Estoy sentada en la arena, con las piernas a medio enterrar en ella. Hace un rato largo que he perdido la cuenta de hace cuánto estoy sentada en el mismo lugar viendo cómo las olas llegan hasta la arena. Ya no sé si pasaron tres, cuatro, cinco horas. O cinco minutos. Me he dejado llevar por el paisaje y me he perdido en mi misma, en mis pensamientos.
Al menos el día es espectacular. Como esos días perfectos para retratarlo en un cuadro. Pensar en eso, en cuadros, en pinceles me da un poco de nostalgia. Cuando he dejado la casa de mi madre solo he traído un par de cosas. Entre ellas el cuaderno y lápices que mi padre me ha regalado. Pero desde que me he marchado ya no he podido volver a dibujar. Cada vez que toco el lápiz, me quedo en blanco. Luego comienzo a dar vueltas y vueltas. Me digo que busco, un paisaje o una inspiración. Pero es mentira, me engaño. Soy incapaz de dibujar y al final lo acabo dejando.
Hoy parece un día de primavera. Aunque no lo es, todavía es otoño. Hoy es la primera vez que ha salido el sol en varios días. No ha parado de llover. Fueron cinco días de lluvias intensas. Fueron cinco días en esa casa sin poder venir a la playa. Sin escuchar el mar chocando con las rocas. Sin ver la espuma que se forma. Sin sentir el olor a sal. Sin tocar la arena con los pies descalzos como ahora.
Mi consuelo y lo único que he hecho en esos cinco días de tormenta, fue ver desde la ventana de arriba a la casa de las rosas que estaba junto a nuestra casa.
Aunque odiaba la lluvia (en esos cinco días) porque no podía ir a la playa y todo lo que había hecho desde que había llegado era ir todos los días un a la playa, así sea solo un momento, algunas horas o todo el día. Y desde que comenzó la inesperada tormenta arruinó por completo mi ritual de ir a ver un rato todos los días el agua golpeando la arena. Estar allí de alguna manera hacia que no me sienta tan triste, tan sola.
El segundo día de tormenta ya no había nada que hacer en la casa. Ya había horneado un pastel, leído revistas y ordenado casi por completo la casa.
El segundo día estaba mas inquieta que de costumbre, así que entre en una de las habitaciones de arriba. La habitación estaba pegada a nuestra habitación. Mejor dicho, la habitación donde dormimos Lucas y yo. La habitación estaba completa de polvo, como si hace muchos años si quiera entraran. Había una cama para una persona color blanco. Un librero también blanco y un tocador color beige. Era bonita, me gustaba. Pase mis dedos por los libros que estaban en el librero y no reconocí ningún libro. Para nada es una novedad, nunca fui una persona de leer.
Quite la cortina que alguna vez fue blanca y el polvo me hizo estornudar, cuando me recupere de los estornudos mire a travez de la ventana y fue la primera vez que la vi, la primera vez que veía la casa de las rosas.
no me había parecido nada espectacular. Pero al cabo de un instante cuando presté atención. Fue magnífico.
No lo había notado. Porque nunca había mirado desde el segundo piso. Desde la ventana podía ver un paisaje único. El cielo negro con las nubes completamente cargadas y la lluvia que no dejaba de caer. El mar enfurecido que se llegaba a ver a lo lejos y la enorme casa de dos plantas con todas sus ventanas y las tejas negras. Era seductor. Pero no solo era la casa con las ventanas y las tejas. Había más. En la propiedad había una enorme y espesa Ligustrina que rodeaba la casa y el jardín trasero con el césped cortado prolijamente y la mejor parte de todas. Rosas, perfectas, rojas y radiantes. Estaban por todo el jardín, también en la pared trasera de la casa, incluso había algunas que llegaban hasta las ventanas del segundo piso, era magnifico.
Esa tarde perdí la noción del tiempo viendo la lluvia caer sobre la Ligustrina, las tejas y sobre todo desde las rosas rojas. Por instante casi olvido todo, por un segundo no he pensado en las cosas que normalmente pienso y por un momento he creído que mi inspiración había vuelto.
Esa noche cuando cenaba con Lucas. Le mencioné sobre la lluvia y las rosas y lo magnifico que me parecía el rocío sobre las rosas. Pero no prestó atención. Tal vez era algo bobo, algo normal y a mi me parecía magnifico. En ese instante me percate que Lucas comenzaba a estar distante conmigo. Decidí sumarlo a la lista de pensamientos que tenia para pensar “luego” en algún momento, no se cuando, solo sabia que en ese momento no quería pensar en ello.
Mientras Lucas hablaba del trabajo, mi mente se fue sin darme cuenta y volví a pensar en la casa de las rosas y también, comprendí que no cualquiera podía apreciar las cosas normales. Quizás por eso, por que sean normales, hayan perdido la belleza para la mayoría de la gente. como el paisaje que se veía de la ventana. No me parecía inspirador, más bien me parecía seductor. Quería seguir viéndolo por mucho tiempo más. Y al quinto día cuando por fin salió el sol, el paisaje seguía siendo hermoso, aunque con unas vibras diferentes.
Esta mañana no me he quedado viendo. En el momento en que ha dejado de llover he buscado un abrigo y salí corriendo hasta la playa y me he quedado ahí desde entonces.
Tenía la urgencia de salir de esa casa. Necesitaba salir y respirar. Tenía la sensación de que en la casa no podía hacerlo. Anoche apenas he podido dormir un poco. Sentía una extraña presión en el pecho. Junto a la tristeza y la nostalgia. Suelo disimular si algo me sucede. Incluso me miento a mí misma muy a menudo. Pero hoy ha sido imposible, necesitaba salir y respirar, pensar en algo diferente. Para no llorar. Por que hay días que necesito llorar, como cualquier persona que se desborda de emociones. Pero ese día contuve mis lagrimas, no quería pensar en nada. Aunque ese día hubo un pensamiento que sobresalió, un pensamiento que fue mas fuerte y doloroso que los demás. Ese día me pregunte.
¿he hecho lo correcto?
Gracias por compartir.
Espero que agregues un más de descripciones.
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