El secreto de Carlota: episodio VII (reescrito y republicado) HISTORIA DEFINITIVA

Una deliciosa cena de Shabat a la luz de las dos velas encima de la mesa y de las nueve que componen la «januquiá». La «jalá», el pescado, la sopa de pollo, los «latkes» y los «sufganiyot», estas deliciosas tortas y donas rellenas de gelatina. Es toda una delicia como Carlota es capaz de seducir todos mis sentidos, el del sabor incluido. Degustar esas delicias preparadas con toda su alma.

–¿Te ha gustado mi comida, amor? –me pregunta habiendo terminado de cenar, casi susurrándome al oído.

–Me ha parecido deliciosa, como siempre. Todo delicioso.

–¿Cómo te han parecido los «latkes» y los «sufganiyot»?

–Una auténtica y maravillosa delicia, de veras…

Se ruboriza. Me besa en la mejilla.

–Son una comida típica de las fiestas de la Janucá. Al tratarse de frituras, tenemos la tradición de prepararlas y comerlas para conmemorar el milagro del aceite, la gran hazaña de nuestro Judas Macabeo.

Acto seguido, se levanta de la mesa y se dirige de nuevo al gran mueble empotrado, del que toma una especie de peonza de cuatro caras con una letra hebrea en cada una, junto con unas monedas de chocolate. Se vuelve a sentar y me toma la mano.

–Mira, amor. Esto que ves se llama «dreidel»… Son cuatro letras del alfabeto hebreo. Esta es la letra Nun, inicial de «Nes», que significa «milagro»; esta es la letra Gimel, inicial de «Gadol», que significa «grande»; esta es la letra Hei, inicial de «Haya», que significa «ocurrir» y esta es la letra Shin, inicial de «Sham», que significa «allí». Dice lo siguiente: «nes gadol haya sham», que significa «un gran milagro ocurrió allí». Durante las fiestas de la Janucá, utilizamos el «dreidel» para hacer un juego mnemotécnico, procedente de la tradición askenazí. En el centro, cualquier espacio al azar encima de la mesa entre los jugadores, al que llamamos «pozo», colocamos o quitamos unas fichas, que pueden ser diferentes objetos, entre estos, «Janucá gelt», es decir, monedas de chocolate tradicionales de las fiestas de la Janucá, según lo que digan las letras, siguiendo otra tradición del yidish, la lengua de los askenazíes. En yidish, representa que Nun, inicial de «nisht», «nada», por lo tanto, no hacer nada; Shin, de «shtel ayn», que significa «colocar», es decir, añadir una ficha, Gimel, de «gants», que significa «todos», es decir, recibir todas las fichas que hay en el pozo y Hei, de «halb», que significa «medio», es decir, recibir la mitad de ellas. Quien se queda sin fichas, queda eliminado o puede pedirlas a sus contrincantes. ¿Jugamos unas partidas, amor?

–Claro que sí, amor.

–Que bonitos recuerdos de pequeña… Jugando al dreidel con mis padres… -dice, dejando escapar un suspiro, con tristeza.

Le beso la mejilla. Empezamos una partida.

–Mira, amor, en primer lugar tenemos que poner unas cuantas «Janucá gelt» en el «pozo»…

Jugamos unas cuantas partidas. Disfrutamos, nos reímos. En un momento dado, con el «pozo» lleno, a ambas nos sale Hei («halb») a la vez y quedamos en empate, con la mitad de las monedas de chocolate cada una.

–¡Por la paz! Para que algún día no muy lejano podamos decir que Israel y Palestina quedan en empate… Coexistir en paz… –deja escapar un melancólico suspiro.

La abrazo y la beso sin pensarlo. Estamos media hora en silencio tomadas de la mano, a la luz y al calor de la Januquiá, degustando el sabroso chocolate de las monedas.

–Ahora voy a hacer una «mitzvá» que consiste en un ritual de purificación. Se llama «tevilá», que significa «inmersión» y se lleva a cabo en un espacio llamado «mikve». Es un baño ritual que llevamos a cabo tanto mujeres como hombres por distintos motivos.

–Hace tiempo visité los Banys Nous de la judería de Barcelona. Por lo que recuerdo, las mujeres judías lo hacéis cuando habéis pasado la menstruación, ¿es así?

–Así es. Hace una semana que he tenido la menstruación en su punto culminante y, según las leyes talmúdicas, la Halajá, las mujeres judías lo tenemos que purificar nuestro cuerpo transcurridos siete días para salir de la condición de «nida», es decir de haber sangrado. Es todo un acto sublime, íntimo y con mucho significado para nosotros los judíos. Como he dicho, lo realizamos tanto las mujeres como los hombres para distintas finalidades. Para mí, realizar esta «mitzvá» simboliza una purificación transcurridas mis menstruaciones, que, como ya sabes, acostumbran a ser muy intensas y dolorosas. También una paulatina sanación de todos mis traumas psicológicos. En fin, que te puedo explicar mucho, pero ya verás mejor lo que es, te lo digo de veras que te va a encantar…

–Si bien recuerdo, hay que llevar a cabo un ritual una vez dentro del agua, aunque no sin antes asearse muy minuciosamente.

–Efectivamente. Tengo que estar bien aseada, quitarme toda la «jatzitzá», es decir la suciedad: llevar los dientes impolutos y sin ningún resto de comida, las heridas bien tratadas en caso de haberme hecho daño, las uñas bien cortas y sin esmalte, (eso no importa ya que no me las pinto nunca), el cabello bien limpio, alisado y sin el mínimo enredo, los pies sin grietas, la piel bien depilada (lo que no me supone ningún problema ya que pasé por el láser hace ya unos años), no llevar ningún accesorio…

–Si bien recuerdo también, el simbolismo del aseo se basa en la cercanía del cuerpo a Dios, a obra e imagen de como nos creó.

–Exactamente. Significa desprenderse de cualquier barrera que nos separe de Él.

–¿Y en qué consiste el ritual de la «tevilá»? ¿Cómo se realiza exactamente? Por lo que recuerdo que leí en mi visita en los baños, debe de haber una persona especialista supervisando, ¿es así?

–Tengo que sumergirme desnuda en el agua mientras recito una «berajá». La «tevilá» siempre se realiza de noche y todavía más si el séptimo día posterior a haber estado en el punto más culminante de la menstruación coincide con el viernes del Shabat. Así es, una «balanit», es decir, una persona especialista, obviamente una mujer, tiene que supervisarme durante el baño. Si todo está bien, pronuncia la palabra «kosher». Si algo falla, puede repetirse el acto. En mi caso, mi «balanit» es mi rabina. Vendrá en unos minutos. ¡Es una persona maravillosa, te va a encantar! –vuelve su vista hacia el reloj de pared– ¡Uy, va a venir ya! Tú me acompañarás, amor -me dice con un brillo de emoción en su mirada.

–¿Hay una «mikve» en esta judería, de veras? –le pregunto un tanto sorprendida– No lo sabía.

-No, amor –me dice, riendo tiernamente– está en el sótano de mi casa. Ya la verás, te va a enamorar.

Me guiña el ojo con discreta sensualidad. Mi corazón late con fuerza y me sonrojo mucho.

–Pero es un acto muy íntimo… –le digo.

En el fondo estoy que no quepo en mis ganas de ver su hermoso cuerpo desnudo sumergiéndose entre las benditas aguas de la «mikve», llevando a cabo este acto tan precioso y sublime… Aunque por encima de todo está el respeto.

–Efectivamente, pero cuando existe un vínculo tan especial como el nuestro, no hay ningún problema, de veras. Mi rabina ya lo sabe… –de repente se escucha que alguien golpea suavemente la puerta de entrada– Ya está aquí. Ven… –me dice, tendiéndome la mano.

Le tomo la mano. Nos dirigimos a la puerta de entrada. Abre la puerta y entra la rabina, una sonriente mujer ya de cierta edad. Lleva puesta la misma indumentaria religiosa que Carlota: una «kipá», una túnica y un «talit» entre los hombros y cubriendo ligeramente la cabeza, blancos y estampados con rayas azul oscuro y letras hebreas, además de un colgante con la estrella de David y otro con una Januquiá. Se dan dos besos, se dicen mutuamente «Shabat Shalom» y se saludan con simpatía. También me saluda con una sincera sonrisa y me da dos besos a mí. Entre ellas hablan en español. Pero en lo que parece una variante lingüística un tanto peculiar, que nunca antes se lo había escuchado a Carlota, como si fuera español antiguo. Las escasas veces que he escuchado hablar a Carlota en español siempre lo ha hablado como cualquier persona de aquí y con su marcadísimo acento catalán entre gerundense y vicense, nunca he notado nada extraño. La rabina lo habla de la misma manera que ella. Me quedo perpleja. Carlota se percata de ello y se vuelve rápidamente hacia mí.

–Los judíos sefardíes hablamos así el español entre nosotros, amor, en ladino o judeoespañol, nuestra lengua originaria –me dice al oído con delicadeza y volviéndome a tomar de la mano.

Ahora puedo entender mejor su asombrante facilidad para leer en español antiguo y entenderlo tan y tan a la perfección.

Tomadas las dos de la mano y acompañadas de la rabina, nos dirigimos hacia una antigua puerta de madera del sótano de casa de Carlota que siempre me ha parecido aun tanto misteriosa. Carlota toma de un bolsillo de la túnica una grande y preciosa llave antigua, con la que la abre. La puerta comunica con un estrecho pasillo con dos otras puertas: una que comunica a un baño y otra que comunica a lo que parece una pequeña sala. La rabina se dirige directamente a la sala, Carlota a un cuarto de baño contiguo.

–Ven a mí… –me dice Carlota, tomándome la mano.

Ambas entramos al cuarto de baño.

–En primer lugar, debo lavarme bien los dientes. Tienen que estar impolutos.

Toma un cepillo, pasta y un hilo dental y se lava los dientes muy exhaustivamente.

–Ahora voy a lavarme bien la cara, los oídos, las manos y los pies. Aunque no sin antes… Enseñarte una cosa. Amor… Algo que significa muchísimo para mí… –me dice, con la voz temblorosa y con nerviosismo.

Toma aire. Pongo mis manos en sus brazos. Ya por debajo de la túnica advierto un tacto aun tanto áspero, como si tuviera una enorme cicatriz.

–Amor, mantén la calma, por favor. Sabes que aquí estoy y que no te voy a juzgar.

–Lo sé, amor, lo sé… En ningún momento quiero que pienses que no confío en ti. Es solo que se trata de algo de lo que me siento orgullosa pero que al mismo tiempo me resulta muy difícil de enseñar.

–No temas, amor. Aquí estoy.

–Si te asusta… No te gusta… O te llevas una mala impresión sobre mí. Lo entenderé… Solo quiero que sepas que esta ha sido una manera de canalizar todo el dolor que llevo dentro durante todos estos años. Por mí, por mis padres, que HaShem los tenga para siempre en su gloria, por todo el pueblo judío y por todo lo que hemos sufrido… Y a su vez, por todo lo que hemos luchado y conseguido –me dice, con un tono de voz conmocionado, nervioso y tembloroso.

Entonces, dejándose puesta la «kipá» roja con el dibujo de la «menorá» de siete brazos, se quita lentamente el «talit» y la túnica, hasta que ambas prendas se dejan caer lenta y sensualmente desde su cuerpo hasta sus preciosos pies con las chanclas de plataforma… No lleva puesto nada más ni nada menos que una camiseta blanca de tirantes con la bandera de Israel estampada, debajo de la cual puedo intuir sus grandes y preciosos pechos y sus carnosos pezones y su gordita y a la vez fuerte y bien proporcionada barriga, unas sensuales braguitas blancas de seda cubriendo sus colosales caderas y nalgas y las chanclas beis de cuero y plataforma. De su cuello pende una preciosa cadena plateada con la estrella de David, en el destello de la cual me fijo a la luz de las nueve lámparas de la «januquiá» dorada que nos ilumina en el cuarto de baño. Me ruborizo y me palpita el corazón. Se expande ese dulce calor dentro de mí.

Entonces, me fijo en como acaricia lentamente sus brazos desnudos con las manos temblorosas. Puedo escuchar su agitada respiración por el miedo que siente a que me lleve una impresión negativa sobre ella. Bajo la única iluminación de la Januquiá es dificil reparar en ello a simple vista, aunque presto especial atención a lo que Carlota me intenta decir sin palabras. Pasados unos largos segundos, me percato de ello. La blanca piel de Carlota… Entre los bíceps y los codos, lleva tatuado un rollo con unas letras en hebreo, lo que parecen ser unas plegarias o unos pasajes toraícos.

Seguidamente, se pone de espaldas, se levanta la camiseta y se acaricia la espalda como puede. Lleva tatuadas una gran Januquiá y más arriba una estrella de David. Estoy que no quepo en mi asombro. No se trata de los tan comunes tatuajes con tinta. En absoluto. Son tatuajes escarificados.

Acto seguido, levanta la pierna derecha por debajo de la rodilla, dejando ver su pantorrilla. Quedo asombrada con lo que veo.

–Moisés abriendo el paso del pueblo judío en medio del Mar Rojo, como guía de su pueblo en el éxodo.

–Así es, amor. Por obra de HaShem. Nuestro gran salvador. Un HÉROE entre los héroes.

Acto seguido, procede a llevar a cabo lo mismo, pero con la pierna izquierda. Lo que parece un soldado judío de la Antigüedad sosteniendo un martillo en actitud guerrera.

–Es Judas Macabeo, ¿sí? ¿Qué simboliza el martillo?

–Así es, amor… Otro HÉROE entre los héroes. «Macabeo» significa «martillo». ¡Recibió dicho sobrenombre por su entereza en la batalla! –dice, con un tono vehemente y beligerante, muy a pesar de su miedo y nerviosismo. Se le eriza la piel.

Toma aire y continúa explicándome.

–Estas dos escarificaciones son las más recientes que me he hecho. Es por eso que todavía no las has podido ver hasta ahora. Las de la espalda hace años que las llevo. He tenido que hacer lo máximo para ocultarlas en verano, sobre todo cubrirlas con parches de piel artificial. Horrible, Clara, horrible… Tener que esconderme de las crueles miradas de la gente.

Le tiembla muchísimo la voz y todo el cuerpo. Puedo ver mucho rubor en su rostro y una mirada temerosa, como si se expusiera a ser juzgada. Intuyo la ansiedad en su agitadísima respiración, en su intenso temblor y en su dificultad para articular palabra.

Un extraño escalofrío recorre mi cuerpo entero. Lo que intuyo en la blanca y cálida piel de Carlota me impacta en un principio (aunque en absoluto negativamente) y a su vez provoca que ese dulce calor que siento dentro de mí por el hecho de ver a Carlota en paños menores crezca. AMO todas esas imperfecciones y cicatrices que la hacen ÚNICA, tanto las de la piel como las del alma. Contemplar su belleza a la luz de la gran «januquiá», la única que nos ilumina y que nos proporciona calor.

Me acerco lentamente a ella y, con mis delicados dedos de pianista, resigo cada una de las letras hebreas que tiene escarificadas en sus grandes, gorditos y fuertes brazos, de derecha a izquierda, y seguidamente, se los acaricio con suma sensualidad. Mediante el tacto puedo sentir todavía más el temblor de su cuerpo y como de acelerado y martilleado late su corazón.

–Tranquila… Calma… Ya está… –le digo, mientras le acaricio los brazos.

Ella asiente con la cabeza y con mis caricias en sus brazos, poco a poco amaino su respiración y los latidos de su corazón. Sentir ese tacto tan dulcemente áspero entre mis dedos… Carlota… Judit… Tan frágil y tan fuerte y valiente a la vez… Cicatrices fruto de experiencias duras, de lucha, de sanación.

Mi Carlota… Mi Judit… La fragilidad, la fortaleza, la nobleza, la belleza y la voluptuosidad personificadas.

Poco a poco se tranquiliza y se siente más segura.

–Son unos versículos de la Torá.

–Me encanta, no tengo palabras para describir tanta belleza –le digo.

–En el rollo escarificado del brazo derecho se puede leer el versículo 17:8 del libro del Génesis y se traduce así: «yo te daré a ti y a tu posteridad la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Di-s de los tuyos». Abraham y nuestra amada Tierra Prometida… Así comenzó todo. En el del brazo izquierdo se lee el versículo 17:6 del libro del Éxodo y se traduce así: «he aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel».

–Es precioso, de veras. Muy precioso.

–Muchas gracias, amor. Muchas gracias… –me dice, soltando un largo suspiro y muy ruborizada–
La Torá, el Tanaj y la Biblia lo prohíben en el libro del Levítico, pero en fin. Todos somos débiles, de una u otra manera. Ya bien lo dijo Jesucristo en un pasaje del Nuevo Testamento bíblico: «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra». Aunque corre en mi sangre la eterna esperanza ante la llegada de un Mesías y de un ansiado Tercer Templo de Jerusalén y no creo en Jesucristo como tal, guardo un especial respeto hacia su figura como judío que fue y, obviamente, hacia el cristianismo. Además, como ya te he dicho antes a veces es inevitable experimentar idolatría.

Me pongo detrás de ella. Delicadamente, le subo un poco la camiseta de tirantes, le resigo la «januquiá» y la estrella de David con mis dedos y también le acaricio la espalda. Me siento gratamente admirada por su fortaleza y su coraje de haberse hecho este tipo de tatuajes como símbolo de todas las circunstancias duras que ha vivido y de su entereza por salir adelante a pesar de todo el dolor.

Mi dulce y húmedo calor crece paulatinamente. Siento un irrefrenable instinto de abrazarla desde detrás y pegar bien mi cuerpo y sobre todo mis pechos con mis endurecidos pezones a su espalda, a su piel escarificada, aunque dada la notable diferencia de estatura entre las dos, es complicado.

Me vuelvo de nuevo delante suyo. La miro, con respeto y amor.

–¡Es simplemente HERMOSO! Estoy ORGULLOSA DE TI, Carlota. Eres una valiente.

Mi cuerpo cae rendido abrazándose con al suyo con fuerza. Me da besos en la frente y en la mejilla. Siento el roce de su grande, imperfecta y bonita nariz y de sus labios. Nos separamos delicadamente del abrazo, se vuelve hacia mí, me toma de la mano y se sienta encima del inodoro. Me atrae hacia ella. Le vuelvo a acariciar los brazos y seguidamente, nos abrazamos con mucha fuerza, estando ella sentada y yo de pie delante suyo. Acaricia suavemente mi espalda, mi cintura, mis caderas y mis nalgas por encima de mi arrapado y sensual vestido largo negro. Mis manos recorren suavemente su cuello concentrando mis caricias en su cadena con la estrella de David, su espalda escarificada por debajo de la camiseta y sus brazos. Es ya de noche y solo nos iluminan y nos dan calor las sacras luces de la «januquiá» de oro. Tengo las mejillas muy ruborizadas, pero esta vez ya calientes, tanto por el sacro calor como por el que ella en mí provoca.

–¡Qué manos tan sublimes y delicadas tienes, Clara…!

Separamos un poco nuestros cuerpos, agarra mi cintura con sus grandes y fuertes manos y me atrae hacia ella hasta llegar a mi rostro. Me besa. Mientras tanto, mis manos vuelven a posarse en sus brazos, concretamente donde lleva las escarificaciones y se las vuelvo a acariciar y a reseguir muy sensualmente. Puedo ver sus mejillas ruborizadas y un brillo febril en sus ojos cafés. Pasados unos minutos, se levanta.

–Voy a lavarme la cara, la nariz, los oídos, las manos y los pies y a repasar y comprobar que todo esté bien en mi cuerpo. No puedo ducharme durante el Shabat, ya que no se permite usar agua caliente, ni tan solo templada. En tiempos del Templo de Jerusalén, durante el Shabat, los sacerdotes prohibían calentar el agua a los que se dedicaban a ello, ya que, como ya sabes, durante el Shabat no se puede realizar ningún tipo de tarea. Es por eso que este mediodía, con antelación, ya me he duchado enjabonando fuertemente mi cuerpo con una esponja y peinando muy bien mi cabello con suavizante porque no quede ningún enredo. Mientras tanto, también he cortado mis uñas, he pulido las durezas de mis pies y he limpiado por la piel levantada al lado de las uñas de las manos y las costras de mis últimas escarificaciones, ya que son cosas que tampoco puedo hacer durante el Shabat. También me he pasado el hisopo por los oídos y la nariz este mediodía, pero lo volveré a hacer ahora mientras me lavo bien. Además, tengo que desprenderme de todo tipo de complementos, por ejemplo de la cadena -se la quita con suma delicadeza, besa la estrella de David y lo deja encima del mármol de la pica, junto con sus ropas.

Ya lavada, se cubre con una gran toalla blanca con una «januquiá» grabada, junto a inscripciones hebreas. Pese a la sacra situación, me cuesta disimular mi deseo y no puedo evitar que mi imaginación vuele. En un momento dado, antes de salir del cuarto de baño, se percata de mi mirada y mi sonrojo, me sonríe tierna y seductoramente y me besa los labios.

Me tiende la mano con un destello de emoción en su mirada. Le doy la mano y nos dirigimos hacia la puerta que comunica a la misteriosa sala.

Episodio VIII: