Después de las solemnes encendidas de la «januquiá» y de las dos velas del Shabat permanecemos sentadas y tomadas de la mano, viendo como empieza a oscurecer.
–¿Estás bien, cariño? –le pregunto, tiernamente.
–Sí, amor mío, ya está. Me emociono mucho, ya conoces lo sensible que soy. Muchas gracias por tanto, de veras.
–No supone ningún compromiso para mí presenciar y acompañarte en algo tan sublime y de vital importancia para la persona a la que más amo en este mundo. ¡Es que faltaría más!
–Te amo, amor de mi vida –nos besamos.
Mi mirada repara en otro detalle.
–Hay algo que me llama especialmente la atención.
–Dime, amor.
–¿La «menorá» se enciende ahora? ¿Qué ritual hay que seguir para prenderla?
Me sabe un poco mal abrumarla a preguntas, aunque mis ansias de saber me pueden.
–No, mira, te explico. La «menorá» no la podemos encender. Simplemente la tenemos como elemento ornamental y reminiscencia de lo que somos. Se debe al hecho que fue el candelabro original y a que debemos respetar sus orígenes, su gloriosa y triste historia y su incierta suerte, así como su santidad.
–¿Qué fue de ella después del milagro del aceite? ¿Se sabe algo al respecto en la actualidad?
–Te explico cómo continua y termina la historia de la «menorá» original. Cuando cayó en manos romanas la gloriosa dinastía Hasmonea, heredera de los Macabeos, saquearon arrasando cruelmente con todo lo que se encontraron por delante y más y se llevaron la menorá de siete brazos hasta Roma. Años después, tras la caída del Imperio Romano de Occidente bajo el mando de las tribus germanas bárbaras, los vándalos arrasaron con Roma, llevándose con ellos la menorá hasta Cartago. Pasados unos años, los bizantinos, comandados por el general Belisario, arrasaron con el reino de los vándalos y se llevaron con ellos la «menorá» hasta Constantinopla. Hubo entonces un judío que advirtió a Justiniano, el entonces emperador romano de Oriente, sobre el mal fario que corrieron todas las ciudades que habían custodiado la «menorá» a lo largo de la historia y por fin fue devuelta a Jerusalén, ¡de donde nunca se debería haber movido! –exclama en un tono vehemente– Y allí permaneció hasta la llegada de los persas sasánidas, a partir de la cual se encuentra en paradero desconocido hasta nuestros días.
–Resulta increíble que a pesar de la gran carencia de recursos de aquellos tiempos tan remotos la «menorá» permaneciera tanto tiempo en paradero conocido.
–Es por obra de HaShem.
–Es una de esas cosas por las que no cabe duda alguna de la existencia de Dios.
–Así es, amor. Nunca lograré entender a las personas que no tienen fe en Él. Y todavía menos cuando tienen un corazón que no les cabe dentro, algo de lo que este mundo va muy escaso –suspira.
–Yo tampoco, de veras. No concibo un mundo ni una manera de vivir sin su sentido moral y trascendental ni sin ningún vínculo con la auténtica belleza.
–Hay un proverbio muy extendido que dice lo siguiente: «lo esencial es invisible a los ojos». HaShem y la fe en Él son una clara muestra de ello.
–Exactamente. Dios se encuentra fuera del alcance de nuestros cinco sentidos, pero está en todas partes. Está dentro de nosotros si creemos en Él y lo amamos.
–Aquí en Occidente gran parte de la gente no es consciente de ello. Hay cada vez más personas absorbidas por el materialismo, el consumismo salvaje y la falta de sensibilidad que imperan en esta sociedad. Desamparadas a nivel emocional y espiritual y con el rumbo de la vida realmente perdido. Y ello se debe a como la mentalidad occidental posmoderna ha alejado a las personas de HaShem… –deja escapar un amargo suspiro– Es algo que realmente me entristece.
–Así es, amor. Tantas personas como tú y como yo tiradas en la calle a causa de las drogas, del alcohol y/o de la prostitución, que intentan llenar vacíos a base de vías de escape perjudiciales que conducen a las adicciones. Además la cantidad de promiscuidad que hay y de gente que va de relación en relación sin saber qué es lo que realmente quieren en su vida… Es triste, muy triste.
–Exactamente a eso me refiero, amor. Algo por lo que más oro a HaShem es porque la esperanza consiga sobrevivir. Porque es lo último que se pierde en esta vida. Antes de la fe en Él… –suspira– Mira, amor.
Se dirige de nuevo al mueble, toma tres rollos de pergamino muy grandes y los deja en la mesa, frente a mí.
–¡Uau…! Es la Torá, ¿verdad?
–Son la Torá, el Tanaj y el Talmud. A ver si sabes decirme qué contiene cada uno –me sonríe tiernamente.
–¡Sí, ya entiendo, ya recuerdo! La Torá es el Pentateuco, el Tanaj la Bíblia hebrea y el Talmud un tratado de leyes rabínicas y relatos históricos y tradicionales.
–¡Así es, amor! Ahora hago el «Parashat HaShavúa», que consiste en leer un «parashat», es decir, un «fragmento» semanal de la Torá. Para facilitar la realización de esta «mitzvá», la Torá se divide en cincuenta y cuatro «parashat», que corresponden a cada una de las semanas del año judío. Hoy me toca leer un fragmento del libro del Éxodo, concretamente sobre Moisés.
–En cuanto a duración, no se distingue demasiado del año cristiano, ya que este dura cincuenta y dos semanas.
–En ese aspecto casi no se distingue, amor. Aunque sí en el orden y estructura de los meses como ya has visto y en la cuenta de los años. Actualmente es el año 2023 de la era cristiana, pero en la nuestra es 5784.
–Claro, de la misma manera que los cristianos contamos los años desde el nacimiento de Jesucristo, los judíos lo hacéis desde la promesa de Dios a Abraham, ¿cierto?
–No, no es así. Mira, amor… –me muestra de nuevo el calendario del bello libro de ilustraciones–Contamos los años desde la Creación. Nuestro año empieza en el mes de Tishri y termina en el de Elul, concretamente entre los meses de septiembre y octubre del calendario cristiano.
–Es asombroso que algo tan vital y tan universal como el tiempo sea a su vez tan y tan relativo según la manera de medirlo en cada cultura.
–Así es, amor. Ello demuestra que aunque los mortales nos empeñemos en controlar de una manera u otra lo que sobrepasa nuestro alcance, es algo que siempre estará en manos de HaShem.
Entre las dos abrimos el rollo de pergamino con sumo cuidado.
–Es impresionante. No es lo mismo ver semejante sacra belleza en fotografías o en películas que presenciarla en vivo.
–Por supuesto que no. Quédate con lo que ves ahora, es lo que realmente enamora.
Me lee los versículos muy emocionada y me los traduce. Carlota me explica que desde los tres años ha aprendido hebreo, toraíco y moderno. Junto con el catalán y el castellano, es también su lengua, por lo tanto, la entiende, la habla y la escribe al nivel de un israelí nativo. Me enseña cómo se escribe y se lee en hebreo de derecha a izquierda. Después me muestra en qué consiste el Tanaj, centrándose especialmente en el Pentateuco (también presente), los libros de Jueces y de Reyes, empezando por los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, siguiendo por Moisés y Josué y Samuel y terminando por Saúl, David y Salomón. Siempre pasando por la figura de Ester contra la conspiración del traidor rey persa Amán a pesar de la concordia entre aqueménidas y judíos, al igual que Judit de Betulia, todo un referente de lucha para el pueblo judío y el motivo de la celebración de la festividad del Purim. Básicamente, cómo el territorio de Israel pasó de ser la Promesa de Dios y el asentamiento de los patriarcas hasta el surgimiento de la monarquía unificada, su posterior división y su inminente caída. Aunque no sin antes pasar por la huida a Egipto y su posterior éxodo, la época de las doce tribus y la de los jueces. La escucho muy atentamente y con mucha sed de conocimiento de algo tan y tan bello como una religión, aunque no pertenezca a ella. Y todavía más si se trata de las creencias de la persona que más amo en el mundo.
Me admira su intensa emoción mientras me explica estas bellas historias a través de la lectura de la Torá y del Tanaj. Su elevado tono de voz, el marcado destello en su mirada, su piel erizada y su vehemencia exteriorizada mediante más de un golpe de puño en la mesa.
Finalmente, me muestra todas las leyes talmúdicas referentes al Shabat y demás festividades, de las cuales me explica el significado y me muestra en el calendario del libro de las bellas ilustraciones en qué mes de su año se celebra, por ejemplo, la Pesaj o Pascua Judía y el Rosh HaShaná o año nuevo judío.
