Me interesa su opinion sobre mis escritos

Hola a todos. Me gustaria saber que les parece este relato. :thinking:
Lo escribí mas o menos en febrero cuando aun trabajaba en un lugar que no me gustaba. Me pasaba seguido, como cuando era un niño e iba a la escuela, que quería que algo pasase para no tener que asistir y en base a esa emoción escribí este relato.

Cabe recalcar que el texto esta exagerado para intentar captar mejor la sensacion de un mal dia que puede ser desolador.

Estaré muy agradecido de recibir sus comentarios, opiniones, criticas y observaciones.
Gracias :blush:

Hoy no, mañana sí.

Me levanté a las siete y media de la mañana. Lavé mi rostro con un poco de agua, me apliqué protector solar y me mojé el pelo para poder peinarme e intentar lograr un aspecto aseado.

Dos huevos y dos vasos de agua de desayuno. Me cambié el calentador que uso hace tres días como ropa para dormir y me puse ropa que uso hace cuatro días para trabajar.

Recogí un par de libretas y un esfero y las metí en la maleta que llevo usando más de diez años y sigue como nueva, aunque sin un par de cierres. Cerré las puertas de mi hogar, guardé mis llaves y esperé que llegara el gran día.

Me pregunté cómo sería; ¿Un carro?, ¿Un bus? ¿Un rayo? ¿Un infarto? Pensé en un atropellamiento, un choque. En quedar chamuscado como un monigote de año viejo. Podría ser algo repentino como un infarto, aunque preferiría algo más extravagante.

Me esperaba un día largo de mucho trabajo ajetreado y desorganizado con un jefe que utiliza todos los días una máscara de buen samaritano que le queda grande. Grande como la cantidad de tareas que me encarga junto con un recordatorio de que estoy atrasado en otras tareas pero que lo tome con calma. Pregunta por mi bienestar y luego añade otro recordatorio a la lista de recordatorios de cuánto necesito yo el trabajo más de lo que él necesita mi presencia en la empresa.

Cansado, miserable y con mi autoestima al mismo nivel que el SG-3, el hueco más profundo del mundo, pero aún con fe porque el gran día podría ser en cualquier momento.

Una lluvia pesada cae sobre mis hombros dejando mis zapatos llenos de agua. ¿Hipotermia? No estaría mal.

De repente una luz estridente e intensa alumbró mi campo de visión. ¿Llegó? Me pregunté ¿Al fin? Me emocioné ¿Un carro? tal vez. Era un rayo, uno muy fuerte. Impactó contra el suelo y el sonido fue tan fuerte que se sintió como si dispararan un arma justo al lado de mi oreja.

Cerré los ojos para recibir mi tan esperado destino… El rayo cayó justo al lado de mí. Y pensar que eran apenas unos pocos centímetros. Una sucia jugarreta por parte de Dios. ¿Será tan difícil apuntar desde el cielo?

Llegué a mi casa sano y salvo, así que me prendí un cigarrillo doblado que por suerte no se había mojado dentro de mi maleta. Desde hace años que pruebo con el cáncer pero no es muy efectivo. Deberían declarar publicidad engañosa las imágenes de las cajas de cigarrillos y quitar el título a todos los doctores que anuncian con tanta seguridad que el cigarrillo es letal. Un rayo es más probable de funcionar como eutanasia que el fumar. Pero ¿quién soy yo para corregir a los estudiosos?

En el techo de mi casa se escuchaban varias ratas. Estaba literal y metafóricamente debajo de las ratas. Estaba muy desanimado porque no fue el gran día. Me tiré a mi cama con la ropa mojada y al caer escuché el sonido de unas monedas.

De repente una chispa en el centro de mi pecho se encendió. A la oficina oscura y fría dentro de mi cuerpo donde trabajan todos los empleados que me condenaron a vivir, le cayó como anillo al dedo. Tenía suficiente dinero para comprar otro cigarrillo y una lata grande de cerveza.

Fue un premio de consolación que funcionó para volver a intentarlo otro día. Tal vez no morí hoy, pero puedo volver a intentarlo mañana.

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Pues me ha encantado. Solo me suena raro que si un rayo te cae a unos centímetros salgas indemne. Ojo ahí. Pero por lo demás me logras transmitir esa misma angustia, o desazón, o despersonalización (esa “cosa” sin nombre) que suelo sentir por otros motivos distintos a los del texto :slight_smile: .

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Es un buen dicho cuando te piden dinero prestado. Hoy no, mañana sí.

