Al desdichado viajero transespacial (5)

[viene de: “(…)Supongo que me agarraba a pensar así porque estaba desesperado, y porque después de raptar un droide me daba auténtico pánico meterme a robar en el laboratorio. Ya sabes, puede que por tener una potra infinita no te pillen a la primera… pero seguro que a la segunda sí”.

            FRACTAL

El ambiente en el Karelia era distendido e informal, no obstante un poco fúnebre aun a aquella hora. Un insectoide de tipo blattodea, tocado con una chistera agujereada para que sus antenas pudieran sobresalir, ejecutaba un solo de trompeta bastante triste en la plataforma que hacía las veces de escenario junto a la desvencijada barra. Las luces de neón, parpadeantes desde el cartel que tenía justo encima —en el que podía verse una inscripción críptica que bien podría significar “tonto el que lo leaGilipollasHalaquetevayasPayaso”—, restallaban reflejos rojizos sobre el ahumado escudo de quitina en el caparazón. El cuadro resultaba en cierto punto hipnótico si uno lo miraba durante demasiado tiempo.

Tan sólo tenía cuatro espectadores el cucaracho, y dos de ellos éramos mi amigo madero y yo.

—No tienes idea de lo que provocó el fallo en los lectores —susurró Appleface. Sus ojos mostraban un brillo inquietante mientras él repasaba distraídamente el borde de su copa con el dedo índice—. Ratas.

—¿Ratas?

Sorpresa mayúscula. ¿De verdad habían movilizado a la policía no mecánica por eso? ¿Por un puñado de ratas?

Apple asintió y lanzó un prolongado suspiro. Sus hombros se relajaron cuando exhaló. Seguro que su jornada de trabajo había sido fatigosa, a pesar de que la razón de aquel fallo hubiera sido una tontería.

—Sep.

—Pfff. Estás de coña. —No pude contener la mezcla de alivio y estupor que sentía—. Ratas. Bueno, conozco a algunas en la empresa —reí—. De las que hablan varios idiomas.

Y tanto. Hasta el maldito idioma de la Super Era hablaban algunas.

—Ya te digo. Habéis tenido varios saltos de alarma injustificados y apagones en el edificio últimamente, ¿verdad?

Claro. No me hacía falta hacer memoria para recordarlo.

—Tremendo incordio —asentí—. ¿Y todo era por eso?

—Sí. Eso parece.

Justo en aquel momento, entró a mi dispositivo inteligente un mensaje de Bob. En la línea habitual, se trataba de un audio, porque con el guante no teclea el hijoputa. Evidente que no iba a desatender a Appleface para escucharle, así que le mandé a pastar mentalmente. Seguro que para no variar se había grabado lloriqueándome porque yo no estaba ahí, a pesar de saber que había pienso de sobra y bastante comida para Mamá.

Fruncí el ceño. El cucaracho se estaba viniendo arriba por momentos, y el sonido de la trompeta comenzaba a resultarme irritante.

—Es un poco raro que solo fuera por eso, ¿no crees?

Apple apuró el último poso de líquido irisado en su copa, y luego juntó los labios en una mueca de “a mí que me registren”.

—No sé, tío —respondió—. Siempre he pensado que las ratas dominarán el mundo algún día.

—Ya está pasando. Ya está pasando, con las ratas blancas.

Era evidente el juego de palabras, y no pude evitar mirar alrededor a pesar de saber que había cuatro gatos dentro del Karelia. Cuatro gatos, y ninguno era un Blanco. Es cierto que a esos hijos de satanás a veces les da por camuflarse, pero no, no suelen dejarse caer por locales de ocio al anochecer, a menos que busquen algo concreto en el lugar en cuestión. Y bueno, ya que hablamos de este tema, para mí hay algo que los Blancos no podrían disimular, por mucho que trataran de pasar inadvertidos. Algo que, dicho sea de paso, me resulta terriblemente desagradable: su olor. No sé si para los humanos será tan evidente, pero para mí sí. Y es el indicativo infalible de que tengo uno cerca. Un olor repulsivo, como a goma quemada cubierta de moco fresco; algo viejo, y al mismo tiempo algo recién nacido envuelto en viscosidad. Tiene lógica que huelan como lo que son: una aberración.

—Haré como que no he oído lo que acabas de decir —sonrió Apple. Al fin y al cabo, aunque no estuviera de servicio, seguía siendo poli. Y los Blancos eran tácitamente la ley suprema, si tan sólo fuera por el miedo que inspiraban a la población. Nadie osaría desafiarlos.

—Lo siento —musité.

—Eh, eh. Que estoy de coña, hombre. No te censures por mí. Que les den por culo a todas las ratas blancas que habitan La Tierra ahora mismo.

Sonreí. Es algo que hago pocas veces realmente, pero hay seres con los que me es tan fácil que ni me lo creo. Seres como Apple o Mamá.

—Pues anda que no tienes curro. Son muchas.

—Ah, no. Yo no pienso hacer el trabajo sucio. Ya tengo bastante con lo mío.

Un humano hermafrodita pasaba en aquel momento entre las mesas. Supe que era hermafrodita porque iba completamente desnudo, salvo por la pajarita violeta de lentejuelas que llevaba anudada al cuello.

—¿Os pongo otra ronda, pareja? —canturreó con descaro, tras haber rozado por accidente una de sus nalgas contra mi mejilla. No disimulé la náusea que el contacto de la piel sudorosa me produjo.

—Un orgasmo y un cerebrito, gracias —replicó Appleface.

Ya habíamos salido de copas en suficientes ocasiones como para que él supiera cuál es mi chupito favorito. Y sí, el Karelia es uno de los pocos lugares de Dirdam donde aun puedes degustar reliquias como esas.

—¡Marchando!

El sujeto en pelotas se alejó con andares alegres de camino a la barra, momento que yo aproveché para abordar el tema que me tenía en vilo.

—Ahm… Apple. Tú conoces los trabajos de Caribdis, ¿verdad?

Appleface se echó a reír.

—Joder, Any. Sólo a ti se te ocurre hablar de cuántica después de que te hayan puesto el culo en la cara.

—Anda, no me lo recuerdes.

—Pues tiene un cuerpazo —me vaciló con ganas, escrutando la penumbra del local. Se refería a la persona que nos había atendido,claro—. ¿Cuánto hace que no follas, lagartijo?

—Pervertido asqueroso —le increpé desde el cariño—. ¿Podrías por favor contestarme a la pregunta?

Se partía de risa el desaprensivo. ¿Tan evidente era que yo no me comía una mierda desde tiempos inmemoriales?

—No, no. Contéstame tú —insistió.

—No es de tu incumbencia —repliqué a regañadientes—. Además, yo pregunté primero.

Mi amigo suspiró y negó con la cabeza.

—Eso quiere decir que demasiado; demasiado tiempo sin darle duro contra el muro. Sí —añadió tras resoplar para retirarse el rizado cabello de delante de los ojos—. Conozco el trabajo de Caribdis, claro. ¿Por qué lo preguntas?

Me di cuenta de que estaba apretando demasiado la mandíbula, y traté concienzudamente de relajarme. Es mi punto de tensión. Con los brazos no puedo levantar una cagarruta, y sin embargo con la mandíbula sería capaz de mover un trailer si agarro un hilo entre los dientes para tirar de él.

—Estoy estudiando. Me fascina.

No le mentía, después de todo.

—Es fascinante, sí —corroboró.

—Sobre todo… sobre todo eso del fluido vital.

—¿Te refieres al éter?

En aquel momento volvió a acercarse el sujeto desnudo, aunque ahora, además de lucir pajarita, se había puesto unas chanclas de charol con plataforma.

—A ver, parejita. ¿Para quién es el cerebro? —preguntó con una sonrisa turbia—. Dejad que adivine. Para el morenazo de rizos, el cerebrito. Y el orgasmo, para el lagarto raro, ¿verdad? —carcajeó—. Tienes pinta de necesitarlo mucho.

Por supuesto, le mandé a cagar. Y ya de paso, le dije a Appleface que, si tan buen cuerpo le parecía que tenía el susodiche, se lo follara él, esa misma noche.

—A mí me gustas tú, Any —respondió con todo su morro.

—Vete a la mierda. Y sí, al éter. Me refiero al éter.

—Ajá.

—Me resulta increíble que Caribdis pudiera… darle parte del suyo a una máquina.

—Un fractal.

—¿Qué?

—Le dio un fractal. No una parte —puntualizó.

Asentí con cero convencimiento. No estaba nada seguro de haberle entendido. Este es el tipo de detalles que a mí se me escapan, por burro. Y es que en mecánica cuántica, definitivamente, no todo es mecánica.

Viendo mi cara de póker, Apple se tomó su orgasmo de un trago —en efecto, el maquinote en pelotas se había equivocado: el cerebrito era para mí—, y luego me miró fijamente a los ojos por unos segundos.

—¿Entiendes lo que quiero decir? —inquirió.

Admití que no lo sabía. Y entonces, sencillamente me explicó:

—El cuerpo de éter es energía vital que no puede dividirse. Lo que Caribdis le dio a la inteligencia artificial no era un fragmento de su propio cuerpo de éter, sino un fractal. Una réplica perfecta del Todo, a pequeña escala por decirlo así. Ya sabes: en una gota de agua, todo el agua.

Sacó su dispositivo de comunicación y me mostró una imagen en la pantalla.

dibujo-completo-de-la-semilla-de-la-vida-e1462149285146

Asentí un par de veces, porque de golpe entendí.

—Una réplica del Todo. Eso es… metafísica.

—Algunos lo llamaron así, metafísica—ratificó Apple—. Hasta que con el tiempo dejó de serlo. En verdad, los seres humanos crecimos a todos los niveles cuando alguien se atrevió a creer en aquello que no podía ver.

Asentí. Igual que los reptilianos, claro que sí. Porque con eso de “yo solo creo lo que veo” siempre hemos ido a la par que vosotros.

Personalmente pienso que ir más allá de la propia fe requiere valentía. Valentía que la mayoría de la gente juzgaría como pérdida de tiempo o estupidez, en el mejor de los casos. Y sin embargo, no deja de ser irónico que todo lo que para uno es cotidiano, alguna vez fue mágico al principio. ¿Qué crees tú, viajero? O tal vez la pregunta correcta sería: ¿en qué crees?

—El fractal es la razón de que la máquina pudiera, eventualmente, recargarse a sí misma de fluido vital y sintetizar su propio cuerpo de éter —continuó mi amigo—. Sólo tenía que replicarlo una y otra vez, hasta completar la carga.

Joder. Claro. Conseguir que una máquina invente algo nuevo por sí misma es un trabajo laborioso en extremo; sin embargo, programar una máquina para que replique n veces una unidad es lo más básico del mundo.

En aquel momento tenía los ojos tan abiertos que sentía chispazos de comprensión en los globos oculares. Aunque había algo en todo aquello que me rechinaba de forma muy molesta. Y para mi desgracia, a pesar de que no quería dar ninguna pista sobre Sandro y lo que yo estaba intentando hacer con ella —por todos los cielos, nada menos que revivirla—, tuve que escupirlo.

—Pero… Pero, Apple. Si el fluido etérico no puede dividirse, ¿cómo es que pueden meterlo en frasquitos y comercializarlo?

La carcajada que soltó Appleface seguro debió llegar a oídos del sujeto simpaticón de antes, que en aquel momento se afanaba en secar vaso y vaso tras la barra.

—¡Any! ¿Qué dices? ¿Meterlo en frascos?

—Yo tenía entendido que…

—Por el amor de Dios, ¿quién te ha dicho eso?

Me quedé helado. Absolutamente descolocado.

Appleface no dejaba de reírse, y no con maldad, sino porque genuinamente le había hecho gracia esto de los frascos. Igual que si yo le hubiera contado un chiste al decirlo, y uno de los buenos.

—Lo he visto… —respondí, sin querer tampoco hablar más de la cuenta.

—¿Lo has visto? ¿Dónde?—qué ataque de risa tan tremendo. El cabrón ni respiraba casi—. Any, eso lo has soñado. O, si te lo han dicho, te han metido una trola histórica.

