sentía propietario de la asignación de los puestos de trabajo. A quien le respondí el ocho. Número que en el cuadrante figuraba el nombre de Tuco; al que le dijo que trabajaría con él. Cosa que rechazó de inmediato. En su empeño de que era yo la que debía ir, sin dejar de hacer presión en Próspero. Lo cual, por el encargado estaba exenta de hacerlo. Claro que, entre tantos males, tampoco me perdonaban que no dijera una sola palabra de la conversación que mantuve con el encargado el último día que trabajó el capataz.

Pero salvándole la vida, digo la tarde, Berta se aventuró a ir en su lugar. Normal. ¿Para qué son las mujeres? ¿Las sacrificadas? Tuco sentía rechazo por el grupo del capataz. Incluida yo, por supuesto. Ellos se premiaban a sí mismos como los mejores. Más desde que añadió a su diplomacia a una auténtica señora como Berta. ¿Lo demostraba su sacrificio? Yo que pensé en el ocho por mágico, me dije. ¿Por la unión familiar? Menudo chasco. Pobrecita mía, muy voluntariosa ella. Aun más en lo humana. En su continua dedicación a dar consejos a Narco, a quien recomendaba buscar una mujer buena, que él solo había estado con mujeres malas, le decía. ¿Igual que ella? Quién lo diría. ¿Nada es lo que parece? ¿No era para tomar ejemplo? Cuánto más se abre una semilla menos ausencia sufre el postigo, desde luego. ¿Hay algo más frustrante que la familia? Como suena. ¿En ellas se forjan los fracasos? No en balde dicen que son la cuna ―lo que te digo―, unos acomodados. ¿La herencia en estado puro? Unos nocivos, porque si les llamase jauría ofendería a los perros. ¿Las manadas son las dueñas de la sabiduría? ¡Y de las jaulas la simetría! Por supuesto. Una pena, ¿cómo generadora de las miserias?

Como dueños de sus pensamientos, en sus naturalezas, digo altezas, creían que me hacían el vacío. Sin que yo tuviera inconveniente alguno. En el camión iba a pierna suelta. ¿No teníamos una remuneración? Como si allí fuéramos algo más que números; en este caso cifras. Tarde en la que, haciéndoles la competencia a Reina, no paraban de ponerse en contacto por el móvil con Berta. ¿Qué le estarían haciendo aquellos cafres? Lo que debía de estar pasando la pobrecita… La tensión en el camión cortaba. Sin embargo por una vez, el momento me divertía.

Mi escondite, mi clave de sol, mi reloj de pulsera
Una lámpara de Alí Babá dentro de una chistera
No sabía que la primavera duraba un segundo
Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo

Por los tres mosqueteros con los que estaba mano a mano también me enteré de que la tarde siguiente nos quedaríamos en tierra. Que haríamos el servicio de barrenderos en la ciudad. Notificación que me llegó al final de la jornada. Fijándonos el lugar y el horario para la tarde siguiente. Al margen de Sócrates y Valentín. Forma en que se repitió el número ocho, los peones que restábamos en la cuadrilla.

Y cómo no, tarde en la que Tuco volvió a encontrar un hueco para decidir mi destino. Lo que tenía de altura y ancho lo crió en idiota. ¿Cómo cualquier líder? No quería darse por enterado de que no se me cambiaba. ¿Que pasé a ser intocable e intransferible? ¿Igual que los sustantivos abstractos? Ocho peones que el encargado de zona no tardó en asignarnos el recorrido del barrido. De mantenernos ocupados en una de las calles más largas y céntricas de la ciudad. Dónde se nos viera, como mero entretenimiento, en multitud de cuatro peones por acera. Tomando el mando del reparto del equipo Tuco, ¿he dicho equipo? En su empeño de volver a deshacerse de mí, fijó los grupos como no debía. ¿Hombre tenía que ser? ¡Muy hombre! A lo que me negué, por supuesto. Que al oírnos el encargado preguntó si había algo que no habíamos entendido. Encargado al qué le indiqué que estaba exenta de trabajar con Ángel. Sin dilación y sin hacerse esperar, se dirigió a Tuco señalándole no tener inconveniente alguno; usted mismo, le dijo. No se habló más. Le mandó con los hombres del primer grupo. ¿Fue a por la lana y salió trasquilado? O por compensar la tarde anterior. A saber.

