[Comparto aquí un pequeño anexo de trabajo en relación con la historia de Anael Bôrkar. De momento queda tras el telón, pues no sé de qué manera voy a integrarlo. A quien lo lea, gracias por acompañarme en este proceso <3 ]
LOS BLANCOS Y LAS CREENCIAS (Anexo de trabajo).
Dicen que el gran éxito del diablo es convencernos de que no existe. Pero el mayor conflicto en la tierra, el origen de las contínuas y cíclicas guerras en las que incontables humanos se han estado matando unos a otros desde el principio de los tiempos, en las que innumerables inocentes pagaron —y pagan, una y otra vez— con sufrimiento y vida, tiene su punto de anclaje en la idea funesta de que, en todo lo que uno considera correcto, honesto, puro y de buen nombre, el diablo no está.
Hacer que cada ser tenga certeza de esto a su modo, completamente a ciegas; conseguir que aquellos que creen encarnar motivos lícitos tengan fe inquebrantable, sin saberlo, en la bondad de las ideas individuales y la naturaleza propia, ha sido siempre, fuera de toda duda, el mayor de los triunfos del diablo. En resumidas cuentas, que cada uno invente a dios a su imagen y semejanza, instaurándolo en su cabeza y rindiéndole culto, librando batallas en su nombre, dentro y fuera de su mente: ese es el máximo triunfo del diablo.
Se trata del verdadero origen del mal, imposible de erradicar en el presente, ni siquiera salvable con la enmienda futura. El mal que genera un infinito bucle de culpa en algunos casos; culpa que actúa como el más leal combustible en las hogueras del infierno.
Se trata del verdadero origen del mal, pues el diablo jamás se apartará de la carne humana en tanto en cuanto sigamos llamando “correcto, honesto y de buen nombre” a lo que sea que se engendre en nuestro pensamiento. Y por eso el diablo tiene en común con dios que, a su particular manera, puede estar en todas partes… tanto dentro como fuera de nosotros.
En aquella celda, como siempre completamente a oscuras, Ell se sentía como un condenado a muerte. ¿Por qué diablos le tenían arrinconado, atado de pies y manos? Si algo no pasaba por su cabeza en aquel momento era intentar escapar. Había sido él mismo, al fin y al cabo, quien había decidido llegar hasta ahí.
Sintió la presencia húmeda de la criatura materializándose ante sí. Su olor pútrido a fosa de alcantarilla le golpeó en la cara. Podía escuchar el sonido de los hilos de baba chorreando de sus fauces para estrellarse contra el suelo cubierto de mugre. No había duda de que aquel a quien llamaban Rafael estaba ahora en su verdadera forma, desnudo de toda belleza artificial, sin aditamentos, perfumes ni máscaras.
Levantó la cabeza como pudo, desesperado, en un intento vano de conectar con la mirada de la criatura. Pero entonces se dio cuenta, sólo porque pudo sentirlo, de que el engendro no tenía ojos. Rafael tenía, en lugar de globos oculares, dos abismos que parecían observar cada milímetro de su ser hasta el fondo, llegando a la desdichada anatomía emocional para tirar de todos los nudos sin el menor atisbo de piedad. Pozos infinitos que sondeaban hacia dentro, con calma, alcanzando el dolor de todos los humanos reunido ahora mismo en Ell. El dolor de todos los tiempos. Y aquellos no-ojos tiraban de la gigantesca costra que malcubría la herida.
Dolía. Dolía tanto que ojalá matara, pero la víctima crística estaba paralizada para mover un solo dedo y no digamos hablar. Solo gritaba “por favor, por favor, para” hacia dentro de sí. El monstruo se regocijaba y sonreía al poder oírle con toda claridad.
—Has venido a por tu milagro, ¿verdad? —habló mentalmente, sin decir una sola palabra. Su voz se abrió paso a cuchillo en el interior de Ell. Sonaba como un chasquido infinitamente desagradable en el vacío, igual que si Rafael masticara la nada entre los dientes roñosos; molares cubiertos de algas y algún tipo de sarro etéreo, envejecido y compacto al mismo tiempo.
El condenado asintió. Y, de algún modo, noto que la pequeña estancia se iluminaba con un enfermizo resplandor.
—Muy bien, humano. Levántate y anda —carcajeó Rafael, tras ondular el aire con su garra frente al rostro del ciego. Un movimiento fluido y rápido, elegante, como si con las uñas desgarrase delicadamente el velo imaginario que les separaba—. Ya puedes ver.
Ell cerró inmediatamente los ojos. Sabía que, desde ese mismo instante, volvía a ser capaz de percibir con ellos todo lo que tenía ante sí. Pero dentro de aquella celda, y aun en compañía de Rafael, no estaba seguro de querer hacerlo.
—Mi pequeño y dulce esclavo —hizo amago de conmoverse la criatura—. Como bien sabes, ahora tienes que pagarme.
Por supuesto, Ell pagó. Sin oponer resistencia, permitió que la cubierta no física que envolvía su torso se desgarrara y, con inmenso dolor, dio a luz algo que no estaba a su alcance comprender. Aquella semilla de energía, aquel fractal tan minúsculo como infinito, fue capturado inmediatamente entre las garras de la criatura con extremo cuidado. Rafael no temía que la estructura se rompiese, pues sabía que era indestructible, pero era cierto que lo que en algunos lares llamaban “Amor” podía dañarle. Esa frecuencia pura de Sentimiento que algunos humanos soportaban en caudal, rompiéndose en el proceso pero sin perder la atadura a su cuerpo físico, a él podía causarle la desintegración definitiva. A él, y a todos los que eran como él. Porque un solo fractal contenía mucho más que cuerpo etérico de energía vital para que los órganos funcionaran, para que las células respirasen. Un solo fractal de energía humana contenía Todo de aquella vibración, inteligente y todopoderosa, de la cual los suyos habían estado privados desde siempre. Un Todo que era un secreto para los propios humanos que lo portaban y eran habitados por él. Y un secreto también, desgraciadamente, para los de la especie de Rafael. Los Blancos por supuesto experimentaban emociones, sentimientos y reacciones, pero todo eso tenía poco que ver con aquella única vibración que ahora latía en ese fractal cedido voluntariamente por Ell como pago al “milagro”.
Rafael aisló el fractal en una esfera sutil de cubierta doble que flotaba sobre la palma de su mano. A los ojos de cualquiera, ahora volvía a ser angélico en su aspecto. Su voz sonaba tan dulce y fresca como las trompetas del paraíso bajo las ramas de un cerezo rosa.
Tras chasquear los dedos para borrarle al humano la memoria de las últimas tres horas, sonrió con amabilidad y le dio las gracias, girándose a continuación para salir de la celda, que ya no era una celda sino una habitación blanca con mobiliario hospitalario. Las ataduras de Ell habían desaparecido.
—Mi amado amigo, tu pequeño milagro ha ayudado al mundo. Gracias, gracias, gracias.
»Ahora te dormirás, y despertarás en tu cama. Y volverás a usar tus ojos como cuando eras niño, antes del accidente que te arrebató la vista.
» Amén.
Y sin más, abandonó la mente de aquel pobre humano, aunque desde luego no para siempre.