Desde que me dio por entrar en el apasionante mundo de la escritura, descubrí que tenía más miedo que ilusión. Que si mi libro no va a gustar, que el lector se sentirá estafado, que menuda tomadura de pelo he escrito, que si lo que he escrito no merece ser compartido (un clarísimo ejemplo de síndrome del impostor…).
Por suerte, cambié mi percepción y retomé la que tenía cuando escribía. Entonces solo lo hacía por el afán de entretenerme como otros libros han hecho conmigo, así que mi definición de éxito es, básicamente, que quien me lea pase un rato entretenido sin mayor pretensión (ni por vender ni por pretender ser el summun de la literatura, aunque está claro que si vendes y encima gustas, ¡muchísimo mejor! A nadie le amarga un dulce). Lo extiendo un poco más, para mí el éxito es cuando un lector lee un libro mío y tiene ganas de empezar con otro, sea del autor que sea.