Esta Historia la comence cuando puse en pausa otras que me senti que debia parar , para luego retomar avanzado en la escritura de otros generos , la idea fue de un compañero de trabajo , espero les guste esta primer parte y no copien mi idea.en esta historia tengo avanzado hasta la pagina 110.
El Mensajero en la Tormenta ( Historias de Angeles)
“Algunas veces, la fe no se pierde: se arranca, como un diente podrido.”
Nadie duerme tranquilo en una casa donde el viento llora.
La madera crujía como huesos reumáticos, y la chimenea parecía luchar contra su propia extinción. La lluvia, obstinada, tamborileaba el techo como si quisiera entrar a escuchar.
Iván se sentaba frente al fuego, con la espalda recta, como si aún llevara la sotana que había abandonado hacía años.
No por cobardía.
Sino por asco.
—¿Hoy también toca historia de fuego? —preguntó Catherine, con esa mezcla de sarcasmo y fascinación que solo los hijos saben usar con sus padres.
Iván la miró. Le sonrió. Una sonrisa triste, como la de un soldado que sabe que la guerra sigue, aunque él haya bajado las armas.
—No. Hoy no te hablaré de herejes.
—¿De brujas, entonces?
—Tampoco.
—¿Entonces?
*Iván tomó un libro sin nombre, con las hojas bordeadas de hollín. Lo abrió como si fuera una tumba.
—Hoy hablaremos de ángeles.
—¿Los de verdad o los que inventó la Iglesia?
*La chimenea crepitó, como si riera con ellos.
—Los verdaderos, hija. Los que no necesitan altar para hablar, ni templo para arder.*
La historia empieza antes de que yo naciera.
Pero la mía —la que importa aquí— empezó en una celda de piedra, bajo una catedral.
Yo era joven. Ambicioso. Devoto.
Quería servir a Dios. Lo que no sabía era que Dios no necesitaba verdugos. La Iglesia, en cambio, sí.
Vi cosas. Confesiones forzadas. Falsas curaciones. Niños encerrados. Mujeres rotas.
Y lo peor: justificaciones. Todo era “por su bien”, “por salvación”, “por obediencia”.
Yo obedecí. Hasta que ya no pude.
Y entonces, una noche, cuando me quedaba sólo la culpa y una llave que no quería usar, lo vi a él.
Gabriel.
No entró. No cayó. No descendió.
Estaba.
Alto. Silencioso. Sus alas no se movían, pero el aire sí.
Su rostro era como un vitral bajo tormenta: hermoso, pero imposible de mirar sin sentir frío.
No tenía ojos, pero me veía. No tenía boca, pero me habló.
“La verdad no necesita espada.
Pero tú has usado muchas.”
Quise defenderme.
Quise decir “obedecía órdenes”, “creía en el bien”, “hacía lo correcto”.
Pero Gabriel me mostró algo.
No visiones. No fuego. No castigo.
Me mostró silencio.
El de las víctimas.
El de los que rezaban en vano.
El de los que ardieron sin entender qué pecado habían cometido.
“Dios no está en los muros”, dijo. “Está en los actos.”
Y luego me dejó.
No voló. No se desvaneció. Simplemente ya no estaba.
Catherine no dijo nada.
El fuego sí.
Se encogió, como avergonzado.
—¿Y qué hiciste? —susurró al fin ella.
Catherine lo miraba como si las llamas del hogar danzaran solo para ellos dos.
El silencio entre padre e hija era denso, pero no incómodo. Era el tipo de silencio que antecede a una verdad.
—¿Y qué hiciste después de ver a Gabriel? —preguntó ella, en voz baja.*
Iván exhaló. No como quien se alivia, sino como quien carga un recuerdo que ya no puede dejar de arrastrar.
Colgué la sotana.
Renuncié a la Iglesia… pero no a la fe.
Decidí ser un hombre de Bien, no de dogmas.
Alguien que vela por el prójimo, no por la institución.
Fue entonces que conocí a tu madre.
Y un día, llegaste tú, Catherine.
El padre se arrodilló frente a la niña. Le tomó las manos.
—Este relato no es un cuento, ni una fantasía.
Lo que te estoy contando… son historias verdaderas. A veces olvidadas. A veces enterradas. Pero verdaderas.
Ella guardó silencio.
¿Y por qué Gabriel vino a ti?
Iván tragó saliva. Y cuando habló, lo hizo como quien recita su condena… o su redención.
Porque aún podía cambiar.
Y porque alguien, en algún lugar, rezaba por mí sin saber mi nombre.
Donde Comen Dos…
Algunos nacen sabiendo cosas. Otros las recuerdan cuando llega el momento. Pero hay quienes sólo aprenden cuando escuchan.
La mañana olía a leña húmeda y pan tostado.
El día anterior había dejado a Catherine con preguntas abiertas, y eso la desveló más que el viento o el ulular de los búhos del bosque.
Iván ya la esperaba, como si supiera que ella vendría sin que se lo pidiera.
¿Hoy también hablarás de Gabriel? —preguntó ella, apoyando el mentón sobre sus brazos.
Iván negó con suavidad.*
Hoy te hablaré del principio.
De cómo nacieron los ángeles.
Está muy bueno. Engancha. No voy a hacer criticas de estilo, que lo haga otro, pero la trama está muy, muy buena.