Se perdonó y olvidó
La mujer reconoció que necesitaba perdonar, porque la mochila de la vida se hacía pesada y sus pensamientos intrusivos no la dejaban en paz.
Cada libro que leía le recordaba que el pasado debía estar en el lugar que le correspondía, y cuando intentaba aplicarlo a su vida, notaba que, aunque creía vivir en el presente, su vida seguía centrada en el pasado.
Todo giraba en torno a sus recuerdos, a sus heridas; se había aferrado a lo que ya estaba muerto. Seguía varada en la estación de lo que fue, de lo que pudo haber pasado.
Eso la detenía, la mantenía en un círculo de tristezas, iras y frustraciones. Aunque hacía introspectivas, no lograba avanzar.
Pero una cosa tenía clara: no quería quedarse en el mismo lugar. Ya estaba harta de abordar el crucero a ninguna parte y volver siempre al punto de inicio.
Así que un día, en una de esas noches donde el insomnio, las lágrimas y el cansancio golpeaban su alma, decidió poner fin a todo lo que la mantenía en aquel oscuro estado.
Decidió perdonar.
Y en ese camino del perdón entendió que no solo se trataba de otorgar perdón a otros. Entendió que no se amó lo suficiente, que dejó de priorizarse, que abandonó sus sueños, que perdió la disciplina y que se castigaba por todo lo ocurrido.
Más importante aún, comprendió que debía perdonarse a sí misma. Que para alcanzar la paz, debía olvidar lo que quedaba atrás.
Se abrazó a sí misma y, con aquel abrazo, también abrazó a los demás.
Se aceptó, y al aceptarse, se sanó.
Volvió a soñar, a llenarse de esperanza.
Caminaba ahora hacia los propósitos que Dios tenía para su vida, confiada en que el monstruo de sus pensamientos desaparecía con la luz del perdón.
Volvía a elevar anclas, liberando de la prisión a su cautivo corazón.
Soñaba, y a su ritmo… volvía a ser plena.