En Burgos hasta las piedras son Nacionales II (política española, lésbico, romanticismo, erotismo)

Así es que entramos en su casa. Pasamos por el recibidor y el pasillo. Se trata de una vivienda sencilla, sin lujos. Eso sí, con bastante parafernalia españolista, militar (legionaria, sobre todo), falangista y franquista: banderas, fotos, pancartas políticas, etc. Sobre todo muchas fotos de las mujeres de la Sección Femenina de la Falange vistiendo con el mismo atuendo que ella. Y no precisamente siendo amas de casa ni sumisas como siempre me había creído, sino en campamentos, haciendo deporte, desfilando militarmente, haciendo de profesoras, de enfermeras… Conforme caminamos, el delicioso olor a comida se intensifica más. Llegamos al salón comedor, cuya mesa puedo ver preparada con un viejo mantel de cuadros, una cacerola bien grande, una hogaza de pan de pueblo cortado a rebanadas, un jamón bien grande de pata negra y una cuña de queso manchego ya cortado en el centro y en los lados, ya todo preparada para ella cenar.

–Mira, esta es mi casa, de mi propiedad. Nada del otro mundo.

–Una buena casa para vivir en una buena zona. Además, se ve cómoda –respondo, mientras sirve un plato hondo y otro plano, un vaso, una servilleta de tela y un par de cubiertos más y los deja en la mesa.

–Ven, siéntate –me dice, tomándome de la mano y señalándome una silla en la mesa del comedor, justo la que se encuentra delante de los platos y cubiertos que acaba de dejar.

Nos sentamos las dos. Se sirve la comida en los platos. Un delicioso cocido: caldo de jamón serrano, fideos, garbanzos, patatas, zanahorias, chorizo y morcilla. Se nota que es una mujer amante de la comida cien por cien de origen español y en abundancia. Sus abundantes curvas ya me lo dicen mucho.

–Venga, come tú también, que se nota que tienes hambre y que no has cenado nada, que te escucho el estómago rugiendo desde lejos. Y además estás congelada. Te va a ir bien un buen cocido, así entras en calor.

–Bueno, gracias… Muchas gracias –digo tímidamente. La verdad es que no he cenado todavía y tengo mucha hambre.

Me sirve un buen plato de cocido. Empezamos a comer. Sabe realmente delicioso. Mujer todoterreno. Igual labra y cultiva tierras, igual caza y pesca, igual se encarga de una granja, igual te repara cualquier cosa, igual se lía a palos con delincuentes para defenderte, igual cocina, etc. Ella sola. Y todo de fábula.

–¿Está bueno? –me pregunta, tocándome la mano con delicadeza.

–¡Delicioso! –respondo, con un gesto de aprobación.

–¿Es que lo ves? En cocinar no me gana nadie. Y bien, Candela… ¿Qué le ha traído a hacer una escapada por las profundas Castillas a una catalana de pura cepa como tú?

–Estoy de vacaciones en mi trabajo y estoy haciendo una escapada de unos diez días y visitamos todas las provincias, cada día una diferente. Hoy hemos pasado por Burgos y mañana continuamos nuestra ruta. Es de estas escapadas que salen en pack ahorro y te vas con un grupo de gente. Siempre he deseado visitar Castilla y León. Por la mañana hemos pasado por la pedanía de Vivar del Cid, nos hemos alojado en el hostal y hemos visitado la Catedral. Después de comer en el hostal, hemos tenido toda la tarde libre cada uno por nuestra cuenta y yo he decidido visitar la iglesia y el museo. He terminado tarde y de noche, he decidido dar una vuelta por la ciudad para así estirar un poco las piernas, finalmente me he perdido y he sufrido este altercado, del que me has salvado –le explico.

–Interesante, interesante –dice Guiomar– ¿Y te está gustando Castilla y León? El paisaje, las iglesias, las catedrales, los edificios… ¡Precioso todo! ¡No puedo estar más orgullosa de mi tierra!

–¡Me está encantando! Adoro visitar catedrales, iglesias, museos y demás edificios y monumentos, especialmente medievales y de carácter religioso. Me interesan muchísimo la religión, la historia, el arte…

–¡A mi también me apasionan en sobremanera estos temas! Es que además son cosas que van muy ligadas entre sí, empezando por la religión. Sin religión, no hay historia, no hay arte, no hay belleza, no hay cultura ni hay NADA –dice, en un tono de voz apasionado– Eso explica la falta de gracia en las infraestructuras capitalistas y comunistas. Como decía José Antonio, son ideologías que son las dos caras de la misma moneda, ya que la base de ambas es el materialismo.

Entonces, va fluyendo entre las dos una interesante conversación sobre diferentes temas: religión, historia, arte, política… Sí, es una persona con su visión del mundo y de la vida muy influida por su ideología y que a muchas afirmaciones que hace prefiero mantenerme en silencio porque no sé cómo responderle (y más suponiendo ya sus razones para pensar así), pero a la vez se nota que es una persona culta, leída y con estudios y que no presume de ello. Vamos de tema en tema hasta que nos adentramos un poco más en lo personal: nuestras familias y trabajos. De su familia, me explica que sus padres eran ambos legionarios y que fueron víctimas de un atentado en masa perpetrado por la ETA a principios de los 2000, siendo ella adolescente. De cómo de duro fue ese golpe en su vida, sobre todo al enterarse de la desgracia, y de lo que ha tenido que espabilarse estudiando y trabajando desde los quince años para continuar el negocio familiar de agricultura, ganadería, caza y pesca y salir adelante ella dos sola, algo que le ha obligado a madurar de golpe. Yo también le hablo sobre mi trabajo y sobre las penas y alegrías de mi vida y de mi familia.

Escuchando como me explica la desgarradora pérdida de sus padres, presencio como conmigo consigue abrir su corazón, aparentemente tan duro, hasta el punto de acabar llorando de pena e impotencia y yo abrazándola. Es en ese momento cuando, en parte, entiendo cuál es el motivo que hay detrás de sus ideas políticas y de su enfado con el mundo. Es increíble lo que hace el dolor en las personas.

Durante la intensa conversación, nos hemos escuchado mirándonos con interés por conocernos, con cariño. Es increíble como hemos logrado conectar en tan poco tiempo. A medida que la conversación avanza, más interesada estoy en ella y en conocerla más, a pesar de sus defectos. Con sus blancos, sus grises y sus negros. Mirando sus preciosos ojos achinados y cafés oscuros y su cabellera larga y negra azabache que quitan el sentido, abrazándola cuando abre sus más profundos sentimientos conmigo, me enamoro más y más. En un instante dado, se hace un sosegado silencio, hasta que ella lo rompe.

–¿Y eres una persona de muchos amigos, Candela? ¿Te gusta salir de fiesta y esas cosas que tanto gustan a la gente más joven? –me pregunta, dispuesta a escucharme con interés.

–¡Qué va! Casi no tengo amistades. Literalmente contadísimas. Soy una persona muy cerrada. Y salir de fiesta no me gusta tampoco, y menos sabiendo todo lo que se mueve hoy en día. Drogas, promiscuidad… Como más lejos, mejor.

–Bueno, conforme la gente se hace mayor cada uno hace su camino. Yo tampoco soy de amistades, contadísimas también. Mi mejor amiga, con la que estaba hablando por teléfono hace un rato y a la que quiero mucho por todo lo que me ha apoyado durante estos años y por haber estado siempre a mi lado cuando he estado psicológicamente en la mierda y poco más. Muy bien que haces, de verdad. Es increíble lo perdida que está la juventud hoy en día. Alucino muchísimo. Yo con 15 años ya estaba compaginando estudios con trabajo. Y ahora ves a chavales adolescentes y también jóvenes drogándose, desnudándose y prostituyéndose por internet, delinquiendo, sin ni siquiera tener la ESO (y con la mierda que es el sistema educativo actual vamos a peor, gracias al Perro Sánchez), pasando de todo… Da pena, muchísima pena.

