Hola estimados lectores, me presento aquí para abrir debate sobre algo curioso que me pasó. Me veo en la obligación de introducirlos porque no solo no lo escribí yo si no que es un escrito que puede herir sensibilidades, es morboso y está lleno de odio.
Resulta que tengo un familiar lejano que se llamaba Sileno, un tipo muy raro del que cuentan cosas increíbles. Murió joven y hace unos 40 años aprox. Hace poco su casa fue habitada por primera vez desde el suceso y y entre limpieza de cosas nuevas y viejas me rebota, por casualidad a mi, una caja con antigüedades. Entre las cosas había un diario suyo escrito a mano, con las hojas todas sueltas y marrones. Hay partes tachadas con cosas que quizá sean valiosas pero lo que no, es esto que transcribí. A mi simplemente me dejo boquiabierta y me parece increíble.
Me hice este perfil para subirlo y que alguien me diga si es realmente bueno, a mi me gusta mucho pero fue una lectura muy pesada. No conozco a nadie a quién mostrárselo y no tengo la menor idea de qué hacer con esto… A ver si alguien me da una opinión:
1
Esta mañana cagaba mirando la puerta del baño, con su manija de bronce y su llave. No sé por qué quité la llave, cerré el baño desde fuera y la tiré por el sumidero de la cocina. Ahora no es posible entrar. Quedé frente a la puerta unos minutos después, tan confundido. Adquirí una renovada apreciación por el baño y sus inusuales muebles de cerámica que resulta imposible encontrar en ningún otro rincón de mi casa. Más tarde tuve que mear en una botella que reciclo cuando es necesario.
Me tocó este mundo árido y feo. Como hecho para alguien más, o tal vez para dejarme fuera de él. Pienso en saltar, como mínimo, a diario; en comer algo afilado y mirarme al espejo, el que ahora está inaccesible; en atacar a un policía; cortarme las orejas frente a un colegio; maltratar a los participantes de un grupo de autoayuda y obligarlos a echarme a patadas. Prometo que no es maldad. Es un manto de agresividad que va del yugo a la muerte y me aísla, me asfixia sin remedio ni explicación, un calor dentro de una burbuja que nadie imaginaría. Un sol oscuro.
Mencioné la “mañana” sin considerar el posible malentendido pero, para mí el día empieza alrededor de las dos de la tarde. Este es el tipo de detalle desabrido que ha de esperarse de la palabra escrita y no soy inmune a sus indulgencias. Presento más contenido innecesario: me quedo dormido cerca de las nueve. Como casi exclusivamente ravioles al horno. Consumo ron sin reparo en medida o frecuencia. El año pasado se rompió mi lavarropas. Vivo solo, con un gato del que desconozco el color. Tengo muchas cosas antiguas e inusuales como una brújula náutica del tamaño de un ventilador, o una vajilla de un extraño tono azul que tiene dibujos rudimentarios de mujeres asiáticas abanicándose. Y muchas más que tampoco merecen mención. Mi nombre es Sileno. Suelo mentir y decir que soy Lucio.
La gente y sus deseos como arañas bajo los párpados. Así de lejos como existo, aquí, en mi torre de hormigón, puedo verlos claramente a través de las ventanas, en sus ropas o gestos; en sus cosas. Sus costumbres maceradas en hipocresía. Soy como un ángel: así de atento a la lucha más íntima y a la vez, oh, tan inútil. Solo encontraría más goce en mi vitalidad si pudiera ser algo menos, como una mosca o pulga; un hongo o algo que merezca más nacer.
Tengo un binocular viejo con herrajes de bronce reverdecido y una parte central de madera rojiza, con la veta desdibujada por la grasa que el uso deja a su paso. Sépase que todo este desgaste estaba presente cuando lo encontré hace como un año en un baúl con otras cosas del estilo. Con este artilugio principalmente espío ventanas del bloque de enfrente que afea el paisaje. Esta gente, carente de decoro y del menor pudor por su propia escatología financiera, vive apelmazada tras sus potus y cubrecamas con manchas de vino secando en los tender, forrando su grasa animal con remeras sin mangas. De la mitad de las ventanas salen hombres viejos y sudorosos a fumar en algún momento de la noche. El nivel de actividad de las ventanas varía vastamente, la mayoría revelan naturaleza muerta, una cama desordenada con una mochila, una mesa de cristal con dos floreros; otros, simplemente revelan la naturaleza. Una mujer con una obesidad infernal pasa cada noche hasta las cinco de la mañana sentada frente a su computadora. Para mí parece ahogada, su monitor como una sirena marina le canta quién sabe qué mentira seductora y la sumerge en ese dormitorio teñido de luz azul parpadeante. Morirá algún día. Parece joven, o sea que tal vez no pronto, pero algún día no podrá contener más el aire y será encontrada justo ahí, atragantada con una croqueta y mirando porno de los Simpsons o algo así.
2
A la mañana siguiente me encuentro con la puerta del baño mucho menos despierto de lo que hubiera hecho falta para no partirme la cara contra ella. En mi defensa quería vomitar y no quería hacerlo en la pared. El espectáculo de insalubridad, la suciedad en la pared deslizándose sobre las gotas de sangre. Cuando una pasó sobre la otra sentí un goce inexplicable y una gota más se desprendía de mi nariz para coronar el desecho como una cereza. No podía controlar la risa. Desgraciadamente este es un desastre que debe ser limpiado: el hedor y la ubicación hacen prácticamente inviable conservarlo como parte del decorado pero, como recuerdo, dibujé una línea con un marcador delimitando dónde estuvo la mancha. Me recuerda, hablo de la forma de la mancha, que empieza en la pared como una explosión y termina en el suelo del pasillo como tres lenguas, me recuerda a un avestruz. Con la cabeza bajo la tierra.
Voy a admitirlo una sola vez: actúo diariamente de acuerdo con lo esperado de cualquier mamífero corriente; soy, sin excepciones, un animal, un Homo sapiens o lo que sea; un primate asqueroso, como vos. Tengo todas las necesidades corrientes, tal vez alguna menos que la mayoría y, para mantener la brevedad, mencionaré solo las relevantes a los efectos de una historia que quiero en papel. Me refiero a sacar la basura y tal vez surjan otras en el futuro. Estoy tratando de esclareces cuánto no debe esperarse de mí una expresión clara de mi ser; mucho, quedará entre las líneas, cosas quedarán truncas y algún detalle será expresado comprensiblemente solo por accidente.
El asunto es la basura que acumulo en dos baldes de chapa. La saco un máximo de dos veces por semana y aunque sería fácil para mí, nunca reciclo. En invierno visto pluma y lana, en verano blanco y mimbre. Ahora es verano. Para extraer toda esta basura es tristemente imprescindible caminar tres cuadras hasta el contenedor. Tengo la ilusión de que la fe en la eficiencia dota mi patética existencia de alguna comodidad y me beneficia en comparación con las huestes descerebradas que mean el mundo, por eso compro en el almacén que hay justo al lado del basurero todo recurso que pueda necesitar. Por si no entendiste, es para aprovechar el viaje de vuelta. La dependienta del almacén: una guitarra y media de altura, ojos rasgados y dientes torcidos. Conjura con el poco de carne que le abraza los huesos un semblante especial para mí: se autoriza un desdén educadísimo, firme y amargo, que me hace sentir como realeza. “cuatro con veinte ¿tarjeta?” Exquisito.
Saliendo de la tienda crucé un hombre cuyos rasgos nunca había visto de cerca. Lo imaginé siempre con un atractivo distinto, más delgado, más pulcro, desde la ventana su estilo anticuado pasa razonablemente por elegante sin embargo, de cerca no es más que ropa vieja. No me reconoció y se llevó su cruel mirada a hacer la compra. Siento vivir entre fantasmas, muertos cuya obsesión y apego les impide descansar el alma.
El dormitorio del gato es una de las habitaciones que se vaciaron antes de que llegue, son un total de tres en la planta baja que creo que habitaba el personal auxiliar y ahora están pálidas y polvorientas. A excepción de la del gato, que está cubierta de bolsas de comida y rastros de su furia. El propio animal vive dentro de la pared, en un roto del tamaño de un arpa y de una profundidad desconocida. El invierno pasado escuché una presencia huidiza en la planta baja y busqué intrusos, debo admitir, un poco entusiasmado por el derecho humano a la violencia. En algún momento entendí que habían entrado por la ventana de la cocina y seguí un rastro de mugre hasta aquí, donde encontré sus ojos felinos mirándome desde la oscuridad de la cueva en la pared. Pensé en envenenarlo; miré mi revolver y consideré despacharlo como a una plaga. Cerré la puerta. Instalé un cerrojo. Yo lo alimento. Él come.
3
Subo. El avestruz me saluda agradablemente incapaz de prepararme para el espectáculo a punto de desplegarse ante mí. Ella, la novia del tipo roñoso que acabo de cruzarme estaba ahí desnuda, en el salón de su casa atareada en algún preparativo lascivo... se mordía los labios conspicuamente arropada por el secreto fantástico que ahora se inflaba hasta corromper cada átomo de esa casa y yo puedo verlo. Mirá. Desnuda de quién sabe qué más que su ropa, simplemente se visita el pelo delgado que cuelga negro y plomo, entre su piel, de arriba abajo, lisa como hecha de marfil. Deja finalmente frente a ella un gran vaso de agua con un sorbete de acero. Mirá...
Tiene en su mano una soga roja, gruesa y áspera que empuña con un vigor que su leve cuerpo hace parecer imposible. El proceso empieza suave, sin estrategia; se araña con la sierpe en busca de algo invisible como cuanto se busca en la risa, la música. Toma su cuello: se amenaza sutilmente, conjura el vino en la asfixia y desiste tosiendo satisfecha. Es Morbo.
Ahora, arrodillada sobre la soga le cambia la expresión: un hechizo nuevo y comienza a atar sus propias piernas. Vacía: es una máquina absurda que respira intensamente y los extremos de la cuerda pasan entre sus piernas y las cosen como un ocho varias veces. Se balancea hasta que vuelven a enhebrarse pero, esta vez van hacia atrás, entre sus pies, sus nalgas. Un gemido gutural. Cada extremo da dos firmes vueltas estrangulando su vientre. Respira vertiginosamente. Más fuerte. Hace un simple nudo en su espalda y deja caer las puntas de la soga en su pecho que palpita durante un segundo de dilación. De pronto echa su cráneo hacia atrás y arquea todo su cuerpo. Gime febril, ciñe las sogas a través de su boca y tira... Un dolor sordo; sangre en las comisuras. Se ata firmemente las manos a los pies y ya no hay escapatoria. Un jadeo penoso mirando el techo es lo único que queda. Una lágrima cae lentamente como hecha de miel. Quizá hubo una más, pero desde mi ventana no pude probarla.
Ese hijo de puta va a aparecer con la compra y su cara de pelotudo en cualquier momento. Ese infeliz va a abrir la puerta y la va a encontrar así, como un caramelo, un regalo; va a dejar las bolsas tiradas frente a la puerta y se la va a coger sangrando, tal y como está. Ese energúmeno podrido, ese insecto repulsivo, hueco, ese pobre infradotado va a abrir la puerta en cualquier momento y se va a coger a esa morocha que se acaba de amordazar para él. Va a aparecer por la puerta en cualquier momento y le va a hacer de todo y la va a desatar y el día continuará y la noche continuará. Ese tremendo hijo de remilputa va a entrar en cualquier momento y le va a hacer de todo y cuando termine la va a desatar y le va a dar un beso y comerán en una bañera y
4
Lo hice. Los golpes corean mi éxito como un aplauso macabro. Fue impecable.
Fui a esperar frente a su casa y tardó unos diez minutos en aparecer, llevaba una valija sucia. Lo detuve y lo inquirí pero él se mostró preocupado por mí, entonces le señalé mi casa y cooperó aunque me dejó la inquietante sensación de que tal vez me reconocía. Fue fácil, me acompañó y me pidió agua fría en cuanto entramos. Aproveché para servirle con la botella que uso ahora para mear. El adefesio bebió sin chistar y dudo que tenga la constitución para protestar por nada como es de esperar de una cucaracha. Me dio charla como una lombriz tratando de vivir en el cuarzo, sinceramente deseaba hacerle las cosas más grotescas; apretaba mi revolver escondido en el cajón. Decapitarlo, quemarlo, doce tigres lo miraban hambrientos desde mis pupilas. El imbécil hablaba de un busto de mármol mientras las bestias se atacaban entre sí impacientemente. “¿Es Hermes?” “No, es mi padre.” Me siento agradecido de mi propia impulsividad; la suya es una arrogancia tal que ninguna cantidad de violencia sería considerada otra cosa que justicia.
Encontré mi momento, ya incapaz de probar un instante más de su labia cloacal. Lo guié a la habitación que él se dijo capaz de remodelar. Comentó sobre el cerrojo a lo que sonreí lo mejor que pude. Yo solo di un paso frente al umbral, él, tan estúpido, se acercó al gran agujero en la pared durante otro comentario vacío. Yo simplemente salí y cerré la puerta. Aún grita y patalea creando un bullicio como un aplauso diabólico. Gracias, gracias. Reverencias mil para todos y nada de esto hubiera sido posible sin el apoyo y respeto del avestruz y, sobre todo, de ella.
5
Subí a verla, estaba acostada, retorciéndose sobre un brazo. Tal vez para soltarse aunque tal vez para ahorrarse un solo instante de dolor. Sus manos y pies estaban inflamados y violetas; su cintura estrangulada emanando un halo de rubor de la ya roja mordaza. Después de un rato sacó la lengua para mojarse los labios. Su pecho turgente y brillante se inflaba y desinflaba apacible. Me recuerda a una bestia en un zoológico. Vacía y perfecta. Pasé un par de horas masturbándome abajo de un litro de ron y desperté dolorido ahí mismo, manchado de sangre. Mi propia sangre, por suerte.
Llovía sonoramente a media tarde. Fui directo a la cocina a vomitar y advertí en el camino unas bolsas de rafia que me fueron ajenas. Cuando me lavé las manos advertí que ahora ostentan una palidez extraña en el dorso a la vez que un rubor intenso en las palmas y las yemas.
En las bolsas habían, tal vez cincuenta, tubos de pegamento y dos pistolas de aluminio diseñadas para extraer su contenido a presión, accionando una palanca en forma de gatillo alargado. Fue un buen momento, estaba confundido, ingenuo; no tenía la menor idea de qué hacía eso allí.
Ella se había movido bastante para entonces, tenía la cara sobre un charco de agua y el gran vaso con su sorbete estaban tirados inútilmente justo ahí. Parecía llevar un buen rato intentando saciar su sed en vano. Su piel está azulándose, sus labios están blancos, sus piernas se están ennegreciendo. Sigue siendo hermosa. Inexplicablemente.
El avestruz reía desde su escondite terreno. Yo me dispuse a confrontar a mi vecino que había tornado mudo, con unos ajustes que tenía pensado, materias, más que nada, de convivencia. Toqué la puerta y nada. Hablé. Nada. Di varios golpes fuertes y apoyé el oído sobre la madera hasta que se me ocurrió que tal vez haya podido escapar por la pared rota y abrí.
No hay palabras para describirlo. De hecho, sopeso con reticencia si existiera una buena razón para hacerlo. El hombre no era más hombre. Tanto como puedan beber tus ojos y más era sangre oscura; lo cubría todo. Las paredes gritaban una historia larga y perversa. El suelo olvidó su color y su forma ya todo corrupto de víscera absurda. En el centro unos cuantos huesos blancos y brillantes como joyas, perlas: una ostra de violencia crió esta corona opulenta para mí y así yazco rey de los Démones.
No hay nada.
Sentí frío en mi talón derecho. Lo examiné y estaba mojado. Inundación, pensé, y efectivamente vi a mi derecha cómo de la sombría entrada fluía el agua que nunca paró de entrar. Cerré el cuarto del animal y fui a salir pero, la puerta estaba atascada, más que con llave; más que bloqueada por algún detrito; mucho más cerrada que cuanto es capaz de cerrar el azar. La puerta de entrada -y me hace reír el pensarlo- estaba sellada con un grueso cordón de pegamento y, de pie ahí mismo, habían dos tubos y una pistola de aluminio atestiguantes. En ese momento la epifanía me inspiró de un goce enorme que me consuela como nada pudo en mi vida y el aire, desde entonces, fue de miel.
Y yo fui de gracia, leve de víscera y alma corrí con la pistola aquella, rellena con el más firme e irrompible de los pegamentos, hasta la puerta más oriental de la planta baja. Sellé, tomándome mi tiempo, una y otra, de la cocina solo las ventanas pues no tiene puertas. La del patio trasero, la del jardín y despedí a los mustios girasoles encantados de devolver sonrisas. Sellé -como las puertas que apresan a los cíclopes- la ya bloqueada puerta del gato, una última vez, en todo momento sintiendo gran respeto por su orfebrería. Luego, pateando el agua, subí satisfecho.
La reina blanca ha muerto. Su calavera descansa tras su piel sutilmente lila; su mirada de horror parece reconocerme. Una muerte pura y bella, y también, como toda muerte, llena de miedo. La lluvia nos separa como una orquesta en su fosa y el avestruz guarda su silencio ausente y se me antoja preguntarme por ella, ¿habrá gritado? En su lecho, pedido ayuda... Qué sentido puede tener un avestruz que pida auxilio desde su escondite. Imaginemos a unos niños que juegan a las escondidas, donde los atareados con buscar vendan sus ojos mientras los ocultos gritan delatando su ubicación. No, no creo que haya gritado. No tiene sentido. Sellé la habitación de mis abuelos con todos sus artilugios náuticos y sus aventuras... un ingenuo, mi abuelo. Él y vos, la cárcel de la carne. Ingenuos. Démosle los buques a la gorda y los venderá para comprar un televisor, un sofá y pollo frito. Son tangenciales: la gorda y el avestruz. Sometida a un instinto incontrolable, un compromiso con la pureza del goce. Llámese adicción si se quiere; feo, para quien no quiera sentirse identificado. Que lo llamen miedo y vayan a buscarnos cobijados como ella: huyendo solos en infinidad de cabezas enterradas, yo escribiendo, tu leyendo, mirar, gastar, trabajar, gritar, beber, olvidar, coger, huir, huir; paradójicamente ocultos en público como ella se oculta -un coloso obeso- y el avestruz oculta tan solo su cráneo en la llanura. Y su llanto era ensordecido por la tierra.
6
Sellado el salón, quedo en los últimos metros. La lluvia inundó la calle hasta casi el metro de agua gris que abrillanta lo que fue una vez un opaco sin pudor. Yo no puedo evitar reír al pensar cuán solitario debe ser este momento para muchos. Un hombre lucha contra el volumen paso a paso, hasta llegar a una puerta que finalmente no puede abrir. No sé por qué últimamente no encuentro rincón sin metáfora. Yo diría que la inundación genera un panorama de aislamiento irreconciliable, cosa que, ya dije, me causa bastante risa.
Adiós avestruz, adiós morocha. Adiós ventana. Elijo el dormitorio y cierro la puerta que sello inmediatamente. Hago un espacio en el centro como un claro en un bosque para tender una generosa cantidad de pegamento elástico multiusos en el suelo. Me acuesto bocabajo con los brazos y las piernas ligeramente abiertos y ahora, espero.
Fantasmas. Somos. Fuimos siempre y es por eso que nos atraen, los tenemos tiernamente, les creemos aún si faltan porque somos, sin duda, este frío etéreo y desatado. Llenos, pero solo de la más rapaz obsesión. Somos una búsqueda egoísta en el mejor de los casos y vos, sos una bestia comprometida únicamente con el hambre. La tuya, sobre todo, aunque has matado solo para ver tus huestes despedazar: para saciar el hambre de saciar. Yo muero, siendo uno con mi deseo ectoplasmático. Muero lejos. Ahogado.
FIN
Hay varios textos, la mayoría cortos, este es el más largo e impactante para nosotros ya que tiene muchos paralelos con su muerte. El cuaderno tiene título en la tapa: Itinerario Misantrópico.