Me gusta la idea central y me divertí mucho al leerla. (no sé si era tu intención, pero me produjo un par de sonrisas)

Hablando en serio, ese tema es muy cierto, aquellos que no tienen motivos para vivir usan alcohol, drogas y otros males durante su existencia. Es triste pensar en ello, pero puedes distinguir a más de una persona en esa situación (un alegre borracho, es un triste sobrio).

Bueno veo el título de escritos, pensando que serían muchos. Pero leo uno solo. ¿Tienes más? Quieres que comparta algo yo?

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Buenas noches. Me gusta mucho tu manera de expresarte, y me sentí muy identificado, porque, aunque soy de la creencia de que lo tengo todo, por tener salud, y a mi familia aún con vida, siento un vacío existencial la mayor parte del tiempo, y aunque no tenga una enfermedad terminal, siento como me voy consumiendo.

Despierto todos los días, suena mi alarma, y me arreglo para irme al trabajo. Todos los días la misma rutina. Un cigarro, un trueno, la grasa en exceso, el estrés, un arma de fuego; todo de alguna manera nos mata lentamente.

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Es verdad, no había caído en cuenta de eso, aunque realmente a lo que me refería es que cayó tan cerca que casi lo deja sordo por lo que el rayo estuvo relativamente cerca y el queda consternado porque lo único que se llevo fue un susto cuando lo que esta deseando en ese momento es un descanso eterno.
Me alegra mucho que te haya gustado y que haya logrado transmitirte esas emociones.
Muchas gracias por tu comentario :blush:

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Si, ese dicho creí que quedaría perfecto con el relato.
Me parece genial que te haya divertido, aunque no era la intención principal, entiendo porque puede ser divertida ya que podría tomarse como algo tragicómico.

Me parece profunda esta frase, jamas la habia escuchado pero sin duda tiene mucho de cierto y me gustó.

Tengo algunos escritos mas pero me encantaría leer los tuyos. :smiley:

Gracias por tu comentario.
Creo que todos nos hemos sentido alguna vez asi. Cuando escribí esto, no estaba pasando por un buen momento y de hecho pensé exactamente lo mismo y me cuestione porque si realmente no carezco de nada me siento vacío.
Supongo que es algo que se responde con el tiempo.

Así es amigo. Todos en algún momento nos cuestionamos el porqué de todo, inclusive de nuestra existencia. Tratamos de descifrar cómo encontrar la felicidad, como tener paz y tranquilidad. Ante la mirada de otros, pareciera que lo tenemos todo, pero uno mismo a veces no entiende el porqué te sientes infeliz a pesar de estar vivos. Es complejo. Cada día se aprende algo y el tener un sentido de vida a veces puede resultar un gran reto.

Bueno, voy a compartir algo que puede dejar ver mucho de las cosas en las que creo. A ver qué opinan:

Catedral del miedo

In nomine Diabulus et Belial, Satan, Lucifer, Astaroth et Yahve.

Imagina que estamos frente a un viejo caserón, en esa hora incierta entre el crepúsculo y la noche cerrada, donde el frío ya se adueña del aire. Solo tú y yo, con el viento moviendo las hojas y el pesado silencio de un lugar que guarda secretos. Frente a una hoguera, con el calor tenue del fuego y un vaso de café en las manos, miro hacia la nada y luego a ti, en silencio, invitándote a sentarte. No necesitamos palabras; sabemos que esta noche, vamos a hablar de esas cosas que solemos callar.

—¿Alguna vez has sentido que el mundo está diseñado para tragarnos? —pregunto. Veo en tus ojos un destello, un brillo de comprensión. —A veces parece que somos personajes atrapados en una obra que no elegimos, una historia que alguien empezó a escribir mucho antes de que naciéramos. Seguimos hilos invisibles, convencidos de que somos libres, sin saber que quizás solo caminamos sobre un guión ajeno.

El silencio se espesa a nuestro alrededor. Escucho el crepitar de la leña cuando añado en voz baja:

—Es como si viviéramos en una catedral oscura, donde cada piedra lleva el nombre de alguien que ya no está, alguien que también intentó ser digno, obedecer, encajar. Nos enseñan a temer, a obedecer, nos dicen que es por nuestro bien… Pero, ¿qué paz es esa que depende de esconder quiénes somos?

Tus ojos reflejan el fuego, y en tu rostro veo la respuesta silenciosa. Sabes bien de qué hablo. Nos hemos pasado la vida tratando de encajar, cediendo partes de nosotros mismos para adaptarnos a esa catedral de normas, ese santuario de preceptos que define quién es digno y quién no. Pero hay algo en todo eso que nos perturba, ¿verdad? Algo en la estructura que resuena como cadenas arrastradas en silencio. ¿Y si en ese orden también se esconde algo tiránico, algo de lo que nos advirtieron como “demoníaco”? ¿Y si el verdadero demonio es esa voz que nos obliga a callar, a no mirar de frente al caos?

—Tal vez el diablo del que hablan —murmuras, tus palabras apenas audibles— no es más que nuestra propia sombra, esa parte de nosotros que quiere romper con lo impuesto, que necesita desafiar lo establecido. No es maldad… es simplemente humanidad.

Te miro a los ojos, y en ellos veo mi propia duda, esa misma pregunta que me he hecho tantas veces. ¿Y si no somos los monstruos que nos enseñaron a temer? ¿Y si, al final, hay algo sagrado en la rebeldía, en alzar la voz y reclamar lo que siempre hemos sentido como nuestro?

El viento sopla más fuerte, levantando chispas que danzan en la oscuridad. Pero no sentimos frío. En este momento, sabemos que algo ha cambiado. Porque tal vez, solo tal vez, hemos entendido que esta “catedral del miedo” no nos pertenece, que la verdadera libertad no está en renunciar al pecado, sino en romper las cadenas que otros han erigido a nuestro alrededor.

Y así, bajo la inmensidad de la noche, comprendemos que estamos dando un primer paso hacia algo nuevo, algo que no se puede encerrar ni contener. Algo que se siente increíblemente… libre.

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¡Muy bien! Me agrada tu creatividad, y tu manera de narrar. Felicidades. ¿Desde hace cuanto escribes?

Yo. Pues era muy niño cuando me empezó a gustar leer y escribir (la mayoría de mis historias las terminé perdiendo) y tú Onda bipolar nos compartes algo tuyo?

¡Que padre! Yo empecé a escribir desde los 7 años, y actualmente tengo 3 libros publicados. El más reciente que publique trata sobre el trastorno bipolar. Soy paciente diagnosticado, y lo escribí con dos amigas que también tienen esta condición.

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Me gustaría leerlo, yo digamos no estoy seguro si lo sufro, pero sé lo que es vivir en una montaña rusa de emociones.

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Muchas gracias por el interés amigo. Mi tercer libro se llama “Viviendo entre 2 mundos”, el viaje de la bipolaridad. Si vives en México, lo puedes adquirir en Librerías Gonvill, y también esta en Amazón, en ebook y en tapa blanda.

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Saludos @PJMV, me gustó el relato, algunas partes me causaron bastante gracia, en especial lo de la publicidad engañosa en las cajas de cigarros. Aunque es una situación muy lamentable la que describes, la forma en la cual la abordas es bien acertada y hasta divertida. Además, el lenguaje que utilizas es sencillo y cotidiano, lo que le da gran naturalidad a la narración. Un texto breve pero efectivo.

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Al leer este texto, me siento profundamente conmovido por la crudeza de sus palabras y la desesperanza palpable en cada línea. Es como si el autor me estuviera mostrando un pedazo de su alma desgarrada, esa parte que lucha cada día con la rutina, que se arrastra por la vida sin encontrar un propósito que la ilumine. Me llega la sensación de estar atrapado en un ciclo interminable de vacío, un desgaste emocional que no se detiene, una batalla constante con la monotonía.

El protagonista, desde el primer momento, me transmite una sensación de desorientación, como si estuviera simplemente sobreviviendo, pero no viviendo realmente. Las pequeñas acciones cotidianas que describe, como lavarse la cara, vestirse con ropa usada y elegir un desayuno escueto, no son solo gestos, sino señales de una vida vacía, en la que cada día es solo una repetición del anterior, un día más que pasa sin dejar huella.

Cuando imagina su muerte en diferentes formas, hay algo dolorosamente honesto en ello. No lo hace porque quiera morir realmente, sino porque la vida que lleva le parece tan insípida, tan insostenible, que la muerte parece ser la única forma de cambio, de escape. Me siento impotente al leerlo, como si, a través de sus palabras, yo también fuera arrastrado por esa corriente de desesperación, y quisiera ofrecerle algún tipo de consuelo o solución, pero sé que lo único que puedo hacer es seguir leyendo, seguir acompañándolo en su sufrimiento.

Hay un momento que me golpea especialmente: la llegada del rayo, esa chispa de emoción, esa idea fugaz de que algo extraordinario, algo que rompa la monotonía, podría ocurrir. Pero el rayo no le alcanza, lo esquiva por centímetros, y esa sensación de “casi” me deja una punzada de tristeza, como si la vida estuviera jugando con él, con nosotros, dejándonos siempre al borde de algo que podría cambiar las cosas, pero sin llegar a tocarnos realmente.

La ironía, ese toque de sarcasmo que usa para hablar del cigarrillo, de su jefa, de la fatalidad de la vida, me hace pensar en cómo a veces usamos el humor como una coraza para esconder el dolor más profundo. Quizás es una manera de lidiar con todo lo que se acumula, de seguir adelante con algo tan pequeño como un cigarro, cuando la realidad parece tan abrumadora.

Al final, me siento un poco derrotado, pero también extrañamente reconociendo algo en mí mismo. El protagonista, aunque no lo quiera, sigue adelante, sigue esperando algo. No porque crea en el mañana, sino porque, de alguna forma, el acto de seguir adelante es lo único que le queda. Tal vez yo también lo haga, o tal vez tú lo hagas, incluso cuando todo parece perdido. Y me siento un poco más humano, un poco más unido a él, como si, en nuestra propia desesperación, estuviéramos compartiendo un mismo espacio, un mismo dolor.

Este texto, tan lleno de desesperanza y pequeñas luchas internas, me hace recordar que, aunque todo parezca insignificante, aún tenemos esa chispa de resistencia que nos mantiene en pie, esperando, como el protagonista, el “gran día” que nunca llega, pero que seguimos esperando, día tras día. Y aunque no sepamos cuándo, o si llegará, seguimos intentándolo.

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@Renjiro_Takashima
Quiero agradecerte muchísimo por tu comentario. El análisis que compartiste tiene una profundidad increíblemente valiosa. Es fascinante cómo desglosas la historia y la muestras desde una perspectiva que no había considerado. Me sorprende cómo logras explicar la trama con palabras tan precisas, y es un verdadero honor que hayas dedicado tiempo a escribir un comentario tan elaborado sobre mi historia. Sin duda, esto me inspira a seguir escribiendo.

Este es lo ultimo que escribí. Estaría muy agradecido si me dan retroalimentación para seguir mejorando

Silueta blanca

Conozco a la silueta blanca que aparece cada noche en mi ventana.
Todos la conocemos. Es popular entre los de mi edad, aunque no discrimina: hombres, mujeres, incluso niños. Al principio no la reconocí por la máscara de rostro triste, con ojos hundidos y boca arqueada hacia abajo.

Antes su aparición me aterraba, pero ahora me despierta un deseo confuso. Quiero besarla, aunque no sé si esas ganas son mías. Es como si el universo hubiera sembrado una idea en mi mente cultivándola como hizo con el mundo. Una parte de mí anhela sus labios: la otra, como un sexto sentido, grita «¡Huye!».

Me siento atraído hacia ella como un imán. Quiero acercarme a la ventana, pero mi instinto me frena. Me gustaría abrirla, pero un sueño denso me aplasta, como si mi perro gordo estuviera sobre mí. Quiero besarla, aunque eso consumiría mi último aliento, y nunca he probado un beso ahogado.

Cierro los ojos lentamente. Quisiera seguir mirándola, pero la cama me traga. Con cada segundo, despertar se vuelve más difícil; me alejo de la vida.

La lluvia me despierta. La silueta sigue ahí, empapada. Debería dejarla entrar. Solo lleva una manta; debe tener frío.
Se quita la manta y se desnuda lentamente. Cuando nuestros ojos se cruzan, su figura parece más humana.

Estoy a punto de caer en un sueño hipnótico cuando un relámpago sacude las ventanas. De repente, ella desaparece.

Despierto a las seis y media. Las ventanas están empañadas. Podría jurar que fue un sueño extraño o el efecto de una fiebre que nunca noté.

Me levanto y siento el frío de la alfombra. Al acercarme a la ventana, veo la huella de una mano. «No lo soñé», pensé. Ahora lo sé. Ojalá pudiera verla de nuevo, perderme un minuto más en sus ojos.
Creo que quería hacerme daño, aunque no sé si me habría importado.

Me pongo la bata y las pantuflas para bajar a desayunar. Al salir de mi habitación, me quedo un momento en el corredor, sintiendo el aroma familiar de la casa, como si fuera la primera vez, viendo el fantasma de lo que alguna vez fue un hogar.

