Al mediodía del 9 de mayo, en el lago.
Ana - Discutiendo con su amado.
Los cuervos, con sus alas negras, ensombrecían el cielo azulado. Se veían nubes grises y soplaba un viento frío al igual que lo haría al atardecer del 11 de mayo, cuando Ana iba a ser apuñalada con la navaja de Harry.
—Va a llover— - advirtió Billy.
Si bien iba a cualquier parte, podía sentir como le respiraba en la nuca. A Ana le gustaba que lo siguiera como un pollito que sigue a su madre. Si siempre estaba bajo su vista no podría mandar mensajes a otras chicas o burlarse de ella.
Se habían aburrido de la llanta con la soga al haberse tirado unas veinte veces al agua. Una parte de ella envidiaba la relación de la señora Raquel y el señor Harry. Le gustó ver como él la cargaba y la arrojaba al agua, ella le reclamaba, pero se reía de todas formas. Daría muchas cosas para tener una relación al menos la mitad de duradera que esa.
—¡Pero, respóndeme!— - Insistió Ana. Arrugó la cara ante la negativa de Billy de responderle.
—Es una pregunta difícil, nena. — Billy aparentó que pensaba con fuerza.
—¡No es tan difícil! Bueno, yo te responderé. Yo sí te mataría. —
Billy se echó a reír.
—¿Por qué te ríes?— preguntó Ana, muy seria.
Su risa se apagó de inmediato. La joven belleza se asustó. Había sacado un lado muy oscuro por algo tan sencillo. Quiso dejar todo a un lado e ignorar la pregunta. Al fin y al cabo era algo estúpido.
—No sería capaz de matarte, nena. —
—¡Vamos, bebé! ¿Ni si me convierto en zombi?—
—No. —
—¡Vamos! Sabes que no puedes salvarme. Lo único que puedes hacer es matarme y evitar que mate a más personas. ¿Me matarías?— Ana puso una entonación melosa a la pregunta, como si preguntara por un helado.
—No lo creo nena. Preferiría buscar la manera de salvarte. — Negó con la cabeza.
—¿Qué tal esto, bebé? Para salvarme tendrías que matar a diez… no, cien personas. —
—Los mataría a todos si con eso puedo salvarte. — dijo Billy sin pestañear.
—¿Incluso niños?—
—Incluso niños. — Al responder el rostro de Billy se ennegreció.
Ana se echó a reír por la seriedad de la respuesta, algo más le hizo olvidar rápidamente todo.
—Bebé, quiero ir al baño. — - La chica de ojos verdes le hizo saber a Billy.
La cara de Ana se arrugó en una expresión de dolor. Billy recogió sus cosas colocando su camisa en los hombros, la miró de arriba a abajo y luego miró en dirección de la cabaña.
—Puedes… ¿hacerlo bajo un arbolito?— cada palabra que Billy decía era más despacio que la anterior.
Billy siempre hacía eso. Cambiaba las órdenes por preguntas. En cambio, ella parecía sonreír. Ambos estaban sin camisa. Habían aprovechado el agua para besarse y acariciarse los pechos mutuamente. Incluso llegaron a pensar que algo iba a pasar cuando la otra pareja los dejó solos en el lago. Pero el cansancio llamó a la puerta primero. Ahora con la ropa empapada ninguno de los dos se sentía de humor. En el torso desnudo sin vellos de Billy, se podían ver cada una de sus costillas resaltar. Aquel chico escuálido tenía la camisa marcada en su piel, una división entre blanco pálido y blanco aún más pálido. Con razón había sido tan reticente en quitársela. Ella quería broncear sus piernas, para ello había traído el pantalón corto, muy corto.
La maleza tras ellos se movió. De seguro un animal se acercó a beber del lago. No había visto aves, ni conejos, ni nada similar.
—¿Cómo se te ocurre? ¿Un árbol? ¿También debo limpiarme con las hojas?— preguntó Ana con ironía.
Ambos rieron. Los hombros de Billy se encogieron todavía más de lo usual.
—Yo… cariño… eh… sólo… me pareció lógico. — De repente la voz de Billy se elevó. — Estamos en la naturaleza. No tienes que ponerte así. —
Pero ella no le entendió y empezó a caminar hacia la cabaña.
—¿Ponerme así?—
Ana meneó la cabeza. Recordó a su ex un momento. Él siempre le decía que no tenía que ponerse así, luego la abrazaba con fuerza, la besaba hasta dejarla sin aliento, buscaba su celular y empezaba a escribir con sus amiguitas, las mismas que le escribían a las dos de la madrugada preguntándole dónde estaba.
—La novia del señor Harry dijo que había un baño.— Ana notó que había sonado muy mandona y luego añadió — ¿No crees que es mejor? ¿Bebé?—
—Lo tratas muy formal, como si no fueran familia. Es tu primo. —
La muchacha rubia se detuvo para hablar.
—Lo único que nos une es algo tan banal como que mi abuelo se la metió a una mujer más joven cuando se cansó de mi abuela. ¿Todos los hombres son así?— - Volteó a ver a Billy quien se encogió de hombros sin entender - —¿Se acuestan con una mujer más joven cuando se aburren de ti?—
—Yo no te engañaría. — dijo Billy en voz baja, mirando al agua.
—Igual, ya lo hiciste. —
El delgado hombre se había detenido mirando al agua. Las ondas indicaban que algo había salido de allí hace poco, o el viento había soplado.
Los hombres siempre dicen que las mujeres son sensibles, pero ellos son a veces unos bebés. Solo basta con darle donde les duele para que respondan con tres piedras en la mano. Aunque todo lo que busque una mujer sea preocuparse por ellos.
—Ponte la camisa, bebé. — dijo Ana con ternura.
—Soy insoportable de ver, ¿Eh?— La voz de Billy se infló en la pregunta final, como una advertencia, pero Ana no supo de qué.
Ana frunció el ceño.
—Te puedes resfriar, tarado. — La ternura había abandonado la voz de Ana ahora en adelante.
Ana reanudó la marcha a la cabaña. Las ramas de los árboles eran particularmente bajas unos pasos adelante.
—Disculpa no ser tan guapo como tu ex… O por comprarte el vestido azul que querías. —
—Ya me disculpé por…—
—¡Era una sorpresa!— Interrumpió Billy.
—¡No me gusta que me oculten cosas!—
—Sólo te dije que el vestido era para ella porque fue lo primero que me pasó por la mente, no se suponía que lo verías antes de que te lo diera. — Billy manoteaba.
—Eso no fue lo que me molestó. ¿En serio piensas que me enojó que le ibas a regalar un vestido tan bonito a Isabel? Me molestó enterarme que sí era para mí. Porque no te creí capaz de mentirme mirándome a los ojos. — Ana buscaba los ojos de su novio, pero éste miraba al piso.
—Me llamaste imbécil y dijiste que era igual a tu ex. — Dijo al final Billy en voz queda.
Se detienen frente a una rama. Ella encara a su novio. Ana trató de hablar más pausado.
—No dije igual. Dije parecido. Si ya había visto el vestido era el momento indicado para dármelo. —
—¡No era tu cumpleaños!— Estalló Billy, muy alto.
—Me miraste a los ojos, me dijiste que era para tu hermana. Te vi nervioso, pero ¿sabes qué es lo que más me duele? —Ana suspira y niega con la cabeza mirando al agua. — Que te creí. Que fui tan tonta de no dudar de ti, porque no pensé que serías capaz de mentirme a la cara. —
—Yo…— Titubeó Billy.
Ana levantó la mano y negó con la cabeza, callando a Billy. Giró sobre sus talones y deseó llegar a la cabaña en un parpadeo. No sintió los pasos de Billy siguiéndola.
Debía estar persiguiéndola. No era que ella lo deseara, era lo justo. Si amas a alguien te sigue sin importar qué. Los besos, las caricias, nada de eso significaba un rábano si aquella persona no te puede demostrar, en los momentos más difíciles, que te ama, al menos tanto como tú le amas. Abrazar y acurrucarte junto a alguien al hacer el amor, no es nada comparado con gritarle en la cara cuanto le amas sin importar lo enojado que estés. Eso creía Ana.
Ana había estado dolida aquella vez que se conocieron, meses atrás. Se había vestido con un pantalón ceñido al cuerpo que realzaba su figura y una blusa de lana blanca que la hacía parecer un ángel, con el cabello un poco más corto y una cara de pocos amigos había decidido ir a la segura y confrontar al imbécil que entonces era su novio. Para su sorpresa el desgraciado negó haberla engañado y le inventó el cuento más largo y la explicación más absurda. Pero una imagen vale más que mil palabras.
En aquel momento entró a la tienda, que tenía una sección para flores. Se quedó viendo un vestido azul muy bonito. El mismo vestido que Billy le regalaría en su cumpleaños. El mismo que provocó esa horrenda discusión entre los dos.
Ana se quedó viendo a un chico sonriente, con un pantalón corto que dejaba ver sus piernas secas y una camisa muy ancha que no podía llenar, que se acercó emocionado a comprar unas flores. Ella, un poco celosa de una chica imaginaria, le dedicó una sonrisa al flacucho y le dijo:
—Tu novia es muy afortunada de que le compres unas flores tan hermosas. — dijo Ana con una sonrisa coqueta.
Entonces el chico se sonrojó y soltó una risa nerviosa. Para él fue muy difícil responder.
—Es el cumpleaños de mi mamá… no tengo novia. — Billy dudó un momento antes de devolver la sonrisa.
Todos los hombres son iguales. Todos están cortados con la misma tijera. Ni siquiera es tan guapo. Imbécil. Lo odio. Lo odio. - Repetía Ana en su cabeza de camino a la cabaña.
El escuálido muchacho gritó a sus espaldas algo que ella no pudo entender. Ella volteó para decirle sus verdades a la cara, y, por qué no, terminarle.
Billy apareció corriendo. Sus fosas nasales eran un par de túneles y su cara enrojecida daba muestras de miedo. No dudó en tomar un pedazo de madera que sobresalía en el camino y corrió a toda prisa hacia ella. El corazón de Ana dio un brinco. Billy corría hacia ella agitando las manos.
—¡Detrás de ti!— Gritó el muchacho.
Pero Ana no alcanzó a darse la vuelta. La moribunda criatura había saltado desde la rama y posado en su hombro para luego sujetar a su víctima por la nuca. Inyectando su propósito. La chica pasó por un estado de conmoción, con toda clase de sensaciones pasando por su cuerpo a la vez. Su novio, sin dudarlo, usó el arma en sus manos y separó a su amada de la criatura. Una vez en tierra la serpiente trató de darse a la fuga, pero el chico logró darle un golpe contundente en la cabeza.
La muchacha había caído de rodillas. En un ataque recibió un golpe en la mejilla, dejándola colorada. Logró incorporarse y escuchó al animal perderse en la maleza.
—La serpiente está… — dijo Ana, temblando.
—¿Te golpeé? ¡Perdón!— Billy buscaba por el cuerpo de su novia algún golpe.
—La serpiente me dijo algo. — Logró decir Ana después de titubear.
—Solo es tu imaginación. —
El flacucho no se percató que el animal había alcanzado a herirla. Ana se quedó hipnotizada, mirando los ojos castaño oscuro de Billy. Hacían un juego perfecto con su cabello del mismo color.
Los ojos de Billy serían lo último que Ana vería al morir.