3 Vidas para morir (Prólogo)

¡Hola a todos!

Os voy a ir dejando por aquí los avances de una de las novelas que estoy escribiendo, aceptaré encantado cualquier crítica constructiva que me ayude a mejorar. Escribir es mi pasión.

Título de la obra: 3 Vidas para morir.

Categoría: Ficción general, drama.

Prototipo de portada:

Sinopsis:

Un padre machista y homófobo.
Una madre pasiva y manipulable.
Dos hijos amantes de los animales.
Juntos forman una familia carente de amor, en la que los bienes materiales y el dinero importan más que un abrazo. Aunque los hijos tratan de tener sus propios ideales, las estricta y nociva educación de sus padres pondrá en peligro sus valores.

Un día, el padre de familia sufre un trágico accidente y queda en coma inducido. Será entonces, durante su aletargamiento, cuando su alma se separe del cuerpo y se reencarne en tres animales diferentes.

PRÓLOGO

—No puedo hacerlo papá, lo siento.

—Solo tienes que apretar el gatillo —susurró nervioso—. Vamos, dispara.

El joven guiñaba un ojo mientras que con el otro apuntaba a una hembra de jabalí.

—La tienes a tiro, ya es tuya —su padre trataba de alentarle.

Las gotas de sudor que resbalaban por la frente del chico comenzaron a nublar su vista. Acto seguido, sus manos comenzaron a temblar y finalmente bajó el rifle.

—Lo siento, no puedo hacerlo.

El enorme cabreo del padre podía notarse en su semblante. Su mirada desencajada asustó a su hijo, quien sabía cuáles serían las consecuencias de su decisión.

—Puto maricón de mierda —le insultó a la vez que recuperaba el arma del suelo—. Vas a convertirte en un hombre quieras o no.

Ricardo apuntó al mamífero, que se encontraba amamantando a sus crías y disparó sin remordimiento. El ruido provocado por el tiro ahuyentó a los pájaros del lugar y generó un profundo dolor en el pecho del quinceañero.

—¡Vamos, inútil! —exclamó una vez llegaron a la posición del animal—. Ayúdame a atarle las patas.

Misael, con manos temblorosas, comenzó a rodear las pezuñas con el cordel que le había dado su padre.

—¿Estás llorando? —cuestionó el hombre.

Ver al jabalí agonizando ante la angustiosa mirada de sus crías era demasiado abrumador para el chaval, que, sin poder aguantarlo más, soltó la cuerda y rompió a plañir.

—¿Yo te he educado para que seas un marica de mierda? —le preguntó justo después de darle una sonora bofetada—. ¡Levántate ahora mismo y ata las patas de este cerdo asqueroso!

Misael se tocó la mejilla golpeada.

—¡Ahora!

Al ver que su hijo no obedecía, Ricardo agarró a uno de los jabatos y le atravesó el estómago con el cuchillo desollador que guardaba en la funda de su cinturón.

—¡No, por favor! —gritó desesperado—. ¡No los mates!

—¡Obedece o te juro que saco las tripas a todos estos cerditos!

El joven tragó saliva y comenzó a atar las pezuñas del mamífero, quien agonizaba entre temblores. Veía borroso a consecuencia de las lágrimas y se manchó las manos con la sangre del jabalí.

—Tienes que acostumbrarte a esto —le dijo su padre en tono más desenfadado—. ¿Cómo te crees que nos alimentábamos antiguamente? ¡Teníamos que cazar, hijo!

Le dio una palmada en la espalda antes de ensartar el arma filosa en el cuello de su presa.

—¿Así está mejor? —le preguntó—. ¿Prefieres que no sufra?

Misael asintió tímidamente con la cabeza.

Una vez terminaron de sujetarle las patas, comenzaron a tirar de él mientras eran perseguidos por las crías.

—Pesa más de lo que pensaba —murmuró fatigado—. Espérame aquí, iré a por el coche.

Ricardo se marchó corriendo en busca del vehículo que tenían aparcado en las proximidades y dejó a su hijo a cargo de la caza.

—Lo siento muchísimo —les dijo a los jabatos, que no paraban de gimotear junto al cadáver de su madre—. De verdad que lo lamento…

Se sentó en el suelo y se rodeó las rodillas con los brazos.

—Pobrecito… —murmuró al notar que uno de ellos frotaba su cabeza contra sus piernas.

Por un momento pensó en huir de su padre, pero pensándolo en frío, sabía que tarde o temprano le encontraría la policía y eso solo empeoraría las cosas. Agachó la cabeza y trató de taparse los oídos para no escuchar el lamento de los jabatos.

Poco después, el ruido del todoterreno le hizo reaccionar.

—Ya estoy aquí —Ricardo bajó fumando de su Mercedes Clase G—. Vamos, ayúdame a subir el trofeo.

Tiró la colilla al suelo y dio una patada a las crías que se resistían a abandonar el cuerpo de su madre.

—¿Quieres que las mate? —le preguntó a su hijo—. Van a terminar muriendo de todas formas.

Aunque sabía que su padre tenía razón, le dijo que no.

—No puedo esperar para ver la cara de Luis cuando le enseñe el puerco —añadió entre risas—. Va a morirse de envidia.

Misael entró al coche, pero no sin antes apagar el cigarro que su padre había arrojado al suelo. Miró por el retrovisor mientras se alejaban de allí, y observó que las crías miraban el vehículo en el que se llevaban a su madre.

—Perdóname por llamarte maricón —se arrepintió Ricardo—. Ya sabes que a veces pierdo los estribos.

Puso la radio y se encendió otro cigarro.

Lamentamos comunicarles que el joven herido la tarde de ayer en el Carnaval del Toro celebrado en la Plaza Mayor de Salamanca, finalmente ha fallecido. Las cornadas sufridas por el animal le habían atravesado varios órganos vitales, y aunque los médicos han tratado por todos los medios de…

El padre cambió de canal.

—Pobre familia —susurró entre dientes—. Espero que sacrifiquen a ese toro.

Misael no abrió la boca durante el resto del trayecto y se limitó a mirar por la ventana. Por mucho que su padre le obligase a acompañarle en sus batidas, él odiaba hacerlo. Solamente pensar en la Sierra de Ayllón y en la reserva de caza de Sonsaz, le ponía los pelos de punta.

Sus ideales y los de Ricardo eran tan diferentes, que muchas veces dudaba de si realmente eran parientes de sangre, o, por el contrario, fue adoptado cuando solo era un bebé. Pero lo que más le dolía, no era que sus pensamientos fuesen tan dispares, sino que ni él ni su madre pudiesen aceptarle tal y como él quería ser. Ni siquiera le dejaban tener sus propios amigos, solo podía relacionarse con personas de su misma clase social.

Tanto él como su hermana pequeña estaban sufriendo la educación estricta y nociva de unos padres, que anteponían el dinero y su prestigio por encima del afecto, la empatía o la comprensión.

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Hola :smiley:
Me asqueó el comienzo (en el buen sentido) y empaticé mucho con Misael. Lograste hacerme sentir lo que el pibe, así que buen trabajo :slight_smile: .

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¡Muchísimas gracias! Tu comentario me ha alegrado la tarde :smiling_face_with_three_hearts: :grinning_face_with_smiling_eyes:

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Pues es mi opinión como lectora :slight_smile:

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Está tan bien escrito que apenas pude leerlo. Literalmente aparté la vista un par de veces entre párrafos porque no soporté “ver” la situación. Está, de verdad, muy bien.
Creo que en este proyecto tuyo dibujas una realidad de por sí terrible en la que el lector sacaría sus propias conclusiones a cada paso. Es decir, eres buenísimo describiendo; no es necesario enfocar en explicaciones sobre la familia porque está tan bien narrado que ya se ve cómo es la cosa (con esto me refiero al último párrafo, aunque es sólo un punto de vista personal!). Es decir, por cómo habla y actúa el padre y lo último que dice sobre que el tal Luis le va a envidiar -por no mencionar que él mismo cree que la homosexualidad es un insulto; ni qué decir de lo que hace con los animales delante de su hijo- ya se ve muy bien que “el prestigio” va por delante de la humanidad misma y que la empatía es bajo cero.

Muchas gracias por compartirlo. ¿Tienes más?

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¡Me alegro mucho de que te haya gustado y te agradezco tus palabras!
Sí, tengo más capítulos terminados, los iré subiendo por aquí poco a poco. :grinning_face_with_smiling_eyes:

Además de esta novela estoy trabajando en otra, la subiré a lo largo del día de hoy. No tiene nada que ver con esta, es de fantasía y los capítulos son mucho más largos.

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¡Hola! Como no sé cual es el procedimiento a seguir a la hora de de subir capítulos en el foro, me aventuro a añadir por aquí los dos primeros. He creado un tema en el foro preguntando sobre ello, agradecería que alguien aclarase mis dudas.

La vuelta a casa se demoró más de dos horas a consecuencia de problemas en la carretera.

—Pasaremos primero por casa de Luis —dijo Ricardo nada más entrar en La Moraleja, una zona residencial de lujo situada al norte de la ciudad de Madrid—. Ese engreído se cree que solo él y su hijo son capaces de cazar bichos grandes. Les diremos que fuiste tú quien apretó el gatillo, ¿de acuerdo?

Misael asintió sin ganas y el padre dobló la esquina para situarse frente a un enorme y lujoso chalet de fachada nívea.

—¡Luis, Luis! —Ricardo vociferaba orgulloso desde fuera del cercado—. ¡Sal a ver lo que hemos matado!

Los gritos hicieron que el hombre abriese la puerta de casa enseguida.

—Oh, Ricardo, eres tú —murmuró entre dientes—. ¿Qué es lo que quieres?

El conductor del Mercedes le pidió que se acercase al vehículo para contemplar el enorme jabalí que habían capturado.

—¡Lo ha cazado mi hijo! —se regocijó—. ¿No es increíble?

—Vaya… —el asombro de Luis era indisimulable—. Felicidades Misael, estás hecho todo un cazador.

Rafa, el hijo de Luis, salió al exterior para observar lo que sucedía.

—¡Pedazo cerdo! —exclamó atónito.

Acto seguido miró los restos de sangre que aún perduraban en las manos del chico.

—Vaya Misael, no te creía capaz de algo así —le dijo con ceño fruncido—. Si quieres podemos ir a cazar juntos la próxima vez.

—Papá, es tarde, ¿podemos ir a casa? —el chico ignoró por completo a su compañero de clase y entró en el coche.

Ricardo se disculpó por el comportamiento de su hijo y arrancó el todoterreno.

—Te he dicho mil veces que no quiero que me avergüences delante de mis amigos —le recordó con mirada amenazante—. ¿Cómo tengo que decirte las cosas?

—Lo siento, es que no aguanto a Rafita, es superior a mí.

Dieron la vuelta a la manzana y tras cruzar un par de calles llegaron por fin a su morada.

—Ya estamos de vuelta —dejaron el coche en el garaje cubierto y entraron en casa.

Lara, la pequeña de doce años, corrió a abrazar a su hermano.

—¿Has visto muchos animales?

—No —respondió con voz seca.

Acto seguido, Misael subió al piso de arriba.

—¡Dúchate y baja a cenar! —le ordenó Lucía, su madre—. ¡No te demores!

El chico se encerró en el cuarto de baño y se metió en la ducha, en donde se hartó a llorar bajo la alcachofa.

Mientras tanto, Ricardo conversaba con su mujer acerca de la actitud de su primogénito.

—¡No sé qué estamos haciendo mal! —exclamó cabreado—. ¡A veces pienso que nuestro hijo es maricón!

—Tranquilízate, el hecho de que no le guste matar animales no le hace ser gay —contestó la madre.

—Yo sé perfectamente lo que me digo, en vez de salir con el hijo de Luis y su cuadrilla, prefiere juntarse con ese sudaca de mierda.

Lara, quien trataba de aislarse de la conversación de sus padres viendo la televisión, no pudo evitar entrometerse.

—Papá, no hables así de Miguel, se porta muy bien con nosotros —le reprochó con valentía—. A mí me está enseñando a jugar al fútbol.

—Las mujeres no juegan al fútbol —contestó con semblante serio a la vez que le apagaba la televisión—. Céntrate en tus clases de interpretación, tenemos muchas esperanzas puestas en ti.

—Pero a mi me gusta dar patadas al balón —insistió.

Ricardo se pasó las manos por la cara y Lucía se acercó para tratar de calmarle.

—¡Qué estamos haciendo mal! —repetía una y otra vez—. Esto se va a acabar, voy a ponerme mucho más estricto con la educación de nuestros hijos.

—Vale, cariño, cuenta conmigo —le apoyó.

Nada más acabar la frase, Misael comenzó a bajar las escaleras.

—Sentaos a cenar —dijo la mujer—. La mesa está puesta.

Ricardo y sus hijos se acomodaron en las sillas del comedor mientras Lucía traía el asado de cordero.

—Bendito seas, Señor, por esta comida que vamos a compartir y que es signo de paz, de alegría y fraternidad —el padre bendijo la mesa y comenzaron a comer bajo un silencio sepulcral—. Amén.

Lara y Misael comían con desgana, mientras que sus progenitores masticaban con ansia.

—¡Utiliza los cubiertos! —le reprochó Lucía a su hija.

—Muy bien dicho cariño —Ricardo apoyó la actitud de su mujer—. A partir de ahora van a cambiar mucho las cosas.

Lucía sacó una sonrisa a su marido y le preguntó por el jabalí cazado.

—¿Qué vas a hacer con él?

—Mañana lo llevaré a disecar, quiero colgar su cabeza en la pared del salón —respondió arrogante.

—No, por favor —Misael se atrevió a intervenir en la conversación—. Si lo haces, tendré los lamentos de sus crías siempre presentes en mi cabeza.

Ricardo golpeó la mesa y asustó a sus tres familiares.

—¡Me tienes hasta los cojones! —le apuntó con el dedo—. ¡Quiero que dejes de compadecerte por los putos animales y empieces a complacer más a tu padre!

—Pero…

—¡No hay peros que valgan, eres un Jiménez y como tal has de comportarte! —continuó gritando—. Tu abuelo se revolvería en su tumba si se entera que su nieto ha llorado al ver morir a un jabalí.

Ricardo comenzó a ponerse cada vez más nervioso.

—Tu abuelo odiaba a los revolucionarios izquierdistas que provocaron la guerra civil en nuestro país, y aunque me hierve la sangre al decirlo, cada vez tengo más sospechas de que tus ideales se asemejan a los de esos desgraciados —añadió con ojos desencajados—. A partir de este momento vas a hacer absolutamente todo lo que yo te diga, y vas a hacerlo sin rechistar.

Misael tragó saliva tratando de contener el llanto.

—No quiero volver a verte cerca de ese sudaca —le advirtió—. Vas a empezar a salir con la cuadrilla de Rafa.

—¡Miguel es mi mejor amigo! —exclamó enfadado.

—¡Por el amor de Dios! ¿Es que no hay españoles en Madrid con los que puedas tener amistad?

—¡Pero que tendrá que ver que sea extranjero! —Misael se puso bravo sin pensar en las consecuencias—. ¡Por mucho que reces y veas la misa por la tele, no dejas de ser una mala persona! ¡Si realmente existiese el infierno, tú irías de cabeza!

El desahogo del muchacho despertó el lado más oscuro de su padre, quien se levantó de la silla y no dudó en darle un puñetazo.

—Ricardo, tranquilízate —Lucía trató de calmarle en vano.

—¡Cállate! —El hombre parecía fuera de sí—. ¡Recoge la puta mesa y mantén la boca cerrada! ¡Todo esto es por tu culpa, si no hubieses sido tan permisiva cuando eran niños, nada de esto hubiese pasado!

Lara echó a correr hacia las escaleras con el rostro cubierto de lágrimas, mientras Misael, mareado por el golpe, se pasó la mano por la nariz.

—Estoy sangrando… —se dijo para sus adentros.

Cuando Lucía vio la cara de su hijo se le estremeció el alma.

—¡No se te ocurra entrometerte! —la advirtió Ricardo—. ¿Sabes todas las veces que me pegó mi padre? ¡Es parte de la educación! Si queremos que nuestros hijos lleguen lejos en la vida, tenemos que ser inflexibles.

Misael se marchó al piso de arriba y entró en su habitación envuelto en una sensación de rabia y tristeza.

—Tal vez ahora no lo entiendan, pero todo esto es por su bien —Ricardo se acercó a abrazar a su mujer, quien trataba de aguantar el llanto—. El día de mañana, cuando sean médicos, políticos o jueces, nos darán las gracias.

A la mañana siguiente, Misael fue el último en bajar a desayunar.

—¿No tienes hambre? —le preguntó su madre al ver que no probaba nada de lo que tenía sobre la mesa.

Él negó con la cabeza.

—Si no quiere desayunar déjale, cuando regrese del colegio tendrá ese mismo plato para cenar —advirtió Ricardo—. Hasta que no se lo coma no probará otra cosa, las tonterías en esta casa se han acabado.

Disimuladamente, comprobó que el golpe propinado a su hijo la pasada noche no había dejado secuelas.

—Lara, deja de darle pan al canario —le repitió su madre por segunda vez.

—Solo son las migas —contestó sonriente—. ¡Come, Pidgey!

Pigdey era el canario que hacía tres años le habían regalado los Reyes Magos.

—¿Te ha devuelto Nora la llamada? —preguntó Ricardo a su mujer—. Debía haber llegado hace más de una hora.

Nora era la criada de la casa, a quien tenían asalariada desde hacía una década. Trabajaba de lunes a sábado, diez horas en horario ininterrumpido.

—Sí —respondió tajante—. Me ha dicho que llegará más tarde de lo habitual.

—¿Y eso por qué?

Lucía se tragó las pastillas para la ansiedad que le había recetado el médico y entrecruzó los brazos.

—Según me ha dicho, se le debió morir el perro ayer —respondió—. Me ha pedido el día libre, pero me he negado.

—Muy bien hecho, cariño —la alabó—. ¡Lo que me faltaba por escuchar, querer faltar al trabajo por la muerte de un chucho! ¡El mundo se está volviendo loco!

De pronto, el timbre de la puerta nos sobresaltó.

—¿Nora? —cuestionó el padre de familia—. ¡Usa la llave!

La criada abrió la cerradura y entró en la casa.

—Discúlpenme, sé que os gusta que antes de entrar toque el timbre.

El semblante de la mujer chilena lucía pálido y descompuesto.

—¿Qué te ocurre? —Lucía se acercó a ella—. No me habías dicho que estabas enferma.

La criada se derrumbó ante sus brazos.

—¡Llevaba catorce años conmigo! —gritó desolada—. ¡Ayer al mediodía dejó de respirar de repente!

A pesar de su corta edad, Misael y Lara podían empatizar con ella, pero, por el contrario, los otros dos adultos no eran capaces de comprender su angustia.

—¡Nora, por favor! —Ricardo se dirigió a ella enfadado—. ¡Estás hablando de un mísero perro!

—Para mí no era solo un perro Señor, le quería como a un hermano —contestó entre sollozos—. No me encuentro bien, estoy un poco mareada.

El hombre, apartó a la criada de los brazos de su mujer y la acercó a la mesa.

—¿Sabes cómo se te va a pasar la tontería? —cuestionó de forma retórica—. ¡Trabajando!

Las lágrimas de la mujer encogieron el corazón de Misael, que para evitar más problemas, se marchó de la cocina.

Nora comenzó a recoger la vajilla que había sobre la mesa al mismo tiempo que Ricardo cogía el teléfono móvil para responder una llamada.

—Dime, Ramón —dijo nada más pulsar el botón verde.

Lara aprovechó el momento para acariciar la cintura de la criada, que le agradeció el gesto con una sonrisa.

—¡¿Bromeas?!¡Voy para allá ahora mismo! —Ricardo guardó el iphone en el bolsillo y se apresuró por coger las llaves de su Audi—. ¿Lucía, podrías llevar a los niños al colegio? Me ha surgido un imprevisto y tengo que marchar de inmediato.

—Supongo que no pasará nada si llego tarde a la clase de yoga —respondió resignada.

Ricardo abandonó la casa, seguido por sus familiares.

Una vez llegaron a las inmediaciones del centro Brains International Schools, Lucía detuvo el coche sin apagar el motor.

—Vendré a buscaros después de las extraescolares —les dijo a la vez que miraba la hora que marcaba el rolex de su muñeca—. Portaos bien.

Sus hijos bajaron del vehículo y vieron como su madre se marchaba sin ni siquiera desearles un buen día.

—¿Te duele la nariz? —le preguntó Lara en voz baja.

Su hermano negó con la cabeza y caminaron hacia adelante.

—¡Eh, Misael! —Miguel se acercó por detrás y le agarró del brazo—. ¿Has leído el último capítulo? ¡Ha salido de madrugada, está increíble!

Su rostro desganado evidenciaba que no estaba de humor para comentar tebeos japoneses.

—¿Qué te ocurre? —se preocupó—. Tiene que ver con haber pasado el fin de semana con tu padre en el coto de caza, ¿verdad?

Misael le hizo saber que no tenía ganas de hablar, y finalmente desistió.

—Miguelito —Lara se dirigió a él con su particular apodo diminutivo—. Papá le ha dicho que…

Antes de que terminase la frase, Jennifer, una compañera de clase de la niña, se cruzó frente a ellos y la susurró algo al oído.

—Nos vemos luego, hermanito —se despidió mientras se alejaba con su amiga.

Misael y Miguel caminaron en silencio hacia la puerta del instituto, cuando de pronto, se cruzaron con Rafa y su cuadrilla.

—¡Ey, primo! —exclamó sonriente—. ¿Qué te cuentas?

Rafa era el chico más popular de toda la enseñanza secundaria, su éxito con las chicas y sus dotes futbolísticas, le hacían ser la envidia de la mayoría de estudiantes.

—Este viernes vamos a celebrar los carnavales en casa de Alberto. ¡Bro, sus viejos se van fuera el fin de semana y tendremos todo el chalet para nosotros! —dijo tras pasar el brazo por sus hombros—. ¡Nos pillaremos una buena cogorza!

Misael no soportaba a Rafa ni a su cuadrilla, ni siquiera su forma de hablar.

—¡Además vendrán un montón de tías buenorras! —añadió orgulloso—. Si tienes suerte igual pillas cacho.

—¿Qué estás diciendo? —le increpó Luis—. No voy a invitar a este friki a mi fiesta de carnaval.

Rafa le golpeó con el codo disimuladamente.

—No le hagas caso, por supuesto que puedes venir.

—No insistas, prefiero quedarme en casa viendo una serie que ir de juerga con vosotros —respondió tajante.

Luis suspiró aliviado, pero Rafa se acercó a él y le agarró de la pechera.

—Vas a venir quieras o no —le amenazó—. Anoche tu viejo llamó al mío para decirle que te integrase con mis amigos. Mi padre ha prometido darme quinientos euros por cada fiesta a la que me acompañes, así que, si no lo haces por las buenas, lo harás por las malas.

Soltó al chico y le dio dos palmadas en la espalda.

—Vamos a llevarnos bien, ¿vale?

Miguel sabía que Misael llevaba mucho tiempo aguantando su ira contra Rafa, por lo que, cuando se percató de que apretaba los puños, decidió actuar.

—¡Venga, Misa! —exclamó con una sonrisa falsa—. ¡Iremos juntos!

Las palabras de Miguel provocaron la risa de Rafa y todo su grupo.

—¡Tú estás flipado! —Luis le empujó con fuerza—. ¡En mi casa no entran sudacas, chaval!

Miguel cayó al suelo y Rafa aprovechó para darle una patada.

—Tu padre podrá tener dinero suficiente como para pagarte este puto colegio, pero no dejas de ser un panchito de mierda —le dijo entre carcajadas—. ¿Ya te lo ha contado Misael? Su padre le ha prohibido que se junte a ti, dice que eres una mala influencia.

Miguel se levantó del suelo y contempló a su amigo, que consternado, le pidió disculpas por no habérselo dicho.

—¿Qué te pasa panchito? —Rafa se acercó a él con sonrisa maliciosa—. ¿Estás triste?

En vez de contestarle, el chico echó a correr hacia la salida del recinto.

—¡Miguel, espera!

Aunque el timbre que decretaba la hora de entrada a las clases sonó con fuerza, el boliviano, entre lágrimas, se marchó sin mirar atrás.

—¿A dónde vas, Miguelito? —le preguntó Lara—. Es hora de entrar.

—¡Deja a ese friki! —exclamó Jennifer—. Rafita y los demás nos están mirando, no podemos permitir que nos vean hablando con alguien como él.

La chica, preocupada, no entendía por qué el amigo de su hermano se marchaba corriendo del instituto.

—Como me gustaría tener su edad e ir a cuarto de la ESO —Jenni se mordió el labio inferior—. Te aseguro que haría lo que fuese para que Rafita se fijase en mí, creo que es el amor de mi vida.

—¡No digas tonterías, ni si quiera has hablado nunca con él! —le criticó Lara—. Céntrate en aprobar el primer curso y olvídate por ahora de temas amorosos.

Todos los alumnos del Brains International Schools de La Moraleja entraron en sus respectivas clases.

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Como lectora y a mi ver vas muy bien :smiley: Lo leí anoche en el trabajo porque no me aguantaba a llegar a casa para ver cómo seguía.

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Me alegra mucho saber que te gusta, te lo digo de corazón. :star_struck:

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Continúo por aquí, sé que en el título del tema pone «Prólogo», pero no puedo modificarlo.

Ricardo se pasó fumando los treinta minutos que tardó en llegar de La Moraleja a su empresa situada a las afueras de Soto del Real.

Lecheras Jiménez S.A era el nombre del monstruoso negocio heredado de su padre. Una inmensa macrogranja con más de quinientos mil metros cuadrados, donde ostentaba casi cinco mal vacas lecheras y quinientas de cría. Además, poseía un pequeño matadero colindante al recinto, en donde sacrificaban a los terneros machos para vender su carne bajo un pseudónimo diferente.

Las denuncias por parte de grupos ecologistas eran bastante frecuentes, y es que, aunque trataba de disimularlo despistando a la gente con publicidad engañosa, su negocio suponía un grave peligro para el medio ambiente. Semejante explotación venía a consumir alrededor de un millón y medio de litros de agua diarios, entre consumo directo y limpieza. Igualmente, también resultaba preocupante la enorme generación de residuos, y es que, la macrogranja producía más de cien mil toneladas de excrementos al año, el equivalente a una población de más de un millón de personas. Esta cantidad corresponde a los residuos orgánicos generados por toda la provincia de Bizkaia.

Aunque en proporciones normales el estiércol puede beneficiar el crecimiento de las plantas gracias a sus nutrientes, la cantidad de excrementos que se generan en una granja de tales dimensiones es potencialmente peligrosa para la salud del planeta en el que vivimos. Entre los contaminantes liberados por la boñiga destacan el amoniaco, el metano y el óxido nitroso. El impacto de este último sobre la atmósfera es doscientas noventa y dos veces más potente que el dióxido de carbono.

Así mismo, habría que añadir la superficie de cultivo necesaria para obtener los ciento cincuenta mil kilogramos de forraje diario para alimentar a las cinco mil quinientas vacas, sin contar los novillos.

—Esta vez se han pasado de la raya —murmuró Ricardo todavía con la colilla entre los labios—. No voy a permitir que nadie me chantajeé.

Una vez abierta la barrera del aparcamiento privado, estacionó el vehículo.

—¡Oye, Carlos! —exclamó al ver que uno de sus empleados de limpieza se encontraba agachado junto a la vaya de alambre.

El hombre, asustado, se levantó sosteniendo una bolsa de pienso entre las manos.

—Buenos días, Señor —le saludó—. Estoy dando de comer a estos pobres gatitos.

La mirada del presidente de la compañía hablaba por sí sola.

—¿Acaso no sabes que puedo despedirte por esto? —le preguntó cabreado.

Carlos apoyó el paquete en el suelo y se arrodilló frente a él.

—Lo siento mucho, Señor —se disculpó—. Esos gatitos perdieron a su madre hace un par de días, la encontré atropellada al otro lado de la carretera.

Uno de las crías se acercó maullando a los pies de Ricardo, quién sin ningún tipo de remordimiento, la propinó una patada en el estómago.

—Por favor, Señor, no les pegue —el trabajador de la limpieza tocó el asfalto con su frente—. He oído en la radio que en unos días volverán las nevadas al centro de Madrid, déjeme alimentarlos al menos hasta que pase el frío.

Pero Ricardo, lejos de compadecerse, comenzó a caminar hacia la puerta de entrada.

—Te lo diré claro, para que incluso alguien como tú pueda entenderlo —concluyó—. Si vuelvo a verte dando de comer a esos bichos, estás despedido.

Accedió a la puerta que comunicaba con su oficina y dejó a su empleado recogiendo las bolas de pienso esparcidas por el pavimento.

—Buenos días, presidente —Ramón le estaba esperando en el despacho—. ¿Cómo se encuentra?

—No tengo ganas de hablar —respondió tras sentarse en su sillón—. Enséñame ese vídeo cuanto antes.

Su mano derecha sacó el ipad del cajón y puso a reproducir el archivo adjunto que había llegado hace apenas una hora al correo de la empresa.

—¿Quién demonios ha podido hacer algo así? —Ricardo, nervioso, echó el cuerpo hacia delante para observar mejor la pantalla—. Será hijo de puta.

El vídeo mostraba como varios trabajadores golpeaban, apuñalaban y atormentaban a las vacas con barras de acero, para que estás no forcejeasen a la hora de colocarlas las máquinas de ordeño.

—Podrían cerrarnos la empresa por esto —murmuró Carlos.

—Podemos despedir a los empleados que aparecen en el vídeo y hacer un comunicado denunciando los hechos —propuso ya un poco más calmado.

—Señor presidente… —su compañero puso ambas manos sobre la mesa de su despacho—. Eso no es todo, aún hay más.

Ricardo abrió el siguiente archivo y sus ojos delataron su enorme preocupación. Las imágenes mostradas en el reproductor detallaban a la perfección la crueldad con la que la empresa trataba a sus animales.

Aquí podéis ver, como los secuaces de Ricardo Jiménez separan con violencia a las crías en sus primeras veinticuatro horas de vida. Estos son los gritos de estrés y angustia de las madres, escúchenlos…

Una voz distorsionada daba voz al vídeo.

¡Mirad! ¡Mirad las brutales inflamaciones que tienen las vacas en las ubres a consecuencia de la mastitis! Qué infecciones, dios mío… Por no hablar de la cojera que sufren como resultado de su mórbida obesidad.

El presidente de la empresa cada vez apretaba el ipad con más fuerza.

Aquí se ve como sacrifican a este animal en estado de gestación avanzado por el hecho de haber reducido su producción de leche. Observad como arrancan al ternero del cuerpo de su madre, está completamente desarrollado y listo para nacer.

—Esto es serio, Ricardo —comentó Carlos—. Tal vez no haya solución.

Y ahora mirad estás imágenes y juzgad vosotros mismos. Vacas encerradas en espacios reducidos, rodeadas de tubos y máquinas, golpeando sus cabezas contra los barrotes laterales. Terneros muertos tirados sobre los excrementos amontonados en las esquinas. Animales con partes de su cuerpo en carne viva, cubiertos de moscas y larvas, pero obligados a mantenerse en pie mientras su producción de leche sea positiva. ¡Fijaos como obligan a comer a ese ternero a base de golpes y punzadas!

Carlos daba vueltas alrededor del despacho con los brazos entrecruzados en la espalda, aunque cada poco levantaba las manos para morderse las uñas.

Esta es la realidad de los anuncios que veis en la televisión, no os dejéis engañar con publicidad engañosa. La vaca que ríe no existe. ¿Dónde están esos simpáticos ganaderos que acarician a los animales que pastan sobre un extenso campo de color verde? El sector industrial lácteo está subvencionado con más de ciento sesenta millones en ayudas directas. Los gobiernos podrían utilizar ese dineral para impulsar el consumo de bebidas vegetales, y evitar así el maltrato animal que genera nuestro dispendio de leche. Recordad que somos el único mamífero que bebe leche una vez finaliza nuestra etapa de lactancia, y eso es antinatural. Por favor, no dejéis que os engañen, hay personas que se lucran con vuestra ignorancia. Los dibujitos de vacas sonrientes que aparecen en los cartones y estampados de…

Ricardo no vio terminar el video y cerró el reproductor.

—Es suficiente —dijo cabreado—. ¿Quién ha podido grabar esto sin que nos hayamos dado cuenta?

—No lo sé, pero está claro que es uno de nuestros trabajadores —respondió su compañero—. Esto podría poner en peligro el futuro de la empresa.

El presidente se encendió un cigarro.

—¿Qué pide el hijo de perra? —cuestionó.

—El cierre de Lecheras Jiménez S.A —contestó tajante.

Al hombre se le cayó la colilla de los labios.

—¿Bromeas? ¿Qué clase de soborno es ese?

—Léelo tú mismo.

Ricardo volvió a abrir el correo.

—Para que yo me entere, si cierro la empresa me libro de pagar una multa millonaria, ¿no es eso lo que quiere decir?

Carlos asintió con la cabeza.

—¡No sabe a quien se está enfrentando! —gritó furioso—. Escríbele diciendo que vamos a contemplar su postura, y mientras tanto aprovecharé para hablar con los mejores abogados del país. Contrataré a los informáticos más reconocidos para que puedan conseguirme la identidad de ese desgraciado, e incluso hablaré con mis contactos en la policía en caso de que sea necesario. Lecheras Jiménez es una empresa respetada en toda España, no dejará que un estúpido activista tire los esfuerzos de mi padre por la borda.

Ricardo pasó el resto del día en la oficina de su empresa.

Mientras hablaba con sus abogados, se bebió casi la media botella de ron que guardaba en una pequeña nevera grisácea.

—¿Entonces, no reúno a mis empleados para amenazar al autor del vídeo? —cuestionó con lengua trabada.

El letrado que se encontraba al otro lado del teléfono le prohibió rotundamente hacer semejante acción, y le pidió, por favor, que se marchase a su casa.

—¡Está bien! —exclamó—. ¡Pero quiero vengarme de ese hijo de perra! ¡Descubrid quién es! ¡Rastread su cuenta de correo electrónico y destapar su identidad!

El abogado le exigió que se calmase y le colgó sin remordimientos.

—¡Contrataré a un sicario! —gritó ya con la llamada suspendida.

Ricardo metió el teléfono móvil al bolsillo y se tomó un último trago antes de abandonar la oficina.

—Señor, ¿quiere que le lleve a casa?

Uno de los empleados que le vio salir al aparcamiento se preocupó por su estado.

—¿Acaso te pago por hablar? —cuestionó con boca torpe.

El hombre se metió en su coche y arrancó.

—¡Las luces! —le gritaron desde el exterior.

Encendió los focos y salió a la carretera.

Aunque era de noche y su vista estaba nublada, fue capaz de llegar a su casa sin sufrir ningún contratiempo.

—Hola cariño, ¿qué tal te ha ido el día? —Su mujer se acercó a la entrada para recibirle.

—¡Mal! —En cuanto abrió la boca, sus familiares se dieron cuenta de que estaba un poco borracho—. ¡Uno de mis empleados ha grabado un vídeo con cámara oculta dentro de la empresa!

Lucía le ayudó a quitarse la chaqueta.

—¡Quiere que cierre Lecheras Jiménez! —exclamó cabreado—. ¡Dice que maltratamos a las vacas!

—Desde luego, hay personas estúpidas en el mundo —comentó la mujer—. ¡Luego queremos tener leche en el frigorífico!

Ambos se sentaron en el comedor para cenar junto a sus hijos.

—¿No bendices la mesa? —preguntó Lara al ver que su padre comenzaba a comer los callos que Nora había dejado preparados antes de abandonar la casa.

—Hoy lo haré yo —dijo Lucía sonriente.

—¡Déjame a mí! —propuso su hija con voz agitada.

Tras darle permiso, Lara cerró los ojos antes de hablar.

—Bendícenos, Señor, y bendice nuestros alimentos —murmuró—. Bendice también a quien nos los ha preparado, y da pan a los que no tienen.

Ricardo y Lucía se miraron sorprendidos.

—Protege también a los gatitos que viven en la calle y a los perritos a los que sus dueños les maltratan —añadió—. No dejes que…

—¡Ya basta! —Ricardo pegó un golpe sobre la mesa—. ¡Deja de decir esas barbaridades y ponte a comer! ¡No volverás a bendecir la mesa nunca más!

La niña se llevó tal susto que casi rompe a llorar.

—Muy bien hecho Lucía, veo que has puesto a Misael la comida que dejó en el desayuno —la felicitó—. Este es el camino correcto.

Su hijo, aunque desganado, masticaba las galletas y el pan duro con mermelada.

—Por cierto, chicos, ¿qué tal las extraescolares? —preguntó la madre.

—Jennifer ha dejado las clases de interpretación y se ha apuntado a pádel —respondió la niña—. Si os soy sincera me he alegrado, así podré pasar más tiempo con Nerea sin que Jenni me moleste con sus tonterías.

—Creí que Jennifer era tu mejor amiga —cuestionó Ricardo—. Sus padres son personas muy respetadas, son los directores de uno de los bancos más importantes del país.

—Pues su hija es bastante tonta —contestó sin tapujos—. Nerea y yo nos compenetramos mejor, a las dos nos gustan los animales y la naturaleza.

—¿Quién es esa tal Nerea? No recuerdo haberte oído hablar de ella hasta hoy.

—Es la hija de los vascos que viven al otro lado de la manzana —aclaró Lucía—. Sus padres también son grandes empresarios.

Ricardo terminó de masticar lo que tenía en la boca.

—¡Me da igual, joder! —exclamó—. ¡No quiero que mi hija se junte con esos batasunos! ¡Seguro que su familia está en contra del rey y la patria!

—No se lo he preguntado… —susurró Lara cabizbaja.

—No te juntes con esos independentistas, por favor —le pidió en un tono de voz más agradable—. Haz las paces con Jennifer, seguro que a su lado te espera un futuro mejor. Quiero que mañana la traigas a casa y juguéis juntas a cosas de chicas, ¿de acuerdo?

Misael no había dicho ni una sola palabra.

—¿Tú que tal, hijo?

—Está triste porque Miguelito ha dicho a la profesora de música que deja la extraescolar —su hermana habló por él.

—¡Qué gran noticia! —exclamó Ricardo sin disimular su sonrisa—. Por cierto, ya me he enterado de que Rafa te ha invitado a una fiesta este viernes.

—No voy a ir —Misael abrió la boca por fin—. Tanto sus amigos como él, son muy diferentes a mí.

La mirada amenazadora de su padre comenzó a irritarle.

—Si no vas a esa juerga, vendrás conmigo a pasar el fin de semana a la Sierra de Ayllón —le advirtió.

—¡Es injusto! —gritó desbordado—. ¡Acabábamos de estar allí!

—La vida es injusta hijo mío, yo proveo de leche las casas de este país, y aún así, hay gilipollas me quieren cerrar la empresa.

Para asombro de todos, por primera vez en sus quince años, Misael le contestó sin morderse la lengua.

—Yo no quiero la leche de tus vacas.

—Baja el tono de voz, y ten cuidado con lo que dices, Lecheras Jiménez pasará a ser tuya cuando yo me muera.

El muchacho negó con la cabeza.

—Yo no voy a ser cómplice del maltrato animal que genera tu asquerosa empresa —aseguró sin pelos en la lengua.

Ricardo se echó a reír.

—¡Me gusta que saques ese carácter! ¡En esta vida hay que tener cojones, como los tenía tu abuelo! —Ricardo bebió un trago a la copa de vino que le acababa de rellenar su mujer—. Hijo mío, el calcio es necesario en la dieta de un ser humano. ¡Mi negocio ayuda a las personas!

—Vamos a ver, papá —dijo sin miedo—. ¿Acaso sabes cuánto calcio contienen cien gramos de leche?

Su padre, con ceño fruncido, buscó la respuesta en el buscador del teléfono móvil.

—Unos ciento diez miligramos o ciento veinticinco, depende del tipo de leche —respondió orgulloso.

Misael, desafiante, entrecruzó sus brazos encima de la mesa.

—Cien gramos de espinacas contienen noventa y nueve miligramos de calcio —rebatió desafiante—. Cien gramos de nueces: noventa miligramos de calcio, cien gramos de brócoli: cincuenta…

—¡Ya basta! —le interrumpió cabreado—. ¡En España se ha bebido leche de vaca toda la vida y eso no va a cambiar!

—¡Claro que no va a cambiar! —Misael se levantó de la silla—. ¡Por qué este país y el mundo están llenos de personas cómo tú! ¡El que tiene el dinero tiene el poder! Si las bebidas vegetales se componen de un noventa por ciento de agua, ¿cómo es posible que sean más caras que la leche de origen animal, si a estos hay que alimentaros y mantenerlos saludables? ¡Todo se debe a las subvenciones del gobierno!

Todos se quedaron mudos ante el cabreo de Misael, que incluso golpeó la mesa antes de poner su dedo índice en la nariz de su padre.

—¡Dinero, dinero y más dinero! ¡No importa la salud de la gente! ¡Es todo tan hipócrita que me dan ganas de vomitar! —gritó enfadado—. ¿Por qué los gobiernos permiten que una empresa de comida rápida atraiga a los niños ofreciéndoles juguetes con sus menús? Todo el mundo sabe que los productos de esas multinacionales no son para nada saludables. ¿Por qué hay carne procesada en todos los supermercados del país, si se ha constatado que su consumo aumenta considerablemente el riesgo de padecer cáncer?

Misael, fuera de sí, tiró al suelo la copa de crianza.

—¿No vas a decir nada? —le preguntó desenfrenado—. ¿No vas a rebatirme con la venta legal de tabaco y alcohol? ¡Al menos esos dos consumos sí están claramente asociados a un montón de enfermedades! ¡El que quiera consumir ya sabe a lo que se abstiene! ¡Que hagan lo mismo con los alimentos que nos meten hasta por las orejas!

El quinceañero había despertado su carácter por primera vez en toda su vida.

—¿Y qué me dices de esos empresarios multimillonarios que se jactan de haber donado a hospitales y residencias? —Nada podía parar el arranque del muchacho—. ¡Son unos farsantes que se limpian el culo con dinero! Pagan a la prensa para que hagan públicas sus donaciones, cuando por otro lado, tienen a personas en deplorables condiciones trabajando para su marca en el extranjero. ¡Incluso a niños! Pero claro, las familias de Bangladesh no importan a nadie.

—Misael, cálmate —Su madre trató en vano de templar el envite de su hijo.

—Voy a ir a esa fiesta de mierda por el simple hecho de que odio ir contigo de caza —dijo mientras subía las escaleras que conducían al piso de arriba—. Sería capaz de besar el culo de Rafa, a pesar de todo lo que le odio, con tal de no pisar más ese maldito coto infernal.

El hecho de haberse desahogado le había dejado completamente relajado. Se tumbó en la cama y miró hacia el techo, prometiéndose así mismo que a partir de ahora, sería mucho más valiente de lo que había sido a lo largo de su vida.

Por otro lado, a Ricardo le temblaban las piernas, la determinación de su hijo le había dejado conmocionado. Lucía, quien temía una posible reacción colérica por parte de su marido, le agarró de la mano.

—Mañana será otro día, cariño —le susurró con voz calmada.

—Va a heredar la empresa familiar le guste o no —murmuró con mirada perdida.

Lara, en cambio, no podía disimular su felicidad, la actuación de su hermano la había fascinado.

—Mamá, te llaman al móvil —dijo con cara alegre—. ¿Lo cojo?

Lucía se levantó con gesto nervioso y negó con rotundidad.

—¿Quién es? —preguntó Ricardo, que parecía que poco a poco volvía en sí.

Su mujer colgó la llamada y se dio media vuelta.

—Es Mónica —respondió tratando de ser natural—. Hablaré con ella mañana, seguro que es para charlar de alguna de sus tonterías.

—¿La mujer de Luis te llama a estas horas? —cuestionó sorprendido.

—Estará viendo alguna serie de Netflix y querrá comentarla conmigo —Lucía apagó el móvil disimuladamente.

En realidad, el autor de la llamada entrante era Diego, su profesor de yoga.

Nota mental a mí mismo: Debo terminar de leer esto antes de dar una opinión.

Es muy bueno, pero no he terminado de leer, aún.

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Agradezco mucho tus palabras :v::grinning_face_with_smiling_eyes:

¡Hola!

He de decir que desarrollas muy bien las escenas. La caracterización de los personajes está muy lograda. El texto tiene ritmo, es poco descriptivo y se sustenta en los diálogos. Aunque te basta con ellos para avanzar la historia, lo haces bien.

Una nota “negativa”: me parece que Ricardo corre el riesgo de convertirse en una caricatura que aglutina todos los defectos que puede albergar un humano. En muy poco tiempo tiene demasiadas escenas que lo dibujan como racista, maltratador de animales, alcohólico, agresivo, beligerante, despectivo…
Entiendo lo que quieres hacer, y lo haces muy bien. Pero, en mi opinión, te pasas un pelín, jaja.

En general, creo que los personajes entrañan el riesgo de ser estereotipos con personalidades excesivamente definidas. Quizás es lo que quieres conseguir. Hay novelas o películas muy conocidas con personajes de este estilo, no tiene por qué ser un problema para los lectores.

Tampoco tengas muy en cuenta mi opinión. Si a ti te gusta así, para adelante. :grinning_face_with_smiling_eyes:

He encontrado algunos errores gramaticales. Al principio faltan algunas comas del vocativo. Recuerdo ahora un par de veces o tres cuando se dirigen a Misael. “Señor”, en este contexto que lo utilizas, no se escribe con mayúscula.

Un gran trabajo. Sigue escribiendo y compartiendo lo que te plazca.

Un saludo.

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¡Hola, Fran!

Lo primero, muchísimas gracias por leer mis textos :green_heart:
Respecto a tu nota “negativa”, te agradezco la observación. Mi idea es que los personajes principales tengan muy definida su personalidad para cuando Ricardo entre en coma inducido y se reencarne en los tres animales que menciono en la sinopsis. A partir de ese momento, esas personalidades tan marcadas desaparecen y dan paso a… Bueno, mejor no hago ningún tipo de spoiler :rofl:
De todas formas le daré una vuelta por si acaso.

En referencia a los errores gramaticales, mil gracias, lo corregiré en el documento de texto. Recibiré cualquier ayuda con los brazos abiertos, no tengas reparo en corregir lo que creas conveniente, a mí me haces un gran favor.

Lo dicho, aprecio un montón comentarios como el tuyo.

Un saludo.

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Como cada mañana, la familia se acercó a la mesa del comedor a desayunar.

—¿Dónde está Misael? —preguntó Ricardo nada más sentarse.

—Hace rato que se marchó —respondió su hermana mientras daba de comer a Pidgey—. Dijo que hoy iría andando al instituto.

El padre suspiró antes de dar un sorbo a la taza de café con leche.

—Señor, perdón por mi osadía —Nora, la sirvienta, posó en la pared la escoba con la que estaba barriendo—. Mi madre tiene médico esta tarde y no tiene quien la acompañe. Tiene ochenta y cuatro años y no se entera muy bien de las cosas, ¿podría salir dos horas antes para…?

—¡No! —su respuesta tajante la interrumpió.

—Van a darle unos resultados muy importantes —Nora tragó saliva antes de ponerse a llorar—. Por favor, le prometo que recuperaré el tiempo que me ausente.

—Entiendes el castellano, ¿verdad? Si te marchas antes de la hora, no te molestes en venir mañana.

Ricardo se levantó sin haber terminado el desayuno y fue directo a la entrada.

—¡Me voy, tengo muchos asuntos que tratar! —voceó—. ¡Lucía, encárgate de llevar a la niña al colegio!

Al igual que el día anterior, la madre dejó a Lara en los aledaños del centro.

—¡Adiós, mamá! —gritó mientras ella se alejaba con el coche sin ni siquiera mirar por el retrovisor.

Allí, Misael buscaba a su amigo Miguel por todas partes. Le había mandado ya más de veinte whatsapp, pero hasta el momento no había obtenido ninguna respuesta.

—Oye, friki —Rafa y su cuadrilla se acercaron a él—. ¿Has pensado ya lo de la fiesta del viernes?

—Iré —respondió sin titubear—. Al menos haré acto de presencia para que tanto tú como mi padre os quedéis satisfechos.

—¡Así me gusta, bro! —Rafa le agarró de los hombros—. ¡Podemos llevarnos bien después de todo!

Por otro lado, Nerea se apresuró por enseñarle a Lara su último dibujo.

—¿Te gusta? Son dos cachorritos de lobo jugando junto a su madriguera —El lienzo de la adolescente era precioso—. ¿Nos vemos luego después de clase?

—Lo siento, no puedo —respondió muy a su pesar—. Mi padre me ha dicho que tengo que llevar a Jenni a mi casa…

—Vaya, ¿quizá mañana?

—Tal vez —murmuró.

Todos entraron dentro tras el sonido de la sirena, pero para desconsuelo de Misael, su amigo boliviano tampoco acudió al instituto.

Mientras sus hijos estaban en el centro académico, Lucía se dirigió al barrio de Chamartín, en donde acudía con frecuencia a sus clases de yoga. Allí, dejó el vehículo en el interior de un aparcamiento privado y accedió al edificio.

—¡Hola, Lucía! —el profesor se acercó a ella de manera cariñosa—. ¡Te estábamos esperando!

La mujer, quien sentía una sensación extraña cada vez que su instructor la tocaba, le devolvió la sonrisa.

En cuanto salió del vestuario con la ropa adecuada, comenzaron las clases. Por alguna razón que desconocían, nunca había hombres en las sesiones impartidas por Diego.

—Relajaos y respirad hondo —murmuró una por una a las cinco alumnas, al mismo tiempo que pasaba su mano muy cerca de sus traseros.

Para ellas era algo normal, ya que el contacto físico era una de las pautas, que, según el profesor, eran necesarias para llegar a la paz interior que tanto anhelaban.

—Ahora cerrar los ojos y extender los brazos —bisbiseó—. Imaginaos en un prado verde, con una suave brisa de viento sur golpeando plácidamente vuestro cuerpo.

Diego aprovechó para besar distintas partes del cuerpo de sus alumnas, como si sus carantoñas simulasen ser el viento del que hablaba. Había veces que llegaba a besarles el cuello e incluso los labios, dependiendo del grado de excitación en el que se encontrase.

Cuando terminó la clase, el profesor le pidió a Lucía que se quedase a mantener una charla con él.

—Anoche te llamé al teléfono —la dijo cabizbajo—. Imagino que me colgaste por la presencia de tu marido.

La mujer, nerviosa, asintió con la cabeza.

—Necesito pedirte un favor, Lucía —Diego la agarró de ambas manos—. Quiero hacer un viaje a China para explorar algunos de los templos más afamados por la cultura del yoga, pero no tengo dinero para pagármelo.

Lucía, abstraída por la persuasión del hombre que llevaba años trabajando su atracción, no fue capaz de negarse.

—¿Cuánto necesitas? —le preguntó preocupada.

—Muchísimas gracias, cielo —murmuró al mismo tiempo que le acariciaba las nalgas—. Con veinticinco mil euros será suficiente.

La mujer de Ricardo no era capaz de darse cuenta de la falsedad de su profesor, quien quería el dinero para gastárselo en apuestas y demás vicios innecesarios. No era la primera vez que le pedía dinero y está se lo prestaba.

—No hables de esto con tu marido —la recordó—. Él es un hombre arcaico, jamás entendería nuestra conexión. Somos dos almas gemelas, separadas por mundos opuestos, pero unidas por el lazo inexpugnable de esta disciplina espiritual.

Lejos de allí, en las afueras de Soto del Real, Ricardo fumaba nervioso mientras no paraba de hablar por teléfono con sus abogados.

—¡¿Todavía no tenemos nada que nos ayude a identificar a ese hijo de perra?! —voceó sobresaltado—. ¡Voy a reunir a mis empleados y haré yo mismo que confiese!

A pesar de las advertencias de sus letrados, el presidente de la compañía comunicó a Ramón que agrupase a todos los trabajadores, sin excepción, en la sala de recepción.

Poco más de una hora después, Ricardo tenía a sus doscientos asalariados esperando.

—Ricardo, cada trabajador debería estar en su puesto —le advirtió Ramón—. Esto no es de recibo.

—¡Cállate y deja que sea yo quien hable! Uno de vosotros ha traicionado a la mano que le da de comer —dijo sin tapujos—. Probablemente no sepáis de que os estoy hablando, a excepción del Judas que me está intentado coaccionar.

Los empleados, exhaustos, se miraban unos a otros.

—Voy a encontrarte, hijo de perra —amenazó—. El video que has grabado con cámara oculta no tendrá ningún valor en un juicio, ya me he asegurado.

Se acercó a algunos de sus empleados y los miró a los ojos.

—He hablado con la Agencia Española de Protección de Datos y están preparados para eliminar el video en cuanto lo cuelgues en internet —dijo entre risas—. Además, la prensa más relevante del país también tiene dado el aviso de no hablar de este caso, tanto en sus versiones digitales como las de papel.

Se plantó delante de uno de los veintidós extranjeros que trabajaban para su empresa.

—¿Por qué hay un moro trabajando en Lecheras Jiménez? —cuestionó sorprendido.

—Señor, yo no saber nada sobre vídeo que tú hablar —se defendió nervioso el marroquí.

Ricardo arrugó la mirada y le señaló desafiante.

—No me fio nada de los moros, sois rencorosos y perversos por naturaleza —le dijo—. ¿Quién es el responsable de tu contratación?

—Con los debidos respetos presidente, Moad es uno de los empleados más modélicos de…

—¡No digas estupideces! —le interrumpió—. ¡Los moros no son ejemplo de nada!

Se dio media vuelta y se encendió un cigarro.

—Esta reunión ha finalizado —concluyó—. ¡Continuad con vuestro trabajo!

Justo antes de salir por la puerta, Ricardo se dio media vuelta.

—¡Ramón! —gritó cabreado—. Entrégale a ese islamita los papeles del despido.

—Pero Ricardo…

—¡Hazlo!

La noche del martes al miércoles fue larga para todos los miembros de la familia Jiménez. Tras una cena en la que ninguno se atrevió a sacar conversación, fueron a dormir a sus respectivas camas, en donde tuvieron serios problemas para conciliar el sueño.

Misael no podía dejar de mirar el móvil, esperando a que su amigo Miguel le contestase a sus llamadas y mensajes.

Por otro lado, Lara no se sentía cómoda junto a Jenni, ella prefería jugar y charlar con Nerea sobre los temas afines que ambas compartían.

Lucía, era incapaz de sacarse a Diego de la cabeza.

Y, por último, a Ricardo le comían los nervios al pensar que uno de sus empleados podría subir el video grabado con cámara oculta en cualquier momento.

A la mañana siguiente, Misael, quien fue el primero en despertarse, entró a la habitación de su hermana.

—¡Lara, está nevando!

La joven, al escucharle, se levantó de inmediato y corrió al piso inferior de la casa.

—¡Nieva, nieva! —gritó emocionada mientras veía caer los copos por la ventana.

La exaltación de su hija atrajo la atención de sus padres, que no tardaron en aparecer en la cocina.

—Parece que está cuajando muy rápido —observó Ricardo—. Pongamos la radio.

Cambió el canal de música y sintonizó la emisora Radio Libertad.

…por ese motivo, les rogamos máxima precaución a la hora de desplazarse con sus vehículos. Les recordamos que las temperaturas máximas no superarán los 5º en el centro de Madrid, y se prevé que está ola de frío esté con nosotros hasta finales de semana. Por ahora, el transporte público parece funcionar de manera correcta, pero nos están llegando avisos de oyentes que, nos alertan de retenciones tanto en la M-40 como en la M-30 en varias partes de su trazado. Así mismo, les informamos que el acceso a la Pedriza…

Una llamada al teléfono móvil de Ricardo le obligó a bajar el volumen del transistor.

—¡Nora! —exclamó antes de que la criada pudiese abrir la boca—. ¿Dónde demonios estás? ¡Ya deberías estar aquí!

—Lo siento, señor —se disculpó—. El autobús se está retrasando, he tratado de llamarlo antes pero mi celular no tenía cobertura.

Nora vivía en el Distrito Centro de Alcobendas. Aunque La Moraleja es una urbanización perteneciente al mismo municipio, la realidad es que la diferencia adquisitiva entre unos vecinos y otros son abismales. Tal es el punto de desemejanza, que algunos lo conocen como La capital de la desigualdad.

—¡No quiero excusas, si el autobús no llega, ven caminando!

—Son cinco kilómetros y ya sabe que me acabo de recuperar de…

Ricardo colgó la llamada sin dejarle terminar la frase.

—Con este temporal es mejor que los niños no vayan al colegio —dijo con ceño fruncido—. Lucía, quédate en casa tú también. Yo debo acudir al trabajo, necesito desenmascarar al autor del vídeo o me volveré loco.

—De acuerdo.

Poco después de que el hombre se marchase, Lucía avisó a sus hijos de que ella también debía salir a hacer un recado. Lara quiso acompañarla, pero Lucía se negó, no quería que viese como sacaba dinero del banco.

—No salgáis, por favor, volveré enseguida.

Una vez comprobaron que se alejaba con el coche, ambos hermanos se vistieron de invierno para salir al exterior.

—¿A dónde vamos? —preguntó la pequeña.

—A casa de Miguel.

Tras caminar más de una hora entre la intensa nevada, llegaron por fin a las inmediaciones del chalet de su amigo.

—¿Quién es? —Miguel contestó por el videoportero.

—Soy yo, Misael.

Comprobó su identidad con la cámara y abrió la puerta del recinto.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —les preguntó—. Estáis muertos de frío.

Entraron al interior de la casa y la madre de Miguel les preparó dos tazas de api caliente.

—Miguel, escúchame, mi padre no puede obligarme a romper nuestra amistad —le aseguró—. Diga lo que diga, nosotros siempre seremos amigos.

El boliviano comenzó a llorar.

—Ya lo sé, Misa, perdóname por no haber contestado a tus mensajes y llamadas —se confesó—. No me marché por lo que dijo Rafa.

—¿Entonces? —cuestionó—. ¿Por qué motivo no has acudido al instituto estos dos últimos días?

La madre de Miguel se sentó junto a él y le abrazó.

—Nieve ya no está con nosotros —reveló la mujer con voz apenada—. Llevaba varios días encontrándose mal de las tripitas, así que el domingo a la mañana se lo llevamos a Mónica para que le echase un vistazo.

La mujer de Luis era la dueña de una clínica veterinaria en el barrio de Chamartín.

—Nos dijo que lo dejásemos en su casa esa noche para que le hiciese las primeras exploraciones —explicó—. Nos aseguró que, al día siguiente, ella misma se encargaría de llevarle a su clínica.

Miguel amaba a su gato con todo su ser.

—Sin embargo, el lunes temprano nos llamó para darnos la noticia… —murmuró entre lágrimas—. No pudo hacer nada por él.

El adolescente se zafó de sus brazos y se marchó enfadado a su habitación.

—Eh, Miguel, creo que se lo que te pasa —le dijo Misael nada más abrir la puerta del cuarto—. Crees que Rafa tiene algo que ver con la muerte de Nieve, ¿verdad?

El joven asintió tímidamente con la cabeza.

—¿Por eso te has ausentado del instituto? —le preguntó preocupado.

—Sí —respondió rotundo—. Por qué si me entero de que Rafa le hizo algo malo a Nieve, no sé cómo voy a reaccionar.

Misael le abrazó con fuerza.

—Escúchame, el viernes voy a asistir a esa fiesta de mierda —le comunicó—. Te prometo que, de haber hecho algo a tu gato, se lo haré confesar.

Miguel agarró el cuadro de Nieve y lo besó con mimo.

—En caso de que sea culpable, yo mismo me encargaré de darle una lección —le aseguró.

—Misa, eres el tipo más afable que conozco, no serías capaz de hacer daño a una mosca —le recordó el boliviano.

—Las personas cambian —dijo con los puños apretados—. He decidido dejar atrás mis miedos y luchar por las injusticias que estén a mi alcance.

La convicción con la que hablaba dejó de piedra a su amigo.

—Miguel, ¿dónde pasarás la noche del viernes? —le preguntó—. No estaré mucho con esa gentuza, en cuanto averigüe lo de Nieve iré contigo.

—He quedado con Rodri en el centro, vamos a cenar por Chueca y después tomaremos algo por allí —respondió.

—¡Genial! —exclamó—. Estate atento al móvil.

—Por cierto, Misa, ¿cómo van las canciones? —cuestionó intrigado—. ¿Crees que las tendrás terminadas para la semana que viene?

El chico cerró los párpados y suspiró apenado.

—La verdad es que no soy capaz de inspirarme, lo siento, trataré de hacer un esfuerzo.

El boliviano agarró su guitarra y la acarició con mimo.

—Ojalá acabes pronto —murmuró—. Cuando termines las maquetas en las que estás trabajando, me gustaría pedirte un favor.

Rasgó las cuerdas y produjo un sonido dulce y armonioso.

—¿Podrías dedicar una letra a Nieve? —le propuso entre lágrimas—. Lo haría yo mismo, pero sabes de sobra que mi capacidad para componer una canción no es comparable a la tuya. Tienes un don, Misael.

El chico levantó la cabeza y asintió con una sonrisa.

—A Nieve le encantaba oírnos tocar.

Seguía nevando con fuerza, por lo que la madre de Miguel se ofreció a acercarles con el coche hasta su casa. Gracias a los vehículos quitanieves, las vías de La Moraleja seguían siendo transitables.

Nada más entrar en casa, su semblante alegre cambió por completo.

—¿Dónde demonios habéis estado?

Para su desagradable sorpresa, Ricardo se encontraba sentado en el salón. Varios accidentes de tráfico habían dejado incomunicados los accesos a Soto del Real, por lo que había regresado a casa poco después de que ellos la abandonasen.

—Hemos ido a jugar con la nieve —respondió Misael.

Su padre dio un sorbo al botellín de cerveza que sostenía en la mano y lo apoyó en la mesa de ébano.

—¿Y vuestra madre?

Los dos levantaron los hombros de manera simultánea y se apresuraron por cambiarse de ropa.

Poco después, la puerta de casa se abrió.

—Hola… —saludó Lucía con timidez.

Al ver el coche de su marido en la entrada, era consciente de que se encontraba en el interior de la morada.

—Hijos, subid a vuestras habitaciones —Ricardo se levantó de la silla—. Y tú, Nora, sigue con tus tareas.

Misael se encerró en su habitación, no quería saber nada de la discusión que se preveía entre sus progenitores. En cambio, Lara, permaneció escondido arriba de las escaleras, preocupada por su madre, mientras la criada continuaba ejerciendo las labores del hogar.

—¿De dónde vienes? —preguntó Ricardo con rostro enfadado—. Creí haberte dicho que te quedarás con los niños.

La cara de su mujer denotaba nerviosismo.

—Salí a hacer unos recados.

—¿Dónde están?

Lucía, con respiración agitada, se miró ambas manos.

—He debido dejármelos en la cafetería, ¡qué cabeza la mía!

Ricardo se acercó a ella y la acercó el teléfono móvil a la cara.

—¿Acaso crees que soy gilipollas? —cuestionó con ojos desencajados—. ¡Me ha llegado un aviso de la retirada de veinte mil euros!

Su mujer, exhausta, se había quedado sin palabras.

—¡El mes pasado hiciste una retirada de catorce mil! —continuó voceando—. ¡¿Qué está pasando aquí?!

La respiración agitada de su marido llegaba incluso a moverla el flequillo.

—¡Nora! —gritó desbordado—. ¡Haz que se calle ese puto canario o lo tiro al contenedor de la basura!

La sirvienta se apresuró por tratar de tranquilizar a Pigdey, mientras unas desagradables gotas de sudor frío comenzaron a resbalar por la espalda de Lucía.

—Yo… —bisbiseó al mismo tiempo que trataba de idear alguna excusa—. Lo cierto es qué…

Ricardo la agarró del brazo y la empujó hacia él.

—Quería darte una sorpresa —dijo con perspicacia—. Estoy sacando dinero a escondidas para comprarte un regalo de cumpleaños.

Las palabras de Lucía le dejaron descolocado.

—Todavía quedan cuatro meses para que cumpla los cuarenta y cinco —dijo entre dientes.

—Lo sé, pero es un regalo muy especial.

El hombre la soltó y regresó a la mesa para terminar la cerveza.

—Lo siento, cariño, perdóname —se disculpó—. No estoy pasando por un buen momento.

Lucía, aliviada, tragó saliva.

Lo lamento mucho pero no puedo seguir leyendo. Tengo que comprar tu libro. De verdad lo digo, ¿lo sacarás también en formato digital? Es que justo tocas un tema que me llega profundamente y lo haces de un modo que adoro. Como te han dicho, hay algunos errores pero nada que no tenga arreglo. La cosa es que me has pintado unos personajes con los que empatizo y he llegado a encariñarme.
Como he mencionado en otros posts, no tengo mucho tiempo para leer, si has logrado atraparme con el poco tiempo que tengo es que has hecho un gran trabajo. Por lo menos a mi ver :slight_smile: . Felicidades :slight_smile: .

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¡Me alegro un montón que te sigan gustando los capítulos!
Ojalá pueda publicarlo en un futuro. Lo estoy subiendo en wattpad, en donde con un poco de suerte, podré ver si tiene o no aceptación. De todas formas te mantendré informada de cualquier novedad. Te aseguro que tus palabras son gasolina para mi motivación. :green_heart:

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Seguro vas a poder antes o después, me encantaría tener el libro, aunque sea en formato digital. Si es en papel, mucho mejor. Vos dale para adelante nomás :slight_smile: .

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Te agradezco mucho que hayas compartido. Tienes un buen tema entre manos. Narras de forma dinámica y sencilla y tratas de usar un vocabulario sencillo, directo y familiar lo que juega a favor de una historia cercana.

Supongo que tu público objetivo son niños o jóvenes que les gusta el medioambiente sobre todas las cosas. Tienes un buen conflicto EXTERNO, pero siento que tienes oportunidades para desarrollar conflictos internos, o al menos explorarlos. Por ejemplo, Misael llorando bajo la ducha puede ser más conmovedor si incluyes pensamientos o sensaciones que lo atormenten.

Entiendo el villano de la historia, pero me parece un poco caricaturesco, podrías darle un poco más de humanidad a Ricardo, es claro que fue criado en una época diferente, pero lo veo como un vehículo para decirnos todo lo malo que está en el mundo, no lo siento tan humano (es muy directo cuando habla, también). Nada de esto está mal si es tu intención, solo que en mi opinión lo veo como un villano de dibujos animados, que está allí solo para ser vencido al final.

Bueno, te recomiendo trabajar un poco en las transiciones, a veces eres muy abrupto. Por ejemplo:
“Ricardo abandonó la casa, seguido por sus familiares.” Podría ser: “Ricardo salió de casa con prisa, dejando a la familia en su rutina caótica. Lucía suspiró, tomó las llaves y siguió con los niños hacia el coche.”

Los diálogos son muy sencillos, no está mal, pero puedes colocarle un estilo propio a cada personaje. Si has leído Harry Potter entenderás lo que quiero decir.

Me gusta dar ejemplos donde se puede mejorar, en mi opinión. Te daré otros ejemplos: En lugar de: “El vídeo mostraba como varios trabajadores golpeaban, apuñalaban y atormentaban a las vacas con barras de acero.”
Podrías usar:
“En la pantalla apareció un establo oscuro. Al principio, solo se oían gritos de animales y golpes sordos. Luego, la cámara mostró el horror: trabajadores golpeando y apuñalando a las vacas con barras de acero.”

Claro que estos detalles son mi punto de vista y estos ejemplos es la forma como yo diría las cosas, solo lo hago para que quede más claro lo que quiero transmitir. Si quieres más opiniones de mi lado, estaré aquí para darlas.

Hagas, lo que hagas, no dejes de escribir.

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