Este es parte de otra historia que comence a escribir hace varios meses y que tengo en pausa, tengo hasta el momento 110 paginas escritas y me tome un receso para ver si hare cambios para ver donde la quiero llevar. Espero sus comentarios, saludos y gracias por su tiempo.
Capítulo I – *Cuando el cielo tiembla
La lluvia no cayó.
Se desplomó.
Golpeaba las piedras negras de Nínive como si los dioses hubieran desenvainado sus látigos celestes. Las calles eran cauces turbios de barro, pecado y memoria. Y entre los corredores angostos del barrio de los templos —donde el incienso se mezclaba con el hedor a aceite rancio, sacrificios antiguos y miedo sin nombre—, alguien se movía entre las sombras como si le pertenecieran.
Ashur caminaba sin caminar.
Era silencio entre pasos.
Viento entre ruinas.
Había seguido al sacerdote durante cuatro días.
Lo observó en el mercado, riendo con su vientre colgando como promesa de impunidad.
Lo oyó en la sala de los escribas, burlarse de una viuda a la que robó el grano y la palabra.
Y ahora, lo tenía frente a él. A escasos pasos.
El clérigo avanzaba por el callejón trasero del templo de Ishtar, con la túnica arremangada y la respiración sucia de deseo.
La joven no tenía más de catorce inviernos.
Sus pies descalzos resbalaban entre los charcos.
Lloraba.
Pero no por la lluvia.
El sacerdote alzó la mano para tomarla.
Fue su último acto.
Una sombra descendió como juicio.
El sonido fue un suspiro, no un grito.
La hoja le rozó el cuello.
Luego lo abrió.
El cuerpo del sacerdote se desplomó como si el alma le hubiese sido arrancada por el mismísimo dios de la Muerte.
Ashur lo sostuvo en la caída, no por compasión, sino para evitar que el barro tocara su carne. El barro era sagrado. La carne, no.
La sangre se mezcló con el agua de lluvia, fluyendo hacia las grietas del empedrado como una ofrenda no pedida.
La joven apenas comprendió.
Temblaba, de miedo, de frío, o por haber sentido el roce de algo que no era humano.
Ashur habló por primera vez.
Su voz era como un trueno contenido.
Antigua.
Innegable.
—No mires. No hables. Camina. Y nunca vuelvas por este camino.
La niña asintió. No supo si lloraba o respiraba.
Corrió.
Él no la miró alejarse.
Con la daga aún en la mano, tomó una tablilla de arcilla ya empapada.
Usó la sangre del sacerdote para trazar un solo signo en escritura cuneiforme:
𒊩𒌆
“Restituye”
Lo dejó sobre el pecho abierto del muerto.
Y luego desapareció entre las sombras del muro.
La lluvia se encargó del resto.