ACERCA DE LOS GRANDES LIBROS Y DE LOS GRANDES AUTORES
Eduardo N. Cordoví Hernández
Parecido a Cervantes, solo por la omisión de “en cierto lugar de La Mancha” donde ocurren los hechos que narra, y no como él que 'no quiso acordarse", sino porque yo no me acuerdo de veras dónde leí estas ideas que alguien, a quien no conozco, firmara como X y que ahora vengo a compartir, departir o lo que sea.
Amigo, X, permítame que lo nombre, me llamaron la atención las ideas que escribió acerca de que no existen “grandes libros”, sino “grandes autores”; respeto y defiendo su opinión y su derecho a exponerla. Igual me siento con derecho a expresar la mía y hacerlo no significa que suponga, crea o menosprecie su criterio. El asunto es que pienso diferente y deseo opinar dado el derecho señalado sobre la libertad de expresión.
Desde luego que existen los grandes autores tal como usted dice, de la misma forma, digo yo, que existen los chiquitos, los calvos y los autores flacos y hasta los gordos, según la opinión de muchos; cosa que también respeto mucho (valga la redundancia), yo creo mejor que existen los autores, así a secas, lo demás no son más que adjetivos, es decir: opiniones, valoraciones, que pueden ser acertadas, falsas, relativas, deficientes, subjetivas y hasta discutibles… en fin, por ahí pa´llá y, si hubiera que ser preciso, diría que no son más que palabras. La mayor parte de las veces, los llamados «grandes autores», en ocasiones no han sido más que autores con suerte, igual muchos «grandes autores» dejaron de serlo luego de pasar unos cuántos años, siglos inclusive; no pongo datos para no pecar de excesivo ni de querer parecer erudito. En el mejor de los casos, lo dejo como ejercicio de tarea para fomentar el interés investigativo.
Y, aunque pasa igual con los libros, al menos en mi opinión y en la de muchos otros con más autoridad y prestigio que yo, –lo cual es un eufemismo, ya que «más autoridad y prestigio que yo», tiene cualquiera– a quienes tampoco nombro por idénticas razones, sí creo que existan los grandes libros. Muchos de ellos son hoy considerados «grandes» por razones que ni siquiera estuvieron bajo la sospecha de sus autores cuando fueron escritos.
Quiero decir que, eso que llamamos hoy, «grandes libros» porque encontramos en ellos ciertos valores, son valores de los cuales, sus autores ni siquiera tuvieron un atisbo.
Los tales valores, les fueron descubiertos por la crítica contemporánea, por el juicio de investigadores más o menos recientes y atribuírselos a los autores, a veces, parece un tanto exagerado.
Por otra parte, en la antigüedad era costumbre o normalidad que los autores ¡no sólo de libros! Sino, también, de cualquier obra artística, atribuyeran la calidad o distinción de estas, no a sí mismos, sino a cierto dios, divinidad o demonio, musa o entidad que le era ajena; con lo cual rehusaban esa cierta complicidad personal con la gloria, de la cual se reconocían como vehículos o medios, pero no como reales autores en el sentido en que hoy encomiamos a los artistas. Muchos de estos son bastante poco dados a la humildad. Hasta les parecen pocos los reconocimientos otorgados. A veces, llegan a exigir, más atención de la que se les dispensa. O se quejan con los íntimos, por no recibir el premio que se le otorgó a un colega.
Y, a observar, darse cuenta y reconocer en uno tales flaquezas de juicio, vanidad, presunción o pedantería, es a lo que llamo volverse uno persona algo que debía ser lo primero que ser, mucho antes de querer ser otra cosa como escritor o cualquier otra profesión u oficio cualquiera. Pero como desde hace un tiempo a esta parte creo, eso de considerar que la vida deba ser de cierta forma, o que las personas deban o no volverse personas es algo que se halla en el ficticio terreno de las ideaciones, de los supuestos del futuro, todo lo cual tiene con la realidad un contacto bastante remoto por no decir que ninguno.