Con los bártulos en mano, saliendo del recinto, en su consuelo; le decía Berta, pero tú quedaste como un caballero. Con la intención de que la oyéramos, por supuesto. ¡Y tanto! Grupo que acabó por formarse con Reina, Berta, Narco y yo. Mientras que Reina y yo hacíamos la labor de barrer y recoger delante; rezagados, en sus ofuscaciones, Narco y Berta se lo tomaron como un descanso. Él, de palanganero no soltó el cubo de las manos en ningún momento. Para quienes, en tanto y más, Tuco cruzaba la acera. Pobres.

Desde luego que prefería ir por libre. ¿No era mi mejor compañía? Cuando se está bien sobra cualquier cosa; cumplir y punto. No les iba a dar la espalda solo por sentir desagrado, ¿o sí? Con estos no me salvaba ni la campana, por supuesto, pero no iba a ser la hierba en la que pastaran. De qué. ¿Por Dónde? Con los años que llevaba sola, que no en soledad, no me iban a manejar unos chiflados. ¿Con lo que me restaba por estar allí? De qué eran propietarios. ¿En qué materializaban sus herencias? Qué razones había para apropiarse de lo ajeno. Eran un vómito de gente. Como si alguno quisiera estar allí, desde luego ¿A qué la rivalidad? ¿A quién vive con la sonrisa en los ojos? ¿Nadie es capaz de situarse en su espacio? ¿No somos habitantes del mismo? Pertenecerme era mi custodia. Aunque estos estaban lejos de conocerse entre ellos.

Enredados en sus dilemas de siempre; en lo primero, final o después, yo ya recogía ramas cuando Narco le dice a Tuco que por qué yo no recogía las bolsas y ellos se encargaban de la poda. Ya que los sabios estaban acordando colocar las dos cosas; una a cada lado de la carrocería del camión. Aunque sin darle tiempo a más, con la misma me giro y me encaro a Narco. ¿Cuatro contra una? Hasta donde sé la labor se hace entre todos, y no me han presentado a nadie con la función de capataz ni escuché decir que lo fueras tú. Apuntando como tal a Narco. Que no les iba a dejar hacerme el vacío durante el trabajo, dando por supuesto que allí no había partes ni enteros. Que dentro del camión o durante el descanso ya lo hacía yo, porque no estaba para nadie, por supuesto. ¿Acaso soy de corrillos? Cómo para aguantar el llevar o traer nada que no fuera en ejercicio de la tarea para la que se me contrató, que me importaban bien poco. ¡Faltaría más! Que no se les ocurriera mandarme hacer otra cosa de lo que ya hacíamos, como debía de ser, estaría bueno. Despachándome a gusto. Que sus teatros también los sabía hacer yo, pero conmigo, por supuesto.

No salía de una para verme en otra. Como si no les hubiera visto venir y llegar con la misma, ¿la tarde siguiente de barrer en la ciudad? Como si me importara algo de lo que acontecía, ¿entre basuras? Como si allí no lo fuera también yo. Pero no les iba a consentir nada, por supuesto, ¿quién era él para mandarme hacer o dejar de hacer? ¡Quién! Vaya, con la vitalidad con la que volvió, me dije. No me iban a hacer callar, siendo la que menos hablaba. ¡De qué! ¿Por dónde? Y menos Narco, que durante la baja de Berta ya intentó un par de escaramuzas como encargado de la caja del camión, al igual que Ángel era un hecho, ¿y? Esta vez las botas las tenía bien firmes, pero no acabó ahí la cosa, no, faltaría más. ¿Y por qué no puede ser?, me interroga. Y por qué no lo haces tú, te contesto, ¿por qué no recoges tú las bolsas y el resto hacemos la poda? ¿Lo quieres así?, te respondo yo. ¿Por qué mandar a otra lo que puedes hacer tú? Con más preguntas, porque por poder se podía, ¿quién decía que no? Como para sumar las cosas que hacemos, aunque, por tacto no debamos hacer. ¿Y?

Todo para después desdecirse en el momento que escuchó bajar a Rubén del camión. Ni por tonta. Claro que no, hombre, entonces para qué te pronunciaste en la dignidad de repartir la labor de las cargas. ¿Dónde estaba el pastel?, le espeté. Sin embargo, se mantuvo callado. En su lugar habló Tuco, apuntando que lo que yo decía no era más que cosas mías, producto de mi cabeza. Sacando a relucir el tema de Ángel, que lo que me pasó con él también fueron cosas mías. A este se le subía todo a ella y la quería hacer valer en mí. ¿Su diagnóstico más acertado? Sí, claro, paranoias mías. Cómo no. Más Berta por otro lado, a la que no le faltó qué hablar sin decir nada. Sin que ella tuviera voz ni voto, por supuesto. Su cometido no pasaba de ser la buena, religiosa para ser más exacta. ¿A juego con las moralinas? No de la Iglesia católica, decía entre sus galas dentro del camión, como si todas las religiones no tuvieran un creador de por medio. ¿Cosas de hombres? ¡Muy hombres! Pamplinas. Y todo para acabar que en su iglesia se decía que el mundo era cosa del diablo, que estábamos en sus manos y que ellos esperaban vivir en la otra vida. ¿En la del juicio final? ¿Se puede ser tan incapaz? ―¿Tú qué dices?―. Sin ni siquiera saber lo que conlleva imaginar un juicio de esas dimensiones. Su bajeza no tenía igual. Como si los cadáveres de un animal o del animal que se denomina humano no canten por igual, ¿o no?

(vigésima página)

A la sombra

No sabían cómo darme alas para que desistiera, aunque con ellos las tenía de piedra. Especialmente a partir de la tarde en que el capataz mandó a Ángel a trabajar en su grupo ―¿Sabes con qué les obsequió?―. Le birlaron una merienda de dulces. ¿Confirmando en lo buena que era yo? El muy gentil repitió la misma jugada que con los compañeros del primer grupo. Ejemplar que era el muchacho. Aun así, no volvió con ellos porque a Tuco no le agradó Ángel. ¿Trucando la intención del capataz? Como cualquier familia que se precie no eran asiduos a extraños. Eso sí, delante de mí, durante varios días estuvieron halagando su generosidad. Momento en que sus gestos lo transformaron en insultos indirectos. De los que no me daba por aludida por ser clavaditos a ellos. Suyos eran. Permitiéndome plantarles una sonrisa de oreja a oreja, cuando la inspiración les elevaba a su seno, porque, después de todo no había necesidad de hacerles pasar hambre, ¿o sí?

Antes se comían las mieles a escondidas, después de la generosidad de Ángel se volvieron espléndidos. ¿Qué no tenían otra cosa a qué hincarle el diente? Sabiendo que una familia se obliga a convivir cueste lo que les cueste, porque en sus carencias no tienen nada en común, encuentran lo que sea para echarse a la boca. Es un hecho. Para mí las familias son de lo más deprimente y denigrante con lo que tropecé en la vida, hasta decir basta. El reclamo más mundano, el recurso más idiota, la excusa más infumable, como para cansarme de buscar y de repetirme hasta quedar harta. En lo que no tenía ni un mínimo interés. Como para embarrarme en sus sandeces. Me las ingeniaba conmigo, que para eso me tenía. ¿Además, no pasa una mosca por donde entra un elefante? Si había que entretenerse en algo lo hacía con el entorno natural, que valía para eso y más. ¡Estaría bueno! ¿Lo que nace no se hace en sí mismo? ¿Qué necesidad había de manipulación alguna? ¡Ni temer! Cuando no responden a sí mismas. Incapaces de hacer nada por cuenta propia ni de hacerles ver lo contrario. Si desde los inicios la manipulación es cosa de los hombres. Muy hombres. ¿Al pan, pan y al vino, vino? ¿De qué? ¿Por dónde?

De resto no me mencionaban a Ángel. Si acaso, Sócrates, sobre el terreno cuando rematábamos alguna faena con la cuadrilla. Momento en que Ángel lo abordaba, propinándole un manotazo por la espalda, empujándolo hacia adelante. Haciéndome éste alguna que otra señal para luego decirme que le echaba todo el peso encima. Concluyendo que era como un niño, que no calculaba su capacidad, me decía, de lo imposible de hacerlo entrar en razón. Tanto o más inútil que yo desplegara los labios por eso. Imposible atender a las esterilidades. Me sacudía ligeramente los hombros, pensando que los niños lo hacen con sus juegos. Pero Ángel no sabía lo que era jugar. En su ruindad no dejaba de pensar que era un pobre diablo, aunque sabía lo que se hacía. Si Sócrates no advertía la acción de amilanar; para sus fantasías, prefería las mías. ¿Acaso era menos? Ni tampoco más, por supuesto.

Tarde en que por las inmediaciones del vertedero, en la parada que nos dejaba Rubén para ir a vaciar, al bajar yo, también lo hizo el correveidile de Valentín. Con la excusa de fumar. Porque ellos habían dejado de quedarse en tierra, seguían el camino con Rubén, digo con el capataz Tuco. En sus gracias de golpear la puerta detrás de mí. ¿Qué me iba a equivocar? Y yo complaciente, como si estuviera en mi gusto ir a la pestilencia del vertedero. De qué. ¿Por Dónde? Como hizo Valentín después de las palabras que tuve con Narco. ¿Para venirme con el cuento de la pena que sentían por la pérdida del capataz? ¿Aún con esas? Claro que Valentín ya no era asiduo a vernos por el parque. Ahora se encontraba por la cafetería con Tuco. ¿Tenía que halagarlo por su reciente ascenso? Que se había marchado por mi culpa, me dice. Sí, quizás iba siendo hora de ver la pena como la riqueza de la unión familiar. ¡Ojalá! Una basura menos, me confesé. Ya me hubiese gustado. Aunque nunca utilizaría a un pelele como él para ningún tipo de festejo, por supuesto. No se podía ser tan ínfimo a la hora de ser explotados por menos y por nada. Y menos por quienes tenían más carencias que él, que la de Valentín, desde luego, que ya era. Con que les dio pena su marcha, mucha, le respondí, a mí también, como que no duermo por ello. ¿Acaso sientes pena por ti? Y tanto que se las devolvía. Cómo para quedarme corta. Donde ni ganaba ni perdía ni me cortaba a la hora de ir más lejos, porque no eran más que huevos pegados a un pelo.

Como que le iba a seguir sus pavadas en los rodeos en que se dilataba. ¿Y todo por creerse que le iba a decir algo sobre la pasada tarde? La que estuvimos de barrenderos en la ciudad. A la que a él mandaron con Sócrates a barrer un parque, ¿y? Por mi parte no le dije ni media palabra, para qué, o para no saber que venía de mandado. Ya, al inicio de la jornada, Tuco había sermoneado a Berta dentro del camión por haberle preguntado a Próspero, en la firma de asistencia, en qué unidad debía subir. Tú no tienes por qué preguntar nada a nadie, le regañaba. Que ella ya sabía cuál era su puesto, que no se vuelva a repetir, ultimó el muy señor. ¿Es cuando el enamoramiento se transforma en posesión? Los amedrentados. Pues sí que se aclaró el hombre, que por mucho que se mirara no se veía. ¡De qué! ¿Por dónde?

Vamos, con Facundo y Próspero de chóferes, la tarde siguiente de la baja del capataz, trabajamos la cuadrilla al completo. En el descanso de las dos unidades animaron a Ángel a ponerse en contacto con el capataz. De interesarse por su salud. Que no fue otra cosa que mientras Ángel hablaba con el capataz por el móvil, ellos se carcajeaban sonoramente detrás de él. También la noche anterior, en el apartado de observaciones, el capataz había dejado escrito que la cuadrilla eran unos herejes. Sin excepción. A quien no dejó de linchar también su protegido esa tarde. Después de haberles visto y oído, ¿qué tenían para decir sobre mí? Para no saber que el mundo nos gasta la vida inútilmente. De ver lo que me rodeaba sin mirarme en lo establecido. De qué valemos si somos incapaces de darnos a los sentidos. ¿En la rivalidad andamos de canto y en lo horizontal al quebranto? ¿En qué quedan las competiciones? ¡Estériles! Con lo poco dados que somos a las obras, ¿hay mejor ejercicio de lectura que la sonrisa visual? Como que me importaba gustar o no gustar, ¿allí? Ni en sitio alguno.

Por mucho que les apeteciera no era un cadáver más. Claro que, entre basuras el grado de persona nos quedaba grande. En sus regímenes se dejaban ver, vaya que si se dejaban ver; pero, cualquier vestido es un trapo si no soy capaz de imaginarme dentro de él, ¿o no? Como que vivía solo para ver la bóveda que llaman cielo y no la burbuja en todo su esplendor. ¿No habito dentro de ella? ¿No soy un espacio dentro del espacio? Como si se me escapase que no hay más energía que la que nos circunda y no la que muestra un plano o mapa de las planas cabezas pensantes de los hombres. ¡Muy hombres! Para ver que lo que llamamos Sol, por sí mismo no se sostiene su existencia, ni la Tierra gira en razón de su complacencia, ¿Con su Dios y semidioses? Sí, en arreglo a nuestra naturaleza, ¿no se alimentan por igual? ―Tú qué dices―. ¿No es lo que genera nuestro ambiente? Lo que habita entre nosotros. ¿A qué la disculpa de que no se puede afirmar o negar la existencia Dios? ¿Por intereses creados? En su literatura, como tal no tiene igual, como cada una, únicas en obra, ¿o no? Para después decir que la religión ayuda a ordenar y encontrarle sentido a la vida. ¿A Dios rogando y con el mazo dando? ¿Y todo por no ver nuestra naturaleza? Porque las mentes no dejan de saber lo animales que son. Todas.

Ya decía Benjamín que no me hacía falta nadie para pasarlo bien. No se equivocaba. Después de todo en atención y atendiendo a sentirse a gusto con una misma, por supuesto. Desde mucho y más. En la gracia personal de tropezar; en las duras y en las maduras. ¿No iba a aguantar sus refriegas? Como si me sorprendieran. Aunque no precisamente con ellos, si cabía, lo triste sería no sorprenderme de mí. Y el espacio no dejaba de ser idóneo. Quien era nadie para darme algo por válido lo que mi naturaleza dictaba lo contrario. A ver quién era el guapo que se atrevía a ponerle peros a mis movimientos o rejas a mis sentimientos. ¿Dónde la edad de la vida? No les daba la satisfacción, desde luego. Ni había perdido ni se me cayó ninguna de las edades cumplidas. ¡Quién pone fecha para ser o dejar de ser! ¿Qué no tenía edad para equilibrar los bordillos de las aceras? ¿Les incomodaba verme de trapecista en aquel circo? ¿Y? Como que ganaban algo más de lo estipulado. ¿No estaba todo pensado? Como para desvivirse por los negocios ajenos. Ni que la vida sea un regalo aun dándose tal cual es, ¿no hay que aprender a vivir con lo puesto? Como que nos hacemos a nosotros mismos, ¿qué me iban a decir? Ni siquiera mostrar. ¿Debía conformarse con las ideas de otros? ¿Hacer de sopa gansa para los demás? Como si la palabra no la conformase la comunidad de hablantes. Ni que las mentes sean tontas. Si arrastraban sus pésimas existencias por nulos allá ellos. Como si pensar no nos remita a la inventiva. Incluso a los seres pensantes que no eran, por supuesto. Que la vida es otra cosa. ¿Y la querían sin cargo alguno? ¿Para qué engañarnos? ¿Por decir lo que a otros les gusta oír? ¡De qué! ¿Por dónde?

(última página)

A la sombra

Al igual que yo, el camino se les hacía corto. ¿Por eso se empeñaron en ir más lejos? Qué inconformistas somos, ¿verdad? Y todo porque iba a mi aire, incluso respirando el mismo que ellos. A ser posible, sus gustos eran estar echados todo el tiempo. En el empeño de hacerse conmigo, en sus debilidades, cuando más inmersa estaba en medio de la faena con residuos de jardinería. En la rutina de recoger las ramas de matas y alzarlas a Narco a la caja del camión, en un momento, no acabé de girarme y quedar paralizada entre el camión y la puerta trasera que me echaron encima; atrapada a los pies del mismo. En su peso de dos metros y medio de larga. Clavándome en la tierra. Que paró Tuco en el instante de llegar a escasos centímetros de mi cuerpo. Dejándome perpleja, en suspenso. A quien me quedé mirándole en silencio. Sin moverme. Mirada que le seguí a cada uno de ellos. Hasta donde mostraban sus ojos. No solo por el hecho de que me vieran, también que supieran que sabía que fue intencionado. Como para esperar otra cosa de aquellos descatalogados seres ―Ya me dirás―. ¿Entre maleantes? Sin atender a motivo alguno y sin medir las consecuencias. ¿Por el hecho de ser poseedores de la razón? ¿No es de cada cual? ¿Quién se la arrebataba? Miserables. Incluso sin saber lo que me pudiera acontecer estaba en alerta. Como para no caer en la cuenta cuando Tuco dijo que lo de Ángel fueron cosas mías. ¿Tenía que mostrar que no tenía la cabeza en mi sitio? Sin duda. Mientras Tuco terminaba de abrir la puerta, a su lado la sumisa de Berta se echaba las manos al vientre diciendo que todavía tenía el susto en el cuerpo. ¿Todavía? ¿Al instante? Si se hubiera dado algo más de tiempo me hubiese satisfecho lo dicho, ¿o no? Tampoco era de razón el uso de una frase hecha ante un hecho fortuito. Como si no lo tuvieran pensado o preparado, que para el caso daba lo mismo. A mí, como poco, se me hubiera desgarrado un grito. Que no tuvo lugar.

¡Tuco es un héroe! ¡Tuco es un héroe!, ensalzado gritaba Valentín. Saltando con los brazos en alto. Desplazándose hacia atrás para que Tuco acabara de abrir la puerta. En su inconsciencia. Bullía. Espavientos que carentes de credibilidad, por supuesto. A quien de jirafa le alcé más el cuello. En tanto que oía a Tuco decir, entre otras torpezas, que me quedé blanca como el papel. Con la intención de que montara algún número, de que armara un escándalo. Pobre. Ya les hubiese gustado. Si creyó que me iba a poner a dar voces, o ponerlo en conocimiento de Rubén, que estaba dentro de camión, iban listos. Satisfacción que no les daba, desde luego. ¿En que se sentían amenazados?

Entre las dispares exclamaciones, Valentín continuaba sus alardes, preguntándole a Reina, con la finalidad de hacerla partícipe que cómo se decía héroe en español. La única que permanecía ajena. Esperaba retirada, cargada de ramas en espera de retomar la labor, de que concluyera la fiesta. Reina era Reina. La que no dejó de responderle que igual que en español: geroy. Cuánto retraso, qué desperdicio de gente, pensé. Valentín, interminable en sus comedias, decía que debería de pagarle, como mínimo, una merienda a Tuco. Por su heroicidad o en su cobardía ―vete tú a saber―. Que se la había ganado con creces. ¡Que me salvó la vida! ¿Y la de cuantos más?, por lo visto y por lo que no, no solo era cuestión de estar.

Sin mediar una palabra, dejándolos en sus pasatiempos me alejé a fumar. Observándolos en la distancia. En panorámica, el espacio que restaba de podas alcanzaba poco más que el largo del camión. Antes, Tuco se había encargado de coger del cajón de los materiales los bártulos para retirar los restos de los residuos que recogimos de la carretera. Restos que barrió hacia el barranco. ¿De cuándo a dónde se encargaba de esos quebrantos? Tramo donde estaba aparcado el camión en el instante del suceso. Después de pedirle a Rubén, que se mantenía al volante, dar marcha atrás para acercarnos más a las podas. Las cuales se encontraban amontonadas al borde de un barranco, a lo largo de una parada de autobús de largo recorrido. Tiempo que aprovechó para soltar el soporte de seguridad. Hecho que no tardó en pasar. ¿Y antes no? Ni siquiera en esos momentos, porque si estaban detrás de mí, mientras entregaba la poda a Narco el golpe se lo hubiera llevado otro. Si hubiera sido accidental, claro. Aparte de correr bastante brisa, trabajábamos demasiado pegados y para colmo de males el desnivel de la carretera inclinaba la cabeza del camión hacia delante. Al final hice como si no hubiese pasado, que no pasó. No me iban hacer mover del puesto que ocupaba, y menos por el restillo en tiempo de estar con aquella gente, me dije. Sin restarles méritos, por supuesto, puesto que apañados eran. ¿Me tenía que dar por amenazada por eso? Para seguir sus reglas estaba yo, de qué. ¿Por dónde?

