El viaje de Leo

Ya había escrito el primer capítulo aquí: Primer capitulo de mi libro

Por ahora lo voy a llamar “El viaje de Leo”, pero bueno a medida que se vaya desarrollando puede cambiar, aquí dejo el segundo capítulo.

CAPÍTULO II: LOBITO

Los billetes comenzaron a acumularse en mi cartera y decidí que era hora de comprarme un coche. Sin embargo, no quería un simple y patético Seat como primer automóvil. No, yo merecía algo mejor que eso, así que opté por un juguete barato pero potente: un Hyundai Coupe.

Miré mi teléfono y noté que tenía varios chats, como era habitual. Uno de ellos tenía una foto de perfil extraña, un ojo en blanco y negro detallado que parecía haber sido tomada con una cámara de alta definición. La conversación era mínima y tenía una extraña sensación, pero a estas alturas ya estaba acostumbrado a cosas extrañas.

El cliente me había dado el nombre de una estación de tren y yo me dirigí allí. Al llegar, vi un edificio en ruinas y comencé a dudar. ¿Sería ese el lugar al que debía entrar? ¿Había finalmente encontrado a un psicópata? Estos pensamientos rondaban mi mente mientras me acercaba al edificio.

‘Pasa la cuesta’, me escribió el cliente por WhatsApp. Sentí alivio al leer el mensaje, ya que no se trataba del edificio en mal estado. Al final de una calle bastante empinada, encontré al cliente esperándome en la esquina. ‘¿Eres Leo?’ preguntó. ‘Sí, soy yo’, respondí.

El hombre, que parecía tener alrededor de 50 años, tenía el pelo largo y gris peinado hacia atrás, al estilo de Patrick Bateman. Llevaba una chaqueta negra larga, pantalones oscuros y zapatos oxford. Su mirada era relajada pero analítica. ‘Es un placer conocerte. Sígueme’, me dijo.

Subimos hasta la parte alta de la calle y allí se alzaba su casa, un imponente edificio de cuatro pisos donde él vivía en uno de ellos. Su aspecto era completamente distinto al de los demás edificios modernos de la zona; su decoración era mucho más detallada y cuidada. ‘Vaya, un señor edificio, se nota que es de los primeros de por aquí, cuando la prioridad de la construcción era la belleza y no la reducción de costes.’ - Pensé.

Al entrar en el portal, pude notar que el suelo era de madera y unas escaleras en forma de caracol conducían hacia arriba. Tanto las escaleras como la barandilla estaban elaboradas con madera ornamentada, lo que me daba la sensación de estar entrando en un lugar lujoso. A cada paso, las escaleras crujían y un aroma a ébano llenaba el ambiente.

Llegamos hasta el tercer piso y él abrió la puerta. ‘Por favor, quítate los zapatos antes de entrar’, me dijo. Al principio fue algo extraño para mí, pero procedí a hacerlo. Él entró primero y al seguirlo, me encontré rodeado de detalles y cosas caras. Justo en la entrada, había un busto de un hombre que no reconocí, pero que parecía tener una apariencia de filósofo. En el pasillo, había un camino a cada lado, separados por una serie de cuadros con marcos blancos. Cada cuadro mostraba una foto y estaban colocados a una distancia aproximada de 2 metros entre cada uno. Lo interesante era que no estaban colgados con clavos, sino con un par de palos horizontales en la pared, cerca del techo, para evitar dañar la pared.

El suelo también llamaba la atención, ya que causaba dolor al caminar sobre él. En lugar de ser una alfombra suave, era una red ancha que más tarde supe que era un estilo alemán llamado ‘Holzgitter’. Al estar descalzo, los espacios de la red se clavaban en la planta de mis pies, lo que hacía que fuera bastante incómodo.

‘¡Ven aquí, espera en la cocina!’ exclamó, y me dirigió hacia la primera puerta a mi derecha. La cocina no era especialmente lujosa, la única peculiaridad era un gran cuadro apoyado en la pared y en el suelo.

De repente, sonó música clásica de fondo. Pasó por la puerta con una sonrisa, sin decir nada. Se dirigió a la derecha y yo le seguí hasta llegar a una habitación al fondo.

Era un vestidor que estaba separado por un marco de puerta. A la izquierda había un armario sin puertas que cubría toda la pared, con abrigos colgados y una estantería con lujosos relojes. Al entrar, noté un gran espejo en el suelo y un sofá a un lado. Me llamó la atención que las paredes estuvieran cubiertas de fotografías, colgadas en varillas a lo largo del techo, como en el pasillo. Las imágenes mostraban hombres, algunos de piel oscura y otros de piel clara, vestidos y desnudos, pero todas en blanco y negro.

Me indicó que me quitara la ropa y la dejara en el suelo antes de seguir adelante. Siguiendo sus órdenes, procedí a hacerlo. Luego, me preguntó si podía ponerme unos calcetines negros y largos que se convertían prácticamente en medias al llegar hasta mis rodillas. A pesar de mi incomodidad, me los puse y me acerqué a la cama donde él me esperaba con un beso profundo. Sin embargo, no pude evitar notar la falta de suavidad en sus labios, probablemente debido a su edad, y la molestia de su barba de dos días en mi piel.

Mientras él me besaba, abrí los ojos y vi que él también los tenía abiertos, mirándome fijamente. Después de unos segundos, desvió su mirada hacia mi cuello, donde notó algo que le llamó la atención. Rompió el beso para preguntar: ‘¿Qué es esa mancha en tu cuello?’ Le expliqué que era un tatuaje que me había borrado hace unos años, un lobo aullando a la luna. Él sonrió y comentó: ‘Ah, ahora lo veo. Así que eres un lobito’.

Luego, sacó un condón de un sobre dorado y trató de ponérselo a pesar de que su pene solo estaba medio erecto. Con una sonrisa, me explicó que estaba siguiendo una dieta baja en carbohidratos y todavía estaba adaptándose, por lo que no tenía tanta energía como le gustaría. Me sorprendió que se cuidara de esta manera, ya que la mayoría de los hombres heterosexuales mayores de 50 años parecen no preocuparse por su salud. Los hombres gays, en cambio, parecían ser más conscientes de su bienestar.

Después de esta breve interrupción, me dijo que levantara las piernas, lo cual hice. Puso una de mis piernas sobre su hombro y con la otra, levantó el calcetín y se puso mi pie derecho en la boca. Comenzó a rodear la planta de mi pie con sus labios, haciendo cosquillas en mi único punto débil. No pude contener la risa, no por su parafilia, sino porque realmente me hacía cosquillas con su barba en mis pies.

Mientras me encontraba en esa incómoda situación, tratando de no pensar en lo que estaba sucediendo, me pregunté cuándo terminaría de hacer este trabajo. No había establecido un límite de tiempo o una condición para esto. Mi mente estaba en blanco mientras observaba el techo, pero en realidad me hallaba ausente, reflexionando sobre lo que estaba sucediendo. De repente, me dijo que íbamos a intentarlo de nuevo.

Empezó a intentar de nuevo la penetración, lo cual me causó un gran dolor. Traté de distraerme pensando en otras cosas para que el tiempo pasara más rápido. Me imaginé en la playa, con una vida resuelta y la capacidad de ayudar económicamente a mis padres, sin tener que hacer este tipo de trabajo.

Al principio, iba despacio y no estaba completamente erecto. Pero a medida que pasaba el tiempo, las embestidas se volvieron más rápidas y se volvió más grueso, lo que me causó un intenso dolor.

De repente, noté que se agrandaba momentáneamente. ‘¡Ohhh!’ exclamó, reflejando su clímax. Luego, respiró profundamente y exhaló mientras se relajaba.

‘Uff… qué alivio’, dijo. Yo también me sentía aliviado, finalmente había terminado ese dolor.

‘¿Te dedicas a algo más aparte de esto?’ me preguntó.

‘Sí, tengo inversiones en bolsa’, respondí.

‘¿En serio? Hace años mi gestor me sugirió comprar acciones de Bayer, pero solo perdí dinero. Pareces inteligente, ¿qué hace un joven como tú en esto?’ dijo, mostrando sorpresa.

‘Bueno, necesito dinero’, respondí brevemente.

‘Entiendo, interesante, muy interesante’, dijo en tono reflexivo.

Luego, me dirigí a donde había dejado mi ropa y me vestí. Cuando terminé, fui a la cocina donde lo había visto entrar mientras me vestía. Él ya estaba vestido y, al verme entrar, me entregó un sobre.

‘Esto es para ti’, dijo.

Lo miré con detenimiento. No era un sobre común, parecía de algún hotel lujoso de otro país, con letras en relieve. Dentro había un billete de 100 euros. Recordé que le había dicho que mi tarifa era de 80 euros por hora, pero no tenía cambio. Decidí no comentar nada al respecto.

Me abrazó y dijo: ‘Ha sido un placer, lobito. Espero volver a verte. ¿Vas a estar por aquí?’

‘Sí, supongo’, respondí.

‘Perfecto, te volveré a llamar’, dijo con una sonrisa mientras me devolvía mis zapatos con una mano y me guiaba hacia la salida con la otra en mi espalda.

‘Por favor, ponte los zapatos en el felpudo’, me dijo amablemente mientras abría la puerta de su casa. Agradecido, agaché la cabeza y procedí a calzarme los zapatos. Después de agradecerle nuevamente, le di un último saludo con la mano antes de descender las escaleras.

A medida que me alejaba, pude notar cómo él me seguía con la mirada. Me sentí un poco incómodo con esto, pero rápidamente la emoción de lo que acababa de suceder se apoderó de mí. ‘¡100 euros!’, pensé emocionado. Era la primera vez que ganaba tanto en tan poco tiempo y no podía dejar de sentirme emocionado.

Al salir del edificio y volver a la estación de tren, me invadió una sensación de elegancia y lujo. Los lugares que rodeaban la estación eran lujosos y exclusivos, y era imposible no contagiarse un poco de ese ambiente. Además, todo parecía mejor allí: el aroma de las plantas, la tranquilidad que se respiraba en las calles… Era una sensación que nunca había experimentado antes.

Mientras caminaba por las calles, me di cuenta de lo diferente que era mi vida en comparación con la de las personas que vivían en esa zona. No podía evitar sentirme un poco envidioso de su estilo de vida, aunque solo fuera por unos minutos.

Aun así, cuando finalmente llegué al tren, la euforia seguía presente en mí. Sonreí al pensar en lo afortunado que había sido y en todas las cosas que podría hacer con mis recién adquiridos 100 euros.