El secreto de Carlota: episodio VIII (reescrito y republicado) HISTORIA DEFINITIVA

Abierta la puerta, mi mirada repara en una especie de alberca con agua corriente y en la cual se accede mediante una escalera de quince peldaños es en lo primero que capta la atención mi mirada.

–Este baño es la «mikve». Comunica con el manantial más cercano del río Onyar, ya que el agua debe de ser natural –me dice Carlota, con un brillo de emoción en sus ojos

Se trata de una sencilla y a la vez preciosa sala, iluminada por otra gran «januquiá» de nueve brazos. Las respectivas paredes están cubiertas de unos bellos azulejos blancos con dibujos de varios colores pastel de escenas toraícas: el sacrificio de Abraham, Jacob y las doce tribus de Israel, la liberación del pueblo judío por Moisés y Josué, los reyes Samuel, Saúl, David, Salomón, el Tabernáculo móvil en el desierto, el Primer Templo, la huida a Babilonia, la rebelión de Ester, el Segundo Templo, la revuelta de Judas Macabeo, la dinastía Hasmonea… En el corazón de la pared de la sala hay una gran estrella de David de color azul.

Se me iluminan los ojos, hasta derramar algunas lágrimas de la emoción.

–¡Cuantísima belleza! De veras, me encanta…

–Lo que ahora vas a ver te va a encantar el doble, amor mío –me dice, posando sus manos en mis mejillas.

Seguidamente, avisa a su rabina. Ya está preparada para llevar a cabo la inmersión y se dirige lentamente a la «mikve».

Puedo ver como, una vez Carlota se encuentra ante la mikve, su rabina le inspecciona bien el cabello y se lo decanta de la cara en la medida de lo posible, la boca, los dientes, los oídos, los ojos, las manos, los pies, si las uñas están bien cortadas, si la piel está bien limpia y rasurada… Una vez hecho, se pone a su espalda y le quita delicadamente la toalla. Puedo ver a Carlota, con su hermoso cuerpo desnudo siendo paulatinamente abrazado por las sacras aguas, descendiendo solemnemente los quince peldaños de la «mikve».

Las abundantes curvas de su hermoso cuerpo. Esos hermosos pechos. Bien grandes, un poco caídos, con algunas marcas de acné y con unas areolas y unos pezones grandes y rosados. No son «perfectos» a los ojos de la sociedad, pero a los míos son los más bellos y voluptuosos que he visto nunca. Su gordita y bien proporcionada barriga. Esas anchas caderas acompañadas de grandes y voluptuosas nalgas con una ligera capa de celulitis pero no por ello menos hermosas. Su tierna rosa del amor, completamente depilada. Sus anchos y voluptuosos muslos, sus largas piernas, sus grandes y preciosos pies. Su grande y ancha espalda, sus fuertes brazos, sus hermosas manos, de carnosos y largos dedos. Su larga y lacia cabellera castaña con flequillo recto, como una bravía cascada, una verdadera e indómita arma de seducción masiva. Su blanca piel como la luna llena, adornada de las bellas escarificaciones, bien iluminadas a la luz de la gran «januquiá».

Pese a encontrarme en un espacio sacro y presenciando una situación del mismo calado no puedo evitar que mi cuerpo reaccione ante el goce de las divinas vistas de la desnudez de Carlota. La deseo demasiado, a rebentar. Respiro hondo. Debo reprimir estos pensamientos, al menos durante un momento así. Debo… Debería.

Descendidos los quince peldaños, sus pies tocan con mucha facilidad la superficie del suelo de la «mikve», teniendo en cuenta su alta estatura. Cierra ligeramente los párpados y los labios. Entonces se pone de pie y se sumerge en el agua, con los brazos y las piernas separadas, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante.

Terminada la primera inmersión, posa las manos en
su pecho y recita en hebreo y en un tono de voz alto e intensamente emotivo la siguiente bendición:

–«Baruj atá ad0nai eloheinu melek ha-olam asher kidshanu b’mitzvotav v’tzivanu al ha-teviláh».

(Bendito eres Tú, Ad0nai, nuestro Di-s, Rey del Universo, que nos ha santificado con las mitzvot y nos ha mandado acerca de la inmersión).

Se sumerge unas tres veces más en la misma postura.

Concluida la cuarta y última inmersión, la rabina, en su función de «baladit», pronuncia la sacra palabra «kosher». Carlota ha llevado a cabo la «tevilá» correctamente.

Quedo realmente maravillada ante este acto tan solemne. Es increíble esa sensibilidad y esa religiosidad que tiene Carlota.

Carlota asciende lentamente los peldaños de la «mikve» y la rabina, sonriendo, la vuelve a cubrir delicadamente con la gran toalla. Puedo ver como a Carlota se le ponen los ojos llorosos. Su rabina también lo nota y la abraza. Yo también la abrazo sin pensarlo. El cuerpo de Carlota empieza a temblar, por lo que intuyo que rompe a llorar.

–Ay, mi Judit… Cariño… HaShem ha estado, está y permanecerá siempre a tu lado. Tu amor por HaShem ha sido lo que te ha impulsado a seguir adelante a pesar de todos los duros golpes que la vida te ha dado injustamente. HaShem te ama tal y como eres porque tú también le amas y siempre le has amado. Tenlo siempre presente, por favor. ¡Nunca más te escondas de que eres judía, por favor! ¡Es totalmente revolucionario y motivo de orgullo ser judío! ¡Nunca más escondas tu nombre originario, por favor! Tus dos preciosos nombres, Carlota y Judit, hacen honor a la gran mujer en la que te has convertido, sobre todo a tu fortaleza, a tu sensibilidad y a tu amor por HaShem, de la que tus padres se sentirían más que orgullosos. Eres la viva imagen de tu difunta madre, que HaShem la tenga eternamente en su gloria por la valerosa, noble, sencilla y bellísima mujer que fue –le dice la rabina, en un tono de voz cariñoso y apenado al mismo tiempo.

–¡Sí! Siempre… Siempre he tenido, tengo y tendré a HaShem en mi corazón. Nunca me separaré de Él. ¡No! ¡Nunca más! ¡Nunca más me esconderé de quien soy! Me siento tan mal por ello… ¡Por mí, por mis padres, por mis ancestros, por mi pueblo! Yo… ¡Tenía mucho miedo! –dice Carlota, conmocionada, entre lágrimas y sollozos.

La escena me conmueve y yo también empiezo a derramar lágrimas.

Seguidamente, se separan un poco de su abrazo y la rabina toma de las manos a Carlota.

–Además, tienes a tu Clara. Sé que la amas, tal y como HaShem y tus virtuosos padres te han enseñado a amar. HaShem no juzga el amor entre dos hombres ni entre dos mujeres. Para Él, el amor entre dos personas tiene que ser puro, noble y leal, sea entre un hombre y una mujer, entre dos hombres o entre dos mujeres. Debes confiar en ella.

–¡Sí! ¡Confío plenamente en ella! ¡La amo! ¡Más que a nadie en este mundo! ¡Daría mi vida por ella! ¡Clara…! ¡Eres el amor de mi vida! Un ángel de luz, un regalo de HaShem entre tanta oscuridad e insensibilidad. Eres es mi impulso para seguir adelante con una sonrisa en el rostro. La razón por la que me levanto cada día con más fuerza y ganas de vivir, porque eres una persona por la que merece la pena luchar y arriesgar. ¡Eres lo mejor que me ha sucedido en esta dura vida! ¡Es contigo con quien deseo pasar el resto de mis días! ¡Envejecer a tu lado! No veo el día en que nos casemos, Clara… ¡TE AMO CON TODAS MIS FUERZAS! –dice Carlota, realmente emocionada y entre lágrimas.

–Clara te ama, tal y como HaShem te ama –se vuelve hacia mí– ¿Es así, Clara? ¿Amas a Judit?

–¡La amo! ¡Más que a nadie! Carlota… ¡Eres un ángel como el sol caído del cielo! ¡Siempre estaré a tu lado en las buenas y en las malas! Eres la razón por la que no pierdo la fe en la auténtica belleza de este mundo. En todas esas cosas que hacen de él un mejor lugar donde vivir. En la nobleza, en el honor, en la lealtad y en los más bellos y puros sentimientos como la sensibilidad y el verdadero amor. Porque son precisamente todas estas bellas cualidades las que, como un ángel, te definen, Carlota… ¡Judit! –digo, también entre lágrimas– El fin de tus días es también el fin de los míos. ¡Si tú te vas yo voy detrás! ¡TE AMO MÁS QUE TODO Y MÁS QUE NADA EN ESTE MUNDO!

Carlota se vuelve hacia mí y nos abrazamos con fuerza. Mi cuerpo siente el roce de la húmeda y caliente piel de sus brazos y de su sacra toalla por encima de mis ropas. También el de pequeños ríos de sacra agua bendita nacidos de su majestuosa larga cabellera recorriendo la suave tela negra de mi arrapado vestido negro. Nos besamos.

Transcurridos unos segundos, Carlota me toma la mano y nos dirigimos de nuevo al cuarto de baño, donde se viste rápidamente mientras la rabina nos espera.

La miro ruborizadísima. Cuando aún le falta ponerse la túnica, el «talit» y la «kipá», se percata de nuevo de los esfuerzos que hago para disimular mi mirada de deseo. Me mira sensualmente y me besa. Ya conozco muy bien ese mirar de Carlota y lo que precede…

Ya completamente vestida, en compañía de su rabina, abandonamos el sacro espacio y, una vez en la entrada, Carlota baja solemnemente la cabeza, mientras que su rabina le dedica la siguiente bendición, perteneciente a un pasaje de la Torá, del Tanaj y de de la Biblia, concretamente del libro de los Números:

–«Que HaShem te bendiga y te guarde, que el Eterno haga brillar su rostro para ti y te tenga misericordia, que el Eterno eleve su rostro sobre ti y te otorgue paz».

–Amén –responde Carlota.

Se abrazan con fuerza y se dan dos besos de despedida. Acto seguido, la rabina se acerca a mí.

–Cuida mucho de Judit, por favor… –me dice, en voz baja, en un tono de voz apenado y preocupado–Se siente muy sola. Ha sufrido mucho a lo largo de su vida sin merecerlo. Judit es una alma pura y noble como un ángel. Tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Todo lo que necesita es mucho amor, empatía y comprensión, de veras. Ámala bonito, por favor.

–La amo más que a nadie en este mundo. Ni por un instante se me pasaría por la cabeza hacerla sufrir.

La rabina me mira confiadamente, me abraza y me da dos besos. Nos despedimos.

Nos quedamos a solas de nuevo. Carlota posa sus grandes manos en mis mejillas, yo las mías entre el «talit» y su cabello y nos besamos los labios.

–Ven a mí, amor –me dice, con un tierno y seductor tono de voz que me ruboriza mientras me tiende la mano.

Le tomo la mano y me lleva hacia su cuarto, iluminado por una de las «januquiot» de plata. Me siento en su cama, mientras ella se desviste ante mi mirada de deseo.

Deja caer lenta y sensualmente su sagrada túnica blanca. Su larga cabellera mojada de las sacras aguas de la «mikve», humedeciendo la camiseta de tirantes, a la altura de sus pechos. Esas colosales y voluptuosas ubres con sus carnosas areolas y pezones despuntando y transparentando tras la húmeda tela blanca. Sus braguitas blancas de seda, adornando sus imperfectas y voluptuosas nalgas. Sus preciosos y grandes pies en las chanclas beis de cuero y plataforma.

Su solemne recato en el vestir es una mística senda de ocultos recovecos que menan al voluptuoso pecado.

Mi piel empieza a ruborizarse febrilmente, a erizarse y a tornarse más sensible, en especial mis pechos y mis pezones por debajo de mi arrapado vestido negro. Mis ojos a adquirir un ardoroso destello, mis extremidades a tiritar como una hoja, mi respiración a agitarse, mi corazón a latir con más fuerza y esa húmeda presión tan latente dentro de mí por la seducción de Carlota con más intensidad. La deseo a rebentar.

La camiseta de tirantes con la bandera de Israel estampada, el collar plateado con la estrella de David y las escarificaciones en sus piernas, en su espalda y en sus brazos. Le dan un aire patriota y beligerante que me atrae en sobremanera.

En un momento dado, posa la mano derecha en su pecho con los dedos bien abiertos, sosteniendo la estrella de David del collar y cubriendo la bandera de Israel estampada. Muy emocionada, con la piel erizada, un intenso destello en su mirada y en un tono apasionado que roza lo beligerante, exclama:

–¡Más de TRES MIL años de historia…! ¡ORGULLO DE PUEBLO! Desde el patriarca Abraham hasta nuestros días, pasando por Isaac, Jacob, Moisés, Josué, Samuel, Saúl, David, Salomón, Judit, Ester, Judas Macabeo y la gloriosa dinastía Hasmonea. ¡Orgullosa de mi Tierra Prometida! ¡La Eretz de Sión! ¡Nuestra Madre Patria! ¡Por mí, por mis padres, por mis antepasados desde los inicios de los tiempos! ¡Por los que fuimos, por los que somos, por los que seremos, por los que vendrán! ¡Orgullo Patrio!

Seguidamente, entona con suma pasión lo que parece ser un himno, con la mano vehementemente pegada a su pecho y la piel erizada.

–«Kol od balevav penima-

Nefesh yehudi homiya-

Ulfa’atei mizraj kadima-

Áyin letzion tzofiya.

Od lo avda tikvatenu-

Hatikva bat shnot alpayim:-

Lihyot am jofshi be’artzenu-

Eretz Tzion v’Yerushalayim».

–Simplemente, precioso. ¡Sin palabras! –la aplaudo apasionadamente– Es el himno de Israel, ¿sí?

–Así es, amor. La «Hatikvá», que significa «Esperanza».

–¿Está también versionada al catalán o al español?

–Sí, al español. La tengo un disco
de música judía versionada al español. Me encantaría reproducirla, pero durante el Shabat no podemos encender aparatos electrónicos.

–Cántala, amor.

Vuelve a posar la mano derecha con los dedos bien abiertos en su pecho y entona la «Hatikvá» en español.

–«Mientras palpite el corazón

en un alma judía,

rumbo al Oriente dirigimos

la mirada a Jerusalén.

No estará perdida la esperanza;

la esperanza de dos mil años,

de ser un pueblo libre en nuestra tierra:

tierra de Sión y Jerusalén».

Quedo fascinada ante la pasión con la que canta. De sus ojos puedo ver lágrimas caer. Veo patriotismo puro en ella.

–¡POR LA PAZ! –exclama, emocionada y con la voz quebrada una vez termina de cantar. Acto seguido, besa la estrella de David de su cadena.

–¡Así se habla, amor! ¡Con el lenguaje de la razón!

La aplaudo, me levanto de su cama y la abrazo con fuerza, mientras lágrimas de emoción recorren sus mejillas.

Episodio IX (final):