Transcurre casi una hora, hasta que permanecemos unos minutos en silencio tomadas de la mano. El precioso cielo de luz rosada que nos iluminaba ha dado paso a una noche oscura de luna llena. Las luces de las «januquiot» alrededor de la casa son las únicas que nos alumbran.
Después de cinco largos minutos se dirige de nuevo al mueble, toma un álbum de fotos y lo deja en la mesa frente a mí. Lo abre, hasta llegar a unas fotos increíblemente preciosas en las que aparecen un hombre y una mujer vestidos de negro y con un sombrero y unas trenzas nacidas en las sienes, uno de esos rasgos que tanto identifican a los judíos. Sus padres.
–Mira, amor. Son mis padres, Judit y Josafat. Josafat, además del nombre del protagonista de la tan famosa novela homónima del escritor catalán Prudenci Bertrana, también fue el de uno de los reyes de Judá. Mira qué felices eran y cuánto se amaban… –suspira– Dime, ¿cuántos
–Sí, puedo ver felicidad en sus rostros. Pocos matrimonios hay así, muy pocos. Es triste, pero así es.
–Como se amaban mis padres, hoy en día contadísima gente, de verdad te lo digo… –suspira amargamente y se le ponen los ojos vidriosos.
Pasa la página. Puedo ver fotos de un bebé. Ella recién nacida en una camilla y sus padres sosteniéndola en brazos.
–Mira, amor, el día que, gracias a la intercesión de HaShem, mis padres me trajeron al mundo.
–Un 20 de abril de 1988… –le digo, con una tierna sonrisa.
–Un 29 de Nissan del año 5751 de la era judía.
–¡Ay, qué belleza de fotos! ¡Qué bebé más bonita! –digo, con una cariñosa sonrisa y con la voz presa de ternura.
–Gracias, amor… –me dice con un fino hilo de voz, mientras pasa la página.
Mi sentido de la vista se inunda de fotos de una tierna niña. Ella de pequeña. La misma melena castaña larga y lacia con el mismo flequillo recto. El mismo brillo en su mirada de ojos cafés.
–¡Qué niña más bonita!
Estoy que no quepo en mi emoción y hasta se me ponen los ojos vidriosos. ¿Cómo le han hecho tanto daño a Carlota a lo largo de su vida?
–Gracias, amor… –me besa la mejilla.
Pasa a la siguiente página, donde puedo ver unas fotos de ella de pequeña con sus padres en lo que parecen una espectacular sinagoga y el muro de un edificio antiguo. Los tres vestidos de negro y con el sombrero y las características trenzas nacidas en las patillas.
–Mi primer viaje a Israel con mis padres. Celebrando el Shabat en el muro de las lamentaciones, que es lo que queda del Segundo Templo, y en la sinagoga sefardí de Jerusalén.
–Son momentos que merece la pena recordar. Siempre hay que quedarse con lo bueno.
_Siempre hay que quedarse con lo bueno, pero son recuerdos y personas que nunca regresarán, amor –suspira muy amargamente, se le quiebra la voz y caen lágrimas de sus ojos, que se las seca rápidamente.
Permanecemos unos largos segundos en silencio.
–Mira, amor… Quiero explicarte algo. Toda la verdad sobre mí, sobre mi familia y de lo que les ocurrió a mis padres… –me dice, con el semblante muy triste– Es algo sumamente duro de explicar, pero mi corazón me dice que contigo ahora es el momento.
–¿De veras estás segura? ¿Te sientes emocionalmente preparada para ello? Lo último que deseo es que a mi lado te sientas presionada.
–En algún momento u otro debo armarme de valor y explicártelo. Estoy cansada de ocultar lo que soy y algo que tanto me marcó en mi vida. Y todavía más a la persona que más amo en este mundo.
–Como desees. Pero despacio.
–Si, amor –me responde, mientras me toma la mano. Le beso la frente.
–Mi familia, tanto del lado paterno como del materno, son judíos sefardíes. Conozco muy bien la historia de mis ancestros. En mi familia ha pasado de generación en generación. No sabemos si llegamos a Sefarad en la diáspora a raíz de la caída del glorioso Reino de Judá y del Primer Templo en manos de los babilonios, es decir, en tiempos de Salomón, o a raíz de la caída en manos romanas de la dinastía Hasmonea y del Segundo Templo hasta su expulsión, pero fue por aquellos remotos tiempos. Es obvio que con el paso de los siglos nos mezclamos con las poblaciones oriundas de los lugares donde emigramos a lo largo de las diásporas, eso explica porque existen diferentes ramas étnicas entre nosotros los judíos. En el transcurso de la Edad Media, sobrevivimos a las horribles persecuciones de los reyes visigodos a raíz del paso del arrianismo al catolicismo, sobre todo por parte de Sisebuto. Supimos adaptarnos y realizamos una gran labor artesana, comercial, económica y, sobre todo, científica y cultural en Sefarad a lo largo de toda la Edad Media, tanto en los reinos cristianos como en Al-Andalus, a pesar de que los almohades forzaron a cristianos y a judíos a convertirse al islam. Ante ambos intentos de expulsión tuvimos que sobrevivir fingiendo convertirnos. Éramos queridos hasta que la presión por cristianizar fue en aumento y llegaron las crisis del siglo XIV. Entonces ya no les interesamos en absoluto. ¡Se nos acusó de envenenar los pozos y de propagar la peste negra! ¡Así nos lo pagaron! ¡Los horribles pogromos extendidos a lo largo y a lo ancho de las Coronas de Aragón y de Castilla en 1391! ¡Después de TODO lo que hicimos por ellos! ¡Desgracias humanas es lo que son! –exclama con ira, alzando el tono de voz hasta cerrar el puño y propinar un fuerte golpe en la mesa.
Escuchando atentamente la explicación de Carlota y su visceral tono de voz, empiezo a comprender todavía más el gran dolor y tristeza que albergan en su alma, así como también a intuir la causa principal de ello y a empatizar con ella más intensamente.
–¡Es a todas luces tan injusto todo lo que habéis sufrido a lo largo de la historia…! ¡Es que cómo me pongo en tu piel! ¡No os lo merecéis! ¡Nadie merece esto! ¡Sois personas! –exclamo, con indignación.
–¿Sabes lo qué ocurre, amor? Que en tiempos de crisis el descontento social siempre lo pagamos los colectivos más minoritarios y vulnerables. ¡Así de mala y cruel llega a ser la gente! ¡Chivo expiatorio de todos los males del mundo! ¡Eso hemos sido los judíos a lo largo de la historia! ¡Nuestra amada Sefarad…! –exclama con un tono de voz tembloroso y acongojado y haciendo un gran esfuerzo por contener las lágrimas. Seguimos tomadas de la mano y no se la pienso soltar.
–Y durante los cien años posteriores, en vez de protegeros como es debido y como merecíais, las persecuciones y conversiones forzadas aumentaron hasta que culminaron en la Inquisición a lo largo y a lo ancho de las Coronas de Castilla y de Aragón (en pocos años, España) llevada a cabo por los Reyes Católicos. ¡Así os lo pagaron!
–Así fue, amor. ¡Así fue! A raíz de la unión dinástica en 1492, la Inquisición de los Reyes Católicos tomó su punto álgido y los judíos que nos negamos rotundamente a renunciar a nuestra fe tuvimos que huir por patas hacia diferentes partes del Viejo Mundo y posteriormente a las Américas. Y exactamente lo mismo ocurrió en 1497 en la parte portuguesa de Sefarad. ¡Era eso o nos mataban!
–Por lo que sé, hubieron numerosos asentamientos sefardíes concentrados sobre todo en los Países Bajos, los Balcanes y el Norte de África. ¿Es así?
–Efectivamente, amor. Mis antepasados estuvieron entre los sefardíes que se afincaron en los Balcanes, concretamente en la ciudad macedonia de Salónica, donde se creó la mayor comunidad judía sefardí del mundo. A pesar de ello, esta vez sí que no nos mezclamos nunca con las gentes oriundas del lugar y siempre conservamos el catalánico y el ladino, es decir, las lenguas judeocatalana y judeoespañola.
–Entiendo que hasta el siglo XX os sentisteis mucho más protegidos en las zonas donde tuvisteis que emigrar. Gracias a ello habéis logrado sobrevivir ante tantísima opresión.
–Así es, amor. Hasta el siglo XX. Mis antepasados estuvieron entre los que no regresaron a Sefarad hasta los años cuarenta del pasado siglo. Huían desesperados a raíz de las persecuciones durante la Segunda Guerra Mundial a causa del creciente antisemitismo y pogromos que inundaron Europa durante el pasado siglo debido al auge del na…, lo que desencadenó en el Ho… –el tono de su voz se torna más amargo, hasta que precisamente en este instante se le quiebra y deja ir un ahogado suspiro– ¡La Sh…! ¡El hache! ¡No puedo ni pronunciar estos nombres, ni escucharlos, ni ver ninguna imagen relacionada! ¡Me da un ataque de pánico hasta revolverme el estómago y vomitar, te lo juro, Clara! ¡No puedo, es superior a mí! –grita con ira y dolor, mientras caen lágrimas de su rostro– Además de la monarquía zarista con sus infames Protocolos de los sabios de Sión y la inminente revolución rusa hacia el comunismo, más sistemas e ideologías que tampoco nos tienen ninguna simpatía a los judíos. Mis bisabuelos y mis abuelos de pequeños sufrieron mucho por culpa de… De aquel engendro austríaco bastardo y malnacido que no merece ni ser llamado «humano»… ¡De aquella rata de cloaca inmunda! –cierra el puño y propina un fuerte golpe en la mesa con furia.
Me sobresalto. Nunca antes había visto a Carlota en ese estado. Puedo sentir la amargura y la ira en su voz y como se le entrecorta la respiración y traga saliva unas cuantas veces, además de su corazón martilleando a mil por hora, ya que seguimos tomadas de la mano y no se la pienso soltar.
–Lo siento, amor. Sé que te he asustado. Perdóname. Lo último que quiero es asustarte, amor –me dice, dejando escapar un suspiro y acariciándome la mano. Me besa la mejilla.
–Intenta mantener la calma, toma aire. Es difícil, lo sé… Aunque inténtalo.
Ella asiente y se toma un instante en el que cierra los ojos e inspira y espira unas cuantas veces mientras sigo sin pensar soltarle la mano ni un segundo y le tomo el pulso con mi otra mano.
–Muchas gracias, amor –me besa en la frente.
–No hace falta que me lo expliques todo si no te ves con fuerzas. Siéntete tranquila, yo en ningún momento te he presionado, ni pienso hacerlo de ninguna de las maneras. Entiendo lo duro que es para ti y la mochila tan pesada con la que cargas… Conmigo siéntete tranquila y segura de ser tú misma. Yo confío y siempre confiaré en ti y nunca te juzgaré ni te abrumaré a preguntas.
–Ya lo sé, amor, ya lo sé. Por el simple hecho de que es una carga muy pesada que llevo dentro y de que eres la persona que más amo en este mundo tengo la necesidad de explicártelo todo.
–¿De veras estás segura? –le pregunto, preocupada.
–No te preocupes, amor –me besa la mejilla.
–Como desees.
–¡Es que no puedo ver su cara ni en pintura, en ninguna imagen, ni leer, ni escuchar su nombre! ¡Literalmente, mi reacción es que se me revuelva el estómago y vomite! ¡Te lo digo de veras, es tan grande el trauma que arrastro que mi organismo reacciona así! ¡Es que NO PUEDO, de verdad! ¡En TODOS mis libros de historia contemporánea de la universidad, antes de empezarlos a leer, he tenido que tachar su nombre, igual que términos como «na…» y «Ho…»! ¡Y no yo misma, sino pedirle a mi rabina que lo haga por mí! ¡También en los exámenes y trabajos de historia contemporánea tenía que poner tres puntos suspensivos, la letra inicial o la primera sílaba para no escribir estos nombres! ¡Suerte que mis profesores conocían todas mis circunstancias y lo entendían perfectamente, todavía quedan personas buenas y empáticas en el mundo! ¡Imagina el trauma que esto supone para mí, Clara! –habla con la respiración acelerada y un temblor acongojado e iracundo en la voz, mientras gotas de sudor frío resbalan por su frente– Es que… ¡Cuánto odio! ¡Cuánto estigma! ¡Cuánto dolor! ¡Solo por ser judíos! ¡Por el mero hecho de existir! –grita entre lágrimas.
Hace una breve pausa para tomar aire. La ayudo a relajarse mediante la respiración mientras seguimos tomadas de la mano.
–Amor… Inspira…
–Inspiro…
–Espira…
–Espiro, amor…
Y así unas cuantas veces. Mediante el contacto de nuestras manos puedo sentir como logro amainar muy paulatinamente su pesar.
Episodio IV: