Prologo (Ficción)

En lo más profundo de una fábrica subterránea, tan vasta como las profundidades del olvido, un antiguo protocolo de activación se inició antes de lo previsto. El sonido metálico de engranajes oxidados resonó en aquel lugar abandonado, mientras que la tenue luz de la luna filtrada por las grietas de la estructura iluminaba la escena. De la cámara de gestación emergieron un par de jóvenes, fruto de un experimento inacabado que yacía olvidado en los escombros del tiempo. A aquellos que los conocen, se les llama “demonios”, condenados por la arrogancia de sus creadores a vagar por un mundo asolado y despiadado.

Este era un mundo sumido en el caos y la desesperanza, una tierra desgarrada por la tempestad nuclear y el egocentrismo humano. Las ciudades, ahora reducidas a montones de escombros, testificaban el paso devastador del tiempo y la crueldad de la guerra. Las criaturas, transformadas por la radiación y la adversidad, habían evolucionado para adaptarse a un entorno hostil y desafiante.

Aquellos que aún sobrevivían en esta era postapocalíptica, luchaban por recuperar lo que la vida les había arrebatado, anhelando un destello de esperanza en medio de la oscuridad. Sin embargo, la memoria de un pasado desastroso acechaba en los rincones de la conciencia colectiva, y la humanidad había retrocedido a un primitivismo gótico, aferrándose a mitos y leyendas como única guía en su desesperado camino hacia la supervivencia.

En un mundo donde la razón y la tecnología yacían en ruinas, las supersticiones y las creencias místicas se habían erigido como los nuevos pilares de la sociedad. Los hombres, temerosos y vulnerables, despreciaban todo lo hecho por sus ancestros pues fueron ellos quienes los condujeron a la ruina de sus hijos declarándolo herejía, ahora buscan la protección de dioses oscuros y entidades sobrenaturales, venerando a aquellos seres que ofrecían una vana promesa de redención.

Entre las sombras de este desolado panorama, cuatro figuras se alzaban como destellos de luz incierta. Prescott Deo Oblivioni, un joven tímido e introvertido, era el corazón melancólico de este cuarteto. Gavrel Smirnov, dotado de un raciocinio excepcional y una serenidad imperturbable, era la mente pensante, el estratega que tejía las estrategias más intrincadas en medio del caos reinante. Alfons Meyer, el líder silente y maduro, cargaba sobre sus hombros la responsabilidad de guiar a su grupo hacia una incierta esperanza, aunque sacrificara parte de su propia felicidad en el camino. Finalmente, Pierdut Baciú, el más fuerte de todos, empuñaba el peso de la protección y la lealtad incondicional, desobedeciendo órdenes para ayudar a aquellos que lo necesitaban. Su carácter sociable y carismático era el nexo que los unía, una voz amistosa en medio de la adversidad.

En esta tierra maldita y olvidada, estos cuatro seres destinados a la lucha enfrentaban la encrucijada del destino, donde la melancolía y la tristeza se entretejían en cada fibra de su existencia. La historia que se avecinaba estaba impregnada de misterios y secretos oscuros, y cada paso que dieran les llevaría más allá de las sombras y el sufrimiento.

Así, en un mundo sumido en la agonía de su propia decadencia, la esperanza, el valor y la redención se alzaban como el último destello de luz en un firmamento cubierto de tinieblas.