2. Luz Oscura
El Ala Azul surcaba el cielo nocturno, bañado por la característica tonalidad del astro eterno. La luz se filtraba a través de las pequeñas ventanas, ofreciendo a Leezah una vista perfecta de los cuatro muros que aislaban a Mathria del exterior, un lugar desolado donde un espeso mar de sombras se perdía en el horizonte.
Dentro de la nave, la soldado ajustó las correas de su chaleco, asegurándose de que todo estuviera listo para la acción. Mientras contemplaba el paisaje de acero y piedra, su mente vagaba hacia los recuerdos de su infancia en el Distrito Elevado. Recordó las tardes soleadas en los jardines de la familia, una vida de privilegios y protección. Pero esas memorias ahora eran un contraste cruel con la realidad en la que vivía.
Observó a su alrededor, evaluando a sus compañeros: Marcus, el teniente del grupo, revisaba una vez más el informe de situación en su visor táctico. Willem, serio y distante, comprobaba una a una cada pieza de su equipo de combate. Elena, siempre pragmática, discutía en voz baja la estrategia con Rorik, cuyos ojos mostraban preocupación y resolución.
Marcus, pasando los dedos por la cicatriz de su mejilla, llamó la atención con una voz firme y autoritaria. Años de servicio le habían enseñado a no mostrar debilidad, pero la imperfecta piel de su cara revelaba la verdad: una historia de batallas ganadas y perdidas.
—¿Todo el mundo tiene claro el objetivo?
Rorik jugueteó con el brazalete de cuero que siempre llevaba, un símbolo de un pasado familiar marcado por el dolor.
—Como el agua, jefe —respondió con tono desenfadado.
Elena, molesta por la interrupción de su charla, aportó su particular visión del cometido que tenían por delante.
—Solo les importa los medicamentos, ¿verdad? Les da igual las personas. ¿Qué coño? Nosotros les damos igual.
—La prioridad es garantizar las líneas de abastecimiento —dijo Marcus, tajante—. Todo lo demás es secundario.
Willem afinaba su arma, su semblante una máscara de concentración. Cada movimiento era exacto, meticuloso, un ritual que lo mantenía enfocado. La mención de Luz Oscura siempre hacía que sus ojos se oscurecieran, aunque su expresión permaneciera inmutable.
—Esa gente… los operarios del centro de distribución, son los que lo hacen funcionar. Si no garantizamos su seguridad, nada de esto tiene sentido.
—Las instrucciones son claras, Willem —insistió el oficial al cargo—. Entramos y eliminamos la amenaza. El personal es reemplazable; los lotes de productos, no.
Leezah sintió un escalofrío recorrer su cuello al escuchar las palabras del teniente. Normalmente, habría intervenido ante tanta crudeza, pero esta vez calló. Sabía que cuestionar abiertamente el propósito de la misión podría erosionar la frágil confianza que apenas empezaban a depositar en ella. Tenía que demostrar su lealtad antes de poder expresar sus dudas.
—¡Ahora hablamos en serio! —exclamó Rorik—. ¿Ya ni siquiera nos escondemos?
Marcus lo fulminó con la mirada.
—Si tienes alguna objeción, el comandante Alaric te recibirá con los brazos abiertos en su despacho de la Torre. Ve y exprésale tus inquietudes.
Leezah luchó por controlar sus pulsaciones mientras la quietud se adueñaba del resto del trayecto. Cuando la nave comenzó el descenso, observó el Distrito Llano desplegarse bajo ellos: la extensa y bulliciosa zona situada en la base de la gran meseta, un intrincado laberinto de calles de piedra, ladrillo y acero, con un entramado de pasarelas metálicas que conectaban con el Distrito Elevado. Desde las alturas, Mathria revelaba su dualidad: un lugar donde los avances tecnológicos brillaban en medio de la decadencia social. Aquí, el progreso coexistía con la miseria, mostrando un crudo reflejo de la humanidad que habitaba en ese lugar.
El agente Rorik, en un intento de desviar la atención tras el desplante del teniente, intentó sacarle unas palabras a Leezah, que hasta ahora se había mantenido al margen.
—Oye, te llamas Leezah, ¿no? —indagó—. Aún no nos has contado cómo le quitaste el puesto a Álex. Llevaba años con nosotros, nos compenetrábamos a la perfección, ¿verdad, chicos?
El resto del grupo hizo caso omiso, pero eso no impidió que prosiguiera su particular monólogo con preguntas que no obtenían respuesta.
—Ahora que lo pienso, ¿no tenía el todopoderoso comandante de Sombra Azul una hija con el mismo nombre? —ironizó con una sonora carcajada.
Ella apretó con fuerza los dedos contra la palma de sus manos, conteniendo su agitada respiración momentos antes de defenderse del malintencionado comentario.
—Confío en mis capacidades. ¿Puedo confiar en las tuyas? —le respondió, retándolo con dureza.
Elena y Willem observaban la escena con una disimulada sonrisa, escondiendo complicidad en sus miradas. Rorik, por su parte, hizo como que ajustaba su cinturón. Marcus interrumpió el tenso momento sin dar tiempo a ninguna réplica más.
—Preparados para el aterrizaje.
El pelotón al completo desabrochó sus correas de seguridad y recogió su equipo de combate. Willem, con gesto decidido, fue el primero en ponerse en pie y situarse frente a la puerta de salida. Mientras tanto, el teniente dio las últimas instrucciones.
—No sabemos con exactitud a cuantos nos enfrentamos, pero han tomado el control del almacén. No os confiéis.
—¿Cómo se las ha apañado Luz Oscura para hacer frente a los de Seguridad Interna? —cuestionó Elena con una ligera muestra de preocupación—. No es que se nos puedan comparar, pero cabría esperar que hubieran contenido el ataque.
Willem, sin alterar lo más mínimo su sobria expresión, afinaba su arma con una precisión casi mecánica.
—Los oscuros están aprendiendo —dijo, su voz cargada de experiencia—. Sus fusiles cada vez son más precisos y sus hojas ya no están tan oxidadas. Lo que nació como disturbios sin importancia se ha convertido en un asunto serio. De lo contrario, no estaríamos aquí.
Leezah observó a Willem con respeto y curiosidad. Había escuchado rumores sobre su origen: si era cierto que se había criado en los Muros, eso le ofrecería una comprensión íntima de la desesperación que podía llevar a aquella gente a situaciones límite. También notó cómo Elena intercambiaba una mirada con Rorik, un gesto silencioso que revelaba su creciente inquietud. Todo ello le llevó a reflexionar sobre la formación del grupo radical.
Luz Oscura había surgido de la desesperación y la agonía de los habitantes de los Muros. En ese lugar, la esperanza era un lujo que pocos podían permitirse. La escasez de medicinas y recursos básicos transformó a hombres, mujeres, ancianos y niños, en guerreros dispuestos a todo por su supervivencia. Sus líderes no solo buscaban justicia; querían asegurar un futuro para sus familias, uno donde no tuvieran que elegir entre morir de hambre o de enfermedad. Sus acciones, aunque extremas, eran un grito de auxilio en un mundo que los había olvidado.
El oficial al mando posó la nave en una zona cercana al depósito con una delicadeza que chocaba con su ruda manera de pensar. Antes de abrir la escotilla, observó a Leezah, con la cual aún no había intercambiado palabra.
—Ser la hija del jefe debe tener sus ventajas —comentó Marcus, con un toque de resentimiento en su voz—. Aun así, cualquier viento a favor es bienvenido. Si tienes algo más que decirnos, es ahora o nunca.
Leezah devolvió la mirada al líder, que mantenía un porte firme.
—No estoy al tanto de sus nuevas tácticas, si a eso se refiere, teniente —aseguró con decisión—. Pero sí sé lo que les mueve.
—No me digas, ¿el qué? —preguntó Rorik, buscando complicidad con el resto mientras sacaba a relucir su sonrisilla habitual.
—La justicia —sentenció ella—. Si tu familia se estuviera muriendo, también intentarías robar las medicinas de BlueTech. Luz Oscura nació en el Distrito de los Muros. Todo lo que hacen, lo hacen por y para su gente. Matarían por ellos; y morirían por ellos.
Sus palabras cayeron como una pesada losa en el estrecho receptáculo. El zumbido constante de los motores del Ala Azul disminuyó gradualmente hasta desaparecer, reemplazado por el estruendo de los engranajes de la rampa desplegándose. El aire fresco y cargado de la ciudad envolvió a Leezah mientras descendía, sus botas resonando contra el pavimento. El centro de distribución se erigía imponente frente a ellos, sus luces brillando a través de la neblina nocturna.
Toda la zona se encontraba acordonada bajo un perímetro dispuesto por la Unidad de Seguridad Interna de Sombra Azul, la división encargada de mantener el orden y la seguridad en la metrópoli. Multitud de fuerzas policiales se congregaban en los alrededores, esperando la aparición de la Unidad de Operaciones Especiales. Los civiles atestaban las calles cercanas en un intento por ver lo que estaba ocurriendo. Marcus se dirigió al operativo que parecía estar al mando y, casi sin mediar palabra, consiguió acceso al interior del edificio.
Este era un complejo búnker de oscuros pasillos con escasos focos parpadeando y estantes llenos de suministros médicos. Los visores de realidad aumentada que portaban proyectaban información táctica en tiempo real mientras avanzaban. Cada paso era calculado, cada movimiento preciso. Las armaduras negras mate absorbían la poca luz presente, haciendo que los operativos se mezclaran con las sombras. El lugar era un caos, reflejo de la batalla que hubo por el control de la instalación.
Mientras avanzaban por la larga pasarela central, cada miembro de la unidad revisaba las habitaciones contiguas en busca de los criminales o del personal. Leezah se desvió por una de ellas y, al entrar, su estómago dio un vuelco. Observó a varios trabajadores esparcidos por el suelo; sin embargo, no presenció signos de violencia. Se acercó con cautela a los cuerpos para comprobar sus constantes vitales; para su tranquilidad, se encontraban inconscientes. A los pocos segundos, empezó a sentir mareo y una enorme pesadez en sus párpados.
Valiéndose de sus instintos, bajó con premura la visera de su casco y empezó a respirar a través de él. Luego, escaneó el ambiente en busca de algún compuesto extraño. Efectivamente, Luz Oscura había impregnado el lugar de algún tipo de somnífero. Cuando volvió a ser ella misma, advirtió a su grupo.
—Equipad respiradores —dijo con firmeza a través de su resonador—. Hay alguna sustancia en el aire, llevará un tiempo analizarla, pero aquí hay gente inconsciente. Estad alerta.
Cuando abandonó la habitación, se reunió con los demás en la sala redonda al final del pasillo. Desde allí se bifurcaban varios corredores en múltiples direcciones. El lugar respiraba una falsa calma, que se rompió cuando un estruendo resonó en el ambiente. La unidad se agachó instintivamente, pero el humo denso los confundió, haciéndoles perder visibilidad. Estaban en un aprieto, pues los enemigos podían aparecer prácticamente desde cualquier posición.
Se dispusieron en formación, espalda con espalda, intentando abarcar la mayor cantidad de trayectorias posibles. Los cinco se prepararon para abrir fuego, con el sonido de sus respiraciones aceleradas llenando el aire. Esperaban el inminente ataque, pero algo no fue según lo esperado.
—¡Las armas no responden! —advirtió el oficial al mando.
Leezah manipuló su rifle, comprobando que Marcus no mentía. Su ingenio se puso en marcha rápidamente, buscando aclarar la compleja situación en la que se encontraban.
—¡¿Cómo cojones lo han hecho?! —gritó Rorik, incapaz de creer que Luz Oscura dispusiera de tecnología tan avanzada. El pánico en su voz era evidente, algo que no esperaba sentir esa noche.
—Debe haber sido una granada de pulso. Ha interferido con la resonancia de los fusiles, estamos sin energía —aclaró ella, frunciendo el ceño mientras buscaba una solución.
El jefe de escuadrón tomó el mando de la situación y dio nuevas órdenes.
—Replegaos, retrocedemos al pasillo. Elena, Rorik, cubrid la retaguardia. Willem, Leezah, conmigo, vista al frente. Activad visores térmicos. Pasamos a ataque cuerpo a cuerpo.
Cada miembro del grupo se movió con precisión para tomar posiciones, protegiéndose tras las escasas coberturas que ofrecía el lugar y blandiendo sus emblemáticas armas, reservadas para la Unidad de Operaciones Especiales o para altos cargos de la organización.
Leezah se agazapó detrás de un pequeño armario metálico tirado en el suelo. Llenando sus pulmones de aire, apretó con fuerza el mango de su Lámina Azura. El brillo azulado iluminó su decidido rostro cuando activó la hoja retráctil, que emitió un suave zumbido perceptible solo para ella y sus cuatro compañeros. No había armadura o escudo que impidiera su paso; solo otra Lámina podía hacerlo.
—¿Puedo fiarme de ti? —le inquirió el superior, clavando su mirada en ella.
—Si tienes dudas, este no es el mejor momento para discutirlo —respondió sin vacilar.
—En posición —replicó él de nuevo, su voz firme rompiendo el silencio tenso del almacén.
El resto del grupo activó sus hojas. El humo se tiñó de una tonalidad azul eléctrico, creando un espectáculo inquietante en el espacio sombrío. A través de la bruma, las figuras de los criminales comenzaron a vislumbrarse, avanzando lentamente hacia su posición. Vestían uniformes desgastados y equipamiento militar desmejorado, con cascos y armaduras que habían visto días mejores.
El que parecía ser el líder del comando tomó la iniciativa, apuntando con su fusil al pelotón de Sombra Azul. Sin previo aviso, Leezah dio un paso al frente. En su visor táctico, aparecieron rápidamente un total de nueve personas. Situó su arma en vertical sobre su torso, el brillo añil reflejándose en sus ojos decididos, e intentó dialogar con el líder de los oscuros.
—Será mejor para ti si te rindes. No puedes ganar —dijo, confiada plenamente de su entrenamiento superior. Examinó al hombre, buscando cualquier signo de debilidad en él. No lo encontró.
El oscuro abrió fuego, pero las balas salieron desviadas por una fuerza magnética. Por su puesto, el rudimentario armamento tampoco podría haber atravesado las armaduras de las fuerzas especiales, aunque siempre era molesto sentir el impacto. Leezah avanzó un paso más, inclinando ligeramente su hoja, dejando ver su incisiva mirada.
—Te lo advertí —susurró ella, haciendo un sutil movimiento con su brazo.
Los sombras azules se abalanzaron sobre los enemigos con la precisión de un torbellino desbocado. Leezah, liderando el ataque, centró su atención en el líder del grupo oscuro. Con un movimiento rápido y calculado, su Lámina Azura atravesó la armadura rival como si fuera papel, el filo azul resplandeciendo momentáneamente en rojo intenso. La mirada del cabecilla se apagó antes de que pudiera reaccionar, cayendo pesadamente al suelo.
El caos se desató en la instalación. El equipo se movía como una unidad perfectamente coordinada. Willem, siempre preciso, utilizó su Lámina para desviar un ataque antes de girar y desarmar a otro atacante con un golpe limpio que cercenó sus muñecas. Elena y Rorik se cubrían mutuamente, avanzando paso a paso, cortando y bloqueando con una sincronización impecable a varios de sus oponentes. Marcus se lanzó contra tres enemigos con una brutalidad desmedida. Primero, giró su Lámina Azura en un amplio arco, cortando a través de la armadura del primer rival y dejándolo caer al suelo. Sin perder el ritmo, esquivó el ataque del segundo y contraatacó con una estocada precisa al pecho. El tercero intentó retroceder, pero Marcus lo agarró por el cuello y lo estrelló contra una pared, terminando con un golpe final que atravesó su espalda. Su enseñamiento abrumó a Leezah momentáneamente.
De repente, notó un destello a su derecha. Un joven de rostro demacrado se abalanzaba hacia ella, blandiendo un cuchillo mellado. Con un giro elegante, Leezah esquivó el ataque y contraatacó, su filo trazando un movimiento preciso que cortó profundamente en el costado del joven. El cuchillo resonó al caer lejos de su alcance, y el muchacho se desplomó al suelo, jadeando de dolor.
El último miembro de Luz Oscura, desesperado y acorralado, lanzó una granada hacia el grupo con un grito de furia. Leezah, con los sentidos en alerta máxima, reaccionó en una fracción de segundo. Extendió su Lámina Azura, que vibró con energía desviando el proyectil hacia una esquina apartada. La explosión resonó, sacudiendo los cimientos y levantando una densa nube de polvo y escombros. El eco del estallido aún retumbaba en el aire cuando los sombras azules emergieron ilesos, sus siluetas apenas visibles a través del humo, listos para terminar el trabajo.
La batalla se prolongó solo unos segundos más. Pronto, todos los cuerpos de los oscuros yacían esparcidos por el suelo, sus armas abandonadas junto a ellos. Leezah bajó su Lámina, el resplandor desvaneciéndose gradualmente.
—Área asegurada —anunció, su voz serena contrastando con la reciente violencia.
—Falta uno —corrigió Willem, señalando el rastro de sangre dejado por el oscuro que había intentado huir.
Leezah lo rastreó hasta dar con el joven que ella misma había herido. El grupo al completo la siguió, y pronto lo encontraron arrinconado en una esquina de la sala contigua. Marcus se plantó ante él, decidido a finalizar la misión. Llevó su mano a la Lámina para darle fin, pero Elena lo interrumpió.
—¡Mierda, Marcus, solo es un niño! —lamentó Elena, exaltada.
—Es un enemigo —sentenció él, extendiendo su hoja hacia el cuello del chico.
El resto del equipo observaba expectante. Rorik y Elena mostraban un evidente nerviosismo, mientras que Willem miraba a un punto fijo en silencio, con una cierta resignación en su expresión. Entonces, Leezah intervino.
—Deberíamos interrogarlo primero.
El teniente se giró hacia ella, sorprendido. Nada parecía capaz de parar su decisión, pero en ese instante escuchó lo que tenía que decir.
—Todo tuyo —dijo, bajando su arma.
Los cuatro sombras azules retrocedieron unos pasos, dejándola sola cara a cara frente al joven oscuro, que lloraba desconsoladamente, aguardando su inevitable final.
—¿Cómo te llamas?
El joven temblaba de miedo, sus manos empapadas en sangre de una herida que pronto acabaría con su vida.
—Me llamo Luz Oscura —murmuró el chico sin ser capaz de ocultar su creciente temor.
—¿Qué edad tienes? —preguntó ella con un tono relativamente cálido.
—La suficiente.
—Verás… —dijo Leezah, agachándose frente a él—. No pinta bien para ti, pero podemos ayudarte. Danos algo y te sacaré de aquí.
Por un instante, el pánico que habitaba en la mirada del joven se transformó en fuego. Sus cejas se endurecieron e intentó enderezarse, pero el dolor se lo impidió. Aun así, fue capaz de expresar la rabia que sentía en su interior.
—Prefiero morir a ayudar a BlueTech.
Leezah sabía que no lograría obtener información valiosa del muchacho, pero necesitaba una manera de convencer al teniente Marcus de perdonarle la vida. Su esperanza residía en negociar algún tipo de intercambio.
—Dime cuáles son los siguientes pasos de tu líder, y te sacaré de esta. Podrás empezar de cero, nadie sabrá que estuviste aquí.
El joven oscuro apoyó la cabeza contra la pared que tenía a su espalda y cerró los ojos, apretando sus puños con las últimas fuerzas que le quedaban. Tras unos momentos, abrió los ojos y miró a Leezah con una determinación férrea.
—Haz lo que tengas que hacer —concluyó.
Leezah apretó los labios. Su mano temblaba ligeramente mientras se acercaba al joven. Había sentido una conexión con él, entendía las motivaciones de sus actos, en cierta forma las compartía. Ella veía la injusticia en aquellos que ejercían el poder en la ciudad, abusando de su autoridad y recursos para favorecer a unos pocos. La mayoría, como el joven, sufrían un destino peor que la muerte: vivir en constante sufrimiento.
Su vida, en cambio, había sido privilegiada, creciendo en el Distrito Elevado, en lo alto de la meseta central de Mathria. Pero esa vida también era una prisión dorada de la que no podía escapar, como un tren sobre raíles. Había cometido errores en el pasado, buscando romper las cadenas de su existencia predestinada, pero la influencia de su familia y de BlueTech era una sombra ineludible. Cada vez que levantaba su Lámina por ellos, una punzada de duda se clavaba en su alma, dejándole una cicatriz imborrable.
Los rostros de los que luchaban por sobrevivir la hacían dudar antes de cada ataque. ¿Estaba realmente del lado correcto? ¿Eran justificables sus actos para traer orden? Las preguntas se amontonaban en su cabeza mientras sentía la misma desesperación que reflejaban los ojos del oscuro.
La lucha interna entre su lealtad a Sombra Azul y su comprensión de los motivos de Luz Oscura era un peso constante en su mente. Se sentía dividida. En su corazón, sabía que había verdad en la causa de los rebeldes. Habían sido olvidados, abandonados para luchar por su supervivencia en los Muros, mientras ella había vivido una vida de comodidad y seguridad. Pero ahora, era parte de una fuerza que tenía que mantener el orden, incluso si eso significaba enfrentarse a aquellos que buscaban justicia.
Se giró buscando una chispa de compasión en los ojos del teniente, pero la mirada fría que le devolvió hizo que sobraran las palabras. Las órdenes eran claras: eliminar la amenaza y asegurar los suministros. Sabía que cuestionar a Marcus podría poner en riesgo su posición, pero ignorar sus propias convicciones también tenía un costo; y esa noche, Leezah pagó el precio.
Los ojos del chico reflejaron aquel destello añil por última vez antes de apagarse. El silencio en la sala era sepulcral, solo roto por el leve zumbido de la hoja que había usado para acabar el trabajo.
La voz del teniente Marcus rompió la calma.
—Hemos terminado. Willem, avisa a los de Seguridad Interna, nos vamos.
Las pisadas de sus compañeros resonaban en el edificio, cada vez más distante. Leezah sabía que tendría que tomar una decisión pronto, una que definiría su futuro. Con un último vistazo al joven caído, se giró y siguió a su equipo, pero la semilla de la duda había sido plantada. La luz de su Lámina brillaba tenuemente, reflejando su tormento.
Al salir al exterior, detuvo su mirada en la Gran Azul que presidía el cielo nocturno. Observándola fijamente, comprendió que la verdadera batalla apenas comenzaba, no solo en las calles de Mathria, sino también dentro de su propio ser.