es el primer capitulo de mi novela, y agradecería mucho su opinión:
CAPÍTULO 1
Habían pasado varias semanas en la galera, el sonido de las olas del mar era constante y a Dan le dolían las muñecas por los pesados grilletes que lo sujetaban a una viga… La luz del sol apenas entraba por las rendijas, pero sus ojos ya se habían acostumbrado. A su lado había otros cuatro hombres y al frente cinco mujeres, todos encadenados por las manos y sujetos a la estructura.
—¿Saben a dónde nos llevan? —preguntó en voz baja una joven de cabello castaño, su túnica estaba desgarrada y se le veía parte del pecho. Había estado llorando toda la noche, pero aparentemente ahora tenía más ganas de hablar. Viendo que nadie respondía, Dan decidió hablar también en voz baja—. No lo sé, llevamos 33 días, por lo que debe ser muy lejos de Grecia. Quizá a Egipto o Persia —dijo con una sonrisa desanimada mientras veía sus cadenas—. Ahora somos esclavos; lo mejor que podemos esperar es que nos compren amos amables. Tú… ¿eres doncella? —preguntó a la muchacha, la cual, mirando al suelo, hizo un gesto afirmativo.
—Bueno, quizá tengas suerte y seas comprada por algún señor feudal para alegrar sus noches. Lo mismo será para las otras doncellas. Veo que escogieron a las más hermosas —dijo con una leve sonrisa, pero los ojos de la joven estaban vacíos y llenos de miedo—. Si tengo suerte… —repitió la joven, como tratando de asimilarlo.
—En cuanto a nosotros, si tenemos suerte… seremos forzados a trabajar toda la vida y, en el caso de los más fuertes, quizá a volverse guerreros de algún ejército esclavista.
—¿Y qué pasa si no tenemos suerte? —preguntó la joven de cabellos castaños, casi en un susurro.
Dan se quedó en silencio.
—¡Dímelo! —dijo de forma más brusca—. Si no tienes suerte, te tocará un amo perverso que te golpeará todos los días, te harán trabajar en una casa de placer, también podrían cortarte el cuello para derramar tu sangre como sacrificio para algún dios. O incluso podrías ser vendida a un hechicero o alquimista que usara tus partes para sus rituales y magias oscuras.
Ante estas palabras, las lágrimas comenzaron a brotar una vez más de los ojos de la joven. Y cuando Dan se dio cuenta de la crueldad de sus palabras, ya no tenía más que decir; él también estaba ofuscado y, como siempre, había hablado sin pensar.
—Quizá debas rezar a tus dioses… si yo creyera en alguno, quizá lo haría —dijo Dan en voz baja. Por ahora no podían hacer nada; después de todo, solo eran esclavos, y muy pronto sabrían el destino que los dioses habían elegido para ellos.
Un par de días más tarde, finalmente, la puerta se abrió de par en par dejando entrar la luz del sol, y Dan sintió cómo la luz lo enceguecía, obligándolo a cerrar los ojos. De inmediato, dos guardias con petos de cuero tronchado y lanzas entraron y sacaron a los jóvenes esclavos, empujándolos hacia la escalera con rudeza.
—¡Salgan, hemos llegado a su destino! —ordenó el guardia con un grito.
Ellos fueron puestos en línea, los cinco hombres y las cinco mujeres, y les alcanzaron un cuenco con un líquido extraño.
—Bebe —ordenó el guardia. Dan obedeció, tomándolo con ambas manos y dejó seco el cuenco.
—Suban a los carros —siguió la orden—.
Los jóvenes fueron llevados a unos carros grandes de madera tirados por bueyes. Ellos subieron. Danryu vigilaba atentamente al guardia, y cuando tuvo la oportunidad, escupió a un lado, librándose de todo el líquido que pudo.
—Parece que tragué un poco —pensó mientras se limpiaba la boca. Tras esto, los carros comenzaron a andar, y entonces se dio cuenta de que todos sus compañeros habían caído en un sueño profundo.
Danryu se recostó como los otros y cerró los ojos, tratando de parecer dormido para no despertar sospechas. Por ahora, lo mejor que podía hacer era escuchar, y muy pronto las respuestas aparecieron.
—Tal como acordamos, serán 20 piezas de oro. Todos son de Grecia… jóvenes y fuertes; los mantuvimos en buen estado, y las mujeres son puras, todas ellas —dijo una voz ronca.
—Sé que no nos concierne, pero hay quien dice que estos serán sacrificados —comentó una segunda voz cerca de ahí.
Luego de unos segundos de silencio, una tercera voz, más sombría, respondió:
—Estos diez serán entregados a los alquimistas del oeste, quienes los sacrificarán en el altar de la diosa de la guerra; su sangre será derramada en la piedra blanca y su carne ofrecida a la criatura de ojos plateados.
Ante estas palabras, Dan sintió un escalofrío recorrer su espalda y sus latidos se hicieron más fuertes. Pero sabía que intentar escapar ahora sería imposible.
—¡Que los dioses nos sean propicios! —respondió el otro hombre. Y el carro inició su marcha.
Mientras asimilaba estas palabras, Dan sintió que la cabeza le daba vueltas; las cosas eran peores de lo que hubiera pensado. Cuando niño, había escuchado historias terribles sobre hechiceros y alquimistas, los cuales tenían conocimientos arcanos y podían invocar poderes sobrenaturales, sirvientes de los dioses. Y los dioses no eran mejores que sus sirvientes; ellos exigían adoración y, cuando se sentían ofendidos, exigían sacrificios de sangre en rituales terribles.
Los sacrificios de griegos, por capricho de los dioses, eran reconocidos en su tierra, como las mujeres sacrificadas en el templo de Zeus por la ofensa hecha por el rey de Tebas, o aquellos desdichados que eran entregados a la Isla de Creta para ser destrozados por el minotauro, hasta que el célebre Perseo acabó con su desdicha.
Ni siquiera los reyes se libraban del capricho y crueldad de los dioses, como la hija del rey de Misenas, cuya sangre había sido derramada en el mar para complacer la soberbia de Artemisa.
Muchos creían en los dioses, les hacían ofrendas y esperaban su favor, pero ¿cómo creer o poner tu esperanza en seres tan oscuros? Dan no podía hacer algo así.
Pero resistirse ahora, tan cerca de los guardias, sería inútil; su mejor opción era fingir que estaba dormido y esperar una oportunidad para saltar del carro, lanzándose por algún acantilado o rodar por una pendiente y, con suerte, perderse entre las rocas antes de que lo noten. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que un sueño profundo lo embargara; el poco líquido que había tomado comenzaba a hacer efecto, y finalmente cayó brevemente en el sueño, y luego en la oscuridad.
Luego de un tiempo indefinido, Dan abrió los ojos y por un rato se sintió desorientado; estaba rodeado de árboles altos y el cielo era azul, y el ocaso estaba cerca.
—¿Acaso todo fue un sueño o alucinaciones provocadas por aquel líquido siniestro? —se preguntó Dan mientras veía sus manos. Entonces se dio cuenta de que sus pies y manos estaban libres.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy libre? —se preguntó Dan y vio que en el suelo sus compañeros estaban dormidos. No entendía qué había pasado, pero estaba libre y en el bosque; era su oportunidad para escapar. Dan pensó salir corriendo, pero vio a la joven de la noche pasada en el suelo y se sintió culpable.