Camino del vertedero iban más silenciosos de lo habitual. ¿En espera de lo que pudiera decir? Cuando los hablantes eran ellos. Vamos, como que antes de llegar al vertedero no esperaba por el golpe de la puerta; me giraba y la cerraba. Aunque después de unos días, se vuelve a bajar Valentín. ¿A sopesar el miedo o acompañarme a denunciarles? Menos lo que pudiera pensar yo, cualquier cosa, seguro. Que no hacía con ellos; pensarles, por supuesto. ¿De qué? ¿Por dónde? Los movimientos que pudiera tener yo quedaban lejos de los suyos, desde luego. Cómo para ponerme límites nadie. ¿Era lo peor que me podía pasar? Morir no, por supuesto ―¿qué nos maten?―. Incluso así tampoco está reñido con la vida. ¿No se nos da como tal? En partes y en su totalidad, vamos. De la cual no somos ni de su incumbencia. Cuando no pasamos de ser meras flaquezas. No por tener un nombre propio al que agarrarnos o del que enorgullecernos dejamos de ser naturaleza. ¿Por dónde? ¿Vive el mundo reñido con la vida? O con el sistema que, en este o en cualquier caso da lo mismo. ¿Es el mundo lo global del invento? O no. El responsable del camión era Rubén, le decía a Valentín, ¿no pensaron en eso? ¿Y si hubiese pasado una desgracia? Que no creyera que se iban a ir de rositas, que ellos eran tan culpables como Tuco, ¿por qué no? Sabiendo que él tenía problemas judiciales. En sus alturas, ¿me iba a cortar por eso? Sin que importara lo que pudo pasar, y no pasó, para mi seguridad, me aproveché y les ataqué por medio de él. También con la intención de motivarlos, claro, quizás estuvieran necesitados de movimientos. Pobres. Con lo poco propensos que eran a las manos se veían en oposición, pero lo último por hacer sería renunciar a mí, desde luego.

Siempre nos podemos dejar hacer, nunca que nos hagan. La estupidez de Valentín me fortalecía. ¿Volvía sobre lo mismo? Quizás esperaba que me diera por atacada. ¿Para qué ellos se hicieran los ofendidos? ―o vete tú a saber qué―. Vamos, pregunte usted mañana… Sin embargo no me moví del sito, reiterándole que sus intenciones no solo las sabía yo, que al encargado no se le pasaba por alto cuanto sucedía en las unidades. Como si no supiéramos que se puede matar a lo que se dispara, no por eso es acertar. ¿Qué piensas? Cualquier vehículo particular que veas por la carretera puede ser un inspector. Estas últimas palabras de haberlas oído, es decir, fueron inventadas, proyectadas por el momento. Como si no habláramos en razón de nosotros. Mezquinos. No sé a qué la insistencia de hablar donde no había de qué. ¿Qué me importaba aguantar a una familia? Como que carecí de ella. Pero estos no les llegaban a las suelas. Con ella, desde lo más profundo, desde las entrañas de la tierra vi nacer las aguas. ¡Hasta unirse en océanos! ¿No fue mi familia la que me obligó a forjarme en la unidad en la que me miraba? ¿Qué me iban a contar? Como si hubiera más grandeza que la distancia. ¿De qué la naturaleza de la vida?

Sin importar lo que yo pudiera o no pensar, hoy por hoy, entre tanto espiritualismo e inventos a la mayoría de la gente la naturaleza les queda pequeña. Aunque aquí no necesitaba de olfato, ya se delataban ellos solos. ¿Por exigencias del guión? ¡Venga ya! ¿Igual al certificado de buena conducta que les prometía el capataz? ¿Les había matado el incentivo? ¿Dónde creían estar? Total, como parásitos no dudaba que el cielo ya se lo habían ganado, ¿o no? ¿Qué más querían? Si Valentín pensó en darse en razón a mi costa, no le hice lugar, por supuesto. Ni por el margen de error, que ya era.

A nadie le dije algo más que no fuera el recado que mandé con Valentín. Como para no saber que se enriquecían entre engaños y estupideces, con motivo de darse en sus interminables chácharas. Políticos que eran los muchachos. ¿Qué se podía esperar de quienes pensaban que el mal era trabajar? Por mis labios no salió una palabra más, incluso volviendo al lugar de los hechos con la cuadrilla. Que ni ellos se atrevieron a mencionarlo como el incidente que no fue. Quizás si lo hubiesen insinuado, lo hubiera negado yo; aun sabiendo que no hay sustancia en lo que pudo haber sido y no fue. ¿El dolor que no se comparte da más frutos al recolectarse? Menuda panda de ingratos, incapaces de ver más allá de sus ombligos, sin más iniciativa que sus propias quejas. Solo se servían de sus verborreas, moverse de sus asientos era matarlos. Vamos, como si el jolgorio no tuviera autoría propia. ¿Qué pintaba yo? ¿Debería asustarme por eso? Si ya casi estábamos con un pie dentro y el otro fuera. Con estar juntos se daban por contentos, ¿y?

Suceso que no se volvió a repetir, ni ningún otro. El que no estuvo falto de que se fueran de la lengua, por supuesto. Aun sin llegarme un solo comentario, no se me pasó por alto que mis primeros compañeros, después de dos meses largos, estuviesen preguntándome de cómo me iba con el segundo grupo. Interrogantes que delataban el hedor del bienhechor. Después de todo Valentín no formaba parte del clan familiar. Aunque de por sí, aparte de correveidile, dejaba mucho que desear, en varios aspectos, pero sobre todo en lo personal. Y lo último que hablamos más que expresarme fue quitarle la mierda al palo. ¿En la que se guardaba?

Con Próspero de piloto. Las dos últimas tardes se trabajó con una sola unidad. Compartiendo las tareas de los grupos por turnos; en el camión y barrido de calles. En las que traía consigo el material necesario para mantenernos ocupados por los alrededores del punto de encuentro. Quedándonos en tierra la primera tarde, Próspero se lleva de nuevo a Berta. Con la consiguiente protesta del grupo por deshacerse de mí. Aunque no hubo una sin la otra. La última, al ir de recogidas tuve que volver a aguantar que, excepto Reina, se negasen a subir en el camión. Tarde que como despedida la querían pasar en familia, como suena. ¿El manifiesto que nos taladra? Indicándoles Próspero que si tenían algún problema se pusieran en contacto con el encargado, que él cumplía órdenes, y no tenía por qué esperar por nadie. A punto de arrancar con Reina y conmigo, les dijo, que se iba sin ellos. Donde acabaron cediendo. ¿Fue para darles el gusto de quedarme en tierra? ¡Ni por capricho propio! De qué. ¿Por Dónde?

No faltó que en carretera, Próspero en su primera y última tarde que trabajó con el segundo grupo. Última porque se acabó lo que se daba, y gracias. Nos contó una anécdota con la unidad que conducía Rubén, y él en esos momentos. De varios años atrás, al poco tiempo de ser contratado por la empresa, y como no podía ser menos, en relación con la puerta trasera del camión. De olvidar encajar la puerta con las cadenas de seguridad, abriéndose en carretera, chocando ésta con el vehículo que tenía detrás, eso sí, sin víctimas. Ni con esas tuvieron el valor de decir nada. ¿Lo iba hacer yo? ¿Solo por prestar atención a los caprichos? ¿En qué basamos los hechos?

Acabada la jornada, de regreso al punto de encuentro, más que despedirme de los compañeros lo hice con un hasta luego. Sin dejar de permitirme otro contento más; el plantarle a la familia una amplia sonrisa hasta perderles de vista. ¿No estamos? Como persona ―¿no fue para hacerles sombra?―. Y mirar más lejos… ¿Es la noche lo más oscuro que posee la vida? Y en su postura, ¿dónde mejor nos podemos ver? Donde vemos el elemento que media entre el nervio y la materia: la Luna, ¿cómo el efecto óptico que es?

Los hombres inventaron el tiempo. ¿De nosotras el movimiento?

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Fragmentos de “La canción más hermosa del mundo”, de Joaquín Sabina.