Habiendo entonado la «Hatikvá» con patriótico fervor, Carlota permanece abrazada a mí, con lágrimas de emoción en sus ojos.
–Muchas gracias por todo y por tanto, amor. Por no juzgarme, por comprenderme, por estar a mi lado –me besa la frente.
Cada segundo que pasa, nos abrazamos con más fuerza. Siento el roce de sus hermosos pechos y de sus endurecidos pezones entre mi frente y mi mejilla, dada la notable diferencia de estatura entre las dos. Sus grandes manos recorren lentamente mi espalda, mi cintura, mis caderas y mis nalgas.
Desabrocha lentamente cada uno de los botones de mi vestido. Sus manos continúan recorriendo mi figura, hasta que la prenda cae sensualmente al suelo y me quedo con mi ropa interior negra. Me suelta la coleta del cabello, quitándome la goma con delicadeza. Me mira muy ruborizada, con los pezones bien endurecidos transparentando en la humedad de su patriota camiseta.
–Eres hermosa, Clara. Muero por cada milímetro de tu cuerpo, de tu piel. Quiero perderme en tus sensuales labios. Soy muy afortunada de tenerte a mi lado. Te amo y te deseo como a nadie en este mundo.
Se agacha para llegar a mi rostro. Me acaricia la cabeza y el cabello, posa sus grandes y calientes manos en mis delicadas mejillas. Me besa apasionadamente los labios. Nos besamos. Un beso. Y otro beso. Y otro. Uno tras otro, siguiendo una escala cromática comprendida entre el rosa pastel y el púrpura. Siento el dulce roce de su grande nariz y de sus labios al mismo compás. Sus brazos se posan delicadamente en mi cintura y me acaricia las caderas y las nalgas y mis manos recorren su cuello con la cadena y su húmedo cabello. En un momento dado, me levanta en brazos, abrazándome con fuerza. Estoy ruborizadísima y siento mi piel muy caliente e hipersensible. Siento el roce de nuestros pezones ansiando cariño y como mi húmeda rosa del amor palpita sin tregua al compás de mis latidos, empapando mi ropa interior. Continuamos besándonos como si no existiera un mañana.
Me lleva en brazos a su cama y me tumba con suma delicadeza, mirando al techo.
–Relájate, amor… –me dice, con seductora voz.
Se agacha encima de mí, rodea mi cuerpo entre sus brazos y sus piernas y me toma de mis delicadísimas muñecas con sus grandes manos, dejándome dulcemente a su merced, presa de su voluptuosidad. Nos besamos con suma intensidad y le acaricio el cabello, del que nacen y descienden ríos de agua bendita que desembocan en mis pechos en forma de gotas. Continuamos besándonos.
Sus ardientes labios empiezan a bajar muy lentamente de mis labios a mi cuello, de mi cuello a mis pechos, acariciando y besando mi piel. Me desabrocha y me quita muy lentamente el sujetador negro. Su rostro cae rendido en mis pechos. Con sus labios, su nariz y su lengua recorre delicadamente mis endurecidos pezones, hasta succionarlos. Mmmmm…
Acto seguido, sus manos se posan en mi cintura. A base de besos y caricias, sus ardientes labios bajan lentamente por mi estómago y por mi vientre. Siento como sus ardientes labios y su nariz recorren mi cuerpo entero al mismo compás, hasta llegar a mi húmeda rosa del amor. Me quita las medias. Acariciando y besando sensualmente mis delgados muslos, mis piernas y mis delicados pies. Se vuelve hacia mi rostro, con una ardiente y seductora mirada.
–Te amo… Amor… –me dice en un tono de voz sensual, entre húmedos suspiros. Me besa.
Su rostro vuelve a bajar hasta llegar entre mis piernas, a mis braguitas negras de seda. Me las baja lentamente y acerca sus ardientes labios a mi rosa del amor, completamente depilada e inflamada de deseo por ella y de ansias de su cariño. Empieza a besar mi clítoris con sumo cuidado. Siempre empezando por los alrededores… Y poco a poco directamente… Hasta lamerlo completamente. Succionando con suma lentitud y cuidado.
Mientras besa y lame mi cuerpo y mi rosa del amor, jadeo con mucha intensidad y acaricio su cabellera, sobre todo su flequillo recto. Mis dedos se enredan entre sus húmedos mechones, dejados caer sensualmente por mi cuerpo y desprendiendo gotas de la sacra agua por mi cuerpo sin cesar. Mmmmm… Al mismo tiempo, me estímulo instintivamente los pezones, húmedos de su ardiente saliva. Siento además sus grandes ubres clavadas en mis muslos… Sus carnosos pezones, como diamantes… Su fogosa mirada mientras da cariño a mi rosa del amor, succionando bien mi clítoris… Mmmmm…
Transcurren treinta largos minutos, hasta que un lento e intenso orgasmo se apodera de mi cuerpo entero, acompañado de un tremendo gemido. Termina de lamer sensualmente la gran cantidad de fluidos que han provocado mi deseo por ella y su cariño. Caigo rendida.
Reparo en como las luces de la «januquiá», las únicas que nos iluminan y el principal detalle del escenario que nos acompaña en nuestro solemne acto de amor, empiezan a consumirse y a apagarse lentamente, una por una, desprendiendo una sacra humareda.
Caemos rendidas durante unos cinco minutos. Yo, tumbada en la misma postura, ella, con la cabeza pegada a mi pelvis y abrazada a mis muslos. Continuo acariciando su húmeda cabellera, sensualmente despeinada. Alcanzado el clímax, mi cuerpo empieza a destemplarse gradualmente y mi piel a erizarse, esta vez de frío. Ella no nota al instante.
–Amor… ¿Que tienes frío…?
–Un poco… –le digo, tímidamente.
Ambas nos levantamos lentamente de su cama y nos ponemos de pie delante de su escritorio. Puedo intuir restos de mis fluidos entre su húmedo flequillo recto y los cristales de sus gafas. Mmmmm…
–Vístete, amor, si quieres… –me dice, acariciándome la mejilla.
La verdad es que tengo un poco de frío. Me pongo el vestido.
Me abraza. Nos abrazamos muy fuerte. Me acaricia las nalgas y la espalda. Igual que me ha desabrochado el vestido, esta vez, me lo abrocha.
–No pases frío, amor…
Se agacha hasta llegar a mi rostro y me besa. Continuamos beso a beso. Esos besos púrpura…Pasados unos minutos, nos retiramos lentamente del abrazo… Carlota decanta la silla de su escritorio y se sienta.
–Ven a mí, amor… –me dice, seductoramente, agarrándome de la cintura y atrayéndome hacia ella. Gira la silla con ruedas hasta que me encuentro de pie entre la mesa de su escritorio y ella. Me agarra con suma pasión la cintura, las caderas y las nalgas, mientras mis manos recorren su húmedo y despeinado cabello y bajan por sus brazos, acariciando los rollos con versículos toraícos escarificados. Nuestras bocas se enredan en intensos besos. Cada segundo que transcurre siento mi cuerpo cada vez más rodeado por sus piernas y sus potentes muslos. ¡Que dulcemente dominada y protegida me siento! Mmmmm… Mi cuerpo se activa y entro de nuevo en calor.
–Amor… Eres hermosa… Te amo… Te deseo… Como nunca he amado ni deseado… A nadie… –le digo, entre beso y beso.
Poso mis manos en sus mejillas… Siento la aspereza del discreto acné en su piel. Mi dedo índice derecho resigue muy sensualmente su grande, peculiar y bonita nariz, esas imperfecciones suyas que tan única la hacen. Con las palmas de mis manos en sus mejillas y los dedos entrelazados entre los húmedos mechones de su cabellera, la beso fogosamente.
–Ahora relájate, amor… –le digo, sensualmente.
–Sí, amor… –me dice, cerrando lentamente los ojos.
Mis carnosos labios empiezan a bajar acariciando y besando su grande y ancho cuello, junto a la cadena con la estrella de David. Se muerde el labio inferior y su respiración se agita más y más.
Mis labios continuan descendiendo. La blanca camiseta de tirantes con la bandera de Israel y ese aire patriótico que le da junto con las escarificaciones y que me atrae en sobremanera, ya bien húmeda por el contacto de su cabello. Sus grandes y voluptuosos pechos con sus entumecidos pezones sobresaliendo, voluptuosas transparencias tras la húmeda tela blanca de la camiseta. Mis manos empiezan a acariciarlos y a amasarlos delicadamente por encima y piel con piel por debajo de la camiseta, al mismo tiempo que son recorridos por mis labios con apasionados besos. A cada segundo que pasa, los jadeos de Carlota se tornan más y más agitados y en un momento dado cierra los ojos y se muerde los labios con picardía. Mmmmm… Se baja muy cuidadosamente la camiseta de tirantes, dejando a mi vista sus colosales ubres desnudas. No tiene los pechos canónicamente «perfectos» según la sociedad, pero a mis ojos son los más preciosos que he visto nunca. De repente, mi rostro se enreda en ellos, acariciándolos y besándolos como si no existiera un mañana. Poco a poco, mis ardientes besos se concentran más y más en sus bellas y rosadas areolas estremecidas y en sus carnosos y entumecidos pezones, hasta que mis labios y mi lengua se pelean de deseo dándoles el cariño que ruegan.
–Mmmmmm… –suspira Carlota, entre jadeos.
Mis labios descienden a base de caricias por su opulente barriga por encima de la camiseta. Me encuentro ya agachada debajo de la mesa, mientras ella continua sentada en la silla. Me abrazo a sus caderas como buenamente puedo. Mi campo visual alcanza como primer plano sus blancas braguitas, las ardientes y húmedas transparencias de su rosa del amor suplicando mi cariño. No obstante, quiero ir despacio. Muy despacio.
–Mmmmmm… Amor… Ámame… ¡Ámame entera! –me dice entre jadeos, acariciando mi cabello y mis mejillas.
Se levanta lentamente de la silla, mientras continuo abrazada a sus caderas. Ella de pie, en posición dominante, yo agachada, en posición sumisa, rendida ante su voluptuosidad. Mis manos y mis labios empiezan a recorrer lentamente sus poderosos muslos, acariciando, amasando, besando y lamiendo su piel, casi mordisqueando y succionando. Continuo descendiendo hacia sus pantorrillas y mis manos y mi boca dan con Moisés abriendo el paso entre las aguas y Judas Macabeo sosteniendo un martillo en actitud beligerante, dos de sus admirados héroes, de sus referentes de lucha y patriotismo. Mis manos, mi boca y mi lengua se pierden entre la dulce aspereza del tacto de su piel, de sus bellísimas escarificaciones, hasta llegar a sus tobillos. Acaricio sus preciosos y grandes pies en esas seductoras chanclas beis de cuero y plataforma de cuña. Mmmm… ¡Cómo me sonroja y me provoca cuando luce sus calzados! Gran parte de ellos de cuero, plataforma y tacón ancho, sobre todo botas, sandalias y chanclas. Me agacho en la medida de lo posible y empiezo a oler, a besar y a lamer sus pies y las chanclas como si no existiera un mañana. Mis carnosos labios ascienden de sus pies a sus muslos con suma lentitud.
Acto seguido, me abrazo a sus caderas y mis manos se posan en sus nalgas, acariciándolas y amasándolas apasionadamente, con los dedos bien abiertos y enredados entre su palidísima piel y la blanca tela de sus braguitas, que se las quito con suma delicadeza. Mis labios y mi lengua descienden de nuevo por sus piernas al compás de sus braguitas, que recorren por tercera vez las bellas escarificaciones de Moisés y de Judas Macabeo hasta llegar a sus pies y a sus chanclas de plataforma. Mi boca, en compañía de sus braguitas, llega a sus pies y a sus chanclas de cuero y plataforma. Como si no hubiera un mañana, huelo, beso y lamo de nuevo sus pies y sus chanclas, además de sus braguitas acompañadas de su dulce y abundante néctar. Mmmmm… Estoy que no quepo en mi deseo por ella. Es tal el ardor que siento de nuevo dentro de mí que instintivamente me estimulo los pezones.
Me abrazo de nuevo a sus colosales y voluptuosas caderas, con mucha fuerza. Mis pechos y mis entumecidos pezones se clavan a sus muslos. Mis manos de nuevo en sus nalgas, mis dedos bien enredados entre las abundantes carnes de sus voluptuosas nalgas. Amasándolas con pasión, con deseo. Su preciosa rosa del amor deshaciéndose en súplicas y llanto por mi cariño. Ahora es el momento…
Mis labios y mi lengua recorren su rosa del amor. Muy lentamente, empezando por los laterales hasta concentrarse totalmente en su grande clítoris, casi succionándolo y bebiendo de su caliente y abundante néctar. Mis manos amasan y acarician sus colosales caderas y nalgas con más y más pasión y mis pechos se clavan más y más a sus grandes muslos. Carlota me acaricia el cabello mientras mueve las caderas con más y más frecuencia y sensualidad. Puedo ver el rubor de su piel, su rostro con los ojos entrecerrados y como se muerde los labios con más y más fuerza, como se acaricia su húmedo y sensualmente despeinado cabello, al mismo tiempo que sus pechos y pezones por encima de la ya mojada y transparente camiseta blanca de tirantes con el patriótico estampado… Mmmmm… Puedo sentir el ardor en su piel, la fuerza y frecuencia de sus latidos y la intensidad de su respiración.
–Mmmmmmm… –suspira sensualmente, entre intensos jadeos y mordiéndose el labio inferior.
A cada segundo que pasa, jadea con más fuerza. Transcurridos unos minutos, estalla de placer fundiéndose en un intenso orgasmo, lo que puedo intuir por el rubor y el ardor previos en su piel y en su clítoris, por la abundancia de su dulce néctar y por su ardiente gemido final.
Cae rendida abrazada a mí, hasta que ambas nos tumbamos de nuevo en su cama, sentadas frente a frente. Nos besamos de nuevo con mucha intensidad, mientras nos acariciamos la cintura y simultáneamente mis manos recorren sus brazos escarificados. Siento el roce de los húmedos y despeinados mechones de su cabello. Mmmmmm… Ardo de nuevo dentro de mí.
Siento como paulatinamente su cuerpo se activa de nuevo. Yo estoy vestida… Ella, semidesnuda. Solo con la cadena con la estrella de David, la camiseta de tirantes con la bandera de Israel y las chanclas beis de cuero y plataforma… Aunque… Ella me ha quitado las braguitas y las medias y no me las he vuelto a poner todavía… Yo le he quitado las ardientes braguitas blancas y se las he lamido… Mmmmm… A pesar de ir más o menos vestidas, llevamos nuestras empapadas rosas del amor descubiertas.
Estando las dos sentadas frente a frente, nuestros cuerpos se pegan más y más. Nuestras rosas del amor lloran con desespero suplicando encontrarse. Me subo discretamente mi arrapado vestido negro hasta la cintura, dejando mis nalgas y mi rosa del amor al descubierto. Transcurridos unos minutos, nos abrazamos muy fuertemente, entrelazando bien nuestras piernas y uniendo nuestras rosas del amor, bien clavadas la una a la otra. Mientras tanto, mis manos se encuentran ocupadas entre la dulce aspereza de las escarificaciones de sus brazos y de su ancha espalda por debajo de la camiseta. Dada la diferencia de estatura entre las dos, mi cabeza se encuentra clavada a sus colosales ubres y enredada entre su húmeda cabellera. Mi boca se pierde entre su cabello y la abundancia de sus curvas por encima de la tela y piel con piel. Oliendo, besando, lamiendo, mordisqueando suavemente como si no hubiera un mañana… Mmmmmm… A cada segundo que pasa, movemos nuestras caderas con mayor ímpetu, sincronizadas con nuestros latidos. Nuestras rosas del amor al mismo compás y bien clavadas la una a la otra… Mmmmm… En un instante dado, con mi rostro enredado entre sus pechos, siento perder el aliento entre tantísima abundancia y voluptuosidad. Las dos jadeamos con más y más intensidad… Hasta que… Nos fundimos simultáneamente en un intenso orgasmo… Acompañado de un ardiente beso… Ambas caemos rendidas, tumbadas en la cama. Acomodo mi cabeza en su pecho.
Me fijo de nuevo en la «januquiá». Las sacras luces todavía más consumidas y apagadas. Desprendiendo un lento y sensual humo y aroma parecidos a los del incienso.
Permanecemos en silencio unos diez minutos, hasta que Carlota, con los ojos llorosos, lo rompe.
–Eres lo mejor que me ha sucedido en esta dura vida, Clara. Tu grandioso apoyo: tu comprensión, tu empatía, tu cariño, tu consuelo, tus abrazos, tus besos, tu sensibilidad, tu capacidad de ofrecerme un hombro para llorar y de llorar conmigo… Y todo sin juzgarme lo más mínimo. Vivimos en el mundo de la polarización, de la hipocresía, del cinismo y de la doble moral. No se explica que exista tantísimo moralismo y a la vez tantísima crueldad y maldad, Clara. La gente juzga muchísimo sin ponerse en la piel de los demás. No tengo palabras para agradecerte todo y tanto, porque no se puede medir con ellas. Este gran amor entre nosotras me devuelve las ganas de soñar, de vivir, de luchar y de apostar por lo que realmente merece la pena en este valle de lágrimas. ¡Por ti, por mí, por NOSOTRAS, por NUESTRO AMOR! Además, me ha devuelto la fe en los más bellos sentimientos, en la bondad del ser humano y en este mundo, tan y tan corrompido, como un mejor lugar donde vivir. Eres un rayo de luz entre tanta oscuridad, el mejor regalo que HaShem ha puesto en mi camino, un ángel caído del cielo… Eres el amor de mi vida, Clara –me dice, con lágrimas en los ojos, mientras nos abrazamos.
–Eres una persona excepcional, Carlota… Judit. Empatizo perfectamente con todo tu dolor, con toda tu tristeza, con todas y cada una de tus lágrimas Tus sentimientos son totalmente válidos y es a todas luces INJUSTO todo lo que has sufrido! Eres tan frágil y tan fuerte a la misma vez… Eres una valiente y una luchadora nata que cada día te sobrepones y que a la misma vez no tienes ningún problema con reconocer y abrazar tu dolor y tristeza ni con llorar todas las veces que haga falta. ¡Eres tan buena, tan noble, tan sensible! ¡Vivimos en un mundo TAN CRUEL, HOSTIL E INJUSTO! En que el diablo se ceba tanto y tan injustamente con las personas de corazón puro y noble ¡NUNCA ME IRÉ DE TU LADO, CARLOTA! ¡JUDIT!–le digo, también llorando. Nos besamos entre lágrimas.
Las dos permanecemos abrazadas. La «januquiá» termina de consumirse y se apaga totalmente. Cada vez se intuye menos iluminación procediendo del resto de las estancias de la casa. Todas las «januquiot» están terminando de consumirse y ya apagándose… Hasta el siguiente año.
–Te agradezco todo y tanto… Te amo más que a nadie, Clara.
–Te amo, amor de mi vida.
Nos besamos. Y nos dormimos las dos bien abrazadas.
FINAL