Al amanecer del 9 de mayo, hacia la cabaña del lago.
Raquel - Con la lluvia enfriando su cuerpo.
Una estrella fugaz caía del cielo y todos la ignoraron.
La luna llena se veía aún, posando como un faro sobre el verde prado, ocultándose de La Esperanza, aquel pueblo pequeño y semi vacío. Lleno de animales salvajes y pastos, con granjas más grandes que estadios y otras tan pequeñas como una celda en donde los prisioneros cultivaban su propia hambre, pues el frío había acabado con decenas de cosechas y asesinado a animales y personas por doquier. En cambio, en la parte alta del pueblo, alrededor del puerto, el frío no se sentía.
A las afueras del pueblo el motor del viejo Camaro 89 gritaba como un hombre cayendo por un acantilado a medida que Billy se rehusaba a dejar de pisar el acelerador en la única carretera que los conectaba a la civilización, aunque fuera una vía de varias decenas de kilómetros.
Tras ellos a lo lejos en el Ford Fiesta estaba Raquel con su novio.
—¡Están locos!— - Exclamó Harry golpeando el timón.
—Tú estás más loco si crees que lo vas a alcanzar en esta carcacha vieja. No me cambies el tema— - Le hizo saber Raquel cruzándose de brazos.
El corazón de Raquel empezó a temblar como cada vez que lo veía enojarse, pero ella se había prometido así misma que tenerle miedo y ser sumisa no ayudaba, sólo la hacía más débil. Sin embargo, al terminar de hablar y desviar la mirada su labio se sacudía. Harry se rascó la mejilla justo donde tenía la cicatriz que le había dejado su padre. Llevaba una barba enredada y descuidada, como un ermitaño, y su largo cabello castaño parecía brillar con los primeros rayos del sol. Harry llevaba una chaqueta de cuero negra que nunca lavaba. Levantó las manos del volante por un segundo para volver a golpearlo con fuerza. Creyó que el anillo de oro que su mamá le había regalado se le iba a salir por un momento.
—Te encantaría que vendiera este auto ¿No es así?—
—Nada me haría más feliz. — Dijo Raquel cruzándose de brazos.
Raquel era algunos años menor que él, pero se veía mayor debido a su contextura. La muchacha de ojos negros había sido sin duda muy bella, pero sin cambiar sus hábitos alimenticios la talla creciente de sus pantalones le recordaba que pronto cumpliría treinta.
—Prometiste que ibas a cambiar. — - Continuó Raquel.
—No he dicho nada. Cállate antes de que me hagas enojar. —
—¿Ahora es mi culpa?—
—Sólo quiero ir al maldito lago contigo. Me pareció bien invitar a mi prima Ana, quien no sabía que estaba saliendo con Billy. —
La voz del hombre con barba de ermitaño se hacía más alta, lo que obligaba a Raquel a aparentar estar enojada. Su corazón se empezaba a acelerar, pero él ya había prometido que no lo volvería a hacer, así que siguió:
—Mejor detén el auto. Yo me bajo aquí. Ve con tu prima y su ‘novio’. Como si creyera que ese pelele, don nadie, está saliendo con ella. —
Harry se recostó en su asiento con el propósito de no decir nada durante el resto del trayecto.
Es el momento para hacer silencio. No es el momento de sacar del pecho todo lo que a una chica le pasa por la mente. - Pensó Raquel.
—¿Te acostaste con ella? ¿Eh? ¿Por qué no respondes? ¿Te tengo que recordar que es la cabaña de mi abuelo a la que vamos? En otras palabras, me pertenece y cuando te digo que quiero que vayamos SOLOS a un lugar no te tienes que poner a invitar a tus amiguitas. Responde. ¿Te acostaste con tu ‘primita’?—
—Ya quisiera…—
—¿Qué se supone que significa eso?—
Harry lanzó una maldición.
—Te gusta la flacuchenta esa…—
Harry miró a Raquel y de nuevo a la carretera.
—Como siempre que tengo razón, te quedas callado. —
—Si me hubiera acostado con ella no me molestaría decírtelo. Pero no, tienes que inventarte cosas. —
—Ahora me llamas loca. —
—No te he llamado loca. —
—Dijiste que me estoy inventando cosas. Eso es llamarme loca. —
Harry trató de tararear una canción.
—Sé por qué lo dices, ella es linda y es más joven. —
Harry trató de mirar el paisaje, vio unas nubes oscuras en el borde del horizonte.
—En cambio, yo estoy gorda. Si tanto te gusta ¿Por qué no te vas con ella?—
Harry suspiró con fuerza.
—Eres tan poco hombre…—
El cinturón evitó que salieran por la ventana al frenar bruscamente. Harry estrelló su palma contra la mejilla de Raquel haciendo que volteara su cara hacia el otro lado. Después de la cachetada el silencio reinó. Raquel sujetó el crucifijo de plata que llevaba colgando del cuello. Una lágrima salió en silencio. El dolor físico era superado por el hecho de recibir tal trato del hombre al que amaba. Le dolía más el acto de la cachetada que su mejilla.
—Lo siento. ¿Por qué me haces hacer esto? ¿Por qué me obligas a ser el malo? Yo no quiero ser el malo. Tú me obligas. —
Raquel temblaba. Harry tomó una bocanada de aire y susurró algo. Se veía rojo. Miró a Raquel a los ojos.
—No lo volveré a hacer. Te lo prometo. —
Se besaron, se secaron las lágrimas y siguieron en silencio. Nada ha pasado. Se repetía Raquel mientras sobaba su mejilla. Ella se cruzó de brazos y alejó su mirada, recordando su niñez, a su padre y a su abuelo, evocando la misma ruta en la buena época cuando la vía se inundaba de vehículos.
Su abuelo le prometió que le regalaría la cabaña cuando ella se lo pidió. Su padre, como siempre, se emborrachó y cuando su madre le reclamó estalló en ira con los puños en frente de su hija. ¿Qué puede hacer una niña de seis años? Cuando la niña lloraba sin consuelo, su madre la abrazó repitiendo: Nada ha pasado.
Harry puso el auto en marcha. El Camaro los esperaba a un costado de la vía en la desviación después de quince minutos de silencio.
Salieron de la carretera por un camino destapado. Había un riachuelo que atravesaba la vía, la única ruta era pasar el desnivel de unos metros de ancho por el cual una débil corriente de agua había ablandado la tierra. Billy se bajó de su vehículo y tuvo que meter piedras y palos para llegar a la otra orilla. En cambio, el auto de Harry pasó sin problemas por la ruta creada.
Al llegar a la cabaña del lago de su abuelo Raquel no pudo contener las lágrimas y colapsó. Harry la abrazó.
—Esta es la última vez que pasa. Te lo prometo. —
Seguido de otro beso. Raquel se quedó en el auto. Harry no la miró al hablar.
—Si quieres…—
—Esta es la última vez que pasa. — - Le interrumpió Raquel.
Los chicos se habían bajado corriendo del auto. Ana y Billy estaban a orillas del lago.
La risa incontrolable de Ana se escuchaba sobre los sonidos de la naturaleza. Su cabello dorado se agitaba con la fuerte brisa. Su cara en forma de corazón esbozaba una sonrisa de plenitud. La hermosa chica tenía un lunar en la mejilla cerca a la boca que parecía relucir al mostrar su sonrisa perfecta.
Su novio no disimuló al verla, pues la joven belleza vestía como una perra en celo. Puede que apreciara sus piernas bronceadas, largas y delgadas como madera tallada. El muy descarado no respetaba tener a su novia al frente y se le corría la baba al ver a otra con detenimiento. ¿Por qué todos los hombres son así? ¿Por qué tienen que mirar a otra mujer porque sea más joven? Tenía ganas de pegarle en las costillas, pero se sintió sin fuerzas para discutir. En cambio, Billy, el chico que la llevaba del brazo, era bastante delgado, casi esquelético, parecía la sombra de un hombre. De cabello oscuro, sin barba ni bigote, un pelele. Al verlo sonreír provocaba darle un puño. Ambos reían como un par de idiotas. En unos años estarían en su lugar, odiándose como pareja el uno al otro. Eso si lograban estar juntos lo suficiente.
La cabaña era una pocilga vieja y descuidada que le había heredado su abuelo. No había vuelto desde que había muerto. Antes de morir le contó cómo la había hecho con sus propias manos usando los árboles alrededor.
Raquel se quedó en el auto mientras Harry sacaba las cosas. Unas velas, un cilindro de gas, la comida. Lo vio tropezar con uno de los tres peldaños que formaban la escalera de madera y la tabla se levantó. Harry buscó con la mirada a su novia quien le dedicó una sonrisa. El ermitaño dejó la tabla mal puesta debido a que llevaba las manos ocupadas.
La joven pareja se acercó.
—Se ve vieja. — - Aportó la perrita en celo.
El esqueleto de su novio le dijo algo al oído y ella volteó a ver a Raquel, que seguía en el auto. Luego la joven hizo como si fuera a hablarle de regreso en secreto, pero habló muy alto.
—No me vuelvas a corregir así, ¿Queda claro?—
La satisfacción llenó la sonrisa de Raquel al oír aquella frase.
Sabía que era una desgraciada.
Al bajarse del vehículo Raquel notó que la tierra escondía rocas, algunas peligrosas a la vista, muy fáciles de tropezar. Otras de color oscuro, el mismo color de la tierra a su alrededor.
Detrás del vehículo el animal la esperaba. Se había acercado en silencio, esperando pacientemente. Se escondió bajo el automóvil y se activó al escuchar la puerta abrirse. Agachó la cabeza y saltó sobre Raquel, a quien no le dio tiempo de reaccionar. Raquel gritó en el suelo, presa de la sorpresa tremenda que le daba aquel perro demasiado juguetón. El animal criollo de orejas grandes movía la cola de una manera amigable. Raquel se quedó sin voz al rememorar su niñez.
—¿Canelo?—
El dulce animal de pelaje color canela movió su cola aún más rápido y se acercó a sobar a su vieja amiga. Ella secundó la acción al acariciar al animal con la misma alegría.
—¡Te va a pegar las pulgas! ¡Quítese!— – Exclamó Harry, quien había vuelto por las cosas que faltaban.
—Mi abuelo lo llamaba Canelo. Pensé que ya no vivía por aquí. Debe haber una granja cerca. ¿Tienes hambre?—
—Sí—
—Le hablaba al perro. —
El techo a dos aguas estaba lleno de hojas secas. Al abrir cada una de las puertas, sintió el chirrido de las bisagras. Buscó entre las bolsas que había llevado Harry y le sacó un par de lonchas de jamón.
Raquel le explicó a sus invitados de la única habitación, la cocina y el deficiente baño hecho sólo para hacer del uno. Les dijo de las colchonetas que usarían para dormir junto a la cocina.
Canelo levantó las orejas y Raquel lo determinó de inmediato. Antes de que pudiera decir nada el perro empezó a ladrar como loco. Miraba hacia la pared que dividía la cocina del exterior. Debe ser algún animal. Pero el perro continuaba con el pelaje del cuello erizado. Ladraba y ladraba con insistencia. Raquel salió a mirar y no notó nada extraño. Trató de tomar al perro y calmarlo, pero el can seguía firme, dispuesto a no moverse en medio de su humana y la pared. Los ladridos hicieron eco en el pecho de Raquel, quien empezó a impacientarse. El perro chilló cuando Harry le dio una patada. Salió corriendo fuera de la casa y nunca más volvió.
Al ver al perro huir despavorido vio, con el resquicio del ojo, una sombra pasar a su lado. Al voltear no había nada. Quizás sólo había sido un invento de su cabeza.
—¡No tenías que pegarle a mi perro!—
—¿Tú perro?—
Harry la miraba con el ceño fruncido.
Tú no has tenido un perro desde que te conozco hace 3 años. - Pensó Harry, de seguro.
Pero al medir el tiempo hubo algo más que no cuadraba en su cabeza.
—Sí, era mi perro cuando era una niña y jugaba aquí en esta cabaña. —
En el fondo ella sabía que no era posible. Pero quería creer que sí lo era.
Al día siguiente la policía llegaría por una llamada hecha del celular de Ana y la escena sangrienta de aquella cabaña marcaría la vida de todos los involucrados