Recuerdo a mi esposa vistiendo a Sebastián para la escuela mientras yo preparaba el desayuno. El corredor, estrecho, se llenaba de nosotros chocando, y luego seguíamos nuestro camino con una sonrisa. Sebastián se cepillaba los dientes, Carmen lavaba los platos, y yo recogía la ropa sucia para lavarla después de dejarlo en la escuela.

El cuarto de Sebastián tenía algo extraño ese día, como si me llamara. No entraba allí desde hacía mucho. Antes estaba lleno de sillas coloridas, una guitarra que había sido mía, carros de juguete y un pequeño escritorio donde practicábamos matemáticas. Ahora solo queda una cama pequeña, empolvada y con olor a humedad.

Llegó la noche y no puedo dormir. Siento pequeñas arañas caminando sobre mis brazos, cuyas patas se clavan en mi piel como finas agujas.

La silueta me mira fijamente desde el techo. No entiendo por qué querría atraparme. ¿Está enfadada? Un ruido agudo y estridente resuena en mi oreja, tan fuerte que siento que mis tímpanos van a estallar. Un hormigueo recorre mi cara; siento hormigas en mi rostro. Mi pecho se aplasta; me asfixio. El dolor en mi hombro aumenta, y en mis pulmones las arañas tejen su telaraña, asfixiándome.

Pequeñas partes de la silueta se acercan a mi boca, formadas por pelusitas puntiagudas. Un bostezo incontrolable me invade, pero sé que si bostezo, la dejaré entrar.

Me despierto con un cosquilleo en la garganta, que me provoca una tos seca que la raspa intensamente. Estoy agitado y sudando. Me siento en la cama, y poco a poco mi corazón recupera su ritmo. Me levanto a orinar y estoy muy mareado. Mi visión se pone borrosa, y comienzo a ver estrellas. Alcanzo a ver a la silueta en el reflejo del espejo del baño, mi cabeza cae e impacta contra el lavabo, y todo se oscurece.

De repente, estoy flotando y girando en círculos sobre una superficie mojada; el inodoro me tragó. Mi cuerpo se desplaza por las cañerías, deslizándose y dando vueltas. Salgo disparado de la cañería a un lugar en el fondo de un lago, en medio de una lluvia extremadamente fuerte. Nado hasta la orilla. Apenas salgo del lago, este se seca, y su superficie se transforma en arena, de la cual comienza a surgir una basílica gigante. Arbustos altos brotan a su alrededor, formando un laberinto. Muchas flores comienzan a crecer en los arbustos, y una enredadera abraza por completo la basílica.

Me levanto empapado y cansado. Estoy furioso; no sé qué me pasa, no sé qué significan estas visitas elocuentes. Ya no puedo fingir que no me importa; quiero respuestas.

Mi estómago se siente pesado. Me tiembla la voz; quiero gritar. Mis manos también tiemblan. ¿Por qué no puedo estar en paz? Mi estómago me duele, me duele mucho. Siento cómo la sangre sube a mi cabeza y cómo mi mente se desconecta.

Hay un silencio, un silencio que me atemoriza.

Veo a la silueta salir de la basílica. La miro directamente a los ojos. Ella se acerca hacia mí, mirándome los ojos, mirándome el alma. Pega su nariz con la mía y me besa. Sus labios eran fríos como el mármol de una lápida. Aunque me duele el pecho, nunca me he sentido tan aliviado. Mi respiración se vuelve entrecortada; me acuesto por un momento. Ahora solo quiero llorar. La silueta se da la vuelta, regresa a la basílica, y todo se esfuma en una nube de humo. Siento cómo mis ojos se cierran, y despierto en un suspiro.

Ahora estoy en un mirador muy alto. Me rodea un valle lleno de grandes montañas verdes, y yo estoy a la altura de la montaña más alta. Un volcán cubierto de nieve está bañado por la luz del sol. Las nubes están pintadas como si hubieran utilizado las olas y la espuma del mar para darles textura. Veo el mundo a mis pies, pero ahora estoy más cerca del cielo que del suelo. Mis pulmones ya no tienen que esforzarse por respirar, porque el aire llega tan fuerte a ellos que no tengo que esforzarme. El cielo respira por mí. Ahora ya no me duele nada.

Un gato negro se acerca a mí, pisando las nubes. Tiene unos ojos amarillos y una mirada intensa. El gato emerge del volcán nevado y me ordena: «Siéntate»

—La primera vez que estuve aquí, me daba mucho vértigo —dijo el gato—. Si te dejas llevar por el vértigo, te caes.

Se acercó, se frotó contra mí y me dijo: —Acuéstate.
Le hice caso, y comenzó a hacerme masajes con sus patas, sacando ligeramente sus garras.

—Muchas gracias —dije—. Perdón, ¿cuál es su nombre?
—Tengo varios —me respondió—. Había uno que me gustaba mucho, pero ya no lo recuerdo.
—¿Eres un gato?
—¿Un qué?
—Un gato. Hace mucho, yo vivía con un gato muy similar a ti, pero con la nariz mucho más pequeña… y de huesos más finos.
—¿Qué me quieres decir?
—Nada, me refería a que era más pequeño.
—Ajá…—me dijo el gato, cerrando casi por completo los ojos y con un rostro que demostraba que no me creía nada—. Hace mucho tiempo que no escuchaba ese nombre. Dime una cosa: ¿el nombre “gato” impone mucho respeto a tu gente?
—Podría decirse que sí.
—Entonces, puedes llamarme gato.
—De acuerdo, señor gato. ¿Le puedo hacer una pregunta?
—Claro que sí.
—¿Dónde estamos?
—Tiene muchos nombres. Para algunos, es un destino; para otros, una pequeña parada antes de emprender su siguiente aventura; para algunos más, un castigo. También lo llaman Saturno. Es el todo y la nada.

Creyendo entender lo que me quiso decir, asentí con la cabeza para hacérselo saber. Mientras tanto, todo quedó en silencio otra vez. Estaba a punto de quedarme dormido cuando sentí que el gato dejó de hacerme masajes.

—¿Por qué paraste con los masajes?
—Todavía no te puedes dormir. Es temprano, y aún hay que charlar. Cuéntame, ¿quién eres?
—¿Quién soy? No lo sé. Me asusta; no sé cómo responder.
—Responde lo primero que se te venga a la mente.
—Realmente es difícil. Ya no sé cuándo fue la última vez que supe quién era, o si realmente lo llegué a saber, porque me levantaba todos los días con esa misma incógnita. En el fondo, creo que esperé este momento toda mi vida. Me sentí ajeno al mundo, como si no perteneciera. Por más que lo intenté día a día, jamás entendí cuál era la finalidad de todo esto.
—Me parece que tienes claro en dónde estamos, ¿verdad?
—Sí, creo que sí.
—Aunque no lo creas, he estado algún tiempo aquí, y te sorprendería lo mucho que se repite esta misma conversación.
—Esta mañana iba a decirle a mi hijo que fuéramos a desayunar juntos. Tenía la sensación de que debía hacerlo. Quería decirle lo mucho que lo amaba y lo mucho que me hubiera gustado ser un mejor padre para él.
—Ahora ya no sirve de nada lamentarse. Puedes creer que él entenderá lo que sucedió, aceptar lo que fue, y pronto la angustia desaparecerá. El dolor del alma se irá. Los recuerdos desaparecerán. No habrá nada más que silencio.

El gato, con un movimiento, se levantó y comenzó a alejarse, dándome la espalda.
Hubo un momento de silencio donde se sentía en el ambiente la decepción y la melancolía.

—Espera, no te vayas, por favor.
Cuando pensé que me quedaría solo, varado en ese lugar, me comenzó a dar vértigo y tuve ganas de llorar. Entonces, el gato me miró, suspiró y regresó. Se sentó junto a mí, y nos quedamos mirando el horizonte hasta que le dije, con la voz temblorosa:
—Es muy hermosa la vista desde aquí, ¿no?
—Hay cosas muy bellas aquí.
—¿Se puede hacer algo antes de partir?
—Se puede fumar.
El gato sacó una pipa, la encendió y comenzó a fumar. El humo se mezclaba con el cielo y poco a poco iba tomando forma de figuras que se convertían en nubes. Nubes que contaban una historia que solo se entendía si prestabas mucha atención. Puse mi mano sobre su cabeza, y comenzó a ronronear. Sentí cómo mis ojos se humedecían. Puse mis brazos sobre mis rodillas, miré las montañas pensando en voz alta, y dije:
—Creo que me hubiera gustado ser un gato.
—Hubieras sido un excelente gato.

Todo comenzó a oscurecerse. El gato se acostó sobre mis faldas y me dijo:
—Tranquilo, estoy contigo. Duerme.

FIN

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Gracias.
Un saludo cordial desde Lawton, La Habana.

Saludos! Muchas gracias por compartir! Lo tengo anotado para leerlo cuando tenga tiempo :smile_cat: