Siento que ya llegó el punto donde debo soltar, cambiar mis acciones,dejar de repetir el mismo patron. Me doy cuenta que no quiero seguir en este punto donde tengo que repetir una y otra vez como quiero que me traten, lo que me duele, lo que merezco. Lo doy todo, resisto porque entiendo que no todos somos iguales, pero ya no puedo seguir soportando esto.
Un año paso y todo empeora cada vez más, veo tu verdadero yo y no es lo que creo, no sos malo, pero no sos lo que me hace bien a mi. Y creo que merezco tener a mi lado alguien que me demuestre que realmente importo en su vida y no que soy aquello que está y se aguanta todo.
Ya me cansé de ser la fuerte, de tener que ser siempre la de la iniciativa, si yo no acciono nada pasa. Ya no puedo justificar está relación.
Aunque me duela los sueños que planee, aunque me duela la esperanza de que esto se podía salvar, tengo que aceptar de una vez que esto no funciona más.
Qué triste es llegar a ese punto donde crees que a nadie le importas. Los patrones son los que te acaban más lentamente, un seguimiento repetitivo que se siente como veneno en tu interior. Sentir que estás dando lo mejor de ti y notar que a nadie le importa, es un sentimiento muy amargo ¿Qué ha salido mal? ¿Acaso fue la espera de algún susurro llamando a tu nombre? Lamento tu pérdida, querida. Pero no debes dejar que eso acabe con el alma bondadosa que hay dentro tuyo.
¡Bienvenida a la comunidad, @Barbara_Ramos!
Una de las lecciones más duras de aprender, en esta vida, es que este mundo y las personas que están en él, decepcionan, incluyéndonos a nosotros mismos (no siempre actuamos bien, incluso queriendo hacerlo). Ante esto, solo hay dos opciones:
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La primera es volvernos egocéntricos, con lo que nos convertimos en parte del problema y no de la solución. Esto acostumbra conducir a un mal final: soledad, tristeza, odio, desesperación y, si se ha llevado a sus últimas consecuencias, muerte violenta, por cuenta propia (suicidio) o ajena (derivada del enfrentamiento con otras personas también egocéntricas; así lo atestigua la historia de la humanidad, sus guerras y conflictos). Desde el ateísmo y el agnosticismo, cada cierto tiempo, surgen nuevos sistemas que pretenden paliar esto; sin embargo, nunca funcionan porque los sistemas solo son buenos y justos si las personas que lo componen también lo son; si no, fallan por la corrupción interna. Por eso, desde esta perspectiva, nunca se ha acabado con este problema.
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La segunda opción es buscar y encontrar a alguien que siempre mire por nuestro bien y nos consuele en las dificultades de la vida. Un primer intento humano de hacerlo, es el camino espiritual centrado en uno mismo, con concepciones propias que den un sentido y paz ante el conflicto. Es decir, espiritualidad, pero no religión. Sin embargo, aunque puede ser un bálsamo durante un tiempo, al final, también acaba fallando porque, por nosotros mismos, tampoco podemos dar respuesta a todo lo que sucede en nuestras vidas ni evitar el sufrimiento. Y, llegados ahí, a este punto, solo queda reconocer la necesidad de la existencia de Dios (el que nunca falla y siempre mira por nuestro bien) o volver a la primera opción del egocentrismo.
Como agnóstico que he sido casi toda mi vida, he pasado por todas esas etapas y también las he visto en los demás. Al final, después de muchísima búsqueda, lo único que me ha traído paz y felicidad internas, de verdad y en plenitud, ha sido Dios. Si eres atea o agnóstica, te preguntarás, como yo también lo hice en su día, cuál de ellos y cómo encontrarlo. Es lógico. Si recorres este camino sola, es previsible que te lleve mucho tiempo descubrirlo; a mí, me pasó.
Solo con la intención de ahorrarte pasos y disgustos, te diré que busques las respuestas en la Iglesia, católica, aunque no poniendo tu esperanza en los seres humanos que la componen (todos fallan y decepcionan, sin excepción, «no hay nadie en la tierra que sea justo, nadie que haga lo correcto y nunca peque», Eclesiastés 7:20), sino en Dios, su doctrina (Biblia y catecismo) y los sacramentos, en especial, la Eucaristía.
Por eso, está escrito: «Maldito el varón que confía en el hombre y pone en la carne su apoyo, mientras su corazón se aparta del Señor. Será como matojo de la estepa, que no verá venir la dicha, pues habita en terrenos resecos del desierto, en tierra salobre e inhóspita. Bendito el varón que confía en el Señor, y el Señor es su confianza. Será como árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces a la corriente, no teme que llegue el calor, y sus hojas permanecerán lozanas, no se inquietará en año de sequía, ni dejará de dar frutos», Jeremías 17:5-8.
Espero que esto te ayude y te sirva. ¡Un abrazo muy grande!