Son los gajes del oficio, es lo que hay…pero uno se harta de oír consabidos sonsonetes, clichés y lugares comunes generacionales. Si uno los analiza se da perfecta cuenta de que son risibles. Sí, de verdad que lo son pero tienen consecuencias imprevisiblemente serias para el futuro. Estas habladurías en general dichas y redichas como si fueran verdades divinas crean una generación enferma de incultura, que vive en la inopia y la autocomplacencia pero, sobre todo, son chicos y chicas que viven instaladas en la queja inútil y la falta de la creatividad. Como cada lunes, volvemos a publicar nuestro artículo semanal.
¿No están hartos ustedes también de oír el recurrente “vivimos en una época en la que todo ocurre muy rápido”? Según el momento en el que me encuentro, no le doy importancia. Sin embargo, después de la enésima repetición de este vacío lugar común, no puedo evitar levantar la mano y preguntar “Oye, y ¿cuándo no lo ha sido?” o “¿tú te crees que antes la gente vivía en la más apacible de las sociedades?”; “¿qué sabes tú de los años 90 o 2000 para decir que ahora se vive muy rápidamente?”
Desde luego, no todo es culpa de esta generación de formados en competencias básicas. Los pobres no han oído críticas ni de sus padres –a menudo acaecidos de esa misma enfermedad posmoderna, tanto que también se olvidan de que crecieron en un tiempo tecnológico– ni de sus profesores quienes no se han tonado o no han podido explicar en profundidad detalles de nuestra sociedad en las décadas anteriores. Por tanto, es comprensible que piensen que viven el mejor de los tiempos. Hasta confunden tecnología con internet, o peor aún, la usan como sinónimo de redes sociales. Para ellos no había nada antes de su Instagram.
Si bien sabemos que es hasta cierto punto normal que la juventud se crea el centro del universo, no lo es menos que la de ahora padece de anticuerpos al mal de la autocomplacencia. Mi generación se creía la mejor preparada, la más molona, la más diversa (de hecho, la aceptación de la bisexualidad por parte de algunos sectores data de la segunda mitad de la década de los 80). La diferencia es que la actual se cree soberana anterior pero su desconocimiento de la Historia –y de las artes– es abrumador. Además, no han tenido la suerte de tener una escuela exigente y a la que ellos deberían acatar y adaptarse a ella, en su lugar, han ido a dar con centros donde dónde el conocimiento está más y más limado y más orientado al hedonismo pasajero, al jugar para aprender.
No obstante, aún se existen tratamientos que aplicados con constancia y buen hacer pueden remediar un tanto la autocomplacencia generacional. Es el caso de la novela de José maría Gironella Condenadas a vivir, Premio Planeta del año 1971. Un relato ambicioso que abarca un periodo de tiempo considerable de la historia de este país, de esta ciudad — desde el final de la Guerra Civil hasta el año 1967, año en el que el autor cree que la brecha generacional ya se había hecho imposible de cerrar.
Condenadas a vivir sigue la trayectoria de varias familias burguesas de Barcelona y describe una sociedad en marcha que se transforma aceleradamente. Son catalanes que apoyaron el Movimiento y como los protagonistas lucharon en la guerra. Una vez acabada la contienda, comienzan sus proyectos de vida a partir del día mismo de la entrada de las tropas Nacionales en Barcelona. Rogelio Ventura, catalán audaz y buen arquitecto, bastante simpático pero algo grosero convence a su compañero de batallas en el ejército, un granadino, Julián Vega, para que se instale en Barcelona. Ambos iniciarán sus exitosas carreras como arquitectos y se casarán con dos jóvenes de buenas familias de Cataluña, Rosy y Margot.
Al abarcar tantas décadas, la novela gana un cariz de crónica. Con el inicio de las hostilidades en el continente, hay discusiones entre partidarios de los aliados y los del Eje, el autor habla de los estraperlos y los súbitos enriquecimientos de algunos o la invención de las agencias de publicidad; el fin de la segunda guerra trae incertidumbre, el aislamiento del país, el Congreso Eucarístico y la relativa apertura y normalización que permite a las dos familia viajar al extranjero.
Allí, en París, llama la atención de un lector novel como Gironella describe el que posiblemente fuera el primer movimiento juvenil en Europa: los Existencialistas. Los hijos de los Ventura y los Vega todavía son niños, y no les acompañaron en este viaje. Las parejas vuelven impresionadas por los paisajes pero también asqueados por la actitud de los Existencialistas. Poco podrían pensar que también llegaría la rebeldía juvenil a España. Cuando los hijos de ambos matrimonios llegan a la universidad, alcanzan una libertad de costumbres y un nivel de rebeldía manifiesta hacia la generación de sus padres que hace caer de golpe y porrazo uno o varios mitos referentes a la cacareada vida gris que habitualmente se nos pinta.
Los hijos crecen y Laureano, hijo de Julián se dedica a la música pop en vez de seguir los caminos del padre. En los años 60 los hijos jóvenes de las clases pudientes de Barcelona vivieron unas vidas muy parecidas a la de cualquiera de su misma generación y semejante condición económica en cualquier otra parte. Escuchaban rock, iban a discotecas sicodélicas (es notable las descripciones de la boite Cosmos), bailaban hasta altas horas y se drogaban en Ibiza o en la Costa Brava. Se distanciaban de las generaciones anteriores en la forma de ver el mundo y se hacían más y más individualistas, casi como los jóvenes ingleses, norteamericanos o del norte de Europa.
Gironella, al parecer, quiso unir la Guerra Civil (un tema del que más adelante volveré a tratar en otro artículo) con el, a su modo de ver, gran conflicto de nuestro tiempo. Aprovechó para ahondar en el daño irreversible de la creación del fenómeno de la juventud y sus posturas de rebeldía ante las generaciones anteriores. Para ilustrar esto, nos aporta un resumen bastante generoso de los diversos movimientos juveniles que van desde finales de los años 50 del siglo XX hasta el 1967, algunos de ellos también tuvieron su versión española. Para los no versados en el tema son los siguientes: (los existencialistas, antes mencionados, de poca extensión internacional), los beatniks, los Teddy Boys, los Provos (movimiento de poca duración en Francia, Holanda y partes de Alemania, donde solían vandalizar estatuas porque representaban la celebración de viejos moldes, ¿les suena?), los mods, los rockers, los hippies, y alguno más que me dejo en el tintero. Obviamente, Gironella no podría prever el sinnúmero de etiquetas que el capital iría a inventarse después y hasta la fecha para clasificar a los más jóvenes de la sociedad.
En el prólogo de mi edición, Carlos Pujol pone por escrito unas notas fabulosas en el prólogo de la edición que manejo:
Padres e hijos acaban coincidiendo en la confusión y en la vaciedad (…) La novela de esta guerra generacional termina sin vencedores, con una derrota colectiva por motivos opuestos. Todos se han extraviado y no tienen nada a que aferrarse.
En resumen, una gran novela merecedora del Planeta y que sin duda es de lectura recomendada para jóvenes y también para no tan jóvenes compelidos a olvidar que también han vivido una época de un enorme avance tecnológico –no digital, es cierto, pero no por esto menos rápida o cambiante que la actual–. Si ustedes son de los que piensen que ahora se viven cosas que nunca antes se habían vivido, lean esta gran novela: Condenadas a vivir.