–Tienes toda la razón. Así mismo lo veo yo. El panorama es desolador. No quiero ni imaginar cómo serán muchos adolescentes de hoy cuando sean adultos. Y sí, no puede ser más cierto lo que dices, al fin y al cabo todos vamos a lo nuestro y conocidos muchos, pero amigos uno o dos y gracias.

–Contra menos gente en la vida de uno, mejor. La gente ya adulta que dice que tiene muchos amigos no es de fiar… –pone las manos en su grande cintura– Uffff… Hace rato que estoy algo incómoda… Me aprieta un poco la falda…

Se levanta de la silla, se desabrocha el cinturonazo y se baja la falda negra, cayendo esta al suelo. Unas braguitas de tela negra en forma de culotte, bien apretadas a sus colosales y preciosas nalgas. Sus piernas y sus muslos bien blancos, grandes y fuertes. Además, unas piernas bien largas. Sus botas altas negras de cuero, plataforma y tacón ancho, a juego con su hermosa cabellera larga y negra azabache. Además, sin perder ese aire paramilitar de tía dura, con boina roja y su camisa azul abotonada con el yugo y las flechas bordados en rojo y las insignias y pins con la bandera carlista y los emblemas de la Legión Española y de las órdenes católicas militares del Temple, del Santo Sepulcro, de Malta, de Santiago y de Calatrava. La observo, con mucho disimulo. Intento disimular mi mirada de deseo, pero me cuesta. Por un momento, nuestras miradas se cruzan y me regala una mirada y una sonrisa entre cariñosas y pícaras. Tengo la sensación de que se ha percatado de mi deseo hacia ella y de que no le disgusta en absoluto. Lentamente, mis latidos se aceleran, mis mejillas se ruborizan, mis pechos se endurecen y me tiemblan las extremidades. Mi cuerpo empieza a reaccionar. Empiezo a sentir fuertemente como se abre en canal ese dulce y húmedo calor dentro de mí. Me muerdo instintivamente el labio inferior.

Acto seguido, vuelve a sentarse. Me doy cuenta de como acerca discretamente la silla hacia mí. Pone su mano encima de la mía. Ella misma rompe de nuevo el silencio.

–Pues mira, yo soy como Pilar Primo de Rivera.

–Hmmm… ¿En qué sentido? –le pregunto tímidamente.

–En todos. Sobre todo en uno en concreto: no tengo ni nunca he tenido pareja. Me cuesta reconocerlo, pero muy en el fondo deseo que en mi vida llegue el amor, algo que va escaso en este mundo de tanta falsedad, por desgracia –deja ir un suspiro– ¿Y tú? ¿Tienes pareja? ¿Novio? –me pregunta, con interés.

Empiezo a ponerme algo tensa. Ella lo nota.

–No, que va. Nunca he tenido pareja. Y sí, yo también deseo que llegue el verdadero amor a mi vida, algo muy difícil hoy en día como tú muy bien has dicho.

–¿De verdad? ¿Con lo preciosa, inteligente y buena que eres? –me dice, mientras me acaricia suavemente el cabello y la mejilla– ¡Si eres un ángel caído del cielo! ¡Sí, hombre! No me creo que no hayas tenido suerte.

Mientras me acaricia, siento una intensa palpitación en mi corazón.

–De verdad, no, nunca. Es que soy una chica muy tímida…

–Pero… ¿A ti te gustan los hombres? ¿O… las mujeres? Sé ver muy bien la diferencia entre la que es lesbiana o bisexual de verdad y la que solo dice serlo por odiahombres y notoriedad, que lo sepas.

Mientras me habla, continua acariciándome el cabello y la mejilla y lentamente se acerca más a mí. Con su otra mano, me acaricia las manos. Me observa con una mirada que podría interpretar como ya más allá del cariño. Una mirada seductora y de deseo. La verdad es que, dentro de su sensual tono de voz, habla con seriedad y sin frivolizar con nada, por lo que está completamente lúcida. No ha bebido una cantidad de alcohol nada fuera de lo razonable. Ya me ha dicho que sabe medir muy bien donde está el límite con la bebida. Es plenamente consciente de todo. Además, ha comido bien copiosamente, que estas abundantes curvas no pasen hambre.

–Hmmm… No acostumbro a hablar mucho de eso, ya que lo llevo y siempre lo he llevado con gran discreción… En fin… Sí, me gustan las mujeres… Soy… Soy bisexual… Me gustan más las mujeres.

–Y… ¿Cómo te gustan las mujeres? –me pregunta en un tono seductor, mientras continúa acariciándome.

–Pues… –estoy ruborizadísima y mi cuerpo reacciona con más intensidad.

No me da tiempo a responder. Me besa en los labios, a lo que yo le correspondo. Empezamos a besarnos lentamente. Nos acercamos más y más estando las dos sentadas. Ella continúa acariciando mi cabello y mis mejillas y mis delicadas manos empiezan también a recorrer la ruborizada y caliente piel de sus mejillas y su indómita cabellera negra azabache, que me acerco discretamente a mi olfato. Me siento en el séptimo cielo.

–Eres hermosa… Que labios tienes más carnosos… Que piel y que cabello más suave… Y que manos más delicadas tienes… Estás muy buena… Te deseo… De verdad… Te amo… Quiero que seas mía… A mí también me gustan las mujeres… Bueno, no… Me gustas tú… Solo tú –me dice, entre beso y beso.

Empezamos a besarnos con más intensidad. Por encima de mi camiseta rosa, sus manazas empiezan a recorrer mi esbelta cintura, mis pechos y mis pezones, bien endurecidos. Mis manos también recorren su abundante cintura, su opulente barriga y sus grandes pechos por encima de la camisa azul y todas las patriotas y militares insignias.

–Bffff… Que hermosa eres… Que buena estás… Estás tremenda… Te deseo… Mucho, mucho, mucho… Desde… Desde el primer momento que te he visto… Que mirada tan profunda y sensual… Que cabello… Negro, como una preciosa noche como esta… Que curvas…

Nos levantamos y continuamos besándonos abrazadas. Guiomar tiene que agacharse mucho para alcanzar mis labios, dada nuestra diferencia de altura. Nos acariciamos la cintura, la espalda y las nalgas. Le amaso esas grandes y preciosas nalgas que tiene como si no hubiera un mañana, por encima y por debajo de sus ardientes braguitas negras, a través de las cuales puedo palpar el deseo que ella que ella también siente por mí. Muy húmedas. Siento también sus manazas pasando delicadamente por debajo de mi falda y amasando también mis pequeñas nalgas por encima y por debajo de mis braguitas. Me desabrocha la falda y me la baja lentamente hasta que cae al suelo. Nuestros besos siguen una escala cromática que va del rosa pastel al púrpura.

Transcurridos unos minutos, me toma en brazos y empieza a caminar, llevándome hasta donde ella desee. Continuamos besándonos como si no hubiera un mañana. Sentir el roce de sus grandes pechos debajo de su camisa azul con los míos debajo de mi camiseta rosa y escuchar el taconeo de sus sexys botas me excita todavía más. Llegamos a su habitación, no muy grande ni muy pequeña, también con bastante parafernalia nacionalista, falangista y franquista. No puedo evitar sentirme algo extraña al principio, pero el deseo y el morbo pueden más que otra cosa.

Me tumba a su cama con suma delicadeza, mirando al techo.

–Relájate, cariño… –me dice, con seductora voz.

Se agacha encima de mí, rodeando mi cuerpo entre sus brazos y sus piernas. Me quita la camiseta dejándome completamente en ropa interior y me toma de mis delicadísimas muñecas con sus grandes manos, dominándome dulcemente, haciéndome presa de su voluptuosidad. Nos besamos con suma intensidad y le acaricio el cabello. Continuamos besándonos.

Sus ardientes labios empiezan a descender muy lentamente de mis labios a mi cuello, de mi cuello a mis pechos, acariciando y besando mi piel. Me desabrocha y me quita muy lentamente el sujetador negro. Su rostro cae rendido en mis pechos. Con sus labios, su nariz y su lengua recorre con suma delicadeza mis endurecidos pezones, hasta succionarlos. Mmmmm…

Acto seguido, sus manos se posan en mi cintura. A base de besos y caricias, sus ardientes labios descienden lentamente por mi estómago y por mi vientre… Hasta llegar a mi húmeda rosa del amor. No sin antes acariciar y besar sensualmente mis delgados muslos, mis piernas y mis delicados pies. Se vuelve hacia mi rostro, con una ardiente y seductora mirada en sus ojos achinados y muy ruborizada.

–Te deseo… Cariño… Eres hermosa… –me dice en un tono de voz sensual, entre húmedos suspiros. Me besa.

Su rostro vuelve a bajar lentamente hasta llegar entre mis piernas, a mis braguitas negras de seda. Me las baja muy lentamente y acerca sus ardientes labios a mi rosa del amor, completamente depilada e inflamada de deseo por ella y de ansias de su cariño. Empieza a besar mi clítoris con sumo cuidado. Siempre empezando por los alrededores… Y poco a poco directamente… Hasta lamerla completamente. Succionando con suma lentitud y cuidado.

Mientras besa y lame mi cuerpo y mi rosa del amor, jadeo con mucha intensidad y acaricio su larga, lacia y sensual cabellera negra. Mis delicados dedos se enredan entre negros mechones de su cabello, desprendidos sensualmente por mi cuerpo. Mmmmm… Al mismo tiempo, me estimulo instintivamente los pezones, húmedos de su ardiente saliva. Siento además sus grandes ubres clavadas en mis muslos… Sus carnosos pezones, como diamantes… Su fogosa mirada mientras da cariño a mi rosa del amor, succionando bien mi clítoris… Mmmmm…

Transcurren treinta largos y ardientes minutos, hasta que un lento e intenso orgasmo se apodera de mi cuerpo entero, acompañado de un tremendo gemido. Termina de lamer sensualmente la gran cantidad de fluidos que han provocado mi deseo por ella y su cariño. Caigo rendida.

Caemos rendidas durante unos cinco minutos. Yo tumbada en la misma postura, ella, con la cabeza pegada a mi pelvis y abrazada a mis muslos. Continuo acariciando su negra cabellera, sensualmente despeinada. Alcanzado el clímax, mi cuerpo empieza a destemplarse gradualmente y mi piel a erizarse, esta vez de frío. Ella lo nota al instante.

–Cariño… Estás destemplada…

–Un poco… –le digo tímidamente, mientras intento subirme las braguitas y me pongo la camiseta de nuevo.

–Voy a encender un poco la calefacción.

Ambas nos levantamos lentamente de su cama y nos ponemos de pie entre su armario y su escritorio. Puedo intuir restos de mis fluidos entre su cabello y en los cristales de sus gafas. Mmmmm… Enciende el interruptor de la calefacción y acto seguido abre el armario y saca de él una bata muy grande de estar por casa.

–No pases frío, amor… –me dice, cariñosamente, mientras me pone ella la bata de estar por casa. Seguidamente, me besa la frente.

Nos abrazamos durante unos largos minutos. Se agacha hasta llegar a mi rostro y nos besamos. Continuamos beso a beso. Esos besos púrpura. Gradualmente entro de nuevo en calor, en todos los sentidos, y me desprendo de la bata.

Transcurridos unos minutos, nos retiramos lentamente del abrazo, me toma de la mano y nos dirigimos hacia su escritorio. Guiomar decanta la silla y se sienta.

–Ven a mí, amor… –me dice, seductoramente, agarrándome delicadamente de la cintura y atrayéndome hacia ella. Me encuentro de pie entre la mesa de su escritorio y ella. Me agarra apasionadamente la cintura, las caderas y las nalgas, mientras mis manos recorren su despeinado cabello. Nuestras bocas se enredan en fogosos besos. Cada segundo que transcurre siento mi cuerpo cada vez más rodeado por sus piernas y sus potentes muslos. ¡Que dulcemente dominada y protegida me siento! Mmmmm… Mi cuerpo se activa y entro de nuevo en calor.

–Amor… Eres hermosa… Te deseo… Como nunca he deseado a nadie… Suena loco… Pero así es… ¡Qué buena estás, joder! Eres mía, mía… Toda mía… –le digo, jadeando entre beso y beso– Ahora relájate, amor… –le digo, sensualmente.

–Sí, amor… –me dice, entrecerrando lentamente los ojos.

Mis carnosos labios empiezan a bajar acariciando y besando su grande y ancho cuello. Se muerde el labio inferior y su respiración se agita más y más.

Mis labios continúan descendiendo. Sus grandes y voluptuosos pechos con sus entumecidos pezones sobresaliendo. Mis manos empiezan a acariciarlos y a amasarlos al mismo tiempo que son recorridos por mis labios con apasionados besos, todavía por encima de la camisa. A cada segundo que pasa, los jadeos de Guiomar se tornan más y más agitados y en un momento dado cierra los ojos y se muerde los labios con picardía. Mmmmm… Se desabrocha muy cuidadosamente la camisa azul botón a botón hasta la mitad, dejando a mi vista un ardiente sujetador negro en forma de top a conjunto con sus braguitas, que seguidamente se decanta, dejando sus colosales ubres desnudas. No tiene los pechos canónicamente «perfectos» según la sociedad, pero a mis ojos son los más preciosos que he visto nunca. De repente, mi rostro y mi boca se enredan en ellos, acariciándolos y besándolos como si no existiera un mañana. Poco a poco, mis ardientes besos se concentran más y más en sus bellas y rosadas areolas estremecidas y en sus carnosos y entumecidos pezones, hasta que mis labios y mi lengua se pelean de deseo dándoles el cariño que ruegan.

–Mmmmmm… –suspira Guiomar, entre jadeos.

Mis labios descienden a base de caricias por su opulente barriga por encima de la camisa. Me encuentro ya agachada debajo de la mesa, mientras ella continua sentada en la silla. Me abrazo a sus caderas como buenamente puedo. Mi campo visual alcanza como primer plano sus negras braguitas, las ardientes y húmedas transparencias de su rosa del amor suplicando mi cariño. No obstante, quiero ir despacio. Muy despacio.

–Mmmmmm… Amor… Ámame… ¡Ámame entera! –me dice entre jadeos, acariciando mi cabello y mis mejillas.

Se levanta lentamente de la silla, mientras continuo abrazada a sus caderas. Ella de pie, en posición dominante, yo agachada, en posición sumisa, rendida ante su voluptuosidad. Mis manos, mis labios y mi lengua empiezan a recorrer lentamente sus poderosos muslos, acariciando, amasando, besando y lamiendo su blanca piel, casi mordisqueando y succionando. Continuo descendiendo hacia sus pantorrillas y sus pies y empiezo a oler, besar y lamer sus botas como si no hubiera un mañana. Tengo un fetiche enorme con las botas y demás calzados de plataforma y tacón. Mis carnosos labios ascienden de sus pies a sus muslos con suma lentitud.

–¡Qué buena estás, amor! ¡Estás tremenda! –digo entre jadeos.

–Mmmmm…

Acto seguido, me abrazo a sus caderas y mis manos se posan en sus nalgas, acariciándolas y amasándolas apasionadamente, con los dedos bien abiertos y enredados entre su palidísima piel y la negra tela de sus braguitas, que se las quito con suma delicadeza. Mis labios y mi lengua descienden de nuevo por sus piernas al compás de sus braguitas, que recorren por tercera vez sus piernas hasta llegar a sus pies y por lo tanto a sus botas. Mi boca, en compañía de sus braguitas, llega a sus pies. Como si no hubiera un mañana, huelo, beso y lamo de nuevo sus botas, al mismo tiempo que sus braguitas acompañadas de su dulce y abundante néctar. Mmmmm… Estoy que no quepo en mi deseo por ella. Es tal el ardor que siento de nuevo dentro de mí que instintivamente me estimulo los pezones.

Me abrazo de nuevo a sus colosales y voluptuosas caderas, con mucha fuerza. Mis pechos y mis entumecidos pezones se clavan a sus muslos. Mis manos de nuevo en sus nalgas, mis dedos bien enredados entre las abundantes carnes de sus voluptuosas nalgas. Amasándolas con pasión, con deseo. Su preciosa rosa del amor, también completamente depilada y deshaciéndose en súplicas y llanto por mi cariño. Ahora es el momento…

Mis labios y mi lengua recorren su rosa del amor. Muy lentamente, empezando por los laterales hasta concentrarse totalmente en su grande clítoris, casi succionándolo y bebiendo de su caliente y abundante néctar. Mis manos amasan y acarician sus colosales caderas y nalgas con más y más pasión y mis pechos se clavan más y más a sus grandes muslos. Guiomar me acaricia el cabello mientras mueve las caderas con más y más frecuencia y sensualidad. Puedo ver el rubor de su piel, su rostro con los ojos entrecerrados y mordiéndose los labios con más y más fuerza, como se acaricia su húmedo y sensualmente despeinado cabello, al mismo tiempo la vez que sus pechos y pezones por encima de su camisa azul otra vez abrochada con todas las insignias y condecoraciones. Mmmmm… Puedo sentir el ardor en su piel, la fuerza y frecuencia de sus latidos y la intensidad de su respiración.

–Mmmmmmm… –suspira sensualmente, entre intensos jadeos y mordiéndose el labio inferior.

A cada segundo que pasa, jadea con más fuerza. Transcurridos unos minutos, estalla de placer fundiéndose en un intenso orgasmo, lo que puedo intuir por el rubor y el ardor previos en su piel y en su clítoris, por la abundancia de su dulce néctar y por su ardiente gemido final.

Cae rendida abrazada a mí, hasta que ambas nos tumbamos de nuevo en su cama, sentadas frente a frente. Nos besamos de nuevo con mucha intensidad, mientras nos acariciamos la cintura.

Siento como paulatinamente su cuerpo se activa de nuevo. Estamos las dos semidesnudas. Además… Ella me ha quitado las braguitas y no me las he vuelto a poner todavía… Yo le he quitado las ardientes braguitas negras y se las he lamido… Mmmmm… A pesar de ir más o menos vestidas, llevamos nuestras empapadas rosas del amor descubiertas. Mientras estamos tumbadas besándonos, instintivamente juntamos las piernas más y más. En un instante dado, parece que ambas nos leemos la mente y cambiamos de postura. Entonces, nos sentamos en la misma cama.

Estando las dos sentadas frente a frente, nuestros cuerpos se pegan más y más. Nuestras rosas del amor lloran con desespero suplicando encontrarse. Transcurridos unos minutos, nos abrazamos muy fuertemente, entrelazando bien nuestras piernas y uniendo nuestras rosas del amor, bien clavadas la una con la otra. Nos abrazamos muy fuerte. Dada la diferencia de estatura entre las dos, mi cabeza se encuentra clavada a sus grandes pechos y enredada entre su cabellera. Se desabrocha de nuevo la camisa y mi boca se pierde entre su cabello, sus colosales ubres y sus pezones por encima y por debajo del sujetador en forma de top. Oliendo, besando, lamiendo, mordisqueando suavemente como si no hubiera un mañana… Mmmmmm… A cada segundo que pasa, movemos nuestras caderas con mayor ímpetu, sincronizadas con nuestros latidos. Nuestras rosas del amor al mismo compás y bien clavadas la una a la otra… Mmmmm… En un instante dado, con mi rostro enredado entre sus pechos, siento perder el aliento entre tantísima abundancia y voluptuosidad. Las dos jadeamos con más y más intensidad… Hasta que… Nos fundimos simultáneamente en un intenso orgasmo… Acompañado de un ardiente beso.

Ambas caemos rendidas, tumbadas en la cama, abrazadas. Acomodo mi cabeza en su pecho. Me acaricia el cabello y me da besos la frente. Abre el edredón y nos tapamos. Desearía que se detuviera el tiempo en esta noche, en este bello instante. No quiero separarme de Guiomar. Es increíble la conexión intelectual, emocional, erótica y hasta romántica que hemos tenido en cuestión de pocas horas. Desearía dormir a su lado, abrazada a ella. Todas las noches del resto de mi vida. Suena muy loco, pero estoy enamorada.

–Candela, amor… ¿Tienes que alojarte sí o sí al hostal? –me pregunta en un tono de voz entristecido y acariciándome el cabello y la mejilla.

–Sí… Contra mi voluntad. Me siento muy bien aquí a tu lado.

Veo como sus ojos se entristecen y empiezan a derramar lágrimas.

–Es que yo… ¡No quiero que te vayas! ¡De verdad! Es increíble lo que ha surgido entre nosotras en una noche. Tan hermoso, tan intenso, tan… Nunca he vivido algo así con nadie. Una persona de corazón tan noble, tan inteligente, tan hermosa interior y exteriormente, que sabe escuchar y empatizar, que no te juzga… Eso no se encuentra cada día, de verdad te lo digo. Tú… Me has hecho sentir comprendida y querida de verdad, tal como soy, algo que, muy en el fondo, muy contadísimas veces en mi vida me he sentido después de que los hijos de puta etarras me arrebataran a mis padres… Parezco una persona muy dura y de hierro, pero realmente tengo mucho dolor dentro y me siento sola. Detrás de la «puta fascista asquerosa agresiva» que la gente tanto dice que soy hay mucho dolor acumulado dentro –me dice, en medio de un amargo llanto.

La abrazo y le beso la frente y las mejillas. Me siento conmovida.

–Yo… También me he sentido muy bien a tu lado. Nunca se me ha pasado por la cabeza juzgarte, y menos después de lo que has hecho por mí. Entiendo y empatizo mucho con todo lo que has vivido, el vacío que deja en una persona, la impotencia y la ira que causa la injusticia. Contigo me he sentido cómoda para hablar de pensamientos míos de los que me da reparo hablar con otras personas, además de escuchada y querida. Suena intenso, pero en cuestión de unas pocas horas ha surgido algo muy especial entre nosotras. No quiero irme de tu lado –le digo, con los ojos llorosos.

Nos abrazamos con fuerza. Empiezo a llorar entre sus brazos. Permanecemos abrazadas unos largos quince minutos que desearía que fueran eternos.

–Bueno… Te acompaño al hostal –me dice en un tono apenado.

Con su ayuda recuerdo el nombre del hostal donde estoy alojada. Finalmente nos vestimos, salimos de su casa y caminamos lentamente rumbo al hostal. Vamos tomadas de la mano. Me siento muy segura y querida a su lado.

Llegamos al hostal. Me da un papel con su número de teléfono.

–Llámame. Cuando termines la ruta, llámame. Pasaré a recogerte. Como te he dicho, yo también estoy haciendo unos días de pausa en mi trabajo. Antes de que regreses a tu casa quiero que pasemos más días tú y yo juntas –me dice, con un destello de emoción en sus ojos, casi llorosos.

–Eso haré –le digo, emocionada, mientras me guardo muy bien el papel en el bolso– Muchas gracias por todo y por tanto, de verdad. También deseo con todas mis fuerzas volver a estar a tu lado. Nos vemos en unos días, amor.

Nos abrazamos con mucha fuerza. Nos besamos.

Y así será como unos seis días más tarde nos reencontraremos y, en el transcurso de una semana juntas, nuestro vínculo se hará más y más especial.