3. SUEÑOS Y MITOS
Emrys despertó naufragando en un mar de tinieblas. Su cuerpo estaba bañado en sudor frío, sus músculos tan tensos que lo mantenían paralizado. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos como tambores lejanos; cada respiración era un esfuerzo doloroso que desgarraba el aire en su garganta. Frente a él, los cadáveres formaban una grotesca montaña de carne seca y vacía, sin sangre. Emrys avanzaba hacia ella, no por voluntad propia. El olor penetrante de la muerte inundaba sus fosas nasales, un aroma acre y nauseabundo que parecía impregnarse en su piel y ropa, haciéndolo sentir sucio y contaminado. Un escalofrío recorrió su espalda, y se abrazó a sí mismo, tratando de alejar el frío que se aferraba a él. Sus piernas temblaban tanto que perdió el equilibrio. En el suelo, oculta tras la espesura negra, la fría roca rasgó la piel de sus antebrazos. Las heridas eran profundas, pero no sintió dolor alguno. Tampoco brotó ni una gota de sangre.
Alzó de nuevo la vista hacia los muertos, observando cada detalle: las pieles descoloridas y resecas, las cuencas carentes de ojos que solían ver el mundo, clavándose en él con una acusación muda; las bocas abiertas en un grito ahogado. La penumbra, densa y palpable, se deslizaba entre los cuerpos susurrando palabras ininteligibles que ahondaban en lo más profundo de su mente, como un eco de un miedo ancestral que no podía comprender. Cerró los ojos, apretándolos con toda la fuerza que era capaz de ejercer, pero algo superior a él hizo que los abriera de nuevo. La oscuridad primigenia siempre estaba presente, acompañada de un silencio tan puro que le hacía pensar que había llegado su fin. Eso lo arreglaría todo, pensó, al tiempo que su cuerpo y mente se reactivaban.
Poco a poco, la luz y el ruido inundaron sus sentidos. Las imágenes aterradoras aún lo perseguían, provocándole una constante sensación de inquietud y urgencia. Cada noche, los rostros de los muertos llenaban su cabeza de un terror persistente que no desaparecía con el cerúleo amanecer. Emrys sabía que eran algo más que simples sueños, y necesitaba descubrir el qué. Pero una parte de él, pequeña y acallada, se preguntaba si estas visiones eran el reflejo de una mente agotada.
Se levantó de la cama con movimientos lentos y pesados. Caminó hacia la ventana y la abrió, dejando que la brisa matutina llenara la habitación. El aire fresco le proporcionó un alivio momentáneo, disipando el sudor de su piel y despejando su mente. Miró hacia el horizonte, donde los rayos de la Gran Azul se reflejaban en los edificios como estrellas tejidas en un tapiz de piedra y metal. La estampa que ofrecía la ciudad a esa hora era verdaderamente imponente, aunque Emrys sabía que era un espejismo que ocultaba el verdadero ser de Mathria. Volviendo sobre sus pasos, intentó recordar detalles específicos de la pesadilla, buscando algún indicio que pudiera ayudarlo a entender lo que estaba viendo. Los cadáveres descompuestos, los ojos vacíos, el mar denso y negruzco… todo parecía demasiado real, demasiado específico para ser simplemente producto de su imaginación. Sin embargo, cada pensamiento lo sumergía cada vez más en una espiral de confusión, nublando su juicio hasta el punto de provocarle una horrible migraña. Habría asegurado que era algo a lo que ya estaba acostumbrado. ¿Cuándo comenzó? ¿Cómo? Últimamente le resultaba complicado recordar su vida antes del dolor, como si siempre lo hubiera acompañado, al igual que sus oscuros sueños.
Esa mañana, como tantas otras, Emrys se dirigió a su particular refugio, una hoguera que daba calidez a los gélidos demonios que habitaban en su interior. Tan pronto como cruzaba sus puertas, los lamentos y voces que rondaban su cabeza se silenciaban, sustituidos por una suave melodía de cuerdas compuesta de un sencillo acorde menor que se alargaba por varios segundos, desvaneciéndose solo para comenzar de nuevo. Era como una profunda respiración; como el sonido de una ola que se precipita hacia la orilla para volver inmediatamente al mar. El origen de la partitura en su pensamiento le era incierto, pero a diferencia de sus visiones nocturnas, con ella se sentía a salvo.
El despacho de Emrys se ocultaba en una de las alas menos transitadas de la imponente Gran Torre Elevada de BlueTech. Al contrario que el resto del edificio, aquel lugar parecía pertenecer a otra época, una en la que Mathria apenas comenzaba a erigirse como el último bastión de la raza humana. Las paredes estaban revestidas de estanterías de madera oscura, abarrotadas de libros polvorientos y manuscritos que relataban historias y leyendas antiguas. Algunos volúmenes exploraban los misterios de la Gran Azul; otros, pretendían desentrañar los secretos de la fundación de la urbe o narraban crónicas olvidadas de quienes afirmaban haber cruzado los muros sagrados. A menudo, Emrys se preguntaba cuáles de esas historias eran reales. Esa era su labor en BlueTech: desenterrar la verdad y compartirla con otros, especialmente con las nuevas generaciones, aquellas que, en esa misma mañana, estaban a punto de conectarse remotamente a la clase de su profesor.
Emrys se acomodó en su desgastado sillón de cuero marrón y recorrió la sala con la mirada, permitiéndose un momento de tranquilidad. Ajustó cuidadosamente los manuscritos en su escritorio, dejando que el aroma familiar del papel antiguo y la tinta descolorida lo envolviera. Inhaló profundamente el olor calmante, que consiguió anclarlo a la realidad y alejarlo los temores que todavía rondaban su mente.
Un ligero toque en su resonador activó un pequeño dispositivo situado en el techo, proyectando imágenes tridimensionales de sus estudiantes alrededor de su escritorio. Parecía que estuvieran allí mismo, ocupando cada uno un espacio en el aula virtual. Las expresiones de curiosidad y alguna que otra sonrisa tímida le recordaban lo jóvenes que eran, apenas comenzando a explorar el mundo, pero ya llenos de preguntas y ansias de aprender.
El generador de realidad aumentada en vivo, una de las innovaciones clave de BlueTech, había transformado Mathria, convirtiéndose en una herramienta esencial de la vida moderna. Sin embargo, Emrys sabía que lo verdaderamente importante era lo que compartían y aprendían juntos, más allá de la tecnología. Los resonadores de mano, con sus múltiples funciones, se habían convertido en herramientas indispensables para el autoaprendizaje, adaptándose a las necesidades de cada usuario y ofreciendo una experiencia personalizada que permitía acceder a información, realizar cálculos complejos y explorar simulaciones en tiempo real.
—Buenos días a todos —dijo Emrys, su voz serena viajando a través de los dispositivos de los estudiantes—. Hoy vamos a explorar algo muy especial, algo que ni siquiera los resonadores más avanzados pueden enseñarnos.
Un par de manos se levantaron rápidamente, pero Emrys hizo un gesto para que esperaran. Con un simple movimiento de su dedo, una pantalla holográfica apareció en mitad de la sala y proyectó una imagen sencilla de un paisaje: un sol azul sobre un campo de trigales que se movían al compás de una suave brisa.
—Esto es lo que veis, ¿verdad? —preguntó Emrys—. Un hermoso amanecer. Pero, ¿qué más podríais sentir si estuvierais realmente allí?
Los estudiantes comenzaron a hablar, uno tras otro.
—Podrías oler el campo —dijo Zia, una niña que siempre tenía la respuesta preparada y que jugueteaba con una de sus trenzas, mientras llenaba sus pulmones de aire como si estuviera inspirando ese olor. Luego, miró a Lysander con una sonrisa, esperando su comentario habitual.
—Sentir el viento en tu cara —añadió Lysander, inclinándose hacia atrás en su silla con una sonrisa ladeada.
—Exactamente —respondió Emrys, complacido—. Incluso podrías escuchar el canto de los pájaros o sentir el calor de la Gran Azul en tu piel. Ahora, quiero que cerréis los ojos un momento.
Los estudiantes, aunque intrigados, obedecieron.
—Imaginemos que estamos todos allí, en ese campo —continuó Emrys—, caminando entre los trigales, sintiendo su tacto en las yemas de los dedos y respirando el aire fresco. Pero, de repente, el trigo comienza a cambiar de color, volviéndose de un azabache profundo. El viento empieza a soplar con más fuerza, y el calor del sol… empieza a desvanecerse. Ahora, ¿qué sentís?
Hubo un momento de silencio mientras los niños procesaban lo que les pedía. Algunos empezaron a inquietarse en sus asientos.
—¿Miedo? —preguntó Lysander, abriendo los ojos un poco antes que los demás.
—Sí, tal vez —dijo Emrys con suavidad—. Lo que estáis sintiendo no es algo que vuestro resonador pueda enseñaros. Es una experiencia que va más allá de los datos o las imágenes. Es la manera en que nuestra mente responde a lo que vivimos, a lo que experimentamos.
Emrys les pidió que abrieran los ojos y lo miraran.
—Los resonadores son herramientas increíbles. Nos ayudan a aprender y a entender el mundo que nos rodea. Pero hay cosas que no pueden enseñarnos: el amor, la amistad, la emoción de descubrir algo nuevo por nosotros mismos, o el simple hecho de cómo enfrentamos nuestros miedos.
Emrys dirigió su mirada al suelo por unos segundos, llenando sus pulmones de aire mientras apretaba los puños con fuerza.
Laura, que habitualmente cuestionaba todo y a todos, levantó el brazo con una expresión pensativa.
—Entonces, maestro, si los resonadores no pueden enseñarnos eso, ¿cómo lo aprendemos?
Emrys sonrió, satisfecho con la dirección que estaba tomando la clase.
—Viviendo, por supuesto. Lo aprendemos estando presentes, aquí y ahora, prestando atención a lo que sentimos y a cómo respondemos a las situaciones. Hablando con los demás, escuchando sus historias, compartiendo nuestras propias experiencias. De eso, precisamente, trata nuestra materia.
Hizo una pausa para dejar que las palabras se asentaran antes de continuar.
—Hoy quiero que penséis en cómo usáis vuestros dispositivos. Son herramientas poderosas, sí, pero sois vosotros quienes les dais valor.
La clase quedó muda por un momento, los niños claramente reflexionando sobre lo que Emrys había dicho. Era una lección diferente, no de datos o hechos, sino de humanidad, algo que parecía tener cada vez menos cabida en Mathria.
—Ahora, es momento de entrar en materia —prosiguió el maestro—. En nuestro mundo conocido, vivimos rodeados de historias. Desde las leyendas sobre la Gran Azul hasta los relatos sobre la fundación de nuestra ciudad, existen tantas versiones y tantos detalles que, a veces, es difícil saber cuál es la certera. ¿Alguien recuerda alguna historia o leyenda que haya escuchado?
Lysander levantó la mano primero, mostrando cierta impaciencia y nerviosismo en su expresión corporal.
—Mi abuela me contó que la Gran Azul es un gigantesco océano que levita en el cielo, donde viven criaturas tan antiguas que conocen todos los secretos del mundo.
Zia intervino rápidamente, sin siquiera pedir el turno de palabra.
—¡Eso no es cierto, Lysander! Todos sabemos que es solo un estrella. No hay criaturas, es solo energía.
Zia miró a Emrys con los ojos muy abiertos, como si esperara que él le diera su aprobación. Emrys se limitó a asentir, complacido con la diversidad de opiniones.
—Interesante, Zia. Es precisamente esta diferencia de opiniones lo que quiero que exploremos hoy. La verdad no siempre es tan clara como los datos que los resonadores pueden ofrecernos. A veces, lo que creemos saber puede ser solo una parte de la historia.
Zia frunció el ceño, claramente desconcertada.
—Pero, entonces ¿cómo podemos saber cuál es cierta?
Emrys sonrió sutilmente, sabiendo que había dado en el clavo.
—¡Esa es la pregunta clave! Para empezar, necesitamos desarrollar una habilidad especial, una especie de superpoder, podríamos decir.
Los alumnos quedaron boquiabiertos, expectantes de la revelación crucial que su maestro estaba a punto de proporcionarles.
—Pensamiento crítico —sentenció Emrys, esbozando una tímida sonrisa—. Significa ser capaces de no aceptar todo lo que escuchamos o leemos como la verdad sin cuestionarlo primero. Debemos investigar, comparar diferentes versiones de una historia y reflexionar sobre lo que podría ser cierto.
Lysander se inclinó hacia delante, visiblemente emocionado.
—Pero, maestro, si hay tantas historias, ¿cómo podemos saber en cuál creer?
—Usando nuestro superpoder —respondió Emrys, apreciando el desafío en la pregunta de Lysander—. No siempre es fácil. Pero aquí es donde entra la búsqueda de la auténtica verdad. Debéis aprender a considerar las fuentes de información, a preguntar quién la cuenta y por qué. A veces, una historia puede tener un propósito oculto o estar basada en interpretaciones, no en hechos. Por eso, siempre debemos mirar más allá de la superficie.
Otra estudiante, Aria, que había estado callada hasta ahora, intervino.
—Mi padre dice que los antiguos Forjadores eran héroes que salvaron a la humanidad. Pero yo he leído que algunos piensan que solo estaban protegiendo sus propios intereses.
Emrys hizo una pausa, permitiendo que las palabras de Aria calaran en la mente de los estudiantes.
—Ese es un buen ejemplo, Aria. La historia de los Forjadores de Mathria es una que tiene muchas versiones. Algunos los ven como héroes; otros, como seres con intereses propios. Ninguna versión es necesariamente falsa, pero tampoco completamente correcta. De hecho, hace ya muchos años que los Forjadores son considerados un mito, algo que surge cuando, generación tras generación, las personas transmiten su verdad a sus iguales, una verdad que acaba por deformarse y alejarse de la realidad. No obstante, eso no significa que no podamos aprender de ello.
—Mi familia cree en los Forjadores —intervino William desde el fondo de la clase. Su voz era más seria que la de los demás, lo que hizo que algunos compañeros se giraran hacia él, sorprendidos por la intensidad en su tono. William sostuvo sus miradas por un momento antes de continuar—. Mi padre dice que crearon los Muros y que nos protegen del mal del exterior. Es algo que nunca deberíamos haber olvidado.
—Y yo lo respeto, William —respondió Emrys, con amabilidad.
Los estudiantes comenzaron a murmurar entre sí, claramente involucrados en la discusión. Emrys decidió aprovechar el momento.
—Quiero que recordéis algo —dijo, dirigiéndose a todos—. La verdad no siempre es simple. No es blanco o negro; está llena de matices, de grises, y es nuestra responsabilidad buscarla, cuestionarla y reflexionar sobre ella. Eso es lo que significa tener un pensamiento crítico. No se trata de rechazar todo lo que escuchéis, sino de estar dispuestos a investigar más, a entender los diferentes puntos de vista y a tomar vuestras propias decisiones basadas en una comprensión más profunda.
Zia levantó la mano de nuevo, con una expresión de curiosidad.
—Entonces, maestro, ¿qué hacemos con las historias que se contradicen entre sí?
—Es una excelente pregunta, Zia —respondió Emrys, satisfecho con el progreso de la clase—. Cuando encontréis historias contradictorias, no os desaniméis. Pensad en por qué existen esas diferencias. A veces, lo que una historia omite puede ser tan importante como lo que cuenta.
Emrys dejó que sus alumnos reflexionaran por un momento antes de continuar.
—Hoy quiero que cada uno de vosotros busque una leyenda o historia sobre Mathria que os llame la atención. Luego, quiero que la cuestionéis. Preguntaos quién la cuenta, qué propósito podría tener y si podría haber otras versiones. Os dejaré un tiempo, y después lo discutiremos.
Los estudiantes se concentraron en las palmas de sus manos, algunos ya buscando con entusiasmo, otros pensativos, considerando qué historia investigar. Emrys los observó con satisfacción. Sabía que este ejercicio no solo les enseñaría sobre la historia de Mathria, sino también sobre la importancia de buscar la verdad en un mundo que, como las sombras, podía ocultar más de lo que revelaba.
Mientras los niños comenzaban a trabajar, Emrys se recostó de nuevo en su silla, con la sensación de haber plantado una semilla importante. Mathria era un lugar complejo, lleno de historias y secretos, y su papel como maestro no era solo enseñar hechos, sino guiar a sus estudiantes a través del laberinto de la verdad. Sabía que algún día estos jóvenes serían quienes llevaran esa búsqueda aún más lejos, quizás desenterrando secretos que él mismo solo había empezado a vislumbrar.
Un rato después, Emrys volvió a reclamar la atención de la clase para comentar el ejercicio. Sin embargo, dos golpes secos en la puerta lo interrumpieron justo cuando se disponía a hablar. Al otro lado, una voz lejana llamó su atención.
—Unidad de Seguridad Interna, abra la puerta, por favor.
Sin tiempo para reaccionar, Emrys citó a sus alumnos para la clase del próximo día. Nervioso, cerró la conexión y se dirigió rápidamente hacia la puerta.
Un hombre mayor, con el escaso pelo lleno de canas y ligeramente encorvado, se plantó frente a él.
—Buenos días, me llamo Jarek Sullivan, detective del cuerpo de homicidios de Sombra Azul —dijo el veterano, mostrando su credencial en el resonador.
Emrys tragó saliva. No era una visita a la que estuviera acostumbrado. En realidad, no estaba acostumbrado a recibir visitas de ningún tipo.
—¿Hay algún problema, agente? —indagó.
—Lo hay, y de los gordos. Por eso necesitamos su ayuda, señor Emrys… —dijo el detective, esperando averiguar el apellido.
—Solo Emrys —respondió él—. ¿Cómo puedo ayudarle?
—¿Le suena de algo el caso de los cuerpos sin sangre?
Una punzada se clavó en su pecho. Se suponía que, durante el día, en la tranquilidad de su despacho, estaba a salvo de sus oscuras visiones. Sin embargo, la visita del detective trajo de nuevo su mal a un refugio que hasta ahora había sido inexpugnable.
—Algo he oído —dijo, intentando disimular los nervios—. ¿Qué necesitan de mí? Solo soy un simple historiador y maestro.
—Leí algunos de sus artículos sobre la supuesta plaga que asoló Mathria en el pasado. No creo en esas historias, pero los detalles son demasiado parecidos para ignorarlos.
—Solo son leyendas, señor. Cuentos que navegan entre la realidad y la ficción.
Jarek mostró a Emrys una imagen de la víctima más reciente.
—Dígame, maestro —dijo Jarek endureciendo el rostro—. ¿Le parece esto una prueba suficiente? Yo diría que se asemeja bastante a los efectos que describía en sus escritos.
—Debe haber alguna otra explicación —dijo Emrys, incrédulo.
—Eso es lo que queremos averiguar, por eso pedimos su colaboración. Se reunirá en una hora con el detective al mando. Sala de reuniones, piso treinta y dos, sección oeste. Pregunte por Kael. Es un poco serio, pero no parece mal tipo.
Sin tiempo para replicar, Jarek se dio media vuelta y dejo a Emrys con la palabra en la boca.
Sabía que, cuando BlueTech quería algo, oponerse era inútil. Aunque no le atraía la idea de involucrarse en una investigación de asesinatos en serie, vio en ello una oportunidad para arrojar luz sobre las pesadillas que lo atormentaban y que, de algún modo, parecían estar conectadas con el famoso caso. ¿Cómo, si no, habría acabado directamente involucrado en él? Tiene que significar algo, pensó. Estaba desesperado, y se habría agarrado a cualquier clavo ardiendo para tener la más mínima posibilidad de acabar con su sufrimiento.
Emrys entró en la sala de reuniones con la mente ocupada por sus tétricas visiones y el miedo a lo desconocido. El lugar, pulcro y minimalista, le resultaba sofocante de una manera que desafiaba la lógica. No era la tecnología avanzada ni la frialdad de las paredes metálicas lo que lo perturbaba, sino la sensación de estar en el corazón de un imperio que, a pesar de su omnipresencia, era un misterio para él.
Kael ya estaba allí, de pie junto a un enorme ventanal que ofrecía una vista panorámica de Mathria. Desde donde estaba, Emrys veía cómo la ciudad se extendía en una vasta y casi interminable red de luces y sombras, perdiéndose en el horizonte. Dominando el paisaje, la meseta central se alzaba imponente, una elevación de piedra y acero que destacaba sobre el resto, como si la metrópoli entera girara en torno a ese único punto. Desde esa altura, Mathria parecía una entidad viva, palpitante y fría, con el lejano Distrito de los Muros desvaneciéndose en la distancia. El paisaje, aunque impresionante, le generaba una sensación de vacío y desasosiego.
Kael, con sus cejas reflejando tensión en su rostro, parecía fuera de lugar en un entorno tan aséptico. Una cicatriz cruzaba su cara, recordatorio de los muchos casos difíciles que había resuelto y de los criminales que había enfrentado, algo que Emrys apenas podía imaginar. Cuando Kael se giró y lo vio, su expresión pasó del recelo a la curiosidad.
—Entonces, tú eres el famoso historiador —dijo Kael, con un tono que dejaba claro su escepticismo—. No te imaginaba tan… joven.
Emrys no se molestó en responder a la insinuación. En lugar de ello, se dirigió a la mesa central y comenzó a desplegar los documentos que había traído. Eran hojas de papel amarillento y escritas a mano, un marcado contraste con la avanzada tecnología de la instalación; una ironía que ambos notaron de inmediato.
—La edad y la experiencia no siempre van de la mano con el conocimiento —replicó finalmente Emrys, sin apartar la vista de sus textos—. Lo importante es lo que sabemos y cómo lo aplicamos.
Kael dejó escapar un suspiro, cruzando los brazos sobre el pecho mientras su mirada se desviaba hacia el reloj de su resonador, un gesto inconsciente de impaciencia. La frialdad y seguridad en sí mismo de Emrys comenzaba a ponerlo nervioso. Los hombres y mujeres con los que solía tratar eran más predecibles, más humanos en cierto sentido.
—Mira, no sé qué pretende BlueTech con todo esto —dijo Kael, señalando las hojas de papel—, pero necesito resultados, no cuentos para niños. Cada minuto que pasa es vital.
Emrys lo observó un instante, sus ojos fríos como el acero. Había escuchado esas palabras antes, la urgencia desesperada de alguien que lucha contra el tiempo. Pero para él, esto iba más allá de cumplir un plazo o cerrar un caso. Era un rompecabezas que necesitaba resolver, no solo por los cadáveres que seguían apareciendo, sino por su propia cordura.
—Los resultados llegarán cuando tengamos más claro a quién o qué nos enfrentamos —dijo Emrys, volviendo a concentrarse en los documentos—. Esto podría ser más que un simple caso. He estado investigando y, aunque aún falta trabajo por hacer, hay algo en todo esto que me hace pensar que no estamos lidiando con un patrón común de crímenes. Si estoy en lo cierto, podría haber algo más profundo detrás. Solo necesito más tiempo para estar seguro.
La tensión en la sala era evidente. Emrys notó el conflicto interno de Kael, como si una sombra hubiera cruzado su rostro. El detective, pragmático por naturaleza, parecía enfrentarse por primera vez a algo que escapaba a su control, aunque no quisiera admitirlo.
—Bien —dijo Kael finalmente, acercándose a la mesa—. Dime por dónde empezamos.
El silencio que siguió a su declaración fue solo interrumpido por el sonido de los documentos de Emrys deslizándose sobre la mesa. Había algo en ese momento, una comprensión tácita entre ellos de que, por diferentes que fueran, ambos estaban atrapados en la misma red.
Emrys se permitió un breve asentimiento antes de comenzar a explicar lo que había descubierto hasta ahora. Había una inquietante similitud entre las recientes muertes y las antiguas descripciones de una supuesta plaga que, según las leyendas, amenazó a Mathria en sus orígenes. Esa plaga fue el detonante de la intervención de los Forjadores, quienes supuestamente construyeron los muros para contener el mal que el Forjador Descarriado había desatado. Aunque aún faltaban piezas por encajar, Emrys no podía ignorar que los efectos observados en las víctimas actuales parecían reflejar lo que las crónicas describían como señales de aquella antigua calamidad. La clave, estaba seguro, residía en desentrañar la verdad oculta entre los mitos.
Kael frunció el ceño, evidentemente incómodo. Estaban allí para atrapar a un asesino, a una persona de carne y hueso, no para perderse en historias antiguas que, a su juicio, no tenían nada que ver con la realidad que enfrentaban. Se llevó los dedos a su afilada barbilla, su tono tornándose irónico.
—Entonces, ¿qué sigue? ¿Nos ponemos a buscar al Descarriado? ¿O tal vez deberíamos recorrer los callejones para ver si se esconde con las ratas? —dijo, dejando claro que no creía en nada de lo que le decían—. Mira, Emrys, entiendo que todo esto de las leyendas y los mitos es tu campo, pero estamos buscando a alguien, un criminal que está dejando un rastro de cadáveres. No veo cómo todas esas historias pueden ayudarnos a atraparlo.
A veces, lo que una historia omite puede ser tan importante como lo que cuenta , pensó para sí Emrys.
Mientras discutían, Kael no pudo evitar notar algo extraño en la mirada de Emrys. Era como si, a pesar de su aparente control y frialdad, el joven estuviera luchando contra algo mucho más grande. Una batalla interna que no se reflejaba en sus palabras, pero que estaba presente en cada pausa y en cada mirada furtiva que lanzaba.
—¿Te preocupa algo? —preguntó Kael, intentando romper el hielo.
—Nada que no pueda manejar —respondió Emrys, cortante. Pero sus ojos mostraron, por un breve instante, una sombra de duda, un destello de vulnerabilidad que desapareció tan rápido como había surgido.
El encuentro terminó con un acuerdo tácito. Ambos sabían que tenían que trabajar juntos, aunque ninguno de los dos confiara plenamente en el otro. Mientras Emrys recogía sus cosas, Kael observó cómo sus movimientos eran precisos, casi mecánicos. Sin embargo, había algo en la forma en que el joven se aferraba a esos textos, algo que Kael no pudo identificar del todo, pero que lo dejó intranquilo.
Cuando Emrys salió de la sala, una brisa fría lo recibió en el pasillo. Se detuvo un momento, dejando que el aire fresco despejara sus pensamientos. Sabía que lo que había por delante no sería fácil. Las pesadillas continuaban acechándolo, y ahora estaban empezando a mezclarse con la realidad, empujándolo al borde de un precipicio del cual temía ser arrojado. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba completamente solo en su lucha. Aunque no lo admitiera en voz alta, la presencia de Kael, con su enfoque terrenal y su experiencia, le ofrecía una especie de ancla en medio del caos.
Emrys avanzó hacia el ascensor, sintiendo que cada paso lo llevaba más profundo en una trama que apenas comenzaba a desenredarse. Cuando las puertas se cerraron frente a él, se permitió un instante de duda, preguntándose si realmente quería conocer la verdad. Pero el eco de las viejas leyendas transitaba su mente, y supo que no había vuelta atrás. Al fin y al cabo, algunas verdades eran como la oscuridad: cuanto más intentabas huir de ellas, más rápido te atrapaban.