Para enviar obras, pequeños relatos...etc

Hola, Noah!!<3
Qué bueno saber de ti! ¿Cómo estás?
Te mando primero que nada un fuerte abrazo.
Por mi parte tú sabes que yo leeré lo que escribas, sean cuales sean los temas que abordes. Lo de marcar contenido sensible con advertencias me parece bien; yo suelo hacerlo así. Y creo que es muy interesante como proceso tanto escribir sobre sentimientos y experiencias (y sobre cómo lidiamos con algunas cosas), como leer sobre el camino que recorre otro.
Me alegra mucho volver a leerte y saber que sigues escribiendo. Espero que te encuentres bien.

Yo publiqué en Amazon un librito que recopila todo el trabajo de este último año (hhjajajaaa, joder, he escrito “daño” en vez de “año”, qué cosas!).Si te parece bien, a mí me haría feliz enviártelo como regalo. Puedo mandártelo a un apartado de correos si quieres, o si no a tu dire si me la quieres pasar por pv. Voy pidiendo copias y algunos ejemplares los dejo en lugares de mi ciudad, con la ilusión de que sean “encontrados”; otros se los doy a personas que son especiales para mí…

Y fuera de eso pues me va muy bien, la verdad. El trabajo con uno mismo es un viaje apasionante. Estos meses sentí mucha liberación porque muchos de mis miedos bajaron en intensidad. Hace pocos días pensaba que la libertad es la ausencia del miedo, y luego al googlear vi que eso lo había dicho Dona Summer, jeje. No obstante, algo me rechinaba y fui más a fondo con la idea. Y concluí que liberarte de “todo” el miedo (la “ausencia” del mismo), seguramente es imposible… pero es cierto que, si uno tiene un exceso de miedo —como durante mucho tiempo fue mi caso—, disminuir la intensidad de esa respuesta hace que resulte mucho más fácil no quedar paralizado. Jajjajajajaj, la obvia, ya ves… me van a dar matrícula de honor en la universidad de la vida por esto.

Un beso muy fuerte.

2 Me gusta

Lo que más me gusta de leerte es la comprensión de lo humano que desprende tu narración.

Me pregunto si llevas mucho avanzado en lo escrito o, dicho de otra forma, qué “porcentaje” de la idea está aún dentro de ti pateando por salir.

Leerte hace que me vuelva a apetecer escribir dark fantasy después de mucho tiempo sin hacerlo (gracias por eso). Sin querer, me he ido escorando a la “magia en la realidad” con el paso de los años.

Recuerdo que, cuando escribía fantasía, sentía que estaba en una carrera de fondo en la que yo misma me impacientaba. Disfrutar del proceso era una lucha porque para ello necesitaba relajarme y no sabía hacerlo; se liberaba demasiado fuego, pero precisamente por eso es una temática que adoro que me corra por las venas. Tal vez vuelva a empezar.

Porfa sigue compartiendo!

Gracias, Ohm!!! :purple_heart: :purple_heart: :purple_heart:

1 me gusta

Hola!

Aprecio mucho el comentario, de verdad. Y sí, ya llevo mucho avanzado, al menos en lo que a la idea del mundo y el personaje se refiere; he tenido varios intentos fallidos e, incluso, inéditos como resultado del miedo (jajaja). En cuanto al porcentaje, me atrevo a decir que llevo cerca del 70%. Es un mundo muy grande que comencé a diseñar con prolijo desde hace ya dos años. Sin embargo, a esta denominación de “cortos” que publico por este medio, no los considero parte de la obra final. Son meros esbozos de ideas con los que busco ver si a la comunidad les llama la atención el mundo que ando construyendo.

La fantasía es sin duda mi género favorito, pero sí siento que es aquel que más me exige a la hora de escribir. Creo que lo primero que me convencí de hacer, para verdaderamente comenzar a disfrutar escribir el género, fue no iniciar de manera tan abrupta. Me he dado cuenta que en mis sagas favoritas no son las guerras ni las bestias fantásticas lo que más se queda en mí: son los pensamientos y las conversaciones, la emociones y los deseos de los personajes. Quizás viendo tus ideas desde otro punto de vista (no sé si esto haga sentido) puedas encalmar aquella carrera a la que te refieres.

Espero me vuelvas a leer cuando suba algo nuevo.

saludos

2 Me gusta

Tienes toda la razón en lo que dices de los personajes… yo como lectora quedaba fascinada con Raistlin Majere, Caramon, Tass, Tarod de “El Señor del tiempo”, uf, te podría decir infinitas criaturas y autores geniales en cuanto a darles vida (Weiss y Hickman, Loouise Cooper, Tad Wiliams, Ende…) es una barbaridad!! Son personajes con los que un lector crea un vínculo muy especial (al menos yo). Hace poco releí “La Estacion de la Calle Perdido”, lo conoces? Una distopía de China Mieville. Leer a un creador de mundos es alucinante. Te admiro.

Yo en realidad lo que quiero es volver a enamorarme de personajes. Porque ya engancharse con los personajes propios es una puta pasada. Una época de mi vida solo quería escribir sagas porque me negaba a decirles adiós, jejejejje. Quiero volver a sentir eso.

El otro día comentaba con un amigo que es muy fan de Marvel (a mí pues Marvel meh salvo algunos personajes) que tú puedes tener un lore buenísimo pero si el personaje no te llega de qué sirve. Hay personajes… por ej los pocos que me gustan de Marvel (te cuento mi vida jajajaaa) que tienen un lore bien simple y son maravillosos. Lo digo porque a veces parece que “si no tienes una historia no vas a ningún lado”, y a mí me ha pasado que a veces hasta los personajes tejen la historia por sí solos, por eso escribiendo no suelo mapear y tiro de brújula. No necesito héroes ni lores fascinantes para apasionarme, sino crear vínculo y atmósfera de situaciones.

¿A qué le tenías o tienes miedo? (si puedo preguntarte).

Espero puedas encontrar esos personajes que hagan que te enamores de ellos.

El miedo es aquel por el que todos pasamos antes de escribir algo: ¿qué tal si a nadie le gusta?

Saludos!

Qué buena escritura en todos los sentidos. Me gusta mucho.

Os dejo aquí el enlace a mi último relato. Es sobre uno de esos días que cuando empieza pinta bien pero acaba siendo uno de esos que mejor habría sido no levantarse de cama. Espero que os guste.

Ostras!!! Un libro?? Increíble. Todavía no he podido subir nada porque justo hoy he comenzado un ciclo de enfermería y estoy sin ganas de nada jajaja, me haría muchísima ilusión poder leer tu libro @Ki123 !!!

Padre Gascoigne: Una historia de Bloodborne

El monstruo, una criatura deforme, tambaleó bajo el peso de los golpes, emitiendo un aullido de agonía. Gascoigne seguía atacando, sus movimientos eran precisos, implacables, pero no los sentía como propios. Eran automáticos, guiados por una fuerza que no lograba identificar. Cuando la bestia finalmente cayó, su sangre se extendió en un charco denso sobre el empedrado sucio de Yharnam, mezclándose con las sombras de la noche.

Gascoigne observó la criatura por un momento, jadeando, con los músculos tensos y la respiración entrecortada. Sin embargo, lo que invadió su pecho no fue el alivio, ni la victoria. Fue un vacío creciente, profundo, una sensación que ya conocía demasiado bien. Un rugido resonaba en el fondo de su mente, pero no era el lamento de la bestia que yacía a sus pies. Era él.

Retrocedió, dejando caer el hacha al suelo. El metal golpeó las piedras con un ruido seco, desprovisto de la furia que lo había dominado minutos antes. A su alrededor, la ciudad parecía cerrarse sobre él: sus callejones angostos, sus torres altas y angustiantes, el hedor a sangre que impregnaba el aire, como una presencia viva que no lo dejaba escapar.

Las sombras de Yharnam se alargaban con la caída de la noche, deformando la realidad. Gascoigne miró a su alrededor, buscando algo, cualquier cosa, que lo conectara con el hombre que había sido. Cerró los ojos, intentando encontrar paz en su respiración agitada, pero todo lo que encontró fue el frío del viento que recorría las calles desiertas. El olor a muerte lo envolvía, y, aún más sofocante, el aroma a sangre que emanaba de su propia piel, empapada en la violencia de la caza.

En su mente, sin embargo, otro olor apareció, frágil pero persistente: el incienso de una pequeña iglesia, en su tierra natal. Por un momento, pudo recordar el sonido de las campanas que repicaban con el viento, el eco suave de los cantos, el aire puro que bajaba de los montes, y los cielos claros, tan lejanos ahora. Allí, en esa pequeña aldea, él había sido sacerdote.

“Solo necesitaba mis palabras,” pensó. En aquellos días, su fe había sido su única arma, y las plegarias, su escudo. Con las Escrituras guiaba a los fieles y hallaba consuelo en el respeto de su congregación. Pero, al final, ni su fe ni sus plegarias pudieron detener la enfermedad que devoraba a su gente. Habían llegado buscando respuestas, y él no pudo dárselas. “¿Cómo podría decirles que ni siquiera Dios podía curarlos?”

Fue entonces cuando llegó el rumor de Yharnam, la ciudad distante y laberíntica, donde decían que la sangre tenía el poder de sanar cualquier mal. Una cura milagrosa, una respuesta. Gascoigne no lo pensó demasiado; partió con la promesa de que encontraría una solución. “La sangre lo cura todo,” le dijeron. “La sangre de Yharnam.”

El recuerdo de su partida era borroso. Recordaba la mirada de su gente, de aquellos que habían confiado en él, y el peso insoportable de su propia impotencia. Su salida de la aldea no fue heroica, ni resuelta, sino una huida desesperada. Y cuando llegó a Yharnam, pronto comprendió que la ciudad no era la promesa que le habían ofrecido. Era un lugar maldito, envuelto en una niebla perpetua de muerte y desesperación.

A pesar de la pesadez que sintió desde el primer día, la ciudad lo atrapó de otras maneras. En medio de la podredumbre y la oscuridad, había encontrado algo inesperado: Viola.

La conoció en una mañana gris, como todas en Yharnam. Gascoigne, recién llegado, caminaba por el mercado con pasos cautelosos, observando a los habitantes con la misma curiosidad que ellos le devolvían. Era un extranjero, lo delataban sus ropas y su porte. La mayoría apartaba la vista o lo miraba con desconfianza, pero Viola no. Sus ojos, aunque tristes como los de todos los yharnamitas, brillaban con algo más: una calidez que le resultó desconcertante.

Viola le sostuvo la mirada y se acercó sin vacilar.

—¿Eres tú un hombre de fe? —le preguntó, con una voz firme pero suave.

Gascoigne se quedó quieto. No sabía qué responder al principio, como si esas palabras hubieran perdido su sentido en su mente. Finalmente, asintió.

—O solías serlo… —añadió Viola, esbozando una sonrisa apenas perceptible.

Esa sonrisa, tan leve, lo atravesó más que cualquier otra cosa que hubiera encontrado en Yharnam. Viola había visto algo en él que ni él mismo reconocía: la fe, que seguía allí, agazapada bajo las capas de desesperación, pero ya no era su esencia.

Aquel breve encuentro en el mercado fue el comienzo de algo mucho más profundo. Viola, con su mirada directa y sus palabras cálidas, se convirtió en un ancla en la vida de Gascoigne. Sus charlas se volvieron habituales, cotidianas, y pronto se descubrió buscándola siempre que pasaba por el mercado. Cada conversación con ella lo hacía sentir más humano, más cercano al hombre que había sido. Hablaban de la vida antes de Yharnam, de la aldea de él, de las bestias que ahora asolaban la ciudad.

Con el tiempo, le presentó a su padre, Henrik. Un cazador veterano, rudo y curtido por la batalla. Al principio, Gascoigne no sabía qué pensar de él. Henrik lo miraba con dureza, casi con desprecio, pero esa mirada escondía algo más: una esperanza silenciosa. Era como si Henrik viera en Gascoigne algo que él aún no reconocía.

Una tarde, mientras ambos descansaban en el patio de Henrik, el viejo cazador rompió el silencio, afilando su hacha con movimientos lentos y calculados.

—Yharnam no es un lugar para los débiles —dijo Henrik sin apartar la vista del filo de su arma—. Este lugar te cambiará, Gascoigne. Te forjará o te destruirá. Tarde o temprano, la sangre te llamará. Y cuando lo haga, más te vale estar preparado.

—Soy un sacerdote, no un cazador —respondió Gascoigne, con un tono de firmeza que no reflejaba su creciente incertidumbre. Sentía el peso de la mirada de Henrik sobre él.

—Aquí todos somos cazadores o presas —sentenció Henrik, deteniendo su trabajo y mirando directamente a Gascoigne—. A mí también me costó aceptarlo. No hay escapatoria de Yharnam, y menos para un hombre como tú. No lo haces por la gloria. No lo haces por redención. Cazas porque si no, morirás… o algo peor.

Gascoigne guardó silencio. Las palabras de Henrik eran duras, pero resonaban con una verdad que no podía ignorar. Yharnam no era el lugar para aquellos que querían permanecer puros.

Henrik vio la vacilación en los ojos de Gascoigne y se levantó, dejando el hacha a un lado.

—Ven conmigo. Hay algo que quiero mostrarte —dijo el cazador, sin esperar respuesta.

Gascoigne lo siguió por las calles retorcidas de Yharnam, pasando entre sombras alargadas y el eco lejano de rugidos que reverberaban por las piedras. Llegaron a un callejón estrecho, donde Henrik se detuvo frente a una puerta de madera desgastada.

—Aquí es donde aprendí lo que significa ser cazador —murmuró Henrik, abriendo la puerta lentamente.

El interior era oscuro, pero el olor a sangre era inconfundible. Gascoigne se tensó al cruzar el umbral, mientras Henrik encendía una lámpara. La luz reveló una escena que congeló su corazón: un taller lleno de armas manchadas de sangre, y en el centro, una mesa de operaciones con garras y colmillos afilados clavados en la madera. Era un lugar de muerte, donde la carne se volvía conocimiento.

—Aquí, donde cazamos, cazamos también a la bestia dentro de nosotros —dijo Henrik, observando las reacciones de Gascoigne—. ¿Estás dispuesto a enfrentar lo que te espera? Porque Yharnam no perdona, y la sangre nunca te deja ir.

Fue entonces cuando Gascoigne comprendió que no podía escapar. Su resistencia comenzó a desmoronarse poco a poco. Lo inevitable se plantó frente a él: tomar el hacha y cazar, o sucumbir a la bestia de otra forma.

Finalmente, aceptó el hacha que Henrik le ofreció.

El primer golpe con el hacha lo dejó temblando. No fue el peso del arma lo que lo perturbó, sino el impacto, el crujir de huesos ajenos bajo la fuerza de su mano. Era una violencia que no había conocido antes, una violencia que, con cada golpe, se volvía más natural.

—La caza es la única salvación aquí —le dijo Henrik una noche, mientras la luna sangrienta iluminaba la ciudad—. No importa quién fuiste antes. Aquí solo hay cazadores o presas.

Sin embargo, había un refugio en su vida, algo que lo mantenía aún conectado a su humanidad: la casa que compartía con Viola y sus hijas. Las paredes de madera crujían bajo el peso del viento, pero dentro de ellas, Gascoigne encontraba paz. El antiguo sacerdote solía despertarse antes del amanecer. A veces, se quedaba en la cama, escuchando la suave respiración de Viola a su lado y el sonido tranquilo de sus hijas durmiendo en la habitación contigua. En esos instantes de paz, casi lograba convencerse de que la caza era solo una pesadilla, algo que no formaba parte de su vida cotidiana. Viola, aún medio dormida, se acurrucaba junto a él, y él rodeaba su cintura con un brazo, deseando que aquellos momentos duraran para siempre.

Esos instantes de calma eran todo lo que lo mantenía cuerdo. Las risas de sus hijas llenaban la casa de vida, como si el exterior no existiera. La mayor, siempre curiosa, lo seguía a todas partes, imitando sus gestos. La pequeña, más tímida, se aferraba a la mano de Viola, balbuceando palabras que aún no lograba formar del todo. En esos momentos, Gascoigne no era un cazador, no era un hombre de fe. Era un padre, y eso le bastaba.

En las tardes, antes de que el manto de la noche lo llamara a cazar, se sentaba en el suelo de madera con sus hijas, enseñándoles canciones antiguas de su tierra natal. Había algo en la melodía de esas canciones, en las palabras que fluían de sus labios, que lo hacía sentir conectado con un pasado que se desvanecía cada vez más en el horizonte. Las niñas lo observaban con ojos llenos de asombro, imitando el ritmo con sus pequeñas manos mientras golpeaban el suelo al compás de la música.

—Papá, canta la canción del barco —pedía la mayor, recordando un cuento que él solía contarles sobre un navío que surcaba los mares de su tierra lejana, buscando islas de oro. Gascoigne sonreía ante su insistencia, y aunque a veces las palabras parecían extrañas en su boca tras tantos años lejos de su hogar, las pronunciaba con dulzura.

—Hace mucho, mucho tiempo… —comenzaba, tomando a sus hijas en brazos mientras las acomodaba en su regazo—. Un valiente capitán navegó por aguas peligrosas, en busca de un tesoro escondido en las profundidades del mar.

Las niñas lo escuchaban boquiabiertas, imaginando aquel barco de velas blancas desafiando tormentas, mientras él continuaba la historia con voz calmada, sus ojos perdidos en recuerdos lejanos.

—¿Y encontró el tesoro, papá? —preguntaba la pequeña, sus ojos brillando con inocencia.

—No —respondía él, sonriendo con una tristeza que ellas aún no podían comprender—. Pero encontró algo mejor… encontró el camino de regreso a casa.

Viola observaba la escena desde la cocina, preparando la cena con una sonrisa suave en su rostro. A menudo se detenía para mirarlos, sintiendo una calidez en el pecho al ver cómo su marido lograba desconectar del mundo exterior, cómo sus hijas lograban hacerle olvidar, aunque fuera por un instante, el peso del hacha que descansaba en el rincón de la habitación.

La pequeña caja de música, un regalo de bodas que Viola le había dado, era un objeto especial en la casa. Era lo único que quedaba del tiempo antes de Yharnam, un vestigio de su antigua vida, un símbolo de esperanza y amor. Gascoigne la mantenía en la sala de estar, sobre una mesa pequeña de madera. Cada vez que el día llegaba a su fin, sus hijas le rogaban que la tocara.

—Papá, toca la caja —pedía su hija mayor, con sus ojos brillando de emoción, y él no podía negarse. Con una sonrisa que apenas lograba contener la melancolía que le invadía, tomaba la pequeña cajita de metal, que ya empezaba a mostrar signos de desgaste por el uso constante. La giraba suavemente en sus manos, observando el fino grabado en la tapa, un recuerdo de los días en que todo parecía más simple.

Giraba la llave y la melodía suave llenaba la sala, un sonido casi mágico que contrastaba con la brutalidad del mundo exterior. Era una melodía que había escuchado tantas veces, pero que nunca se desvanecía. Un eco de una vida que se deslizaba entre sus dedos. La música bailaba en el aire, y por un breve instante, todo estaba bien. Las niñas se sentaban a su lado, en completo silencio, fascinadas por el sonido, como si aquel simple objeto contuviera todo el poder del mundo.

Viola se unía a ellos poco después, secándose las manos en un trapo, y se sentaba a su lado. La caja de música giraba y giraba, la melodía envolviendo a la familia en una burbuja que parecía impermeable a los horrores de la ciudad. Gascoigne miraba a sus hijas, a su esposa, y en esos momentos se sentía completo. Todo lo demás, la caza, la sangre, las bestias, desaparecía, como si no fuera más que una sombra lejana.

—Canta con nosotras, papá —pedían sus hijas, y él se dejaba llevar, cantando suavemente junto a la música, mientras Viola tarareaba con la cabeza reposando en el hombro de su marido.

Pero la caza no podía ser ignorada por mucho tiempo.

Viola fue la primera en notarlo, mucho antes de que él mismo reconociera el cambio. Al principio, eran pequeñas cosas. Gascoigne volvía a casa con los ojos pesados, su rostro endurecido por la fatiga, pero eso no era extraño. La caza era implacable. No obstante, algo más se escondía detrás de esos ojos vidriosos. Cuando se sentaba a la mesa para la cena, ya no se reía de las travesuras de sus hijas ni hacía los comentarios sarcásticos que solían hacer a Viola sonreír. Su mirada, perdida en los rincones de la habitación, apenas reaccionaba a las voces que lo rodeaban.

Había noches en las que Gascoigne no lograba dormir. Se levantaba en medio de la oscuridad, incapaz de soportar el silencio, como si los ecos de los gritos de las bestias todavía retumbaran en su mente. A menudo se quedaba de pie frente a la ventana, mirando las calles de Yharnam desde lo alto, envuelto en una densa niebla. Los sonidos de la ciudad parecían a veces demasiado distantes, y otras veces tan cercanos que casi podía sentir las garras de las criaturas acechando en cada esquina. Viola lo observaba en la penumbra, sin saber qué decirle. Sabía que algo terrible ocurría dentro de su esposo, pero no tenía palabras para aliviar la carga que él llevaba.

Las niñas también lo percibieron, aunque no podían nombrarlo. Ya no pedían que les contara historias antes de dormir, ni que tocara la caja de música. Sentían el cambio en él, algo oscuro que incluso ellas, en su inocencia, intuían. Gascoigne rara vez se sentaba con ellas, y cuando lo hacía, su mirada estaba vacía, su mente a kilómetros de distancia, enredada en la locura que empezaba a devorarlo. Las pequeñas se acurrucaban más cerca de Viola cuando él se levantaba de la mesa abruptamente, incapaz de soportar el confinamiento de la casa, sintiendo el llamado de la caza incluso cuando el sol apenas se había ocultado.

—Gascoigne —le dijo una noche Viola, cuando él ajustaba el hacha antes de salir—. Estás cazando más de lo necesario.

Su voz era suave, pero en sus palabras había una súplica, un miedo silencioso que resonaba en el aire.

El consumido cazador se detuvo, la mano aún en el mango del hacha. Quería decirle que tenía razón, que sentía el cambio dentro de sí mismo, que el peso de la sangre lo estaba aplastando. Pero no pudo. Las palabras se quedaron atascadas en su garganta, como si admitirlo lo hiciera más real.

—Solo un poco más —respondió, sin mirarla.

Viola lo observó en silencio, sabiendo que esas palabras eran vacías. El miedo en sus ojos era palpable, pero más que a la caza, temía al hombre en el que Gascoigne se estaba convirtiendo. Algo oscuro lo estaba devorando por dentro, y aunque ella lo amaba, no podía salvarlo.

Con cada cacería, la distancia entre Gascoigne y su familia crecía. Las historias que contaba a sus hijas se desvanecían de su memoria, las risas de las niñas se volvían ecos distantes. Su mente se llenaba de sombras, y los recuerdos de su hogar empezaban a desvanecerse.

Y entonces llegó la última noche.

Gascoigne salió de la casa sin decir una palabra. La luna colgaba en el cielo como un ojo rojo y enfermo, iluminando las calles vacías de Yharnam. Caminó por las calles estrechas, rodeado de los altos edificios que parecían torres de una prisión. Cada paso lo alejaba más de su vida, de su familia, de cualquier cosa que lo anclara a la realidad. El rugido en su pecho se hacía insoportable.

El cementerio lo recibió en silencio. Las lápidas se alzaban como testigos mudos de lo que estaba por venir. Gascoigne se detuvo en medio de ellas, respirando con dificultad. Sabía que algo estaba a punto de romperse dentro de él. El rugido ya no era un eco distante, sino una tormenta que lo devoraba desde el interior.

Por un momento, Gascoigne se permitió recordar. No las cacerías ni la sangre que teñía sus manos, sino la melodía de la caja de música y las risas de sus hijas. Las suaves manos de Viola sobre su rostro. Se aferró a esos recuerdos, sintiendo cómo el mundo real, Yharnam, lo reclamaba con una fuerza brutal. Pero en ese instante, solo pudo aferrarse a la imagen de sus hijas en su regazo, de la canción del barco, de Viola tarareando en la penumbra.

Un aullido salió de su garganta, pero ya no era humano. Las garras se extendieron donde antes había dedos, el cuerpo se retorció y deformó. La bestia dentro de él había tomado el control.

En lo que alguna vez fue Gascoigne, ya no quedaba rastro del sacerdote, del padre, ni del hombre que amaba a su familia. Solo quedaba la bestia, hambrienta de sangre.

A lo lejos, otra presencia llegó al cementerio. Lo que quedaba de Gascoigne levantó la cabeza y olfateó el aire. Un aroma familiar lo invadió, uno que lo hizo detenerse, aunque solo por un instante.

Sangre fresca.

La bestia gruñó, la mandíbula tensa, y sus garras se prepararon para atacar.

Una nueva presa lo aguardaba.

Os dejo el enlace a mi último relato; el primero de estilo western clásico del mundo Kaplan. Espero que os guste.

1 me gusta

Hola. Os dejo el enlace a la primera parte de mi último relato, “El Pastor”.
Un insignificante desacuerdo entre vecinos acaba degenerando en un conflicto entre grupos enfrentados en el que no querer escuchar se convierte en la pólvora más eficiente y explosiva, en manos de un oscuro personaje que se oculta tras una vistosa fachada de simpatía y don de gentes. Sin embargo, quizá este personaje no termine siendo el peor de los problemas.
Espero que os guste.

Hola. Os dejo el enlace a la segunda parte y final del relato El Pastor.
La vista preliminar acaba en una reyerta entre vecinos. La justicia no puede hacer nada para resolver el problema y al final, otro tipo de justicia entra en escena.
Espero que os guste.

Un pequeño extracto de mi último relato “Fiebre”.
Ricardo, el protagonista, cae enfermo con una gripe de las que hacen época y, con la fiebre altísima, tiene una pesadilla en la que viaja al futuro, un siglo más adelante (mis relatos se desarrollan habitualmente en los años 50 del siglo XX).


En apenas diez minutos ya es mi turno y me siento frente al funcionario en el amplio escritorio, donde tiene una especie de máquina de escribir muy finita, sin papel y con cables, y una televisión increíblemente fina también.

Es un hombre de mediana edad, malencarado y que apenas me mira.

—Buenas tardes. Dígame.

—Buenas tardes. Me dijeron que debía venir aquí antes de nada; soy nuevo.

—Claro. ¿Cuál es su nombre?.

—Richard Theodore Kaplan.

Escribe algo en la máquina mientras mira la televisión.

—¿Fecha de nacimiento?.

—Doce de Abril de mil novecientos dieciséis.

Vuelve a escribir.

—A ver, su teléfono, vamos a revisarlo, démelo.

—Sí, apunte. Siete, cua…

—¿Qué cua ni qué nada?. Su teléfono, el aparato, hombre —me dice con cara de desdén.

—¿El aparato?. No lo traigo, ¿cómo voy a andar con ese trasto encima?.

—No, hombre. La cosa esa que hace beep-beep que llevará en el bolsillo.

—¿Eso es un teléfono?.

—Pues claro, ¿qué creía?.

—Pensaba en una televisión. Por la pantalla.

Niega con la cabeza y tiende la mano sobre la mesa para que le entregue el aparato, y eso hago.


El relato completo en este enlace:

Os comparto un extracto del capítulo especial “La Endemoniada Tía Berta”, perteneciente a mi relato “Gran Cañón”. Espero que os guste.


—Padre había contratado de capataz al señor Scott. Un hombre bueno, trabajador y muy educado, que con el tiempo acabó siendo gran amigo de la familia. Era viudo desde hacía muchos años. El caso es que por algún misterio de la naturaleza que no alcanzo a comprender, el señor Scott se sentía atraído por la tía Berta. Un día, no sin cierto temor ante lo desconocido, el señor Scott le comentó a padre, por ser el familiar más cercano, que le iba a pedir matrimonio a la tía Berta. Padre intentó disuadirlo como quien habla con un suicida que va a saltar desde un puente pero el señor Scott ya estaba decidido. Mis hermanos y yo, que habíamos escuchado lo que iba a pasar, estuvimos al acecho toda la tarde para no perdernos el acontecimiento. Quizá no sea casualidad que padre invitó a cenar esa noche al doctor Robinson, el médico del pueblo.

—¡Esperando lo peor! —añadí con una carcajada.

—No lo dude. Llegado un momento al atardecer en el que la tía Berta volvía con un hatillo de patatas de la despensa que teníamos a un lado de la casa, el señor Scott vio su oportunidad y, con algo de timidez y mucho temor, saludó a la tía Berta y se acercó a hablar con ella, en el momento en el que se marcaría un antes y un después en la vida del incauto. La tía Berta lo saludó con un «buenas tardes», y he de decir que fueron las únicas palabras que pronunció en el acontecimiento que se desencadenó a partir de ese momento. Mientras el señor Scott hablaba, vimos como la cara de la tía Berta se iba transformando, de la incredulidad a la ira. En ese proceso de metamorfosis, juraría que al señor Scott, dándose cuenta de la temeridad de su empresa y viendo la que se le venía encima, ya sin vuelta atrás, le afloraron lágrimas en los ojos. La tía Berta movió el hatillo de patatas hacia atrás para coger impulso cual lanzador olímpico y, cortando el aire, lo estampó en la cara del pobre señor Scott, que cayó de espaldas como una figurita de plomo.

Ambos reímos a carcajadas, y siguió:

—Padre, compasivamente permitió al señor Scott no venir a trabajar hasta que su cara recuperase su color normal, cosa que llevó diez días. Cuando volvió, era muy evidente que su ojo izquierdo miraba más hacia arriba que el derecho. Y así fue como la tía Berta dejó al bueno del señor Scott con el ojo derecho mirando al frente, y el izquierdo mirando hacia Nuestro Señor, para el resto de su vida.


Podéis leer el capítulo completo en este enlace.

Un pequeño extracto de mi relato “El Blues de Billy Wells”


Un poco después, otro policía comenta a mis interrogadores que lo que hay en el maletín es una radio de onda corta que parece ser de fabricación soviética.

«Ahora sí que estas metido en un problema de los de verdad», me dice el policía. Desde ese momento me ponen en manos del FBI.

«No me dan miedo esos pijos de ciudad», pienso yo. Por algún motivo no termino de aceptar la situación en la que me encuentro.

Pero la realidad me cae como otro enorme bofetón más. Los del FBI son distintos; juegan en otra liga. Su forma de proceder y de interrogar me hacen entender que están acostumbrados a tratar con la peor clase de gente que hay en el mundo; gente mala de la de verdad, y que yo sólo soy un molesto trámite. Su interrogatorio dura sólo unos minutos. Esa gente sabe como jugar con tu mente para que cantes. Sin salirse de tono ni una sola palabra, te intimidan psicológicamente de la peor manera que te puedas imaginar.

Te marcan como a una res, te despiezan y luego te tamizan para que sueltes todo lo que necesitan oír sin que apenas te hayas enterado.

Hay mucha paranoia en todo el país con el tema de los soviéticos y todo el proceso es rapidísimo; es de máxima prioridad. Antes de darme cuenta ya estoy ante un juez. Si hay un caso relacionado con el espionaje, las cosas son distintas. «Pase lo que pase, no te librarás de la cárcel», me dice el abogado de oficio.


Podéis leer el relato completo en este enlace.

Me gustaría enseñaros un nuevo relato en una nueva sección de mi web que trata sobre temas históricos, sin ficción ni dramatización.
Lynched (El Linchamiento de Will Brown)
Está escrito exclusivamente a partir de registros históricos y testimonios de la época. Una historia asombrosa, terrible y fascinante por todos los hechos que ocurrieron y los intereses ocultos tras el caso.
Espero que sea de vuestro interés.

Un extracto de mi relato “La Pequeña Calamidad”.


Justo en ese momento pasan por la acera, que está a apenas seis pies, todos los miembros del coro del pueblo. Son unas doce personas con una media de edad de unos setenta años, hombres y mujeres, que cantan canciones en fechas señaladas.

Al verlos, la niña comienza a gritar como una poseída.

—¡Aaaaahh!, ¡pervertido!, ¡socorro, ayúdenme!. ¡Es un pervertido!.

Todos los del coro se giran, atónitos.

—¡La he cogido en mi coche…! —intentaba explicarles pero antes de poder terminar la frase, todos murmuran con voces de sorpresa.

—Quiero decir que la he sorprendido robando en mi coche, ¡por el amor de Dios!.

Aunque lo dice en susurros, escucho perfectamente a la señora Lerner hablándole a su marido.

—Pobre hombre, acabar así. Se habrá echado a perder al quedarse viudo.

El señor Lerner le responde negando con la cabeza con gesto apenado.

En ese momento, la niña aprovecha y sale disparada pero justo tras doblar la esquina y volver a meterse en la calle, se da de bruces con el sheriff Mathews, que la coge por los hombros.

—¿Qué ha pasado, muchacha?.

—Ese hombre me ha atacado. Es un pervertido —dice, señalándome con el dedo.

—¿Quién?, ¿el señor Kaplan? —le pregunta él.

—No sé cómo se llama. Ese, el que tiene cara de tonto.

—Oh, por favor…. Sheriff Mathews, es todo una treta. La he sorprendido robando en mi coche. Algo lleva en la mano; que la muestre.

Los del coro ya nos han rodeado formando una especie de anfiteatro y permanecen atentos a todo detalle. No se perderían toda esta situación por nada del mundo.

—¿Es eso verdad? —le pregunta el sheriff—. Abre esa mano, por favor.

La niña, que tiene el puño cerrado con fuerza, abre la mano y está vacía. Los del coro vuelven a murmurar un «oh» de sorpresa, al unísono. Hasta juraría que todos lo hacen en la misma nota. La niña me mira con gesto sarcástico sin que el sheriff la vea.

—Mire —le digo al sheriff—, ahí está mi coche, aún con la puerta abierta tal como la ha dejado.

El señor Lerner se acerca al coche mientras se acaricia la barbilla a modo de inspector.

—Uhm, con este coche se puede fácilmente raptar a una persona.

—Si, si. Y cometer fechorías en él— añade otro del coro al que no conozco y que también se ha acercado al coche.

—Oh, Ricardito, ¿cómo puedes hacerle esto a tus padres?, con lo buenos que son —me dice la señora Lerner.

—Oh, vamos, señora Lerner, ¿cómo puede dar más crédito a lo que dice esta cría que a mi?.

La que está a su lado, como quien encuentra la prueba definitiva, se dirige a la señora Lerner.

—¿Recuerdas al hijo de Dorita Bloom?. También se quedó viudo y dicen que se suicidó con una guadaña. Dios lo tenga en su gloria.

—El hijo de Dorita Bloom murió atropellado accidentalmente por un camión frigorífico —le contesto—. ¿Cómo alguien se va a suicidar con una guadaña?, ¿haciéndola rebotar contra la pared?, por el amor de Dios, ¿qué les pasa?.

Otro, el que debe de ser el marido de esta, muy bajito, se pone entre ella y yo con un gesto estoico muy teatral.

—Oiga, muestre un poco de respeto al menos.

—Bueno, ya está bien —dice el sheriff con voz apaciguadora—. Los del coro sigan su camino por favor. Creo que esto lo podremos arreglar fácilmente nosotros.

Mientras pasa por su lado, la de la guadaña acaricia la cara de la niña.

—Que niña tan mona, pobrecita —a lo que la niña responde acercando la cara a su mano con una sonrisa melosa.

—El mundo está loco —le dice la señora Lerner a su amiga—. A dónde vamos a ir a parar…


Podéis leer el relato completo en este enlace.

Saludos! Gracias por compartir!

@Noaaaaah cómo has estado?

Me gustaría compartir con vosotros mi último relato para despedir el 2024.
“Stagecoach Mary”
Está dentro de mi sección sobre personas o hechos históricos.
Una mujer única e irrepetible. Nacida esclava, terminó rompiendo todas las barreras de raza, género y edad en una época en la que todo lo que hizo esta fascinante mujer, era impensable.
Espero que os guste.
Este enlace te llevará al relato.