Aquí dejo el primer capítulo para saber sus opiniones!!
Capítulo 1: Prólogo
Durante décadas se ha relatado la historia de la Gran Guerra Mágica: una batalla entre el bien y el mal. Por un lado, los seres de luz defendiendo la vida y la libertad; por el otro, los demonios y criaturas oscuras, ansiosos por gobernar el mundo humano y sumirlo en el caos.
Se dice que los reinos convivían en paz y prosperidad, y que los humanos —pese a carecer de magia— buscaban aprender de aquellos que sí habían nacido con ella. Algunos solo deseaban compartir tiempo con los seres mágicos, comprendiendo sus orígenes y habilidades.
Pero no todos veían eso con buenos ojos. Había quienes creían que los humanos solo buscaban poder. Uno de ellos fue el Gran Rey Demonio, quien percibió esa convivencia como una amenaza. ¿Qué ocurriría si los humanos lograban apropiarse del poder demoníaco?
El miedo lo llevó a la locura, y la locura, a la guerra.
Cuando los seres de luz se enteraron de sus intenciones, decidieron proteger a la humanidad. Entre ellos se alzó un joven rey humano, admirado por su honradez y valentía, que juró defender ambos mundos. Amante de la magia, investigó sin descanso una forma de terminar con la guerra: sellar a los demonios.
Convocó a todos los humanos que habían aprendido artes mágicas a reunirse en su reino para realizar el ritual de sellamiento. Con la ayuda de los seres de luz, lograron atraer a los demonios y encerrarlos en el lugar que más tarde sería conocido como el Reino Infernal: una prisión dimensional que solo podría romperse si los sellos eran destruidos.
Desde entonces, los humanos han custodiado esos sellos durante generaciones, sabiendo que, si llegaran a romperse, los demonios arrasarían con todo a su paso.
La leyenda cuenta que aquel antiguo reino donde se llevó a cabo el ritual aún existe. Hoy, ese terreno es conocido como Velmora. Allí se hallaron los diarios del antiguo rey, donde relataba los hechos de la guerra… y dejaba una advertencia:
“Protejan los sellos, o nadie escapará de las garras del Gran Rey Demonio.”
El silencio se apoderó del museo tras las palabras del guía, que sonrió satisfecho por su narración. Amaba contar esa historia.
Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando las risas juveniles rompieron el momento.
—Qué miedo —exclamó un estudiante con tono burlón—. Capaz nos atacan esta noche.
—No puedo creer que sigan contando estas cosas en el museo —rió una joven—.
—O que alguien aún crea que sucedieron —añadió otro.
El profesor trató en vano de imponer silencio. Las risas no cesaban.
En la última fila, un chico de cabello oscuro observaba por la ventana, ajeno a todo. Había escuchado esa misma historia cada año y ya no le causaba ningún interés. A su lado, su hermano menor sonreía, fascinado, con el brillo eterno de quien aún cree en lo imposible.
—Sería genial conocer a un ser mágico —susurró Elior.
—Claro, la mejor experiencia de nuestras vidas —respondió Corvin con sarcasmo.
—Admítelo, lo sería. Yo creo que algún día podré vivir algo así.
—Y morirías en un instante —replicó Corvin, girando apenas la mirada—. Desgarrado por las garras de esos demonios.
Elior rio por lo bajo, sin molestarse. La luz de la tarde se filtraba por la ventana, encendiendo su cabello dorado como si el sol mismo lo protegiera. A su lado, Corvin era su reflejo invertido: oscuro, serio, con ojos plateados que, según su hermano, a veces tomaban un matiz lila bajo la luna.
Nadie creería que fueran hermanos. Ni en rasgos ni en carácter compartían nada. Corvin y Elior Hale habían sido adoptados a los cinco años; y aunque no tenían lazos de sangre, eran inseparables.
—Yo creo que las leyendas son verdad —dijo Elior, observando las pinturas del museo.
Corvin rodó los ojos, escéptico, sin molestarse en responder. Siguió caminando junto a él por el pasillo, viendo las mismas vitrinas y obras que cada año.
Afuera, el cartel del Museo de Velmora se balanceaba con el viento. El día seguía su curso, como si aquella historia no fuera más que otra vieja leyenda.
Velmora, a simple vista, era un apacible destino turístico, famoso por su aire misterioso. Estaba rodeado de bosques y montañas, y muchos juraban que, por las noches, el bosque adquiría un brillo “encantado”.
Pero lo más fascinante de todo era el cerro a las afueras del pueblo, el Cerro Maniar, desde donde se contemplaba la vista más hermosa de la región.
A pesar del escepticismo de sus habitantes, Velmora respiraba un aire tan antiguo que cualquiera podía creer que esas leyendas aún vivían bajo su suelo.
—Es hora de irnos —murmuró Corvin, deteniéndose frente a una pintura de una deidad—. La clase terminó.
Guardó las manos en los bolsillos y caminó hacia la salida. Elior, sin perder su sonrisa, lo siguió.
A Corvin no le gustaba esperar, y Elior lo sabía. Por eso aceleró el paso hasta alcanzarlo. Una vez fuera, ambos se detuvieron a mirar el cielo despejado de la tarde.
—Creo que deberías dejar de ser tan escéptico —dijo Elior con tono divertido.
Corvin rodó los ojos.
—Y tú, deja de ser tan ingenuo.
—No entiendo por qué no crees en la magia, pero sí en los fantasmas.
—Son dos cosas distintas —refutó Corvin—. Los fantasmas son personas que alguna vez vivieron. La magia es solo ficción.
Elior ladeó la cabeza.
—¿Y de dónde crees que vienen los fantasmas? ¿No será por magia?
Corvin soltó una breve risa.
—Solo son espíritus que no pudieron ascender. No hay magia que los retenga, solo… personas que aún tienen un propósito entre los vivos.
—Los seres mágicos no existen. Si una deidad realmente estuviera ahí afuera, ¿por qué no ha aparecido desde hace siglos? No tiene sentido.
Elior abrió la boca para responder, pero la cerró enseguida. No tenía un argumento. Otra batalla perdida con su hermano.
Aunque, quizás, sería una de las últimas.