Esa vez que conocí a mis suegros/ Esa vez que mi novio conoció a mis padres

Primera parte:
Una pequeña muestra de amor puede ser difícil de explicar.

Cuando tenía quince años sólo pensaba en una sola cosa: sexo, ver sexo, oir al respecto del sexo y cómo tener sexo.

En la era de la información, digamos que eso es sencillo, pero en ese entonces los adultos estaban en esa etapa intermedia que te hablaban de ciertas cosas, pero era imposible hablar de eso con alguien que en verdad supiera de lo que hablaba.

Tenía un grupo de desgraciados como yo, un par de ellos decían que habían mojado la pistola y nos contaban al resto, sin dejar detalles de lado. Yo me sentía asqueado de oír cómo hablaban así de sus novias. Me decía que yo nunca hablaría así de la mía, pero igual escuchaba todo el relato y se me paraba como a todos los demás.

La película American Pie no ayudó para nada. Pero me terminó dando una idea que, de cierta manera, alivió una parte de mis impulsos.

Le fuí honesto a María, después de todo era mi novia, la amaba y la deseaba y teníamos casi la misma edad. Le revelé mis deseos un día que me visitó. Bueno, quizá “revelar” no sea la expresión adecuada. Pero me estoy adelantando a la historia, ya llegaré a ese punto.

Con frecuencia nos encontrábamos en el parque cerca a su casa para hablar. Al vivir en un pueblo pequeño teníamos la ventaja de poder caminar juntos todo el tiempo. En ese parque nos encontrábamos y todos los que pasaban nos veían hablar acaramelados. Un día mi mamá me propuso que invitara a mi “amiguita” a la casa y cuando le hablé de eso María, ella insistió que sería buena idea. Mi mamá la recibió de forma muy alegre e hizo algo que no esperaba, algo que sin saberlo sembró la semilla del deseo entre los dos de más de una forma: la dejó subir a mi habitación.

Ahora bien, sé lo que están pensando, pillines, pero no. No lo hicimos. Al menos no en mi habitación.

Sus visitas se volvieron más o menos frecuentes. Mi mamá era permisiva y nos daba un espacio suficiente, no le hacía muchas preguntas y eso nos daba cierta libertad.

María es la novia más tierna y la mujer más hermosa del mundo. Sus ojos son enormes, marrón claro como las hojas en otoño, con un brillo intenso que irradia felicidad. Cuando ella te mira, te puedes olvidar del resto del mundo. El tiempo y el espacio se doblan en su mirada. Empezábamos a hablar y de repente mirábamos a nuestro alrededor y ya iba a atardecer. Siempre la acompañaba hasta al parque cercano a su casa y nos despedíamos con una risita y un tierno beso en la mejilla.

La piel de mi novia es blanca, ¿qué tanto? pues, les puedo decir que no tan blanca como el talco, pero sí lo suficiente como para ponerse rosada cuando la sujetaba de la mano. Su cabello es negro, así que cuando ella estaba seria, el contraste de ambos tonos me hacían pensar en el yin yang.

En las noches soñaba con ella y en las mañanas tenía que ser el primero en llegar al baño. Aunque en cierta ocasión al arreglar mi cama, no noté que mi deseo por ella se había quedado adherido a las sábanas. ¡Bendito sea Dios!

Ese mismo día en que derramé mi amor por ella la noche anterior, María llegó en una de sus visitas esporádicas. Mi mamá salió de la casa y nos dimos cuenta. Me puse algo nervioso, porque, bueno… ustedes saben lo que quería. Pero no tenía ni idea de cómo hacer que mis sueños se volvieran realidad.

Ella se acostó en mi cama. Se veía hermosa. Entonces empezó a mirarme en silencio y ambos nos reímos. ¿Me estaba imaginando algo?

Me acerqué a ella sin decir nada y me recosté a su lado. Nuestras miradas estaban conectadas. No sabía qué decir. María me dijo que yo actuaba raro y yo me quedé en silencio. Levanté mi mano queriendo alcanzarla, pero noté que estábamos un poco lejos y me acerqué despacio. Toqué su pómulo, con cuidado, como si ella estuviera hecha de porcelana y yo temiera romperla. Mi mano tomó confianza y ella cerró los ojos. Era ahora o nunca. Cerré los ojos y me acerqué a ella. Nuestras narices chocaron despacio, pero no tuve que hacer más, ella se acercó los últimos centímetros.

Al abrir los ojos nos echamos a reír a carcajadas. Yo la quería abrazar, besar, no dejarla ir nunca. Congelar ese momento, rebobinarlo y volverlo a reproducir cada noche.

Ella me preguntó si sabía besar y le fui honesto.

Ese fue nuestro primer beso, pero también fue mi primer beso.

Ella acarició la sábana, primero fue una pasada suave, luego volvió al mismo lugar, y de nuevo, y otra vez. Entonces me pidió que tocara. En mi inocencia lo hice y cuando ella me preguntó por la parte áspera de mi sábana entré en pánico.

Actué como un estúpido y ella lo notó de inmediato. Yo en mi vergüenza no sabía qué decir e inventé una excusa muy burda de haber derramado un vaso de leche, pero ella se sintió ofendida por mi mentira. Ella, en su inocencia, no sabía interpretar lo que había sucedido. Para entonces las clases de educación sexual se centraban en el uso del condón. Sólo una chica experimentada sabría el significado sin tener que pedir explicaciones.

Así fue como justo después de haber tenido nuestro primer beso, pasamos muy rápido a nuestra primera discusión.

Cuando mi mamá llegó y me preguntó por María yo me encontraba acostado en mi habitación mirando al techo. Cuando repitió su pregunta me puse a llorar de rabia y desconsuelo de no saber qué decir.

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Me ha encantado.

Romanticismo y erotismo a la misma vez, sin necesariamente llegar a una relación sexual. Sin utilizar un vocabulario soez y denigrante. Estos son el tipo de relatos eróticos que a mí me gustan.

¡Enhorabuena! :raised_hands:t2::black_heart:

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Segunda parte:
El barco que se hundió

Juan siempre fue un estúpido.

— ¿Eso? … eh… derramé un vaso de leche. — Me mintió Juan en mi cara.
— ¿Un vaso de leche? Tranquilo, no tienes que ponerte nervioso por eso. — Le hice saber.

Le sonreí. Siempre me ruborizo cerca de él y me acababa de confesar que yo era su primer beso, aunque yo ya había besado a otros chicos él fue muy tierno y el hecho de que tuviéramos tanta privacidad aumentó por mucho la experiencia de ese primer beso mágico.

Algo que tenía el idiota de mi novio era la particularidad de no saber cuando tiene que ser él mismo. Con frecuencia me molestaba que se hacía el chico rudo cuando alguien más estaba cerca. Se hacía el santo con su mamá y conmigo, bueno conmigo siempre había sido tierno y lo tenía como alguien honesto incapaz de mentirme.

— No estoy nervioso. — Dijo Juan, hecho un manojo de nervios.
— ¿Ah sí? ¿Qué tipo de leche dejaste caer sobre tu cama? se siente muy áspera, te hubiera creído si me hubieras dicho que derramaste avena. Pero me habías dicho que no te gusta la leche.

Empecé a tratar de dármelas de detective, había una razón de su nerviosismo y todo lo que esperaba era honestidad. Todo lo que una chica espera de su novio, después de un momento romántico, es saber que es alguien en quien puede contar.

— Leche normal… y no estoy ner… nervioso.
— ¿A quién metiste en tu cuarto? — Lancé con frialdad.
— ¿Cómo dices?
— Pues, creo que te pones nervioso porque no quieres que me entere de algo y no me habías contado de esto… y nosotros nos contamos todo. Se me ocurre que quizá invitaste a otra chica aquí, así como me invitaste a mi.

Juan estaba devastado, como si un huracán hubiera arrasado su casa frente a sus ojos.
Me sentí mal después de decir eso. Me incorporé al lado de él.

— Lo siento. Siento haber dicho esas cosas. Vale, no importa. — Dije al final.
— Claro. No tienes que ponerte como loca por eso. — Dice Juan riendo.
— No me gusta que me llamen loca. Y no estoy actuando como una.
— Pues sí, un poco loca que se te viene a la mente que por un poco de avena en la sábana, estoy viendo a otra. Es de locos.
— ¿Avena? Dijiste que leche.
— Es lo mismo. Leche con avena.

Lo miré a los ojos, él soltó un bufido y miró a un lado.

Me senté en su cama mirando la mancha de “avena” con los brazos cruzados. Juan se acercó sonriente, como si nada hubiera pasado. Trató de tomar mi mejilla para besarme, pero le retiré la mano con amabilidad.

— ¿Qué te pasa? ¿Estás molesta? — Me lanzó sus preguntas con la voz elevada.
— Quiero irme a mi casa.

Al terminar de hablar me sentía cansada. Habíamos pasado un momento mágico sólo unos minutos atrás, estaba frustrada, no entendía qué lo había arruinado, pero no estaba de los mejores ánimos. Seguía con los brazos cruzados esperando que él dejara el asunto y se ofreciera como siempre a acompañarme al parque. Pero los segundos pasaron y mi impaciencia habló primero.

— Bueno, me iré entonces. — Dije ante un callado novio.

Me miró sin saber qué decir. Si tan sólo fuera susurrado que me quedara, algo que me demostrara que le importaba lo suficiente. Yo me había disculpado, pero él no. Ni siquiera había recibido eso de su parte.

Al salir por la puerta principal de su casa limpié una pequeña lágrima que se me había escapado. Al llegar a mi cuarto me tiré sobre la cama y me sentí una estúpida.

Cuando tenía quince, no había teléfonos celulares. Bueno, sí existían, pero no eran tan comunes. WhatsApp no sería creado hasta en otros diez años. En aquella época era tener que llegar hasta la casa de alguien y él nunca había ido a mi casa, de hecho aunque mis padres podían tener la idea que estaba saliendo con un chico, no sabían nada de Juan.

Pasaron un par de días donde no nos vimos. Hasta que un día venía de llevarle el desayuno al trabajo de mi papá, me encontré con su mamá. Me saludó de forma amable y le devolví el saludo nerviosa. Entonces ella me dijo como sólo un comentario antes de irse.

— Juan anda en la casa triste. Se la pasa todo el día encerrado en su habitación y no quiere salir. Es un chico sensible. No sé qué pasó porque no me dice nada, pero estoy segura que si lo visitas una vez más se animará.

La señora me sonrió y le devolví la sonrisa. No quise sonar grosera, pero parte de mí quería saber qué rayos había pasado.

— Dígale que puedo salir al parque esta tarde.

Ella sonrió y me entregó un papelito.

— Este es el número de nuestra casa.

Juan, mi estúpido novio con el que sólo me acababa de dar el primer beso. Lo vi llegar al parque a lejos ni bien había colgado el teléfono. Había cortado su cabello ondulado. Antes llevaba una pequeña melena, tratando de parecer a Leonardo DiCaprio en Titanic. Mi Jack de cabello negro, piel acaramelada y bajito. Bueno para nada eran parecidos, sería mejor decir.

Era una mañana fresca, los árboles más frondosos daban una sombra espaciosa y el parque siempre estaba lleno de niños jugando y parejas hablando.

Crucé mis brazos al acercarme. Él trató de hablar normal, pero se enfrentaba a mi molestia. A cada cosa que trataba de formar una conversación yo le lanzaba mis respuestas monosílabas.

— Lo siento. — Dijo al fin.

Me quedé en silencio. Él se sentó en un banco y miró al suelo. Yo miré alrededor y demoré unos segundos así hasta que me senté a su lado sin decir nada.

Le expliqué que me sentía mal por lo que había pasado, y él hizo lo mismo. Se disculpó por llamarme loca. Y al final esperé que me dijera, que me diera una explicación acerca de qué había causado que reaccionara así.

Todo lo que había pasado era que había tocado su cama y sentí una parte áspera. Entonces me miró y me dijo.

— La noche anterior, soñé contigo.

Me quedé a la espera de más información, pero por alguna razón él pensó que decirme eso sería suficiente.

Entonces llegó a mi mente, algo que no tenía claro pero en lo que no había pensado.

Se me subió toda la sangre a las mejillas y me llevé las manos a la cabeza. Mi corazón empezó a dar tumbos y me dieron cosquillas en la barriga.

Lo miré, apenado en la otra esquina y me empecé a reír. Reí suavemente. Luego él se unió. Entonces empezamos a reír cada vez un poco más fuerte hasta que la risa fue incontrolable. Me reí de mi estupidez y la de él. De su falta de honestidad y de mi desconfianza.

Reímos hasta que la risa limpió los malos momentos y volvimos a reír por el bien que hace reírse de uno mismo.

Me embriagó el deseo. Saber que mi novio me deseaba tanto que soñaba conmigo.

— ¿Y qué soñaste? — Le pregunté susurrando.

Juan me miró. Había aprendido su lección, asintió como reuniendo fuerzas. Sabía que no me iba a inventar ninguna excusa.

— Era como una película. Estábamos en el parque…
— ¿Aquí? — Lo interrumpí.
— No. Era un parque con camas…
— ¡Ah! ¡Qué conveniente!
Nos reímos un poco. Él continuó.

— Estabas de verde. Era un vestido verde. Llevabas un collar hermoso en el cuello. De repente, te lo quitabas todo y te acostabas en la cama.
— ¿Te pedía que me dibujaras?

Se levantó de un salto y me eché a reír.

— Disculpa. — Dije entre risas. — Continua.
— Es todo.
— ¿Es todo?
— Bueno… yo… exploto… y despierto con la cama sucia de avena.
— Pensé que me harías algo.
— No alcancé. No sabría…
— Yo… tampoco sabría qué hacer…

Se acercó a mí y me habló al oído.

— Te haría el amor.

Su aliento me puso la piel de gallina.

— ¿Quieres? — Le pregunté.

Juan asintió.

Nos quedamos callados un momento. Como asimilando lo que el otro había confesado. Pensé en la escena que había descrito. Yo desnudándome y él me mira y no se aguanta las ganas.

Me sentí acalorada.

— ¿Crees que eso pasaría de verdad? — Le devolví el susurro al oído. — Si me desnudo frente a ti… tú…

Algo me llenaba de pies a cabeza, pero no sabia que era. Preguntarle era excitante. Que me hablara al oído me encantaba. Lo entendió porque se acercó una vez más para decirme al oído. Cerré los ojos y me concentré en su voz.

— Espero que sí. Aunque también me gustaría… verte a ti explotar. Sentir… sentirnos… los dos juntos y solos, como si nada más importara. Como si el tiempo se detuviera.

Todos los músculos de mi cuerpo querían moverse al tiempo, me tuve que levantar y tenía ganas tremendas de salir corriendo y a la vez quedarme junto a él. Me mordí los labios tratando de apaciguar mi deseo. Nos agarramos de las manos, en silencio y dejamos que el tiempo pasara. Acariciábamos el uno al otro, sin decir nada por un tiempo.

Seguimos hablando hasta que pudimos. Hasta que se nos permitió.

Cerca al mediodía el hambre nos llamó y quedamos en que si me era posible llegaría a su casa. Ansiaba mucho besarlo, pero no podíamos darnos el lujo de hacerlo en público. No era prohibido, pero estaba mal visto que una señorita como yo se besuqueara en público. Debido a todo el asunto y a su mamá ahora tenía el número de su casa y lo podría llamar para confirmarle.

Al llegar a mi casa mi mamá me preguntó:

— ¿Por qué tan radiante?

Y no supe responder.

Hablamos durante el almuerzo. Al finalizar tuvimos una conversación interesante.

— Iré a hacer unos deberes en la tarde. ¿No te importa quedarte en casa?
— Quería ir donde unas amigas. — Respondí, con la excusa de siempre.

Mi mamá suspiró.

— Bueno, como quieras. Nunca estás en casa, sólo quiero que no dejes la casa sola todo el tiempo.

Una idea me impactó.

— Bueno… está bien… Me quedaré aquí en casa, viendo televisión. ¿Puedo llamar a mi amiga para avisarle que no puedo ir?

Mi mamá asintió y yo salté a llamar. Mi corazón latía como un loco. Jugaba con mi cabello al esperar los tonos de la llamada. Me empecé a desesperar al no haber respuesta. Colgué.

Me sentí un poco desanimada. Pero en aquella época era normal no poder responder las llamadas a la casa. Mi mamá me vio exaltada y me preguntó si me pasaba algo. En ese momento traté de controlarme. Me despedí de ella. La puerta principal de nuestra casa era muy ruidosa.

— Le diré a tu papá que mande a arreglar esta puerta. Hace un ruido horrible.

Intenté una segunda vez cuando estuve completamente sola. Al contestar saludé a mi novio emocionada. Y luego, como si se tratara de una clave personal que estaba segura que él iba a entender, hice una entonación muy particular en una palabra al hablarle.

— Estoy sola en mi casa. ¿Quieres venir a ver una película conmigo?

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Tercera parte:

Nada más la puntita

Mis dedos eran puñales de hielo. Mi estómago estaba revuelto, y mi mente parecía haber abandonado mi cuerpo.

Sus palabras a través del teléfono resonaron en mi alma, apretando fuertemente mi cabeza, la de arriba.

Ella me había llamado unas horas antes para proponer que nos encontráramos en el parque y resolviéramos nuestro malentendido. Ahora, me llamaba para hacer realidad mis sueños. Es increíble cómo la vida puede cambiar tan rápidamente.

Permanecí en silencio, y ella preguntó si aún estaba en el teléfono. Le aseguré que sí, aunque mi mente ya estaba volando a su lado. Sin decir más, le anuncié que pronto mi cuerpo y mi mente se reunirían.

Al colgar, me pregunté si estaría bien. Dudé sobre si sería capaz de estar con ella. La incertidumbre me invadió como un bandido en plena noche. Temía explotar sin haber concretado nada. Ahí estaba yo, con quince años, frente a una propuesta irresistible y las ganas de salir corriendo. Pero no lo hice. No huí.

En mi habitación, junto a la cama donde María había descubierto mi deseo por ella, había un espejo de cuerpo entero. Mi deseo, tan grande que no pude ocultar, aunque intenté estúpidamente hacerlo. Me miré en él y decidí que la camisa que llevaba puesta podía estar sucia, así que opté por cambiarla. Luego, observé mis pantalones largos. Eran difíciles de quitar, así que decidí usar una bermuda corta, algo más fácil de remover. Fue entonces cuando la vi: mi ropa interior.

Antes de continuar, debo decir que, aunque no me consideraba pobre, era un tanto descuidado, y esto se reflejaba en mi descuidada ropa interior. Pensé que si mi novia me viera en esas condiciones, sus deseos se evaporarían. Busqué y busqué, pero no encontré ninguna alternativa.

Nada es mejor que algo malo, así que, sin querer perder más tiempo, salí de casa, incómodo y sin poder caminar bien debido a mi erección combinada con la ausencia de mi ropa interior.

La casa de María era pequeña, de una sola planta. La puerta principal era de un material antiguo llamado latón, lo supe al tocarla. El sonido al abrirla se intensificó, un ruido estruendoso que parecía sacado de una película de terror, asustándome. Las bisagras de su casa necesitaban lubricación.

Ella sonreía, se veía hermosa asomando solo la cabeza. Miró en todas direcciones antes de sacar la mano y jalarme dentro.

Le pregunté en voz alta si estaba sola, y ella me abrazó. Una vez juntos, nos besamos, y mis manos, inquietas, no sabían qué hacer.

Me besó con pasión y locura. Perdí el sentido de la vista por la intensidad de sus labios. Su aroma era fuerte, como caramelo con rosas y un toque de menta. Su piel estaba más suave que nunca, como abrazar el cielo, un cielo cálido con curvas delineadas.

Ella pareció reaccionar con miedo y abrió los ojos para averiguar. Su mirada estaba baja; pronto la levantó para verme, y pude notar que su cara estaba rosada. María podía tener un gran deseo por mí, pero sin duda, el mío era más evidente. Tocó mi hombría a través de la bermuda con delicadeza, solo con la yema de los dedos. Se mordió los labios incapaz de hablar. Se dio media vuelta apenada, y me quedé admirando su belleza.

Ella estaba vestida de forma sencilla, con pijamas, como si fuera a dormir. Solo entonces noté lo obvio. No llevaba nada debajo. Un escozor llegó a mis orejas, y me atreví a abrazarla de espaldas para que pudiera sentir todo el amor que le quería dar.

Ella volteó, y en su cara angelical desapareció la pena de hace un momento. En cambio, noté una mirada decidida. Me tomó de la mano y me llevó como si paseara a un perrito con su correa.

La sala era amplia. Entramos por un pasillo a la primera puerta; junto a la sala estaba su habitación.

Su cama estaba arreglada, sus sábanas eran blancas. Su habitación estaba llena de nuestro deseo.

No alcanzamos a entrar cuando ya volvíamos a besarnos. Mis manos buscaban recorrer todo de ella, querían averiguar cada pliegue de su piel, cada curva de sus caderas, cada poro de su cara.

Caímos en su cama, y pronto mis manos tuvieron más libertad. Su cama hacía un rechinido el cual omití por la mayor cantidad de tiempo que pude. Como un torpe, aplasté sus senos. Ella se quejó, y yo temí haber cometido un error garrafal. Sin esperar a perder el momento, empecé a acariciar el área afectada. Primero con la yema de los dedos, luego puse mi palma y apreté con cuidado. María dejó salir un pequeño gemido. Fue el primero de lo que serían muchos.

En ese momento, los dos estábamos envueltos en sudor. No un sudor extremo, pero la ropa nos picaba. Yo fui el primero en proponer quitarme la camisa. Ella hizo lo mismo. Luego, me deshice de la bermuda, y ella de la parte de abajo de su pijama.

La miré con tanta intensidad que ella me preguntó si me pasaba algo. Me preguntó si le parecía fea. Le dije que la amaba.

Sus piernas eran como un par de rodillos hechos de lana, suaves y blancos. Su torso era perfecto, algo lastimado por mi torpeza, pero de inmediato pasé a sobar la parte afectada, masajeando en círculos. De afuera hacia dentro. De arriba a abajo. De un lado al otro. En orden y en todas direcciones a la vez.

Busqué sus ojos en medio del masaje. Estaban a punto de estallar, con un fuego que nunca antes había percibido en nadie. Había un detalle que no sabría describir, pero lo que sí puedo decir es que ella lo desbordaba a caudales.

Ella se sentó en la cama y me pidió que me quedara de pie junto a ella.

Permanecí atónito, y ella tuvo que repetirlo. Me pidió que me acercara a ella. Al principio, me agaché para besarla, pero ella me miró y me dijo que primero lo iba a besar a él. Cerró los ojos y lo acercó a ella. Entonces, sus labios hicieron contacto con mi alma.

Mis rodillas chocaban, y mis ojos se negaban a llevar las imágenes a mi cerebro. Todo era blanco y negro. Ella se separó un momento de él para decirme que sabía delicioso, que nunca antes había hecho esto y que yo era el primero en su vida. Que siempre sería el primero en su vida.

Caminé hacia atrás, incapaz de hacer que mi cuerpo respondiera. Casi me desvanecí, y ella tuvo que sujetarme y hacerme caer en la cama.

Mi corazón latía por ella y para ella. Y mi corazón había enloquecido.

Le pregunté con ternura si era el momento adecuado para concretar el asunto. Pero antes de asentir, ella me hizo una pregunta que derrumbaría mis ánimos y apagaría los suyos.

Me preguntó si había traído un condón. Al responder que no, ella se retrajo. Yo, en mi brillante estupidez, le dije las palabras que mi cerebro falto de oxígeno pudo formar: el título de este capítulo.

Ella se enojó conmigo por no haber llevado un condón. Las charlas de educación sexual habían surtido efecto.

Les seré totalmente honesto. Estaba en el punto en el que no me hubiera importado un carajo el condón, pero les digo que si no quieren un embarazo temprano, prepárense con antelación ante una eventualidad como la que yo sufrí. Para que no sufran lo que yo.

Entonces no lo hicimos, fin de la historia. ¿No? ¿ Creen que voy a terminar así la historia? Estaba bromeando. Aunque en ese momento no me pareció nada gracioso, cada vez que María y yo recordamos nuestra primera vez, podemos reírnos muchísimo de esta historia.

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Bueno, esto es una narración como dios manda. El lenguaje es muy agradable. Vuelvo a decirle que escribe muy ameno. ¿Literatura juvenil? Quizá me adelanto…
Continuaré su lectura, si.

Si tuviera que hacer alguna crítica, es decirle que son letras comerciales. Lo que vende. Lícito.
Reconozco que leer me encanta, porque de ahí surgió que escribiera…
Ahora entiendo mejor estas palabras: “hay que saber sembrar el ambiente y sopesar eso con la facilidad de hablarle al lector directamente”. Quizá es escribir lo que otros quieren oír, o algo así.
No, no sabría escribir así, Ohm. O simplemente no escribiría.

Mañana acabaré de leer la obra.

Bueno si crees que esto es lo que la gente quiere leer. No has leído todo!

Acepto que muchas personas buscan un tipo específico de lectura y esto se acerca a lo que te imaginas. Pero aunque escribo partiendo de una idea común (que cualquiera puede sentirse identificado) le doy mis propios giros y reveses.

Has leído carta al padre de Kafka? Te la recomiendo sino, me recordó un poco a tu escrito. Un saludo

No, Ohm, no he dicho lo que la gente quiere leer.

Pues a la gente no le gusta leer. La gente lo que quiere es vivir. Que ya es.
No dejo de ser una simple lectora. Que nunca pretendería leerlo todo, ni una mínima parte de lo que sabemos que somos: nada.
Lo cual quería decir que la gente atiende aquello que ya conoce. Lícito.

Sí, suele ser así, el lector busca aquello en lo que se reconozca. Normal. Yo soy la primera que aparto una lectura desde las primeras líneas, incluso por la temática, por muy recomendada que sea, ¿por qué no?
Juega muy bien con las palabras, y ya le dije que es una lectura amena, entretenida. Pero el autor es el primero que tiene que estar satisfecho con su obra, con lo que escribe, su primer y mejor crítico. Ideal. Porque el lector no es más que eso. Y no todos interpretamos igual una misma lectura.
Después están los profesionales y críticos, aquellos que analizan las obras, claro, las que perduran en el tiempo. Muy escasas, después de todo (motivos varios).
Supongo que escritor y lector son una combinación en la distancia.
Después de todo la lectura no es más que un ocio. Entre tantos otros (de aquí mi no crítica y alusión a lo comercial, a la cadena).

Cuando fui a leer en papel (recomendada) por primera vez la obra “Los cachorros” (Vargas Llosa), recuerdo que fui incapaz de hacerlo. Años luz, je. Encontré la escritura enmarañada, enrevesada, quizás (eso lo digo hoy), porque no estaba acostumbrada a su estructura ni a la forma de la misma. A los meses, quizás año, seguro que por falta de otra lectura, volvió a mis manos, y mira qué sorpresa, no fue que me impactara (lo que más), pero me agradó bastante. La disfruté. Es lo único que podría decirle a un escritor que nos ofrece y “regala” una recreación de la condición humana: gracias.
Un gusto, Ohm.

Hola Rosa.

Muchas veces yo soy mi peor crítico. Si te contara de los incontables escritos que nunca vieron la luz debido a mi perfeccionamiento. Abandoné más de una idea y empecé a escribir decenas de ideas que no he terminado porque no me ha gustado como van.

Y tengo esta, incompleta, con el final claro pero el camino oscuro.

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He leído que la primera herramienta de un escritor es la papelera (o similar), vaya por donde, hoy es un simple clic. Sí, en eso estamos.
Olvídela una temporada, quizá vuelva a tener su momento…
La verdad, es bastante visual, y por lo que deduzco de los dos párrafos finales del tercer capítulo son recuerdos desde una vida de matrimonio más adulta.
me pregunto, ¿no habrá cortado usted la historia con explicaciones?

No entiendo bien a qué te refieres con cortar la historia con explicaciones. Podrías agregar más a esto, por favor.

Bien. Lo haré en otro momento, sí. Ahora tengo que salir.

Aquí concluye el relato erótico. Completo.

Estos dos párrafos son los que mencioné. En relación con la lectura anterior me resultaron fuera de lugar. Mal redactados, de forma precipitada, como si los hubiese escrito otras manos. Ni qué decir.
Cuando usted mencionó esto:

Por lo fuera de lugar que leí los dos últimos párrafos le hice la pregunta:

¿Un salto a la escritura de autoayuda? Una broma, o por soltar hilo…
Quizá de ahí, dijo usted esto:

Acabo con que no es de buen gusto invitar a leer un texto erótico.
No me extraña que sea su peor crítico. Comercial entre los comerciales.
Hasta aquí.

Pues sí Rosa. Esta historia está en sus plenos inicios y este se podría decir es el primer borrador de la tercera o cuarta vez que la escribo de nuevo por completo. A diferencia de otros escritos que tengo ya bien pensados.

Tu crítica me ayuda mucho y me deja ver mis errores.

Está incompleta porque no me he puesto a la tarea de continuarla porque me siento atorado. Quizás la reescriba una vez más.

Gracias por pasar a comentar.