Tonada Caballeresca

TONADA CABALLERESCA

El cierzo recorría la campiña ondulante,
En la Ribera de Navarra esa noche fría,
En el brumoso bosque, allá en la lejanía,
Andaba brioso y ligero el raudo rocinante.

El caballero armado apresuró su ágil trote,
Y en la cima de un sombrío y alto monte,
Un castillo majestuoso imponente se alzaba,
El corcel, ante la brida, su paso apresuraba.

De las almenas vieron acercarse al caballero,
Y el puente le dio paso ante la voz del atalaya,
El caudillo fue enviado por el Conde de Vizcaya,
Para esgrimir la espada cual fiero y fiel guerrero.

Las hogueras ardientes alumbraban el aposento,
Tarros y botijas derramaban licor, ajenjo y birra,
Loores y canciones entonaban con lírico acento,
Sonatas y loas inspiradas en la sangre y la guerra.

El anciano se irguió… Y muchos ojos lo miraron,
Clara y fuerte fue su voz que llenó toda la estancia,
Los cantos cesaron, y aquellos hombres se callaron,
“¡Levantad las copas, y brindad con abundancia!”.

Era el guerrero legendario de las múltiples batallas,
Que al paso de los años era un viejo encanecido,
Se irguió cual gran caudillo de olvidadas leyendas,
Con gran fuerza y el valor de un tiempo que se ha ido.

Levantando su espada exclamó con voz de trueno,
Y su mirada refulgió cual brillar de mil medallas:
“¡Leales soldados, que han vencido en batallas,
Escuchadme ahora, lo imploro y se los ruego!.

“¡Permitid a éste viejo guerrero tomar su espada!
¡Dejad que vaya al frente, mi acero anhela sangre!
¡Que la perenne vida del anciano todavía alumbre!
¡Quiero beber del cáliz, de la sangre derramada…!.

“¡Permitid por ventura que yo vaya a la guerra!
¡Ya la vida, mi existencia se me escapa de los huesos!
Mi acero quiere estar en la batalla más gloriosa,
Antes de que la Parca me lleve al osario preso.

“Otrora mandaba furiosos ejércitos colosales,
Cual capitán arengaba a mis aguerridas tropas,
En mi brioso y blanco corcel mataba a raudales,
Mi espada era el terror de equinos y de hombres.

“Mis enemigos temblaban al verme pelear,
Nunca fui rey pero gobernaba en la guerra,
Con un arma por cetro y un yelmo por corona
Hacía mi trono sobre las víctimas de mi espada.

“Pero ahora, el tiempo inexorable ha pasado,
Y ahora que estoy en los límites de mi vida,
Quiero volver al frente. No, no estoy acabado,
¡Dejad que ahora recobre mi vitalidad perdida!”.

Al unísono, aquellos curtidos guerreros en batalla,
Levantaron los puños, espadas, y tarros de cerveza,
Un coro de vítores surgió de aquellas bélicas gargantas,
Y admiraron al gran guerrero que surgía de sus cenizas.

El noble caballero que había llegado al castillo,
El caudillo enviado por el Conde de Vizcaya,
Para esgrimir la espada cual fiero y fiel guerrero,
Se sintió honrado al pelear junto a aquel caballero.

El anciano levantó su voz que tembló emocionada:
“¡Ensillad mi caballo!”, “¡Traedme mi espada!”,
Con fuerza se irguió, decidido tomó su acero,
Montó ágilmente al equino, cual vigoroso guerrero.

La emoción inundó a esos curtidos hombres,
Su general había retornado desde el pasado,
Alzó su espada, hacia los escarpados montes,
Y dijo con voz de trueno, en un hablar pausado.

“¡Venid a la guerra, nuestro enemigo se acerca!
Son más que nosotros, ataquemos de sorpresa,
Rodeemos y quememos su custodiada fortaleza,
Acabemos con los que contra nosotros alterca.

“Somos veteranos curtidos en combate,
Muchos de nosotros caeremos muertos,
Siempre serán recordadas nuestras hazañas,
Las lágrimas correrán cuando sean cantadas.

“Harán epopeyas, viviremos en las leyendas,
Los laúdes y las cítaras nos cantarán loores,
¡Vamos, guerreros, vestíos, poneos el arnés!
¿Cabalgaréis a mi lado por última vez?”.

Estando en el rudo fragor de la intensa batalla,
Las espadas chocaron con los fuertes escudos,
Los gritos de guerra se oían sobre los muros,
Caballero y anciano lograron tomar la muralla.

Ahí, la muerte les aguardaba falaz y paciente,
Para abrazarlos y llevarlos hasta la eternidad,
“¡Gloria! ¡Muerte! ¡Honor!” se oía sin piedad,
Pero el aura de la Victoria ya estaba ausente.

Los aceros chocaron, los caballos relincharon,
Los yelmos volaron, los escudos se quebraron,
Los guerreros como leones debatieron con fiereza,
Caballero y anciano pelearon con sangre y fuerza.

Esa noche, el cierzo recorrió aquel camino,
Ensangrentado y cubierto de despojos,
Angustiado, el caballero, con trémulos ojos,
Tomaba aquella mano que halló ya su destino.

El anciano se alejaba, cabalgaba eternamente,
En victoria y gran loor, esa batalla saboreaba,
En Navarra y toda España su tonada se cantaba,
Los juglares entonaban este canto vehemente…