—Pero… en el laboratorio… —las palabras se me amontonaron—. ¿Y cómo diablos pensaban… —”darle fluido vital a Sandro en las instalaciones de Metalas?”. Pero gracias a dios rectifiqué a tiempo—. ¿ Cómo pudo Caribdis darle ese… ese fractal de éter a la máquina la primera vez?

Appleface tragó saliva y logró dejar de reír. Se le notaba en la cara que empezaba a parecerle raro que yo insistiera con tal vehemencia en el tema, aunque por otro lado no era la primera vez que me obsesionaba cual perro de presa por cosas así. Sea como fuere, yo ya no podía echar el freno.

—Pues no creas que está muy claro —respondió, tras un instante de reflexión en el que probablemente estuvo ordenando ideas en su cabeza—. Extraer un fractal y cederlo es literalmente jugar a ser Dios. Es un proceso complejo, para el cual Caribdis necesitó dos cosas, sin las cuales le habría sido imposible lograrlo. Una, aunque te suene a chufla, el poder de su intención. Y otra, la ayuda de aquellos que en aquel tiempo seguían llamando “ángeles del cielo”.

Al escuchar aquello fui yo el que me reí sin poder evitarlo.

—¿Me tomas el pelo? ¿Se presentaron los angelitos en la puerta de la casa de Caribdis? ¿Me estás diciendo eso?

—No. Pero por aquel entonces ya había comenzado a visitarnos una especie muy parecida.

                                            ÁNGELES DE DIOS

Se me subió el cerebrito a la boca.

—Las ratas blancas.

—Las ratas blancas, sí —asintió Appleface.

—Es verdad. Está escrito en todas partes y en todos los idiomas.

Cierto era, y registrado estaba sin tapujos en la historia, que los Blancos habían ayudado a Caribdis en el manejo de cuerpos sutiles. De sobra era sabido que, tal y como prometieron, pusieron todos sus sentidos y tecnología a disposición de los habitantes de La Tierra, para todo en general. Sólo que, ja, lo hicieron a su manera, y sin decirle a nadie la letra pequeña a pie de página en dicha promesa.

—Me extraña que te sorprenda —comentó mi amigo, alzando después la mano de dedos alargados para pedir otra ronda.

No. No era exactamente que me sorprendiera. De hecho yo sabía que los Blancos habían colaborado con Caribdis, pero lo cierto es que mi mente había soslayado aquel hecho, ¿por qué? Probablemente por el asco que les tengo. Por odiarlos, y simplemente negarme a pensar que su presencia pudiera ser imprescindible para algo tan íntimo e importante. Para algo crucial que a mí, en tal momento presente, me tocaba demasiado cerca… aunque solo fuera por una razón que en aquel entonces no admitiría ni borracho: que yo ya quería a Sandro.

Tomé una profunda bocanada del aire viciado del bar. De pronto me sentía mareado.

—¿Crees que sin los Blancos habría sido imposible para Caribdis ceder aquel primer fractal? —le pregunté a Apple de carrerilla. Por supuesto, ya odiaba la respuesta que seguramente vendría a continuación.

—Bueno. Por algo les llamaban “ángeles” al principio, Any.

Negué con la cabeza. Era imposible esquivar el letal golpe de realidad.

—No tenía conocimiento de que les llamaran así. —Sentía que en “tres, dos, uno” mis dientes iban a empezar a rechinar. Joder, si Apple se descojonaba de la sola idea de meter fluido vital en un frasco, y por otro lado los Blancos eran una pieza obligada en este juego, ¿qué podía hacer yo? ¡Sencillamente nada! ¡Nada en absoluto! No tenía manera, ninguna manera a mi alcance de activar a Sandro.

Appleface se encogió brevemente de hombros.

—Supongo que para los creyentes fue sencillo trazar esa asociación —dijo en voz más baja—. Los Blancos entraron por la puerta grande, acuérdate. Desde el primer momento, se mostraron ante nosotros como seres bellos, benévolos y todopoderosos.

                                      LOS GATOS TAMBIÉN.

Appleface me acompañó a casa cuando por fin salimos del último agujero que visitamos, a las tantas de la mañana. Nos recorrimos como cinco calles a pata, porque llevábamos un pedo considerable como para ni tan siquiera pensar en conducir. Yo no había alcanzado el nivel pro de echar la pota en cada esquina, pero sí veía doble —o triple— hasta el punto que las luces de la ciudad danzaban ante mis ojos. Qué hermoso espectáculo. Qué desgracia.

—Oye, tío. ¿Y por qué tanto interés en Caribdis de mierda? Podíamos haber hablado de cosas mucho mejores.

No le contesté. El muy cabrón reía hasta el ahogo en efluvios alcohólicos mientras trastabillaba pegado a mí. Yo sabía por qué decía aquello; seguramente me tenía por un sujeto muy básico, por mucho que reiteradas veces le hubiera aseteado a preguntas por la pura sed de aprender. Y, bueno, es verdad que básico soy un rato, salvo quizá cuando tengo algo tremendamente importante entre manos… pero no que estuviera dispuesto a darle explicaciones, y menos en ese estado.

—Por cierto. Lo que te dije antes, lo decía en serio —masculló con la voz pastosa.

Ya habíamos llegado a la entrada de la colmena de Bob. Increíble. Un lagarto sano y salvo de vuelta al hogar, como si hubiera sido yo una damisela en apuros escoltada por un borracho. Porque yo iba pedal, pero lo de Appleface ya era nivel master and commander.

—¿Te refieres a eso de que no se puede meter el éter en frascos? Ya, ya. Ya lo sé. Imbécil. —No era como para insultarle y yo lo sabía, pero no me resistí asestar la puntilla porque aún tenía rabia burbujeando en mi corazón.

Para variar, se echó a reír a carcajadas.

—No, gilipollas. Eso no.

Yo reía también por mero contagio como un idiota. Mi pobre cerebro alcoholizado flotaba más happy flower que Mister Wonderful en aquel momento.

—¿Entonces? —pregunté.

Y de pronto, en lugar de responderme, me arrinconó contra la pared exterior de la colmena, sujetándome por los hombros y mirándome con un brillo de súbita lucidez en los ojos. Tal vez si yo hubiera estado sobrio le habría dado un rodillazo en los cojones, pero el caso es que me quedé paralizado y sin habla, literalmente como una presa, atrapado en el fulgor de sus ojos castaños sin poder desengancharme de él.

—Cuando te dije que me gustas. Eso iba en serio, Any.

Y tras soltar aquella bomba, sin más me cazó los labios en un beso de tornillo que al final se transformó en mordisco. Menuda salvajada.

—¡¿Pero qué haces?! —le grité cuando al fin se separó de mí. El latido del corazón me martilleaba las sienes—. ¡¿Tú estás tonto?!

Le calcé una ostia como para ponerle los piños de diadema, pero te juro que me explotaron todas las escamas de mi cuerpo por culpa de ese beso. Empecé a temblar, y el muy sobrado se rio de nuevo, con la marca de mi palma y mis cinco dedos en su mejilla. Comprobé con alivio que no le había arañado.

Me zafé de sus manos como pude y di un paso hacia la escalera exterior.

—¡Estás colgadísimo! ¿Te parece… te parece que tiene gracia lo que acabas de hacer?

Yo estaba que estallaba en furia. Me había cabreado sobremanera que hiciera eso, ¿qué necesidad tenía de acorralarme y… besarme? Era solo para reírse de mí, maldita sea, o al menos yo no podía pensar otra cosa. Pero lo que más me enfadaba, lo que me tenía en fuego vivo de verdad como una jodida antorcha, era que yo… me cago en mi vida, ¿qué había hecho yo? Lejos de quitarle la cara cual retroceso de cobra, había correspondido al muerdo con todas mis ganas. Y joder que si lo disfruté. Incluso el empujón, el sentir la presión de sus manos humanas sobre mis hombros me había acelerado el corazón de golpe y electrizado la piel. Así que le di otra hostia, pero esta vez con un poco de cuidado.

—¡No quiero volver a verte en mi vida, borracho de mierda! Te vas a reír de tu puta madre —le grité desde el primer tramo de la escalera, alcanzando a ver cómo el maldito tuvo que doblarse para dejar salir las carcajadas a gusto.

—¡Mañana te llamo! —escuché que voceaba con entusiasmo mientras yo subía como alma que lleva el diablo por las escaleras. Huelga decir que habría saltado los peldaños de dos en dos de haber podido, pero cualquiera tendría el valor de hacer acrobacias con semejante ciego para terminar descalabrado con la tontería.

Me temblaban las garras cuando pasé la pequeña insignia como rueda dentada por los engranajes de la puerta y abrí. Sencillamente, mi cerebro se negaba a procesar lo que acababa de ocurrir.

Al entrar en casa, me extrañó que la luz de la estancia principal siguiera encendida, porque a aquella hora Bob solía estar durmiendo.

Una vez dentro de la sala sin esquinas, me encontré una escena curiosa. Sandro estaba tendida en las colchonetas, tal y como yo la había dejado. Mamá continuaba hecha un bollito sobre su pecho, ronroneando como una hormigonera. Y a un metro de distancia aproximadamente, sentado en el suelo a la manera humana y apoyado contra la pared, se hallaba Bob sin quitarles ojo de encima. Estaba tan quieto que me acerqué para comprobar que no se hubiera quedado dormido debajo de la máscara peluda.

Bob no hizo nada de las mamarrachadas que tiene por costumbre hacer cuando yo llego tarde. En lugar de frotarse los ojos dramáticamente sobre la máscara haciendo que lloraba —cosa que un perro nunca haría, pero en fin, Bob es Bob—, giró la cara para mirarme y me habló.

—Any. —Pensé que me esperaba una retahíla de reproches por llegar tan tarde, pero no—. Ha estado así todo el tiempo. Sin moverse ni un milímetro. Ni para comer.

Obviamente se refería a Mamá. Y caí en la cuenta de que ciertamente era raro que no hubiera venido a saludarme, porque es una gata muy cariñosa y siempre me hace fiestas cuando llego a casa sin importar la hora que sea.

—¿Mamá? —Me acerqué a ella y le di un par de toquecitos en el lomo gordo—. Linda gatita esponjosa, ¿cómo está mi reina?

Claro, que todo esto lo pronunciaba en dialecto borracho y ella se dio cuenta. Giró la cara hacia mí, molesta, y me dedicó un maullido sonoro de cortesía sin moverse del sitio.

—Te envié un mensaje para contártelo, pero no me respondiste —gimoteó Bob—. He estado muy preocupado, Any. ¿Crees que estará enferma?

(Continuará).

1 me gusta

Hola Reyes, un gusto saludarte.

Pues bueno, ciertos puntos. Tratándose de temas tan complejos esta exposición es necesaria. Pero hay que tener cuidado cuando tratas de explicar conceptos tan complicados. Pasan por alto en la mente del lector.

El tema que siempre menciono está aquí. Es bueno avanzar la historia rápido en ciertos puntos y solo detenerse en los importantes. Con esto me estás diciendo que todo está fríamente calculado.

Te sigo leyendo.

1 me gusta

Gracias por leerme y por comentar, amigo <3
Te confieso que no lo tengo calculado en absoluto y eso me da miedo :joy:
Te acuerdas del meme de “soy un mero espectador”? Pues así yo con esta historia que va ella sola. Hay veces que no tengo idea de lo que va a pasar, y sólo sobre la marcha sale…

Muchas veces he hecho eso. Que los personajes me cuenten sus historias.

A veces sirve, pero como soy un poco perfeccionista termino reescribiendo mucho

1 me gusta

Te entiendo muy bien!! Sí, o volver atrás para cambiar cosas.
Es como eso que decían de escribir con mapa o con brújula.

1 me gusta

Qué buenos los altos y bajos (en el zigzag de la obra), en su no aparente ¿profundidad?.. no sé.
Blancos… va, va más allá, tanto hacia atrás como hacia adelante.
Qué gracioso ese “incubar” de Mamá.
A veces digo que la imaginación tiene tanta o más fuerza que la costumbre. En fin. Un gustazo, Ki123
Saludos.

1 me gusta

Mil millones de gracias, @RosaMAD <3
me hace muy feliz que te guste. Ah, Mamá, creo que solo ella sabe lo que está haciendo en esta historia :joy:
un abrazo alien! :alien: