Advertencia: estos episodios contienen un lenguaje fuerte y violencia explícita.
Barcelona, tarde del 1 de octubre de 2024.
Plaza Sant Jaume, en medio de aquel ambiente tan hostil. Era una manifestación política. Por un lado, la izquierda española (comunistas, socialistas, anarquistas, progres, Podemos…) de la mano con el sector del independentismo catalán de su misma cuerda política y sosteniendo banderas republicanas tricolor, comunistas con el fondo rojo y el dibujo de la hoz y el martillo, anarquistas rojas y negras con la franja en diagonal, multicolores lgbt, palestinas, esteladas e ikurriñas y también pancartas en apoyo a los presos políticos catalanes y vascos y a demás mártires de izquierdas por parte de, según ellos, el «ultra mega fascista» estado español. Por otro lado, la derecha pija liberal (PP, Vox…) sosteniendo banderas rojigualdas con el escudo monárquico borbónico, blancas con las aspas rojas de Borgoña y el fondo blanco y a la misma vez anarcocapitalistas con los colores amarillo y negro de fondo separados por una franja diagonal y el dibujo de la serpiente, pancartas de mártires de ETA y protestando contra, según ellos, el «terrorífico gobierno antiespañol socialcomunista».
Yo soy muy catalanista aunque no independentista y no me considero una persona de derechas ni de izquierdas. Pienso que hay cosas que no se tratan de ser de derechas o de izquierdas sino de tener dos dedos de frente y humanidad.
Soy partícipe de las pueriles pugnas del populacho. Aunque pasiva y de lejos. Presencio como entre ellos se llaman «fascistas».
–¡Fora feixistes dels nostres barris!
–¡Vosotros sois los fascistas, pro etarras!
–¡Macho muerto, abono pa’ mi huerto! ¡Soy bollera y me gusta mi peluquera…! ¡Feministas antifascistas! ¡La heterosexualidad mata!
–¡Feminazi muerta, abono pa’ mi huerta!
–¡Llibertat presos polítics! ¡Libertad Pablo Hasel! ¡Euskal presoak ez daude Euskal Herria!
–¡Puigdemont a prisión! ¡La República no existe, idiota! ¡Viva Vox! ¡Qué te vote Txapote!
–¡Espanyolisme terrorisme! ¡12 d’octubre, res a celebrar!
En fin, todo un patio de escuela. Ojalá se vieran como les veo. Patético.
En un momento dado, se acerca de repente todo un gentío en tropel sosteniendo banderas franquistas, de Falange y del Imperio español. Gentuza agresiva que roza lo violento y con pinta de macarras ultras, de la que, como más lejos, mejor. A diferencia del patético resto, esta gente me da miedo.
Los ultraderechistas empiezan a pelear tanto con los antifascistas como con los pijos de derecha liberal hasta llegar a las manos. Menudo espectáculo… En fin. Me acerco discretamente.
–¡No nos engañan, Catalunya es España! ¡Patria, justicia, revolución! ¡Hijos de puta! ¡Terroristas! ¡Ducháos, guarros! ¡Escoria infecta!
–¡Fuera fascistas de nuestros barrios! ¡Fuera cerdos de nuestros barrios! ¡No, no, nazis no, nazis no, nazis no! ¡Vosotros, fascistas, sois los terroristas!
–¡Ratas, ladrones! ¡Que ponéis el culo al capital! ¡Os llenáis la boca de España, pero sois tan enemigos de ella como los «antifas»! ¡Panda de maricones! ¡Camarada, arriba Falange Española!
Empiezo a sentirme incómoda y asustada y acaricio la idea de marcharme cuanto antes si no quiero recibir sin tener nada que ver con sus historias. Pero de repente, la veo. Entre toda la chusma ultra me fijo en que destaca mucho una mujer. Lleva tres banderas atadas a la espalda: una rojigualda bien grande con el águila de San Juan que cubre casi todo su grande cuerpo hasta casi los tobillos, una bandera del yugo y las flechas y otra con las aspas de Borgoña. Transmite la misma impresión de una persona agresiva y bruta como el resto. Por como la escucho gritar, al margen de su agresivo tono, intuyo una voz grave, profunda y sensual al mismo tiempo. El mero hecho de verla me produce una especie de escalofrío en mi cuerpo entero. Una extraña sensación de repulsión y de atracción a la misma vez. Es una mujer muy hermosa. Realmente hermosa. Su penetrante y profunda mirada de unos pequeños ojos cafés oscuros detrás de sus gafas negras de cristales grandes y rectangulares, su blanca piel como la luna llena, sus labios carnosos, su melena larga, pelirroja natural y ondulada. Gordita y muy alta, le pongo 1,85. Viste con una boina roja y una camisa azul abotonada con el yugo y las flechas bordados en rojo, debajo de la cual puedo intuir de sobras sus grandes y voluptuosos pechos, a pesar de que la lleve abrochada. También lleva unos pantalones anchos y cortos que le cubren medio muslo y ajustados en sus grandes caderas y nalgas. Calza unas chanclas negras de cuero, plataforma alta, y tacón, con las que tal vez mide uno noventa y tantos. De repente, le escucho gritar a ella sola, dirigiendo la mirada a las feministas:
–¡Yo soy más mujer que todas vosotras juntas, taradas victimistas! ¡Que no sabéis hacer la «o» en un canuto, solo vivir de paguitas o buscar un hombre que os mantenga! ¡Muy empoderadas, lesbianas y anticapitalistas todas, como en realidad no sois más que unas taradas que odiáis a los hombres y después bien que arrimáis el coño y perdéis el culo por el primer maromo con dinero con el que os cruzáis, que no podéis ser más falsas y puercas! ¡Ya os espabilaría yo y os pondría firmes en un segundo y a hostias! ¡Aprenderíais a base de bien de auténtico empoderamiento y de igualdad de género, zorras!
–¡Cállate, puta cerda fascista! –grita una de las feministas.
–¡A mucha honra! ¡Como os jode que os digan cuatro verdades, eh! –responde voz en grito, levantando el dedo– ¡Anda y ducháos, zorras! ¡Que os huelo el sobaco desde aquí!
No parece una mujer para nada refinada ni con unos ademanes demasiado lo que se diría «femeninos». Más bien ruda y agresiva. Nada que ver con las pijas «Cayetanas» de derecha liberal ni con las también pijas (tanto que se llenan la boca de clase obrera, en fin), hippies y perroflautas de izquierda progre, feministas y «antifas». Transmite ese aire de mujer dura y guerrera que tanto me atrae y que no veo en ninguna mujer de los dos otros grupos. En fin. No es por decir, pero ya podrían aprender muchas feministas actuales.
A pesar del mal ambiente me quedo solo para verla a ella. Esta mujer me provoca sensaciones encontradas: atracción y miedo. Siento una extraña atracción hacia sus aires de perdonavidas y de mujer dura y rebelde. Mientras la miro pienso que es una lástima verla tan solo siendo así de agresiva, me pregunto si ella en el fondo es de esta manera, si detrás de esa profunda e incluso melancólica mirada de ojos cafés hay algún ápice de sensibilidad y sentimiento. Me pregunto qué historia puede haber detrás de su profundo enfado con el mundo. Imagino cómo sería ella dejando de lado tanto odio, sonriendo, lo hermosa que debe de ser su sonrisa. Entonces ya llevo un rato mirándola. La miro más bien seria, pero tampoco mal, que es tal vez lo que ella interpreta. Entonces ella se percata y se dirige rápidamente hacia mí, mirándome con cara de muy mala hostia, me estira con fuerza de mi delicado brazo hasta dejarme marcados los dedos y las uñas, me pone una de sus grandes manos en el pecho hasta dejarme arañazos, me agarra del vestido y me arrincona en un callejón contiguo a la plaza donde nos encontramos, me pone contra la pared y me grita:
–Tú, ¿qué coño miras tanto con esa jeta, niñata? Las miradas te las guardas para tu casa. ¿Entendido? ¿De qué vas? Dime, ¿DE QUÉ COÑO VAS?
–No es lo que piensas, no quiero hacerte nada, perdóname… –le digo con lágrimas en los ojos y encogiéndome realmente asustada.
–¿Ah, no? ¿No es lo que parece? ¿Entonces…?¿QUÉ ES? ¿POR QUÉ COÑO LLEVAS MEDIA HORA MIRÁNDOME SOLO A MÍ? ¿QUÉ QUIERES DE MÍ? ¿ES QUE QUIERES PELEA? –me dice muy agresivamente, con la respiración acelerada y gritándome.
Yo estoy temblando y empiezo a llorar. A la vez, estoy muy sonrojada. Ella lo nota. Mi mirada lo dice todo.
–¡HABLA, COÑO! ¿ERES MUDA?
–Yo… Perdóname, de verdad. Solo… –le digo entre lágrimas.
–¿Solo QUÉEE?? –y levanta el brazo y la mano haciendo amago que soltarme una bofetada mientras que con el otro brazo me tiene contra la pared sometida a su voluntad. Viendo la diferencia de tamaño entre las dos, tengo miedo del daño que me puede hacer, ya que en contraste con ella, yo soy muy delgada y apenas llego al 1,60.
–Perdóname, por favor, no tengo nada en tu contra –le digo llorando y poniéndome la mano en el pecho.
No me da tiempo a reaccionar porque me agarra fuertemente de los pelos y me abofetea dos veces, una en cada mejilla. Acto seguido, me empuja y caigo al suelo. Empiezo a llorar mucho. Más que por el dolor físico, por el impacto psicológico.
–¡Así aprenderás a no mirar lo que no debes! Sí, llora, llora… ¡A las arpías con cara de mosquitas muertas como tú ya os veo venir DE LEJOS! A mí me han jodido muchísimo, ¿sabes?! ¡Y estoy harta! ¡Efectivamente, antes de que me pisen, PISO! ¡No sabes quién soy yo, PERRA! –me grita, estando ella de pie y yo tirada al suelo con mucha pena y dolor. Acto seguido, me escupe.
Inmediatamente se dirige de nuevo a la plaza, caminando agresivamente y a pasos largos y rápidos. Una vez allí, veo como victoriosa hace el saludo fascista y regresa junto a sus camaradas, uno de los cuales le da un megáfono.
–¡José Antonio Primo de Rivera! –aclama ella misma, a voz en grito, megáfono en mano y con el brazo y la mano alzados.
–¡Presente! –responde agresivamente la muchedumbre de camaradas.
–¡Francisco Franco! –aclama ella misma de nuevo.
–¡Presente! –responden de nuevo.
–¡Cara al Sol con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer, me hallará la muerte si te lleva y no te vuelvo a ver…! –empieza a cantar a pleno pulmón e inmediatamente sus camaradas la siguen al unísono. Cantan el himno completo.
«Es tan hermosa y aparentemente tan mala», pienso mientras continuo bloqueada en el suelo.
Seguidamente, escucho que ella misma corea a pleno pulmón, megáfono en mano:
–¡Viva, viva la revolución!
Y todos responden también coreando:
–¡Viva, viva Falange de las JONS!
Ella:
–¡Fuera, fuera, fuera el capital!
Todos:
–¡Viva, viva, el estado sindical! Que no queremos reyes idiotas que no sepan gobernar…
Y continúan cantando todo este himno falangista.
–¡NO PASARÁN! ¡NO PASARÁN! ¡ESTA VEZ NO PASARÉIS, PUTOS FASCISTAS! –grita la gente de izquierdas.
–¡PASAMOS EN 1939 Y VOLVEREMOS A PASAR, CAPULLOS! –grita ella misma, megáfono en mano.
Una mujer joven que con sus propios ojos ha presenciado la agresión, viene a socorrerme y empieza a ir tras ella, gritarla e insultarla mientras huye de allí caminando cada vez más rápidamente.
–¡Desgraciada! ¡Fascista hija de puta! ¿Dónde te crees que vas? ¡Ven aquí si tienes cojones! ¡Cobarde! ¿Qué te ha hecho esta chica para que le hagas esto??
Entonces ella se gira y con la mano hace el gesto de levantar el dedo.
–¡Vete a tomar por culo, Susana! ¡A chuparla por ahí!
–Los cerdos como tú en manada y con alguien más débil sois muy valientes pero a solas sois unos mierdas cobardes. ¡Sí, muy grandota eres tú, mucha fuerza bruta y mucho intimidar a alguien más débil, pero cuando se trata de razonar se te achica el culo, eh?! Ahora responde, ¿QUÉ TE HA HECHO ESTA POBRE CHICA?
–No me haces ningún daño ni me das ningún miedo. Ya nos conocemos bien, Susana. ¡Anda a chuparla! ¡Qué te vaya bien!
Entonces, escucho decir a la chica que se ha enfrentado a ella a otra persona:
–Pobrecilla esta chica… ¡Es que no hay derecho! Yo a esa impresentable la conozco. ¡La conozco muy bien! Fuimos compañeras en la secundaria y en bachillerato. Realmente es una desgraciada y una infeliz de la vida y paga su rabia y frustración con los demás. Sé muy bien toda su vida y todos sus traumas. Es por eso que conmigo no tiene tantos cojones. Conozco su punto débil y lo sabe. Siempre tuvo ideas muy derechistas rozando el falangismo, pero su carácter no siempre ha sido así. A raíz de lo que les ocurrió a sus padres, se ha ido radicalizando y volviendo una persona cada vez más desequilibrada y agresiva. Éramos amigas, pero fue eso y una fuerte pelea que tuvimos lo que me alejó definitivamente de ella. Es una persona que ha tenido una vida dura y lo ha pasado muy mal, aunque eso no justifica que se haya convertido en una zorra y una déspota.
Me logro recomponer del susto y me levanto del suelo. Me encuentro sentada en un banco al borde de un ataque de ansiedad, temblando y llorando desconsoladamente. Ya no tanto por el dolor físico sino por el psicológico, que es mucho más fuerte. Respiro con esfuerzo. Entonces, esta chica, llamada Susana, se acerca a mí y se sienta a mi lado, preocupada. Me consuela rodeándome la espalda con su brazo.
–Tranquila… Respira hondo… Inspira… Espira… ¿Necesitas tomar agua?
Me abre una botella de agua y me la da. Tomo unos pequeños sorbos y empiezo a respirar lentamente y empiezo tranquilizarme, a pesar de que mis ojos sigan derramando lágrimas.
–Me llamo Susana. ¿Cómo te llamas?
–Me llamo Clara. Encantada, Susana.
–Lo mismo digo, Clara.
–Muchas gracias, de verdad. Y, sobre todo, disculpa. Me sabe mal que hayáis acabado peleando por mi culpa y que ahora tengas problemas con ella, me da mucho miedo esta mujer –le digo.
–¿Pero qué estás diciendo? ¡Y ahora! No me tienes que pedir disculpas de NADA. No tiene derecho a hacer lo que hace la muy desgraciada. ¿Yo, problemas con ella? ¡Ha, ha, ha! ¡No me da ningún miedo! Conmigo no se atreve tanto. Es una pobre infeliz en el fondo, la conozco bien. Se llama Otmara. Fui su amiga en otros tiempos. Pero ella por problemas psicológicos y traumas no superados empezó a cambiar y a volverse una persona amargada y violenta. Nadie merece pagar con sus frustraciones. Todavía menos alguien inocente que no le ha hecho nada malo ni en ningún momento ha tenido la intención. Realmente me preocupa porque la conozco bien y, a pesar de tener y de haber tenido siempre las convicciones políticas que tiene, ella no era así, aunque obviamente nada justifica que vaya agrediendo a todo el mundo allí donde pisa. Hablaré con ella muy seriamente. Haré que entre en razón por las buenas o por las malas. No puede seguir así.
–Es comprensible que tenga sus traumas y mucha rabia guardada dentro que no sepa cómo canalizar, aunque, tal y como dices, nada justifica agredir. Si crees que debes hablar con ella, adelante. Eso demuestra que eres una buena amiga a pesar del daño que ella te haya podido hacer. También podrías no hacerlo y sería también totalmente comprensible.
–Así es, Cleo.
–Creo que voy a irme a casa, no aguanto más aquí.
–¿Estás segura de irte sola? ¿Quieres que te acompañe?
–No hace falta, pero como quieras. Muchas gracias, de verdad.
No obstante, transcurridos unos segundos, escuchamos un gran alboroto procedente de la plaza, obviamente de la manifestación.
–Hostia, ¿qué ocurre aquí? –pregunta Susana retóricamente y de repente se dirige corriendo hacia la plaza. Yo voy tras ella.
No doy crédito a lo que ven mis ojos. Me quedo anonadada. Aquella misma mujer que me agredió minutos antes. Otmara. Esta vez fuera de control, abalanzándose encima de los izquierdistas (en especial hacia los que llevan ikurriñas, esteladas y pancartas de los presos etarras), adoptando una actitud extremadamente violenta y agrediendo a todo aquel y a toda aquella que se encuentra por delante y propinando palizas a base de patadas y golpes de puño
–¡HIJOS DE LA GRANDÍSIMA PUTA! ¡OS VOY A MATAR! ¡PUTAS RATAS DE CLOACA! ¡COMUNISTAS, ANARQUISTAS Y ETARRAS DE MIERDA! ¡TERRORISTAS, ASESINOS! –grita en un tono de voz realmente desgarrador seguido de una agitada e iracunda respiración, mientras golpea y patea fuertemente a un hombre y a una mujer que se encuentran ya en el suelo junto con sus ikurriñas y sus pancartas y entre vagos intentos de resistirse.
Se encuentra rodeada. Por un lado, algunos de sus camaradas le siguen la corriente y también agreden a izquierdistas, mientras que otros la intentan separar y reducir. Los de izquierdas intentando agredirla para defender a sus camaradas. Susana se dirige a ella sin pensarlo ni un instante y la agarra fuertemente del brazo. Yo, presa del pánico, dudo unos segundos, pero me decido a intentar también reducirla agarrando con fuerza su otro brazo.
–¡Otmara! ¡Cálmate, por favor! –le dice Susana.
–¡Después de lo que me han dicho, no voy a parar! ¡NO ME CALMO CON ESTAS PUTAS RATAS, SUSANA! ¡NO ME CALMO!
–¿Qué te han dicho?! –pregunta Susana, desesperada.
–¡Insultarme y amenazarme de muerte entre gritos proetarras! ¡ESTO NO LO VOY A CONSENTIR! ¡QUE ME TOQUEN CON LO QUE MÁS ME DUELE NO LO PIENSO CONSENTIR! –responde, con la respiración acelerada y entre coléricos rugidos.
–¡Vas a acabar colgada por los pies como los tuyos! ¡Entre todos te haremos comer el bordillo de la acera! ¡Este será tu final, puta energúmena fascista! ¡Por escoria como tú debería resurgir la ETA! –grita un hombre de izquierdas.
–¡Eso, eso! –gritan bastantes izquierdistas entre aplausos y al unísono.
Al escuchar esto, Otmara, ardiendo de ira, en ventaja por su peso y estatura, logra zafarse con suma facilidad de todos los que la rodeamos, tanto los que intentamos reducirla como quien intenta agredirla agarrándola del pelo, propinándole patadas e intentando quemarle con mecheros las banderas franquista, falangista e imperial que lleva atadas a su espalda. Toma una navaja del bolsillo de su pantalón y se dirige a la gente de izquierdas que intenta agredirla.
–¡YA ME HABÉIS HARTADO! ¡HIJOS DE LA GRAN PUTA! ¡NO SABÉIS EL DAÑO QUE ME HABÉIS HECHO! ¡QUIEN A HIERRO MATA, A HIERRO MUERE! ¡AHORA YA PODRÉIS IR A LA POLICÍA, COBARDES! ¡TAN ANTIPOLICÍA QUE SOIS! ¡SI LA CORRUPTA JUSTICIA (SI ASÍ SE LE PUEDE DECIR) NO HA ACTUADO COMO ES DEBIDO CONTRA LOS ASESINOS DE MIS PADRES, ME LA VOY A TOMAR POR MI PROPIA MANO! ¡NI OLVIDO NI PERDÓN! ¡POR MIS PADRES! ¡AAAAAAAAAAHHHHHHHH! –grita con desolación y esta vez con lágrimas cayendo de sus ojos, mientras empieza a golpear, a patear y a herir a gente de izquierdas con la navaja y sin control, empezando por el hombre que le ha dicho tal barbaridad, dejándole derrotado al suelo y sangrándole el brazo.
–¡QUÉ TE DEN! ¡MARICÓN DE MIERDA, POCO HOMBRE! ¡SIENDO MUJER, TENGO MÁS COJONES QUE TÚ Y QUE TODOS LOS DE TU CATERVA!
–¡OTMARA, FRÉNATE, POR FAVOR! ¡POR FAVOR, TE LO RUEGO! –grita desesperadamente Susana, mientras corre tras ella e intenta reducirla de nuevo, al mismo tiempo que yo.
–¡POR FAVOR, PARA! ¡PUEDO ENTENDER CÓMO SE SIENTE QUE TE HAYAN HECHO DAÑO, PERO PARA, POR FAVOR! ¡ASÍ NO! –le grito también desesperadamente y entre lágrimas. En el fondo, no puedo evitar pensar que le han dado motivos suficientes para despertar su monstruo interno. Mediante el tacto, siento con más intensidad su agitada respiración y el violento latido de su corazón.
–¡VAS A BUSCARTE LA PUTA RUINA Y NOS LA VAS A BUSCAR A NOSOTROS, PÁRATE YA, JODER! –grita uno de sus camaradas, mientras también va tras ella y vuelve a intentar reducirla.
–¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHH! –sigue gritando entre amargas lágrimas, fuera de control, mientras golpea y hiere navaja en mano a todo aquel que se encuentra por delante. Puedo sentir un profundo dolor en su iracundo grito. Entre la gente de izquierdas, algunos se percatan de su estado de enajenación y dejan de intentar agredirla para también reducirla.
–¡Está ida, está completamente ida! ¡Paremos! ¡De lo contrario conseguiremos provocar más sus reacciones! ¡No está bien esta chica! ¿No os dais cuenta? –grita una chica de izquierdas a los camaradas suyos que continúan insultando e intentando agredir a Otmara.
Se escuchan gritos de dolor entre la gente de izquierdas a la que Otmara ha agredido.
Inmediatamente, llegan tres policías locales junto con una ambulancia y logran reducirla al instante. La esposan y le quitan de la mano la navaja. Entonces, cae agachada al suelo y se deshace en un ahogado y amargo llanto.
–¡PAPÁ…!!! ¡MAMÁ…!!! ¡DIOS…!!! ¡Que estáis en el cielo…!!! ¡Perdonadme…!!! –grita una y otra vez, entre fuertes y desolados sollozos, apretando bien sus manos con las muñecas esposadas contra el pecho como manera instintiva de exteriorizar su dolor y mirando al cielo.
Tiene el cabello muy despeinado, la mirada perdida y los cristales de las gafas ligeramente empañados entre tanto llanto. Mientras gran parte de los auxiliares de ambulancia socorren a la gente de izquierdas agredida por Otmara, los policías y uno de los auxiliares, especializado en salud mental, socorren a Otmara e intentan hacerla entrar en razón, al mismo tiempo que yo, Susana y más gente, sean de los suyos o de los dos grupos restantes, sobre todo los más de derechas y también algunos de izquierdas, discutiendo con antifascistas que continúan abucheándola y amenazándola.
Por encima de las ideologías, somos personas. Con nuestros sentimientos, nuestras alegrías, nuestras penas, nuestros traumas. Y eso es lo que realmente nos une y nos hace humanos.
Me duele verla así. Aunque no la conozca y a pesar de mi mala impresión sobre ella y de su mala cabeza, comprendo de sobras el doloroso peso con el que carga en sus hombros y realmente empatizo mucho con su pesar. Con temor, me agacho yo también y la abrazo sin pensarlo. Mediante el tacto, siento un intenso temblor en su cuerpo, además de un fuerte martilleo en su corazón. A pesar de estar esposada, corresponde a mi abrazo cayendo rendida a mi hombro. Transcurridos unos minutos, su desolado llanto se torna más tenue.
–Gra… Gracias… Muchas… Gracias. Eres un ángel… Caído del cielo… Perdóname… ¡Por favor…! ¡Te lo ruego…! La tomé contigo… No… No mereces… Como… Como te he tratado… Tú no… Tú no lo mereces… Cariño… Espero que… Que… Que Dios… No me aleje de ti… Y nos encontremos… De nuevo… Ot… Otmara… Me… Llamo… Otmara… –me susurra al oído en medio del abrazo, entre lágrimas y con dificultad para articular palabra.
–Me llamo Cleo. Estás más que perdonada. Empatizo totalmente contigo. Entiendo que debes de cargar con un gran peso encima de tus hombros. No es justo. No obstante, pese a esta fortaleza que sé que tienes, debes también abrazar tu vulnerabilidad y reconocer tus sentimientos. Porque de lo contrario, todo esté dolor que llevas dentro se pudre y se convierte en odio, ira y revanchismo. No puedes vivir siempre con la guardia levantada. Después explotas y pierdes el control de ti misma, como te ha sucedido ahora. Esto no es nada bueno para nadie, te dañas a ti misma todavía más. Debes pedir ayuda. Por cierto, eres hermosa y tienes un precioso nombre, te lo digo con el corazón en la mano, Otmara –le digo, mirándola a sus tristes ojos mientras le acaricio el cabello y las mejillas, secando las lágrimas que caen sin cesar de sus ojos. Le decantó un poco el cabello de la cara y me percato de que lleva tapones en ambos oídos. Curioso.
–Sí… Lo sé… Te entiendo… Pero… Lo único que pasa… Es que… No pienso… No pienso consentir que… ¡Que me pisen…! Y todavía menos… Metiendo el dedo… ¡En la llaga…! ¡Hijos de puta…! ¡Desgraciados…! –me dice, entre lágrimas y sollozos y articulando palabra con dificultad– Muchas gracias… Tú eres más hermosa… Cariño…– me besa con suma delicadeza, sellando sus bellos y carnosos labios en mis mejillas, que entonces me abofeteó, también empapadas en llanto.
Entonces, me percato de como la característica palidez de su blanca piel adopta una tonalidad más intensa, enfermiza. Transcurridos unos segundos, pierde el conocimiento entre mis brazos y cae rendida a mi hombro. La abrazo con mucha fuerza. Un policía libra a Otmara de sus esposas y junto a mí, a Susana, a otro policía más y a un auxiliar de ambulancia, logramos levantar del suelo a una Otmara completamente desmayada y tumbarla en una camilla.
Mientras la tratan, Susana y yo le tomamos cada una de una mano. Se la acaricio con suma delicadeza. En unos veinte minutos logra recuperar la conciencia lentamente. Los policías la esposan de nuevo y se la llevan arrestada. No opone ninguna resistencia. Presenciamos como se la llevan.
La policía nos hace venir a Susana y a mí en calidad de testimonios y a algunos de su camarilla también sospechosos de agredir a comisaría.