Oculto en la piel. Capítulo 5

“Oculto en la piel” nació de mi afición al bosque y sus misterios. Es una historia lenta, comparada con lo que me gusta leer, pero a medida que la trama se desarrolla va tomando camino.

Tiene seis personajes, de los cuales podemos tomar un par como los personajes principales. Siempre me ha gustado crear personajes complejos con aires de que estás leyendo a una persona normal. Mi idea en un principio era narrar en primera persona, pero al tener que hacer eso seis veces opté por escribir en tercera persona. Un poco de cada quien en cada rebanada.

Le encuentro muchos problemas a mi historia, está lejos de ser perfecta, pero he dedicado años a pulirla, espero puedas disfrutarla.

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5. Al anochecer del 9 de mayo, en la cabaña del lago.

Harry - Una bala atraviesa el corazón.

La barba del viejo siempre olía a vómito. Era un recuerdo vívido en la mente de Harry. Era curioso como había borrado el rastro de su imagen, los moretones de su rostro y ocultado su cicatriz, pero aquella peste parecía sentirla cada vez que algo pasaba. Era como si aquel olor se hubiera refugiado bajo sus axilas, reproducido con los años y saliera a devorarlo, como un lobo a su presa.

El flacucho de Billy había dicho que era mejor irse y Raquel se había caído estúpidamente. La bomboncita era una sombra de la chica que solía ser cuando primero llegó a la cabaña.

De seguro había discutido con el intento de hombre que tiene por novio, o le hace falta una buena cogida hace mucho. - Pensó Harry.

De regreso a la cabaña con el torrencial aguacero sobre sus cabezas corrieron a refugiarse dentro de la cabaña. Harry cargó a Raquel, quien estaba peligrosamente silenciosa. De seguro preparaba un discurso para hacerlo enojar. Harry siempre temía ver a su novia en silencio por mucho tiempo, temiendo lo peor. Al cerrar la puerta el agua empezó a caer con tal fuerza que Billy exclamó preocupado.

—Espero que el auto de mi tío no se moje mucho. —

Ana le dedicó una mirada con el ceño fruncido. A lo que este añadió.

—La ventana del lado del conductor no cierra bien. Puede que le entre agua. —

Prendieron las velas que había traído Raquel para iluminarse. Había cinco velas y lograron colocarlas en ciertos puntos a lo largo de la pequeña cabaña para saber donde estaban las cosas. Pero las velas se extinguían rápido.

Se sentaron en silencio mirándose los unos a los otros.

Las gotas azotaban el techo de madera, algunas se escapaban y caían dentro de la casa.

—Al menos tenemos un techo sobre nosotros. — - Rompió el silencio Raquel, sujetando el crucifijo que colgaba de su cuello.

Estamos aquí por tu culpa. - Pensó Harry. Raquel le dedicó una mirada fulminante y Harry desvió la vista. Se levantó inquieto y empezó a hablar.

—Bueno pues, ¿alguno quiere contar una historia?—

Los presentes lo miraron en silencio.

—Había una vez… — - Harry hizo una pausa repasando su mente - —una chica que conocí una vez…—

—¡Osito! ¡No!— - Le espetó Raquel.

Harry quedó mudo unos instantes después de que lo llamara así, por segunda vez en toda su vida.

—¿Quieres contar una historia tú? ¿No?— dijo Harry, levantando la voz.

—Mejor siéntate y cállate. — Respondió Raquel señalando el piso junto a ella.

El corazón de Harry empezó a correr a todo galope. Miró a la pareja, quienes en silencio lo juzgaban. Se sentó tratando de conservar la calma.

—¿Cómo se conocieron?— - Preguntó Raquel al flacucho.

Billy empezó a reír como un idiota antes de empezar.

—Fue un día hermoso. Estábamos en una floristería. Había comprado un ramo de flores por el cumpleaños de mi mamá. Al voltear la vi a ella, estaba hermosa de blanco. Entonces ella me dijo algo…—

Billy hizo una pausa y miró a Ana. Ella se quedó en silencio.

—Vamos amor, ¿qué me dijiste?— Insistió en voz baja Billy.

Pero la chica pareció ignorarlo. Harry dejó escapar una risita burlona. Raquel y Billy le dedicaron una mirada amenazadora que él ignoró.

—Vamos gorda, cuéntale a los chicos cómo nos conocimos. —

Al terminar de hablar Harry mostró una amplia sonrisa, pero no supo reaccionar cuando su novia ignoró su pedido. Quizás no debió haberla llamado “gorda’’. Aunque algo dentro de sí le dijo que ella no estaba enojada, porque cuando se enoja sus ojos se ponen rojos, como si fuera a llorar.

La lluvia empezó a empeorar. El techo no soportó el castigo y empezó a abrirse en varias partes. Algunas eran lo suficientemente grandes como para que sacara todo el brazo. Los cuatro se levantaron y empezaron a correr de un lado para el otro. Era inútil para Harry tratar de contener el agua con las manos. Los rayos partían el cielo como un cristal. A los estruendos siempre los seguía un grito de Raquel.

—¡Deja de gritar!—

Otro trueno. Otro grito.

—¡Deja de gritar mujer, o te juro que te daré motivos para hacerlo!—

Billy había hallado un martillo, unos clavos y unas tablas. Harry se montaba en las sillas y trataba de evitar que el colador que era el techo les lloviera encima, con poco éxito. Unas horas atrás recordaba que todo estaba seco y no había signos de goteras, pero conforme la tormenta se cernía sobre ellos, había más agua dentro de la cabaña que fuera de ella.

Mientras Billy sostenía la silla, Ana se había sentado donde no salpicara. El agua corría por el piso de madera húmedo. Mientras Harry clavaba la madera mojada Raquel gritó sin que hubiera un trueno haciendo que se diera en la uña del dedo medio, donde llevaba su anillo de oro el cual tenía una piedrita verde justo en el centro. Justo después lanzó una maldición.

—¡Maldita sea! ¿¡Te puedes callar!?—

Harry lanzó el martillo a sus pies y por poco la golpea. Raquel volvió a gritar.

—La madera está mojada, de nada sirve. Esto no funciona. —

Los gritos de Raquel tenían a todos nerviosos. El agua caía a raudales.

—Estaremos mejor en el auto— - Le gritó Billy a su novia.

La joven belleza estaba llorando. Billy la arrastró consigo fuera de la cabaña. Tropezaron con el peldaño suelto y se bañaron antes de lograr meterse en el vehículo.

—Estaremos mejor en el auto. — - Repitió Raquel al ver a la pareja por la puerta.

Harry se había empapado tratando de tapar las goteras y no quería mojar el auto.

—No. Terminaremos mojando todo. Estamos mejor aquí, Raquel. —

—¿Te importa más que mojemos un poco el auto? Nos está cayendo todo el agua aquí.—

—Busquemos un lugar donde no nos mojemos tanto. Mira. Esta esquina junto a la ventana está seca. Siéntate aquí. — indicó Harry a su novia.

—¿Te lastimaste el dedo?— Raquel señaló el morado dedo de su novio.

—¿Esto? Sí. Estaba tratando de clavar la madera. Arranqué unas tablas con la navaja de mi padre. —

—No sabes ni usar un martillo. Todos los hombres deberían saber cómo usar un martillo. — - Empezó Raquel.

—Y todas las mujeres deberían saber cocinar…— Refutó Harry, frunciendo el ceño.

—Te lo comiste todo. —

—Las cosas que hace el hambre. — Trató de bromear Harry, aún empuñando la navaja.

—Quita esa navaja de aquí. Me puedes lastimar. ¿De dónde la sacaste?—

Harry trataba de ignorar a Raquel tanto como le era posible. Se sentó junto a ella incapaz de evitar que el agua corriera por el piso, buscó un lugar junto a ella.

—Me la regaló aquel día que lo mataron ¿Sabes? Era una noche lluviosa, así como ésta. Estaba tan ebrio que me confundió con su hermano. Creo que por eso me la regaló. —

Harry recordó cuando su padre llegaba ebrio y como cuando apenas era un niño le apagó un cigarrillo en la cara sólo porque tenía calor y tomó el abanico que él estaba usando para poder dormir en la noche. Pero ahora el viejo estaba muerto. Todas las que eran sus cosas ahora habían sido heredadas a Harry. El abanico, el auto, la pistola, la chaqueta de cuero negra y muchas deudas de bares.

—Tu padre era un maldito alcohólico. Apagó un cigarrillo en tu cara. — dijo Raquel, negando con la cabeza.

—No hables así de mi padre. Mi padre fue militar… estaba algo trastornado—

El corazón de Harry empezó a latir muy fuerte y sus manos se colocaron frías sólo por defender a su padre. La idea de que en el fondo sentía algo por aquel vómito humano era aborrecible.

—¿Y tú qué eres?— - Lanzó Raquel.

El viento apagó una vela.

—¿Qué quieres decir con eso?— Harry alzó la voz sobre la de Raquel.

—Aún vives con tu mamá. Tienes veintiocho años y aún vives con tu mamá. Eso quiero decir. — La voz de Raquel era punzante, sin su usual titubeo.

—Alguien tiene que cuidarla. — - Respondió Harry agitando las manos.

—Eres un imbécil. Todos dicen eso de ti. Todo lo que sabes hacer es andar con tu cámara. Dicen que eres un excelente fotógrafo, pero gastas todo el dinero que ganas. Si te gusta eso, deberías estudiar. No deberías salir con tus amigotes y tomar en el bar de mi tío. La última vez tomaste más de la cuenta y le quedaste debiendo. —

De seguro su familiar le dijo, aunque el viejo zorro que Raquel tiene por tío nunca me ha delatado antes. Quizás es momento de pagar mis deudas. - Pensó Harry.

—¿Quién cuidará de mi mamá si me voy de la casa? Ella no tiene a nadie. Debe estar sola en la casa preocupada de que no haya llegado. — dijo Harry levantándose.

Otra gotera apareció y apagó otra vela.

—Eres un niñito de mamá, es lo que eres. Te conformas con el trabajo de mierda que tienes. Crees que trabajar en la tienda de respuestos toda tu vida es bueno ¿Verdad? ¿Por qué no estudias algo? Cuando consigas un mejor trabajo…—

—No lo entiendes. No podría pagarlo. —

Harry se sentó lejos de Raquel, pensativo. La lluvia continuaba y los truenos seguían. Raquel era una sombra en un rincón y él en otro. La brisa fría traía consigo el agua. Harry pensó que estarían mejor dentro del auto, pero su orgullo le impidió decirlo. Raquel continuó hablando.

—No te preocupes, él no me dijo nada. Está bien que quieras pagar todas tus deudas. Es un buen primer paso. Me gustaría que estudiaras. ¿Te gusta la fotografía, verdad?—

—No puedo. — dijo Harry sentado con la cabeza entre las rodillas.

—Nunca lo harás con esa actitud. —

Raquel se levantó de donde estaba y se sentó junto a él. Cuando lo hizo le picó las costillas con el dedo.

—Al menos tu papá tenía los huevos para robar. Tú no eres más que un cobarde. — Dijo Raquel en voz alta, sin una pizca de temor en su voz. Al final volvió a picarle las costillas con el dedo.

Harry se esforzaba por mantener la compostura, pero cada puñalada lo irritaba cada vez más.

Le prometí que no volvería a hacerlo.

El viento arrancó una rama que partió la ventana junto a ellos. Raquel volvió a gritar. Harry tenía los pelos de punta.

Raquel se puso a llorar cuando Harry le dio la cachetada. Su mirada era roja, como si fuera a llorar. Ella se levantó y se dirigió a la habitación cojeando. Harry la siguió con la mirada y al ver como cerraba la puerta se acercó.

—Abre la puerta, Raquel. —

La puerta era como un tambor.

—Abre la maldita puerta o la TUMBO. —

El tambor de su corazón latía al ritmo de sus golpes.

—¡ABRE LA MALDITA PUERTA!—

La madera cedió. El olor a vómito llenó el ambiente. En la mente de Harry todo se volvió rojo. Gritos. Quejidos. Lamentos. Golpes. Forcejeos.

Para Harry todo pasó en un segundo. Se halló de pie con la puerta abierta y la navaja en la mano mirando a la oscuridad de la habitación en la cual había entrado Raquel.

Cuando la navaja cayó al piso y Harry recuperó el sentido todo lo que pudo escuchar fue a Billy llamándolo por su nombre a sus espaldas.

El crucifijo de Raquel al igual que las paredes, el piso y el techo estaban teñidos de rojo.

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