✶UNA ESTRELLA INESPERADA.
Comprendí que sin fluido vital no podría hacer nada con Sandro de momento, salvo asegurarme de que todos sus circuitos estaban aparentemente intactos. Eso fue lo que hice aquella primera noche, al menos con las piezas y materiales que podía ver. Hago esta salvedad porque los circuitos sutiles, lo mismo que el fluido etérico vital, son invisibles al ojo humano y reptiloide promedio. Sólo los Blancos pueden ver ese tipo de cosas, y yo no me acerco a esa gente ni por todo el oro del mundo.
A la mañana siguiente, tenía la cabeza hecha un lío. Supongo que había soñado con millones de posibilidades, aunque al momento de despertarme no recordaba nada. Cuando saqué a pasear a Bob por los alrededores de la colmena, ni siquiera el hedor post-tormenta ácida logró sacudirme el embotamiento que llevaba encima.
La verdad es que Bob estaba como si tal cosa, saltando feliz y corriendo detrás de un palitroque para no variar. Parecía no afectarle en absoluto que tuviéramos un prototipo robado en casa, con todo lo que eso conllevaba. Por mi parte, a mí me temblaban las piernas de sólo pensarlo. No sé cómo explicarte; estaba teniendo una especie de golpe de realidad como el que tendrías después de una gran borrachera en la que, según tus recuerdos, tienes la certeza de haber hecho mil locuras sin saber realmente cómo fuiste capaz. Me decía a mí mismo: “eres gilipollas, Any. ¿Crees que nadie va a darse cuenta?”. Porque, por supuesto, la desaparición de Sandro no iba a pasar inadvertida en Metalas. Rayos, ¿en qué pensaba cuando la tomé en brazos para llevarla conmigo? Seguro que había dejado rastro y pistas por todas partes, a pesar de haber puesto cuidado infinito en cada uno de mis pasos.
Lo cierto es que tuve unos momentos de pánico letal mientras me vestía para ir al curro. De pronto no supe qué hacer, si ir a las instalaciones y pillar mopa como si nada hubiera pasado, o largarme directamente al destino más lejano posible. Escapar era un disparate, si consideras que tenía que hacer las maletas, volver a meter a Mamá en una bolsa, agarrar a Bob y cargarme a Sandro sobre los hombros o algo así. Era evidente que si íbamos al aeródromo de esa guisa nos iban a arrinconar, a cachear y, probablemente, a hacernos el peor interrogatorio de nuestras vidas en un cuartucho con vistas al calabozo. Así que sólo quedaba la posibilidad de subirnos a la furgoneta y salir huyendo hacia ninguna parte como ratas, o como fugitivos de alguna secta satánica que nos hubiera amenazado amablemente. Empecé a reírme sólo por imaginarmelo.
Al final fui al trabajo, sabiendo que perfectamente podría estar de camino al matadero o a la peor encerrona de mi vida. Pero lo cierto es que en Metalas todo estaba como siempre, y nadie parecía haberse ni tan siquiera enterado de lo sucedido. Ni un maldito comentario que se pudiera cazar al aire sobre la ausencia del prototipo, a pesar de que yo tenía los oídos bien abiertos como para percibir la caída de un alfiler a treinta metros de mí. Nada. Mi pánico no decreció por eso, sin embargo.
También me pasaba otra cosa, y en esto tal vez puedas entenderme, porque creo que es algo profundamente humano. De pronto sentía la necesidad imperiosa de contarle todo esto a alguien. A alguien con dos dedos de frente y que pudiera decirme algo con sentido al respecto de todo el asunto, entiéndeme. Porque claro, no es por desmerecer a Bob, pero… ten en cuenta que el único que compartía conmigo el secreto de que yo tenía a Sandro era un perro que habla; un perro que lo más vehemente que había hecho el día anterior era agitar un cartelito donde él mismo había escrito la palabra “pizza”. Joder, creo que Mamá era mucho más consciente que Bob de que había ahora un habitante más en casa. Un habitante que tal vez tenía apariencia de estar muerto, pero no lo estaba.
Tenía ganas de vaciarme verbalmente, sí, pero bueno. Dentro de los muros de Metalas, en quién iba a confiar para contarle ni lo mínimo. No me fiaba ni de las paredes que limpiaba.
Casi me da el parraque de mi vida cuando, durante mi descanso, vi por la ventana un vehículo de la policía levitando estático junto al edificio principal. Te juro que el corazón se me atragantó en la boca, y rompí a sudar bajo las escamas de un modo que la camiseta se me mojó, esto último porque como ya dije soy un híbrido de los cojones (por si ahora viene el fulano de turno a decir que los reptiles no sudan).
Se me quedaron los ojos clavados en el vehículo policial, y creí reconocer a uno de los dos ocupantes que descendieron. Seguía acojonado, pero respiré un poco al distinguir el cabello rizado y las gafas de sol redonditas de Appleface; es un hortera, sí, pero es mi amigo. O en fin, lo más parecido a un amigo que tengo en los barrios de Dirdam. El otro que iba con él era un armario empotrado cuyo nombre desconozco, aunque le había visto otras veces para mi desgracia. Por supuesto no era normal verlos allí, por mucho que me alegrara de que uno de ellos fuera Apple. La intriga me estaba matando, y podrás entender que tener un colega en la policía es algo parecido a tener contactos en el infierno, así que solté la mopa y, como buen gilipollas, con la excusa de sacarme una mierda liofilizada de la máquina de comida, bajé al vestíbulo principal para saludar a mi amigo madero.
En realidad, Appleface es un coco. Con esto me refiero a que es bastante inteligente. Que yo sepa, ingresó al cuerpo bastante después de cursar ingeniería mecánica, aunque no sé si llegó a finalizar sus estudios. Si hemos mantenido largas conversaciones en los peores antros de Dirdam es por dos razones: la primera, porque él andaba patrullando por ahí, y la segunda (la realmente fundamental), porque le admiro. A su lado yo soy un mecanicucho de tres al cuarto, pero puedo entender los términos en los que me habla. Puedo entenderle, pero me deslumbra, y qué quieres que te diga, es genial aprender así, charlando con alguien en la barra de un bar o en una mesa apartada al fondo de un afterhours. A veces me ha traído piezas “sobrantes” de artefactos incautados, y eso es oro para mí. Realmente, aunque seguía cagado de miedo y tenía las piernas temblando, al ver a Apple ahí delante de mí me di cuenta de que seguro a él podría preguntarle muchas cosas sobre Sandro… sin llegar a hablarle de Sandro.
Le vi con su compañero en el vestíbulo principal. Parecía despreocupado a un nivel que le faltaba coger flores, como si estuviera transitando el día más normal de su existencia. Al verme, resopló para apartarse un rizo oscuro de delante de los ojos y me sonrió.
—Any, qué pasa. Cuánto tiempo.
—No te quitas las gafas de sol ni para cagar, capullo.
Contra todas mis expectativas, sonrió más y se las quitó, colocándoselas en el borde de su camiseta impoluta.
—Y tu perro, ¿qué tal mea? —inquirió con sorna.
—Calentito y espumoso.
—Para ti, que eres goloso.
Tenía más miedo que una cucaracha en la casa de Mister Proper, pero aun así me reventé de risa.
—En serio, ¿cómo estás? ¿Estáis todos bien? —preguntó. Se refería a Bob, a Mamá y a mí. Como preguntando qué tal la familia y esas cosas.
—Sí, sí. ¿Y tú? ¿Puedo preguntarte qué haces por aquí?
Apple miró a ambos lados y se acercó un poco más para guardar discreción.
—No sé. Algo de falsificación documental, han dado aviso por eso. Al parecer ha saltado una alarma en los lectores de identificación. Entre otras cosas.
“Entre otras cosas”. Vaya. ¿Sería por la desaparición? No, o al menos no que mi colega supiera, porque seguramente de ser así me lo habría escupido sin tapujos. Al fin y al cabo, si hubieran dado aviso de robo, mi amigo no iba a pensar que yo mismo había sido el ladrón. O a saber; quizá le estaba sobreestimando.
—Qué extraño —comenté.
Appleface se encogió de hombros. Por cierto que ni idea de por qué le llaman así, pero parece gustarle. Lleva colgadas unas plaquitas estilo militar más falsas que Judas, con forma de manzana y algo escrito en ellas que no sé qué es.
—Igual es un error —aventuró—. Probablemente lo sea. Un fallo de sistemas que habrá que reparar, pero en fin. Quieren indagar un poco, supongo. ¿Me invitas a una mierda de esas?
Le saqué de la máquina un vaso de sucedáneo de café, cosa fácil porque esa máquina funciona a leche limpia. Vamos, que si no eres millonario y no quieres poner tu huella dactilar para que el cacharro te diga “eres tan pobre que solo vas a misa para comerte la hostia”, basta con darle un cate y ya está, chorrito de alquitrán enriquecido con cafeína para ti.
—Gracias, Any. Te debo una.
—¿Por el café? No me fastidies. Eso sí… tu compañero te está mirando mal.
—Que se joda.
—En serio. No quiero que tengas problemas por entretenerte al hablar conmigo.
—Si tiene algún problema porque hable con un amigo dos minutos, que venga y me lo diga y le parto la cabeza.
Apple tiene algunos problemas de ira reprimida, pero es buena persona. En realidad es un tipo muy amable, en serio. No es para nada de estos maderos chungos que van a matarte sin preguntarte ni tu nombre solo por verte la cara, pero en fin, a veces le despuntan esos pinchitos porque seguramente no se desahoga.
—Oye… ¿podríamos vernos después? Ya sabes. Charlar un rato y eso —aventuré.
Sonrió de medio lado y me miró por encima del borde de su vasito desechable.
—Hablas como si tuvieras algo que contar.
—¿Qué? Oh, bueno. No. No sé. Sólo… sólo echo de menos una conversación de las nuestras. —Me encogí de hombros y me di cuenta de que estaba mirando al suelo, seguramente por saber que estaba quedando como un gilipollas por decir algo así a bote pronto.
Apple me puso la mano sobre el hombro y apretó un par de segundos.
—Claro. Claro que sí. No creo que en esto tardemos demasiado. ¿Cuándo terminas tú?
“A las diez y media, si no me has detenido antes”.
Quedé con él a las once de la noche en el Karelia, un bar más o menos serio a las afueras de Dirdam. Seguro que luego terminábamos en un lugar mucho peor, pero estaba bien que el punto de partida fuera ese, y por supuesto que él no estuviera en horario de trabajo.
Como te habrás dado cuenta, es muy listo. Yo sabía que iba a ser muy difícil preguntarle dudas y tantearle sin soltar prenda, pero en fin, tenía que intentarlo. Tal vez Appleface tenía acceso a mercancía de contrabando, pues el cuerpo guardaba verdaderas joyas. Quizás incluso poseía algún vial de fluido etérico vital, no era algo disparatado de pensar, porque al fin y al cabo ambos compartíamos fascinación por las mismas cosas. Y lo mismo que me daba alguna pieza robada de vez en cuando, por qué no algo como eso. Supongo que me agarraba a pensar así porque estaba desesperado, y porque después de raptar un droide me daba auténtico pánico meterme a robar en el laboratorio. Ya sabes, puede que por tener una potra infinita no te pillen a la primera… pero seguro que a la segunda sí.