En la penumbra de una noche eterna,
donde el silencio era un manto de duelo,
Daniel dormía, su alma en calma,
sus rizos negros, un mar de terciopelo.
Le di drogas dulces, un susurro de paz,
quería que soñara sin sentir el dolor,
no podía soportar verlo sufrir,
en este acto de amor y un odio abrasador.
Mis manos, temblorosas con la carga del destino,
se posaron suaves en su cuello dormido,
un gesto de amor y desprecio profundo,
un final trágico, un destino compartido.
Cada apretón era un grito en mi pecho,
su respiración, un eco que se desvanecía,
Daniel, mi amado, mi eterno tormento,
en esta cama, nuestro último día.
Sus rizos negros, como sombras vivientes,
se enredaban en mis dedos, se aferraban a mi alma,
mientras sus ojos cerrados soñaban en la distancia,
en el pueblo olvidado, bajo la noche en calma.
Mientras lo miraba a los ojos cerrados pensaba que echaría tanto de menos jerez
Lágrimas derrama
El siempre imagino que era un código de barras con todos esos cortes en la piel
Se reía sobre su perversión le hacía sentirse valiente
Las estrellas, testigos de nuestra tragedia,
lloraban con luz en la bóveda oscura,
su vida se desvanecía en un suspiro silente,
y mi corazón se rompía en una pena pura.
Cada segundo, una eternidad de lamento,
mis lágrimas caían, un río sin fin,
Daniel, mi amor, mi dulce tormento,
en esta cama de sombras, nuestro último aliento.
Cuando su cuerpo quedó inmóvil y frío,
mis manos se soltaron, un gesto final,
Daniel, mi amado, mi sueño perdido,
en esta cama de sombras, en un pueblo fatal.
Las estrellas brillaron, eternas y tristes,
sobre un amor que se tornó en pesar,
Daniel, tus rizos, mi dulce martirio,
en la noche eterna, en la soledad sin par.
Así, bajo el manto del cielo estrellado,
quedamos solos, en un silencio profundo,
Daniel, mi amor, mi oscuro destino,
en un acto de amor, en un adiós iracundo.
La luna lloró, su luz melancólica,
sobre un amor tan grande y tan cruel,
Daniel, mi vida, mi amor prohibido,
en la eternidad, serás mi único fiel.